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Dos rombos

en Sexo Anal

DOS ROMBOS

 

I – LA REVELACIÓN

 

Apenas salen los títulos de crédito, Maruja apaga la TV con mano trémula. Desde que comenzó el programa – casi dos horas antes – nota un desasosiego extraño, una desazón que bordea la vergüenza : está caliente. Su marido , Pepe, está como ausente, ensimismado en pensamientos que deben ser muy especiales, muy íntimos … porque no suelta prenda.

Maruja y Pepe, matrimonio convencional donde los haya. Ambos rozando la cuarentena, con una parejita de niños – casi adolescentes – que los llevan por la calle de la amargura, unos trabajos bastante aburridos y una vida sexual que bosteza peligrosamente.

Hoy es jueves por la noche. Diría que un jueves más, un jueves cualquiera ; pero no es así. Este jueves es especial : los niños no están en casa, sino en una excursión a la nieve organizada por el Colegio. Volverán el domingo por la tarde. Además, al ser festivo el viernes ( Día de la Comunidad ) ni Pepe ni Maruja tendrán que madrugar . ¡ Y la TV para ellos solos, hasta la hora que quieran!.

Lo que han querido – ambos – es ver el programa sobre sexo que emite la primera cadena de TVE. La presentadora, una chica muy simpática y que le llama al pan, pan, y al vino, vino, los ha dejado alucinados desde que ha abierto la boca : "Tema del programa de esta noche : SEXO ANAL ".

Pepe ha rebullido en el asiento, como buscando una postura más cómoda. Maruja pone su rostro de esfinge, ese que aflora a sus facciones cada vez que no quiere dejar traslucir lo que verdaderamente siente. Sus ojos están clavados en la pantalla, casi sin parpadear, mirando el título que aparece con letras luminosas :" DOS ROMBOS". Durante unos segundos, parpadea en la pantalla el aviso de : " Mayores de 18 años"…

Dos horas largas de programa, que ellos han visto en silencio, espiándose a través del rabillo del ojo. Ante ellos, uno a uno, han ido cayendo todos los tabúes que tenían enquistados en su forma de ver el sexo. Con una alegría rayana en la desvergüenza, Lorena - la presentadora – ha hablado con una claridad y transparencia tales, que el matrimonio casi siente sofoco por haber desaprovechado , durante tanto tiempo, las mieles del sexo anal.

Besos negros, lavativas, enemas, esfínter, próstata, ano, recto… Toda una batería de palabras casi nunca utilizadas, han sido expuestas ante sus oídos calando en sus mentes despistadas. Una luz radiante ha chisporroteado en los ojos de Pepe, liberándolo de un oculto pesar, cuando se ha dicho – bien a las claras – que los HOMBRES, los VARONES, los MACHOS, pueden disfrutar ( y tonto el que no lo haga ) del sexo anal … sin que sean sospechosos de homosexualidad. Que las zonas erógenas están ahí para disfrutarlas, sin cortapisas de ninguna clase, y bla, bla, bla….

 

II.- EL POLVO

Por una vez , desde que se casaron, Maruja ha terminado antes que su esposo sus abluciones íntimas. Mientras espera a Pepe, aprovecha para maquillarse ligeramente ante el tocador, cepillando su bonita melena leonada. También se ha puesto – tras unos segundos de indecisión – un corpiño que aprisiona sus carnes – un pelín abundantes – mostrando sus opulentos senos y abrochándose con un discreto artilugio en la entrepierna. Por la puerta del baño, entreabierta, oye trastear a Pepe. Hace varios minutos que le preguntó por la perita de goma, aquella que compraron cuando tuvo obstrucción intestinal.

Por fín, casi a las dos de la madrugada, aparece Pepe con la toalla ciñéndole las caderas. Aún está guapo – piensa Maruja – aunque ya le clareen las ideas. Ella lo espera sobre el lecho conyugal, tumbada en plan odalisca. Un seno, pletórico, le desborda el corpiño asomando el hociquito un pezón revoltoso.

Se abrazan como siempre, se besan como siempre, se acarician como siempre. La mujer nota que se enfría. Todo está saliendo "según lo programado", sin apartarse ni un ápice del orden preestablecido. Pero ella no está de acuerdo. Si tiene que romper barreras, las romperá. No está dispuesta a desaprovechar esa ocasión de oro, servida en bandeja por un programa de TV.

Maruja repta bajo el cuerpo de Pepe, subiéndose encima en la postura del 69. Aparta la toalla que cubre la visible erección de su esposo, dando un cariñoso lametón al glande amoratado. Pero no van por ahí los tiros. Ella se ha calentado – y mucho – con lo del sexo anal, y sexo anal tendrán. Caiga quién caiga.

Pepe le ha desbrochado los "clecs" de la entrepierna, subiéndole la prenda hasta la cintura. Sabe que , ante los ojos de él, florece la exuberante vegetación de su concha. Nota la punta de su lengua abriéndose camino por la flora tropical de su jardín venusiano. Lo para con un gesto:"Haz lo que yo " – le susurra con voz ronca.

La mujer inclina la cabeza sobre el sexo de su esposo.Doblega el miembro impertinente, aparta los sacos hipersensibles, dejando expedita la zona anal. Allá atrás, intuye que Pepe está dedicando su atención al territorio virgen de la anatomía de su esposa.

Maruja saca la lengua, larga y viperina, mojando tenuemente desde el límite de los testículos hasta el comienzo del círculo anal. En el mismo instante en que su rosado músculo acaricia la oscura portañuela, siente entre sus pechos la brutal erección del pene conyugal. Lo siente latir como antes nunca lo sintió. Ella misma advierte un extraño escalofrío, e desconocido placer, en su bajo vientre. Es la lengua de Pepe, el obediente Pepe, que reproduce sobre el ano de ella idénticas caricias a las que percibe él. Ahora no son macho y hembra, con sexos distintos y con necesidades de caricias distintas. Ahora son dos seres, dos cuerpos con orificios idénticos, con apetitos idénticos, y que ansían ser acariciados, besados y poseídos en igualdad de condiciones.

Los labios de la mujer se posan sobre la boca anal, introduciendo la lengua todo lo que le permite la postura. Nota los bordes relajándose, abriéndose para ella. Su marido, su Pepe, le ofrece su virginidad, así como ella le está ofreciendo la suya. El viril bigote raspa las inmediaciones de su ano, mientras la barbilla rasurada medio se incrusta en los barrios marginales de la vagina. Maruja hunde un dedo en el bote de la vaselina, pasándoselo a su esposo para que se sirva a discreción. De común acuerdo, casi a toque de clarín, ambos se afanan untándose los respectivos orificios, bordeando con el dedo los delicados pozos de carne oscura. Avanzan lentamente por el ignoto recorrido. Atentos los sentidos a una señal de rechazo… que no llega a producirse. Maruja decide arriesgarse, y añade otro dedo para que acompañe al invasor. Pepe nada dice, porque ya hace rato que él hizo lo propio. Las yemas acarician suavemente las rugosidades interiores, entrando y saliendo a un ritmo cada vez más excitante y excitado. En la alcoba matrimonial todo es silencio. Tan solo un jadeo entrecortado, un gemido de placer por duplicado que tensa las cuerdas vocales de los amorosos cónyuges .

Hierven los cuerpos de ambos. Sudan a chorros la calentura de sus líbidos. Pepe fornica a su esposa con dos dedos, haciendo sitio para incluir un tercero en armonía. Aprovecha el gozo supremo que ella le da, para mordisquear los labios vaginales, para lamer el tristísimo clítoris – abandonado por primera vez en largos años – que pronto responde a sus caricias. Engulle su verga Maruja, mientras sigue dándole caña por el culo, buscando acariciar la sagrada próstata, esa que – según Lorena – proporciona un inmenso placer al macho penetrado.

Se revuelcan por la cama, como dos cerdos, como dos ángeles, sin sacar ni un ápice los dedos uno del otro. Pepe insiste en el cunnilingus, llevando a su mujer a los bordes del precipicio. Ella aguanta como puede, chupando el balano , lamiendo el tronco, acogiendo los testículos.

Un dragón de fuego lanza llamaradas desde sus anos, arrasando con su aliento lo que encuentra a su paso.

Chorrea flujo cachondo la entrepierna de Maruja, goteando por boca y barbilla de su bienamado esposo. El, paladea su sabor , haciendo lo que nunca hizo anteriormente. La esposa arranca , a fuerza de sorbetones, el agua de la vida del caño de su esposo, que fluye abundante y tremendo, como en sus mejores tiempos.

Y, en las yemas de sus dedos, abrazados por los esfínteres trémulos de placer, notan el latido acompasado de sus corazones.

 

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