CLOE .- 12 ( LA VENGANZA IV )
Un intenso perfume inunda el dormitorio. Benasur se acerca a la mujer que lo mira hambrienta. El cuerpo musculoso del muchacho brilla bajo el espeso aceite con el que acaba de embadurnar su piel. La luna arranca reflejos de su epidermis morena, lisa y sin mácula, incrementando la hermosura del joven apenas imberbe.
La hembra , con los ojos dilatados, contempla la escultural belleza de su hijo. Siente el sexo licuado, goteante, deseoso de que lo apacigüe la filial verga.
Benasur, chorreando unte, da una tremenda palmada en la blanquísima nalga algo ajada de la mujer. Salpica el aceite por doquier. Una gota culebrea entre la hondonada nalgatoria, perdiéndose en la sima profunda del ano femenino. La mujer, loca de deseo, se pone a cuatro patas, esperando la acometida que no llega. El muchacho siguiendo las instrucciones recibidas restriega su piel contra la piel ardiente de la ninfómana. Sus manos tan sabias recorren los montículos, los recovecos, los valles y altozanos de la hembra ofrecida. Pronto están los dos en igualdad de condiciones, embadurnados de arriba abajo por el oloroso pringue.
Es entonces cuando el muchacho pasa a la siguiente fase. La parte externa ya está cubierta : ahora toca la interna.
Sigue a cuatro patas la madre incestuosa. Sus pechos se bambolean colgando sobre la cama. Tiene las nalgas elevadas. Entre los muslos, brillantes de aceite, asoma la raja alargada formada por los labios vaginales. Hasta el fruncido ano boquea intermitentemente, esperando, esperando, siempre esperando.
Un alarido de gloria resuena en la noche. El hijo ensarta a su supuesta madre, con el hierro candente de su joven virilidad. El interior del útero es ungido con la pomada que rezuma el grueso glande. Mientras la penetra, Benasur observa con ojos expertos el cuerpo de la mujer. De cuando en cuando pasa una mano por aquí o por acullá, cubriendo de aceite algún trozo de piel que quedó seco
El esfínter apenas ofrece resistencia al nudoso príapo. El ano engulle la verga hasta los mismos testículos, apretando con sus músculos el largo miembro. Benasur, palpa el bajo vientre de la mujer, buscando el protuberante botón de su clítoris. Apenas lo roza, un seismo estalla convulsionando el cuerpo femenino. El chico casi puede notar las ondas que recorren las cavernas femeninas. Su rabo queda aprisionado en lo más profundo del recto materno. La mujer, aullando, retuerce sus propios pezones en el paroxismo del orgasmo.
Derrumbados ambos sobre el lecho, el cuerpo del hombre aplasta las carnes palpitantes de la hembra. Su miembro queda libre de la prisión anal, y el chico lo saca totalmente erecto. Mientras la mujer resuella, Benasur se levanta un instante en busca del aceite. Vuelve a la cama con la verga en ristre, goteando de sustancia letal. La bellota del glande está amoratada, ansiosa por descargar el esperma acumulado.
A horcajadas sobre la mujer, el efebo desliza su virilidad entre las montañas de sus senos. Ella los junta, dejando un estrecho canal por el que el chico entre y salga a su antojo. Benasur adelanta sus caderas, ofreciendo sus genitales a las caricias maternas. Mientras, él, rebusca entre las piernas de la mujer, hundiendo tres dedos piadosos en la hirviente vagina.
La ninfómana, agarra finalmente la estrecha cintura del prostituto y, abriendo una inmensa boca que le descoyunta la lujuria, chupa con ahinco la larga polla de sabor oleoso. Entra la verga hasta la campanilla y más allá. Es tanta su ansia, tan imperioso su deseo, que los músculos de la garganta se relajan automáticamente, dejando paso expedito a todo lo que quiera entrar. Benasur, que aguantó hasta aquí, se deja llevar por la ola que se eleva desde sus testículos, arrojando un caudal ingente de esperma que junto con el aceite- baja a raudales hasta el estómago de la mujer.
***
Hace horas que Benasur rebañó las últimas gotas contenidas en la copa. Han sido tres días, con sus noches, de repetir incesantemente- el acto amoroso con todas sus variantes. La luna se está elevando en el cielo estrellado . La misión está cumplida. Los cuerpos de ambos están cubiertos por una capa oleaginosa que, poco a poco , empieza a endurecerse. Agotado, el muchacho, no quiere dormirse antes de realizar la última petición de Cloe . Con un gesto lánguido, aprieta un pequeño resorte que adorna el anillo regalado por su amada. El muchacho lame sus gordezuelos labios ( que le saben al sexo de la hembra ) antes de sorber la única gota que esconde el rubí. Luego, su mirada queda prendida en la redonda cara de la luna. A los pocos segundos, ya está muerto.
***
La mujer despierta poco a poco. Nota una sensación extraña. Una inmensa laxitud desmadeja su cuerpo; sin embargo, nota su cerebro, sus pensamientos, sus sensaciones, de una forma vívida, mucho más fuertes que normalmente.
Recuerda a sus hijas, las odiadas gemelas, las que le quitaron el amor de su esposo primero y que luego pretendían arrebatarle a su hijo, a su enamorado. Pero ella fue más lista, y las quitó de en medio.
Nota la frialdad de una lágrima deslizándose por su mejilla. Su mente despierta la obliga a enjugársela; pero la mano le obedece lentamente. Casi no tiene fuerzas para acercarla hasta su cara. Cuando al fín lo hace, no es una lágríma lo que se arrastra por su lagrimal. Es algo que repta, que cosquillea junto a su ojo. Lo agarra con dos dedos torpes, y lo mira a contraluz, aprovechando un rayo de luna. Es un largo gusano, fino y de color blancuzco, que se retuerce ante su atónita mirada.
Comienza a ser consciente de que su cuerpo está acorazado, cubierto por una costra cada vez más impenetrable. Y algo rebulle bajo su superficie. Lo siente por todo su cuerpo. Nota como un pinchazo, como un diminuto mordisco , en el pecho izquierdo. Saca fuerzas de flaqueza para escarbar con sus uñas, hasta que rompe la cáscara que cubre el seno. Un borbotón de gusanos salen por el agujero. Y entonces, con un súbito fogonazo, todo su cuerpo se transforma en una llamarada de sordo dolor. Sabe que se la están comiendo viva. Y ella no puede hacer nada, absolutamente nada. Salvo gritar. Pero al abrir la boca, desde lo más profundo de su estómago, una procesión de orugas ahogan sus alaridos.
Cocida en sus propios jugos, devorada muy lentamente, la mujer añora la locura que la mantuvo alejada de la realidad durante tantos años. Ahora está cuerda, y percibe paso a paso, bocado a bocado lo que la pléyade de gusanos están haciendo en su interior. Sabe que están respetando sus órganos más imprescindibles, los que necesita para seguir alentando, para seguir sufriendo. Todo lo demás está siendo deglutido
***
Cloe entra en el fétido dormitorio. La acompañan dos esclavos. Los tres llevan la boca y las fosas nasales cubiertas por un paño perfumado : de otra forma sería imposible aguantar el hedor del cuerpo putrefacto.
Los esclavos se llevan el cuerpo de Benasur. Al morir inmediatamente, los gusanos no han llegado a salir de sus huevos, y han desaparecido de su organismo.
La egipcia se acerca al montón de carroña, aplastando con las sandalias los insectos que reptan por doquier. La coraza ya está resquebrajada, y muestra el inmundo horror que es ahora el cuerpo de la parricida. Sobre un pequeño montículo, que era antes el rostro de la mujer, una pequeña esfera sigue esperanzada los movimientos de Cloe. Espera la misericordia de una muerte rápida, de un golpe certero. La prostituta egipcia, rebusca bajo su túnica hasta que encuentra un objeto con aspecto de joya. Lo acerca lentamente al ojo desorbitado, para que llegue a ver lo que le muestra. Es un camafeo, con los perfiles tallados de las dos gemelas asesinadas por su madre. La parricida no puede cerrar un párpado que no tiene, por lo que tiene que aguantar la visión que le impone Cloe. Quiere simular pena, quiere traslucir arrepentimiento, entendiendo de golpe- que aquel asesinato es el responsable de su horrendo sufrimiento actual. Pero es tarde, muy tarde.
Cloe, pulsando tras el camafeo, hace salir entre ambos rostros tallados- una finísima aguja que acerca inexorablemente al globo ocular despavorido. El chapoteo del ojo al reventar, hace coro con el sonido líquido de los gusanos, tragando la carne infecta de la parricida.
***
Cloe aventa las cenizas de Benasur. Todo acabó para ella. La venganza está cumplida. Su amor ya está muerto, utilizado para la venganza. Ahora solo queda volver al Templo. La Diosa la espera. El círculo se ha cerrado .Una vez más, como al principio, será Danzarina de Isis. Aunque, de ahora en adelante, como Suma Sacerdotisa.
FIN DE LA SAGA DE "CLOE".
Carletto.