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La Finca Idílica: (3: Misi, misi, misi)

en Zoofilia

LA FINCA IDÍLICA : (3.- MISI, MISI, MISI )

Renqueaba , un poco, doña Petrita, volviendo de Misa. El aire fresco de la mañana, hacía ondear su velo negro, que ella sujetaba con una mano, arrugada, libre de anillos. Con la otra, se aferraba a su Libro de Oraciones. Del dedo corazón, le colgaba un pequeño paquete envuelto en papel de seda blanco, con el logotipo de "Confitería La Golosa". Los juanetes la estaban matando aquella mañana. ¡ Seguro, seguro, que hoy llovería ¡…

A pesar de llevar puesto un abrigo negro, de buena calidad pero muy pasado de moda, sintió un escalofrío al doblar la esquina. Saludó al barrendero, que le dijo no se qué del tiempo ( se estaba quedando algo sorda ). En el portal número 13, paró un momento a tomar el resuello. Al ir a sacar el llavín, se abrió la puerta y aparecieron, envueltas en una nube de perfume, guapas como soles, cogidas del bracete, sus vecinas Rosita y Azucena. La saludaron, radiantes, preguntándole por su salud y por la de Cuquita . ¡ Qué simpáticas eran ¡. Y sus maridos ¡ qué buenos mozos ¡. Doña Petrita se sonrojó un poquito, bajo los polvos de arroz, tratando de imaginar lo que harían en sus alcobas… Ellas ya se alejaban, con sus nalgas al compás, con las costuras de las medias impecables, sobre aquellos altísimos tacones … La anciana volvió a estremecerse, ahora de dolor, al recordar sus punzantes juanetes.

Entró en su piso. ¡ Suerte que era un bajo, y no tenía que subir escaleras ¡. Un vaho húmedo, gatuno, se deslizó al descansillo, aunque ella – acostumbrada – ni lo notó. Intentó no encender la luz, guiándose por la tenue claror de la ventana , al final del pasillo. Tras dejar el velo y el abrigo en el perchero, entró al dormitorio en penumbra. Ahora sí que tuvo que encender la luz. Dejó el misal sobre la mesita de noche y , con un suspiro de alivio, se quitó los zapatos de medio tacón, verdugos crueles de sus torturados pies. Buscó , a tientas con los pies, bajo la cama, las comodísimas zapatillas de fieltro, a las que había recortado – junto a los pulgares – dos orificios para que saliesen los juanetes. Ahora sí. Ahora ya podía ir junto a Cuquita.

¡ Misi, misi, misi ¡ … llamó suavemente, medio canturreando. Apareció , tras un sillón de orejas, una gata vieja, medio pelona, con signos más que evidentes de estar apunto de parir. Miró a su ama con una mirada triste, como si intuyese que algo no iba bien. Doña Petrita se dejó caer, con una exclamación de placer, en el sillón. La gata, intentó subirse a su regazo. No pudo. El enorme vientre , y los muchos años, se lo impedían. La anciana la cogió, amorosamente, pasándole la mano por la cabeza, por el lomo, por el hinchado vientre. Ya tenía los pezones abultados. Pronto sería el parto. La gata ronroneaba, mimosa. Las dos dormitaron un ratito. De repente, Doña Patrito se acordó de los dulces. Alcanzó el paquetito que había dejado sobre la mesa , y lo desenvolvió, intentando no hacer mucho ruido. En sueños, la gata maulló, como llamando a alguien. La mujer, intuyendo a quien iba el maullido, la increpó cariñosamente :

Desde luego, Cuquita, que putón verbenero me has salido. ¡ A estas alturas de nuestras edades, y con novio ¡ . Ya te dije que ese gato de callejón es un golfo. ¡ Si se le ve a la legua, tan pagado de si mismo, con ese rabo que levanta como diciendo AQUÍ ESTOY YO ¡ . Ya, ya sé que te enamoraste como… como una gata. ¡ Y, mira donde te ves , por tu mala cabeza ¡. A tus años y preñada… Señor, Señor.

Mientras decía esto, la anciana daba pellizquitos al merengue que había comprado. Uno para ella, otro para Cuquita. La gata lamía los dedos de su dueña, casi sin apetito, como quien no quiere hacer el feo de no aceptar un regalo. De repente, un espasmo recorrió el vientre del animal, a la vez que unos bultos rebulleron bajo la piel. Dio un maullido extraño, como doliente. Doña Patrito, la depositó , corriendo, sobre una cestita mullida, forrada de plástico, preparada para la ocasión. Y se dispuso a esperar …

***

Varios días después, Rosita y Azucena , volvieron a coincidir con la anciana tan simpática de la Planta Baja. La saludaron. Preguntaron por Cuquita. Dos lagrimones corrieron por las marchitas mejillas. ¡ Se había quedado tan sola ¡. Le dieron el pésame, que ella agradeció. Entró en casa, pensando en otra cosa. De repente, se oyó a ella misma canturreando :

¡ Misi, misi, misi ¡.

Se echó a llorar desconsoladamente.

Pasó el tiempo. Ya era principio de verano. Doña Petrita dejó la ventana abierta, para que se airease la casa y entrase , algo , del frescor vespertino. Hacía ganchillo aprovechando la luz que, todavía entraba por la ventana. Un ruido la sobresaltó. Miró hacia fuera. Sobre el quicio de la ventana, estirado cuan largo era, abriendo la boca en un bostezo sin final, un enorme gato, atigrado, chulo, viril, la miraba directamente a los ojos. Eran unos ojos inmensos, galanes, verdosos, brillantes, seguros de sí mismos. En fín, eran unos ojos … de gato.

Doña Patrito estuvo en un tris de decir ¡¡ zape ¡!, y mandarlo a tomar viento. Pero el minino fue más rápido. Con un salto elegante, se posó sobre su regazo, y , sin darle tiempo a reaccionar, puso en marcha su potente motor de ronroneos, a la par que frotaba su lustroso pelaje contra la pechera marchita de la solterona. La anciana, con aquél contacto, sintió rebullir algo en su interior. Algo jamás experimentado. ¡ Como si un hombre la hubiese tocado en la Sancta Sanctorum de sus senos. ¡.

El gato se acomodó, plenamente, sobre la falda de Patrito. Ella , notaba su calor atravesar la liviana tela, la ropa interior… El gato levantó la cabeza, mirándola intensamente. Sus bigotes le daban aspecto de sargento de caballería ( los preferidos de Doña Patrito ). Alzó una pata y, bajando la cabeza, comenzó a lamerse la entrepierna. Dos huevazos , de semental gatuno, aparecieron entre las peludas patas. La mujer, apartó la mirada, avergonzada. ¡ Eran los primeros testículos que veía en su vida ¡. Pasó una mano por el lomo del gatazo, que se arqueó , levantando un grueso y larguísimo rabo. Bajo sus almohadilladas patas, sacó unas pequeñas garras, con las que arañó – discretísima aunque eróticamente – el muslo de la mujer.

En los siguientes días, se sucedieron las visitas. Los escarceos eran , cada vez, más atrevidos. Patrito, ruborosa al principio, acariciaba ya a mano plena , el cuerpo despatarrado del único varón al que – jamás- le había puesto la mano encima. Le entraba el sofoco acariciando aquel vientre tan velludo, tan … masculino. Algunas veces, estando sentada, el gato pasaba bajo sus faldas, con el rabo erecto, pasándoselo – desvergonzado – por los desnudos muslos.

Aquello no podía continuar. Doña Patrito ya no salía ni a Misa. Le faltaban horas en el día para estar con ÉL. Ahora, cuando se lavaba la cabeza, ya no se peinaba con su austero moño. NO. Ahora dejaba su melena blanca, suelta sobre el peinador de color rosa, adornado con aquellas puntillas y bodoques que se estilaban en su juventud, cuando bordó su dote, aquella dote que, jamás , tuvo ocasión de estrenar.

Dispuesta a dar un paso más en su relación, tirando todos los prejuicios por tierra, Patrito tomó una decisión irrevocable : Jaime – así le había puesto al gato – se quedaría a vivir con ella. Nada de marcharse , cada noche, después de cenar. O todo, o nada. Ella no era mujer para compartir a su varón con otras.

Se puso su camisón más elegante, más pícaro. Los labios los pintó con mano temblorosa. El pelo, suelto, como a él le gustaba. Estuvo , toda la tarde, con un plato de sardinas, algo pasadas, perfumándose el cuerpo. Llegó la hora. La luna , iluminaba el callejón. Jaime, llegó con varios amigotes, dedicándole una serenata. Ella premió a los amigos de su novio con dos o tres sardinas. El, brincó dentro, como todos los días. Cerraron la ventana, para preservar su intimidad. En su honor, Patrito , se había puesto los terribles zapatos que tanto la hacían sufrir. Pero quería estar bella, muy bella, para él.

Se acercaron , andando juntos, hasta el dormitorio de la virgen. La punta del rabo, se frotaba con las corvas de Patrito, y aún más arriba. Sobre la cama, la impóluta colcha de ganchillo, confeccionada "in illo témpore" por la abuela y la madre de Patrito, para los hipotéticos esponsales de la niña. Patrito , volviéndose de espaldas, se bajó las bragas. El, la miraba con sorna, no exenta de deseo. Ella, se derrumbó entre almohadones, levantando el camisón hasta la cintura. De refilón, se miró en el espejo del armario ropero, pero apartó – de inmediato – la mirada. Los ojos de Jaime la taladraban, quitándole los últimos vestigios de oposición . La mujer, la hembra, cerró los ojos unos instantes. Notó el suave crujido de los muelles del somier, al subir también él sobre la cama. Ella se estremeció, notando palpitar sus secos pezones.

Un alarido de placer rompió el silencio de la noche. El galán , amaba sabiamente a su enamorada, acariciando con su lengua rasposa, tremenda, delicada, ágil, maravillosa, la virginal entrepierna de Patrito. Apoyado con sus almohadillas sobre el Monte de Venus, sacaba las garras – lo justo – para hacer un amago de caricia en el bajo vientre de la odalisca. ¡ Qué gusto sentía Patrito ¡ ¡ Qué placer, tan innombrable, tan perfecto, tan puro… ¡.

Lamía Jaime la vagina y sus aledaños. Arrancaba gemidos de aquella garganta, que solo conocía de oraciones . Tras los tres primeros orgasmos, abandonó los bajos para subir a los altos. Se acurrucó sobre el abdomen de la hembra, para seguir dando lengüetazos ( esta vez a los pezones). El rabo, descansaba, cuán largo era, pasando justo, justo, por entre los labios de la vagina. Patrito, en el colmo de la lujuria, agarró el rabo con una mano trémula y , aprovechándose de su dureza peluda, comenzó a introducirlo por su sexo. Por suerte, su himen era ligerísimo, y con una pequeña presión, pudo meter la temblorosa punta. Bajó un poco más el gato, gentilmente, para que su amor se introdujese un poco más de porción de rabo. El felino, sacó algo más la lengua, para seguir lamiendo – solo con la puntita – el delicioso pezón.

Patrito aprendió a acariciar con la lengua a su amado. A masturbar su virilidad, adorando aquellos gordos testículos, que la habían enamorado.

Acabada la noche de bodas, hicieron un pequeño viaje para que – los familiares de Patrito – conociesen a Jaime. La cosa fue muy rápida, pues quedaban pocos vivos. La visita a la familia de él, fue algo más tensa. Su madre, una gata relativamente joven, no veía con muy buenos ojos la diferencia de edad. Pero , al final, triunfó el amor. ¡ Y se les veía tan enamorados ¡. También ayudaron los dos Kgs. de boquerones que llevó la nuera, muy ladina, a la golosa suegra.

Una vez más, el placer había triunfado en la Finca de 13 Rue del Percebe.

 

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