CLOE.- 10 ( LA VENGANZA II )
Resguardadas por el cañaveral, Cloe y su joven esclava se adentran en el río. Conforme avanzan , las aguas, van mojando sus blancos ropajes que se ciñen a sus carnes como una segunda piel. Ríen las dos , al ver reflejada en la otra su propia semidesnudez. Pasa un tronco flotando cerca de ellas. Con un chillido de miedo , la negrita se abraza a su ama , temiendo verse atacada por un cocodrilo. Pasado el primer susto, siguen abrazadas, notando la caliente entrepierna que aplastan la una contra la otra. Los senos opulentos , blanquísimos, maduros y maravillosos de Cloe rozan los pezones de la esclava, que los incrusta como dos carbones encendidos contra el corazón de su ama.
Allí mismo, de pie entre las cañas, con la corriente chocando fría sobre sus ardientes cuerpos, las dos mujeres se aman una vez más. Los gruesos labios de la niña , beben de la lengua de Cloe, bajan por la cuenca de su garganta, maman de los pequeños riscos sonrosados y , bajando bajando, aún a riesgo de ahogarse, bucea entre los muslos encharcados de su ama, despreciando la corriente del río, para mordisquear con sus pequeños dientes la perla que brilla ligeramente desplazada de su concha.
Boquea Cloe, como pez fuera del agua. Abre la boca para gemir, más su delicioso lamento queda en suspenso : un ruido extraño, como el de un cuerpo arrojado al agua, interrumpe su atisbo de orgasmo. Callan las dos , y , cogidas de la mano, espían entre las cañas.
A dos pasos de ellas, casi en sus mismas narices, un hombre se está bañando. Tras nadar unos minutos, sale hacia la orilla hasta que el agua le llega a la mitad de los muslos. Le están viendo de espaldas. Por la figura, por la musculatura, adivinan que es un hombre joven. El nadador se inclina hacia delante, formando un cuenco con las manos para lavarse la cara. Al hacerlo teniendo las piernas bastante abiertas, con los pies bien afianzados en el lecho limoso del río queda expuesto ante las miradas femeninas todo su trasero , incluidos los bamboleantes testículos y el ligeramente dilatado ano. Cloe se relame unas gotitas de humedad que perlan su labio superior. En ese momento, el joven pues joven es se vuelve hacia donde están ellas. Quedan rígidas unos instantes, temiendo haber sido descubiertas. Pero el sol juega a su favor , y los ojos del efebo quedan deslumbrados por la reverberación del agua. Si por la parte de atrás quedaron admiradas, por la de delante es digno de satisfacer a una diosa, o a un dios, o a los dos si fuese preciso. La mirada de Cloe recorre el largo príapo, observando el grueso balano circuncidado, enredándose en el tupido tapiz del pubis viril, subiendo por el vientre aplanado hasta la masa musculosa de sus pectorales. Por último, dejándolo para el final ( pues teme que el rostro no vaya parejo con tan perfecto cuerpo ), descubre que el joven no es otro sino Benasur, el efebo comprado por ella misma y que será el instrumento elegido para su venganza.
***
Sueña , en su tienda, Cloe con Benasur. Su blanco cuerpo chorrea sudor. Está ella sola. No quiere a nadie. Solo quiere a Benasur pero no puede ser. El está destinado a lo que está destinado. Ella no puede, no quiere encapricharse de él . No debe enamorarse.
Solloza amargamente, sabiéndose enamorada . Su mente, su razón , le ordenan , una cosa . Su corazón y su vagina le gritan otra.
Bajo el palmeral, entre las dunas, está la solitaria tienda en la que reposa el elegido. Los pies de Cloe se hunden en la arena, casi arrastrándose , como si una fuerza superior a su raciocinio la empujara.
Bajo las tupidas telas, la oscuridad proporciona un cierto frescor, pero no mucho. El muchacho , empapado en sudor, duerme profundamente. Su tórax sube y baja acompasadamente. El holgado taparrabos deja salir parte de su preciosa carga. Cloe , desde la puerta, se deleita con su visión. Baja la cortina. Ahora, la penumbra es completa. La mujer tropieza con la arruga de una alfombra, cayendo de rodillas hacia delante, con la cara casi en el suelo. Pero no es el suelo lo que toca su rostro. No. Es el cielo. Ha caido entre los muslos de Benasur, a unos centímetros de su verga. Cloe respira hondo. El aire que sale de sus fosas nasales , hace moverse los pelitos testiculares del muchacho. Grandes goterones de saliva se forman en la boca de la egipcia. Duda hasta el último momento. Pero la suerte está echada : en esos instantes, quizás debido a un sueño erótico, el grueso pene se endereza de golpe, cabeceando en la ingle del efebo yendo a dar de lleno contra los labios entreabiertos de su ama.
***
En la fría noche del desierto, Cloe se acurruca entre los fuertes brazos de Benasur. El muchacho la ha complacido como nunca lo hizo nadie. Ha sabido tocar con su báculo en el mar de su entrepierna, para que esta se abriese y le dejase paso . Y han estado pasando y pasando, todas las veces que ella ha querido, sin límite, sin freno, sin control. Silbando como serpiente, aullando como loba, ladrando como perra. Y, al final, cuando toda ella estaba en carne viva, él se ha derretido en su interior.
Al día siguiente llegarán al lugar. Al sitio donde Cloe llevará a cabo su venganza. Y, como les queda muy poco tiempo, ella le recuerda su misión :
" En la ciudad a la que vamos, habita la Madre horrible, la asesina que mató con sus propias manos, con sus propios pezones, a sus dos niñitas. Contra ella vamos. Contra ella es mi Venganza, y ésta, será terrible.
Por los camafeos que compré a precio de oro, hemos comprobado que tú, mi Benasur, eres idéntico al hermano de las gemelas, al hijo cuya Madre incestuosa llevó a la muerte por consunción, por la locura de su furor uterino que se cebó en su propio hijo.
Has sido elegido entre muchos otros tú lo sabes y estás más que preparado para hacer frente a una loca de tal envergadura. Ahora, en la ciudad, conseguiremos sobornando a criados de la casa ropas y demás accesorios de los que usaba el pobre muchacho, para conseguir una copia idéntica a él, revivida en carne y hueso : Tú .
Una vez consigamos hacerle creer a ella cosa más que probable , pues su locura está más que probada que tú eres su hijo, te irás a vivir con ella, accediendo a todos, absolutamente todos, sus deseos. Harás de hijo cariñoso y de amante insaciable.
Una vez conseguido esto, te diré la segunda parte del Plan. ".
Carletto.