LOS CORTOS DE CARLETTO : "LA FLEMA INGLESA"
El avión surcaba los cielos, cabeceando entre la horrísona tormenta. De repente, un fatídico rayo hizo estallar en llamas uno de los motores. Los pasajeros, dejaron de vomitar, para cagarse encima. El vuelo pertenecía a una compañía inglesa, especializada en llevar pasajeros y mercancías hasta Las Malvinas. Un segundo rayo rasgó la negra noche, abatiendo el motor que quedaba sano. Las voces de las azafatas chillaban ( en inglés, claro ) dando instrucciones que nadie seguía. El avión, hecho una bala, descendía a un montón de kilómetros por hora. El golpe fue tremendo. El agua, engulló la aeronave con todo su pasaje. A todos, menos a tres.
Flotando bajo el sol, los dos hombres de negocios, miraban de refilón el cuerpo semidesnudo de la azafata. Ellos eran cuarentones. Ella, treintona, de muy buen ver y mejor palpar. En cuanto se habían lavado la caca del miedo, regresó a sus mentes la flema inglesa, esa que hace que aparentemente nada les importe lo suficiente para perder la compostura, las buenas formas, la educación exquisita heredada junto con el paraguas y el bombín nada más nacer. Con voces tenues, sin una silaba más alta que otra, hicieron inventario de sus posesiones ( pocas ) y decidieron, tras arduas negociaciones, los horarios de las comidas, las cantidades a deglutir, las gotas de agua que pertenecían a cada cual, quién debía remar en cada momento, cuantas paletadas debía dar, con qué intensidad, y en qué dirección debían ir. Todo lo acordaron. Nadie se sintió ninguneado. Eran una versión, flotante, de su amado y aburrido país. Para dar por concluido el cónclave, cantaron "Dios Salve a la Reina".
Una madrugada, la barquichuela hinchable encalló en unas rocas y , aprovechó para deshincharse. Bajaron los tres, de común acuerdo. Transportaron sus tristes pertenencias a tierra firme. Los esperaba una isla pequeña, muy pequeña, pero paradisíaca en la que no faltaba de nada. Había agua dulce. Fruta a granel. Algún animalillo comestible. En fín : que Dios había dejado que Isabel se apañase sola en su "Annus Horribilis" y les echó una mano a ellos.
Tras comer, beber y acicalarse, decidieron tomarse un té ( a las cinco ) . Con el dedo meñique estirado, la azafata ( que , aparte de estar buena, era muy educada ) sugirió lo siguiente, con muy buen criterio.
"Mylords : Parece que en esta isla tendremos asegurado nuestro sustento, hasta que vengan a rescatarnos. Debemos ser conscientes de que, una vez resueltas las necesidades más perentorias, nuestros cuerpos ( los suyos, sobre todo ) tendrán otro tipo de necesidades, digamos más bajas, más animalescas. Pero no debemos olvidarlas. Por lo que propongo, previa votación, que, como soy el único representante del sexo femenino de nuestro grupo, mis favores sexuales debían repartirse de una forma equivalente entre cada uno de ustedes dos. Así evitaremos futuras confrontaciones. Yo voto que sí ".
Deliberaron largamente los dos varones. Al final, coincidieron en lo acertado de la proposición. Votaron a favor de la propuesta y , a partir del día siguiente, comenzaron a tener diariamente relaciones sexuales con la azafata. Un día uno. Otro día, el otro.
Pasaron los meses. Cierto día, un raro bicho marino picó con su punzón venenoso un pie de la azafata, que murió a las pocas horas. Tras celebrar las oportunas exequias, los ingleses varones siguieron con su vida cotidiana.
Al cabo de dos meses, sin poderse ya aguantar , uno de ellos propuso celebrar otro cónclave, para decidir sobre un tema que , él, consideraba ya perentorio. Abierta la reunión, dijo con voz engolada :
Mylord : Transcurridos dos meses desde el fallecimiento de nuestra compañera, creo que debemos decidir sobre una cuestión apremiante. No sé si a usted le parecerá correcto lo que le voy a proponer. En su momento acordamos la distribución de los favores sexuales de Mistress Azafata , con su pleno consentimiento. Ahora, hemos llegado al momento de tomar otra decisión.
El otro inglés, imaginando por donde iban los tiros, sintió un poco de pena. No sabía como iba a reaccionar su cuerpo ; pero se sometió a la lógica. Haciendo de tripas corazón, sin perder la flema, mirando a los ojos a su compañero de fatigas, le dijo :
Y, usted ¿ qué propone ¿
Propongo ( suspiro ), que debíamos enterrarla ya.
De acuerdo ( dijo el otro, resignándose a la castidad forzada ).