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Rosa, Verde y Amarillo

en Bisexuales

ROSA, VERDE , Y AMARILLO

ROSA .-

 

Las cuatro bicicletas brincaban por el camino pedregoso. La reciente lluvia había dejado el campo perfumado con aromas a tomillo y romero, a estiércol húmedo , a surcos humeantes… Los silbidos alegres de los labradores daban fe de que no todo estaba perdido : la siembra , recién germinada, había recibido una porción suficiente de agua, con lo que se podía augurar una buena cosecha.

Vicente pedaleaba con la lengua fuera, intentando no cederle el primer sitio a Carlos. Amparo e Inma, en el límite de sus fuerzas, se iban quedando atrás dejando a aquellos animaluchos que se rompieran los morros contra un pedrusco, si es que ese era su deseo.

Cuando la primera bici derrapó sobre un profundo charco, ambos adolescentes cayeron en un revoltijo de barro, ruedas girando , rasguños y lamentos. Las chicas, asustadas en el primer instante, rieron al percatarse de que sus novietes no habían sufrido ninguna herida de consideración . Ellos se levantaron – muy machitos – sorbiendo los vergonzosos lagrimones, tratando de limpiarse con las manos sin conseguirlo. Amparo, que era la más sensata, opinó que debían adecentarse antes de volver a casa .Los chicos protestaron a coro : nada de eso. ¿ Y sus planes? Vicente les recordó que la casita estaba muy cerca de allí, prácticamente a un tiro de piedra. Era poco más que un albergue para ganado, la que se utilizaba para guarecerse los días de vendimia o de cosecha. No era una cosa del otro mundo, pero – por lo menos- disponía de un aljibe que estaría a rebosar con las lluvias recientes. El agua había sido recogida con un ingenioso dispositivo en el tejado y llevada por canalejas de inspiración moruna hasta un pozo en el subsuelo de la choza.

Anduvieron rápido, medio atascándose entre los viñedos y con las bicicletas del morro. La desvencijada puerta se abrió , sin problemas, al darle un leve empujón. Entraron aguantando el aliento: hedía a mil demonios .Amparo e Inma, armadas con dos ramas de algarrobo, barrieron el suelo levantando una gran polvareda. Los chicos sacaron del pozo – que ocupaba el fondo de la casa - varios cubos de agua , baldeándolo todo para eliminar el resto de porquería. En las encaladas paredes, algún artista anónimo había dejado su huella tiznando dibujos obscenos que las chicas – entre risitas- miraban de reojo. En uno de los rincones negreaba una chimenea. Pronto comenzó a chisporrotear un alegre fuego. De una vetusta alacena sacaron un barreño metálico que arrimaron a la lumbre lleno hasta los bordes de agua del aljibe. Con unas astrosas mantas y unos haces de paja prepararon un gran lecho. Después, de común acuerdo, se desnudaron los cuatro.

Las prendas fueron cayendo al suelo húmedo. Amparo e Inma, tras sofocar el primer sonrojo, levantaron las barbillas con la altanería que da el saberse bonita. Amparo , a sus trece años, era una figurita de porcelana con una llamarada por pelo . La blancura de su rostro , graciosamente salpicado de pecas, no era nada comparada con la de sus pechitos, con la de su vientre de curvatura infantil, con la de sus nalgas respingonas. Su primer movimiento – tras quitarse las infantiles braguitas – fue el de cubrirse el pubis con las dos manos, dejando sus senos para pasto de la voraz mirada de Vicente y Carlos. Inma , al contrario, tapó sus pechos inmediatamente ( tenía complejo de tetona ) , olvidándose de su rubio chuminillo. Los chicos tenían un dilema : sus torsos, lampiños y ligeramente musculosos , no significaban ningún problema para ellos. Sin embargo, sus vergas ¡ ay, sus vergas!. ¿ Quién tapaba "aquello" , tan duro, con tan solo dos manos?.

Estallaron las carcajadas de las chicas. Y , con las risas, desapareció la vergüenza y llegó el descoco y la exhibición. Danzaron los cuatro, totalmente emporretas ,ante el fuego. Con unos botes de porcelana desportillada, Amparo fue "bautizando" a los chicos, derramando el agua tibia por sus cabezas, por sus caras churretosas, por sus torsos ateridos, por sus vergas bamboleantes. Inma, empuñando un manojo de hierbas aromáticas, restregaba las costras de barro reseco, dejando los cuerpos de los chicos resplandecientes como patenas. Una cosa llevó a la otra. Agotada el agua del barreño, las muchachas utilizaron sus tibias lenguas para restañar lo que quedaba. Amparo adoró la gruesa verga de Vicente, ligeramente escorada hacia la izquierda, mientras miraba de reojo ( y con una cierta envidia ) a su amiga del alma haciendo lo propio con la larguísima y fina polla de Carlos.

Pasada la euforia de los primeros escarceos, las muchachas quisieron jugar a las cocinitas. Mientras ellos las observaban en silencio, magreándose indolentemente sus erguidos rabos, las niñitas arrimaron los potes de porcelana al amor de la lumbre. Amparo había descubierto unos macetones, tras la cabaña, cuajados de una planta de aspecto tranquilizador. "Es té" – dijo la sabihondilla arrancando varios brotes de marihuana. Pronto burbujeaba la infusión y los cuatro adolescentes sorbían por turnos del recipiente desportillado.

Cayeron los cuatro- muertos de risa - sobre las rasposas mantas. Inma , a las primeras de cambio, se abrió de piernas. No tenía ninguna vergüenza con mostrar el chochete; pero los pechos eran otro cantar. Y la obsesión de Carlos , los protagonistas absolutos de sus sueños húmedos eran, precisamente, los senos de Inma. Ansiaba tocarlos, amasarlos, chuparlos. Moría por deslizar su larga polla entre los suculentos flanes de la adolescente, transformada en lujuriosa cuchara , en durísima banana. Pero ella no cedía, y le atenazaba la cabeza con sus fuertes muslos, obligándolo a comerle la rizosa y roja entrepierna.

Vicente luchaba con Amparo a brazo partido. El quería abarcarle la concha rubita , meterle el dedo, saborear su interior. Y ella no cedía. Cerraba los muslos con chasquidos de muelle, ofreciendo a cambio la mercancía minoritaria de sus pechitos infantiles.

Hicieron otro receso que aprovecharon para consumir los restos del "té".Tras alimentar el fuego con otra frazada de leña, recomenzaron las negociaciones. Las chicas empuñaron los juveniles falos, aderezándolos con sus salivas en ebullición. Ellos, dueños ya del campo de batalla, camparon por sus respetos por montañas y valles, por hendiduras y zonas boscosas. Sangraron las virginales rajitas con la ofrenda final que las muchachas hicieron a sus amores decisivos. Se juraron amor eterno en un beso cuádruple, sin distinción de parejas ni sexos. Ni se percataron de la segunda tormenta del día, ni de los chuzos de punta que hacían tremolar las hojas de los algarrobos. Las chicas intercambiaron dulcísimos besos, caricias sin fin, suspiros y gemidos, orgasmos interminables que Vicente y Carlos aplaudieron calladamente, cruzándose sus manos en mutuas masturbaciones que cubrieron de espuma sus vientres apenas púberes.

Fuera , el arco iris teñía el horizonte con colores de libertad.

***

 

VERDE .-

 

Vicente aparcó junto a la acera. Amparo , con el móvil, daba las últimas instrucciones a su suegra para el biberón del niño. Cogidos de la mano recorrieron los pocos metros hasta la puerta del chalet. En un prado cercano se levantaban las instalaciones de la granja de sus amigos. Un perro daba la lata sin atreverse a salir de su casita de caramelo. Cuando los reconoció calló de inmediato. Estaban nerviosos. Los dos. Lo sabían por la humedad de las palmas, por el rictus raro que percibían cada uno en los labios del otro. El timbre sonó estridente, haciéndoles respingar a pesar de que estaban acostumbrados. La puerta se abrió al instante. Carlos besó en las mejillas a Amparo, a la vez que – guasón – hacía amago de agarrarle el paquete a Vicente.

¡ Quieto mariconazo!.- protestó entre risas su amigo, a la vez que daba un paso hacia atrás.

Inma , al oir las voces, apareció en el umbral de la cocina con una bandeja en cada mano. Amparo se abalanzó a ayudarla, y pronto estuvieron los cuatro charlando por los codos.

Las mujeres resplandecían en sus trajes de noche. Pocas alhajas, discreto maquillaje y mucha carne al descubierto. Las dos habían optado por peinarse con un moño alto que dejaba al aire sus cuellos gráciles, esbeltos, adornados con minúsculas sartas de perlas . Los escotes eran profundos. En el caso de Inma se podría definir como espectacular. Amparo había hecho milagros con su pequeño busto, recurriendo a un sujetador que reunía las fuerzas de los dos senos, elevándolos, ofreciéndolos , intentando no quedar mal ante la abundancia exhuberante de su amiga. Las dos habían optado por el color negro y por las faldas mínimas. Al más pequeño movimiento se vislumbraban fogonazos de encajes adornando muslos alabastrinos. Debían andar a pasitos cortos y titubeantes, casi como geishas , encaramadas en los imposibles tacones de aguja.

Los chicos, como siempre, habían tenido la cosa resuelta muy pronto : traje de etiqueta negro, camisa de blanco deslumbrante ( haciendo juego con sus sonrisas ) y agónicas pajaritas quebranta-nueces.

Comieron y bebieron. Y bebieron. Y bebieron.

Necesitaban beber para derribar el último obstáculo. El último pudor. Lo que tantas veces habían insinuado, sugerido, soñado . Lo que ya tenían decidido desde hacía semanas. Lo que deseaban , los cuatro, desde aquel día –algo lejano – de bicicletas y casita de monte, de mantas y sexo revuelto.

La dueña de la casa , a la hora del café, sugirió tomar una infusión de "té especial". Estallaron las carcajadas al recordar su primer "té" compartido. Luego, Vicente – con cara de misterio – sacó una pitillera con una gran cantidad de cigarros de aspecto sospechoso. Por mayoría decidieron tomar café y fumarse las hojas del "té especial".

Prendieron los cigarros . El aroma dulzón inundó el comedor. Tras limpiar los restos de la cena entre los cuatro, las chicas quedaron en la cocina para preparar el café. Vicente y Carlos hurgaron en el mueble bar eligiendo alcoholes a mansalva. Descorcharon una botella de cava y, sin esperar a sus esposas, trasegaron unos buenos tragos. La euforia corría por su sangre haciendo burbujear sus corazones y sus testículos. Vicente, empuñando una delicada copa de cristal tallado, se acercó a la puerta de la cocina mientras daba pequeños sorbos al cava.

¡ Hostia, tío! – susurró mientras hacía aspavientos hacia Carlos para que se acercase.

¿ Qué pasa , Vicen?.

¡ Qué éstas han empezado sin nosotros!.

Los dos jóvenes , boquiabiertos, espiaron por la estrecha rendija de la puerta. Tumbada sobre una gran mesa de madera , con la minifalda subida hasta la cintura, Amparo fumaba su porro mirando al techo. Enmarcado por las finísimas blondas del liguero negro, la llamarada de su coño rojo, acuoso y palpitante , componía un cuadro policromo que su amiga observaba acariciándose los pezones. Inma, deseando añadir un "toque" a tanta belleza, inclinó sobre el pubis de Amparo una pequeña copita rebosante de licor verde. La menta cayó , gota a gota, sobre el rosado clítoris, formando un diminuto charco del que sobresalía el islote carnoso. Siguió chorreando sobre la sensual grieta hasta que la zona se anegó completamente trasmutándose en un nuevo y dulce Mar de los Sargazos. Hociqueó , la golosa, lamiendo el licor esmeralda y afrodisíaco, levantando oleadas de placer en el cuerpo de su amiga conforme ahondaba con su lengua en la sima salada de color bermellón .

Sudaban, mientras, los maridos con ojos desorbitados. Hacía rato que Vicente notaba la dura verga de su amigo apretando sobre su nalga izquierda. El aliento de Carlos, amalgama de tintos españoles, whiskis escoceses, cavas catalanes y fumatas morunas, le golpeaba la nuca. Un escalofrío le recorrió la columna al recordar viejos placeres, apenas iniciados en aquella casita de su adolescencia…

Queriendo huir de los recuerdos, de las tentaciones a las que no quería ceder, Vicente dio un paso adelante, entrando en la cocina y dejando la mano de Carlos tanteando – por segunda vez en aquella noche – el aire cercano a su paquete.

Justo en el momento en que entraban ellos, Inma se puso de pie . Los labios vaginales de Amparo daban las boqueadas, recién saboreado el primer orgasmo de la larga noche.

Inma se volvió hacia los dos hombres. Pronto cayó el vestido a sus pies, como la piel de una serpiente negra brillante de lentejuelas. Las bocas de Carlos y Vicente tomaron los lóbulos de las orejas de Inma. Hacia rato que no llevaba pendientes. Mejor. Chuparon delicadamente los carnosos y horadados trocitos de seda perfumada. Las manos de los amigos se repartieron equilibradamente el cuerpo de la mujer, sin distinción ninguna de vínculos matrimoniales. Los senos, cada uno de ellos , eran por sí solos un portento. Sin apartarse ni un milímetro de la satinada piel femenina, rastrearon con los labios por el largo cuello, inhalando el misterioso perfume de hembra en celo. Los dientes y las lenguas de Carlos y Vicente se sumaron al festín, haciendo los honores a los gruesos pezones, lamiendo las areolas , casi masticando los botones sensibles y protuberantes. Las viriles manos reptaban mármol abajo , encontrándose fugazmente en la rotonda del ombligo para seguir – cada una por su lado - hasta la concha partida, hendida en un profundo tajo. Hicieron presión cada uno por su lado, abriendo la mínima compuerta vaginal. Amparo, repuesta de su corrida, se acuclilló ante los tres, acariciando el sexo de su amiga con dos dedos en cimitarra.

Se declaró la lucha libre. Volaron las últimas prendas. Allí mismo, en la cocina, se engancharon como perros, penetrándose en maravillosas e inverosímiles posturas. El vapor de la cafetera hacía rato que embriagaba el ambiente. Las colillas de los porros daban los últimos estertores , elevando discretas columnas de humo con mensajes de amor carnal. Las mujeres fueron folladas una y mil veces, sin dejar conductos por descubrir. Ellas, como pioneras de la noche, aceptaban cualquier embate, viniese de donde viniese. Brillaban las vergas, rezumantes de jugos tibios, hundiéndose entre chapoteos en aquellos gloriosos coños, en aquellos anos receptivos, en aquellas bocas de carmines difuminados por las descargas seminales…

Carlos, por tercera vez, quiso implorar de su amigo la satisfacción de ocultas pretensiones. Aprovechó que Vicente estaba acosado por Amparo y por Inma, emparedado por sus costados, recibiendo mordiscos en el cuello, chupadas en sus pezones y caricias en sus nalgas, para arrodillarse ante él. Con los muslos abiertos, Vicente ostentaba la gloria de su potente lingam , exhibiéndola impúdicamente, emulando a cualquier dios pagano de la fertilidad. Las dos mujeres, desde sus atalayas, miraban el rostro implorante del macho humillado, leyendo en sus ojos el deseo incontenible por la carne del otro macho. Fueron testigos silenciosas de sus labios entreabiertos, húmedos, acercándose hacia el glande prohibido. Vicente , atosigado por las caricias de Amparo e Inma, miraba al techo sin percatarse de lo que ocurría a sus pies.

En el momento que el anillo formado por los labios de Carlos atrapaba la enorme bellota, Vicente miró hacia abajo, y, al darse cuenta de lo que ocurría, de forma incosciente echó las caderas hacia atrás, sacando su miembro de la boca de su amigo, negándole con tacañería lo que con tanta generosidad ofrecía a las mujeres. Un ramalazo de dolor , de desdicha avergonzada, de deseos rotos, cruzó como un relámpago por los ojos del despreciado. Fueron unas décimas de segundo, intensas, casi sollozantes.

Desde la cercana granja, rompiendo el silencio del alba, un gallo cantó a los primeros rayos de sol . Y, tras haberse negado tres veces, Vicente comprendió de repente algo muy hondo que ni él mismo sabía. La oscuridad, la frialdad de sus ojos, dejó paso a un amor profundo y cálido, a un conocerse a sí mismo, a un aceptar sus propios deseos. Y, por fín, su sonrisa iluminó la cocina.

Vicente, posando muy suavemente las manos sobre la cabeza de su mejor amigo , comenzó a meterle la larga polla por su boca crispada, ofreciéndose todo él con este gesto.

Amparo e Inma, como gallinas cluecas, como palomas zureantes, arrullaron a sus machos en su acto de amor, mientras ellas se daban el pico y acariciaban – una vez más – sus rezumantes yonis.

 

AMARILLO.-

 

Caen los copos a ritmo de vals. Los cuatro amigos gozan de la nevada primaveral que está tiñendo de blanco el rojo sangre de las rosas. Como el pelo de Amparo, en el que ya cede – a marchas forzadas – el incandescente brillo de su pelirroja cabellera , al avance imparable, a la cruel ignominia de las malditas canas.

Hace fresco bajo la pérgola . Pero ellos se sienten jóvenes , y aguantan girando y girando, mirándose a los ojos, riéndose con sus dentaduras bien atornilladas a las encías. Termina el vals. Jadeantes, se derrumban sobre un banco de madera, casi sin aliento, sujetándose los cansados corazones.

En el silencio que sigue a las últimas notas, se oye, a lo lejos, tras los cristales de la Residencia, la música que indica que terminó la película. Los residentes marchan , entre toses y siseos de sillas de ruedas, comentando la película. Seguro que las mujeres han llorado. Ellos tragan las lágrimas. La verdad es que " Del Rosa al Amarillo" no es película para ver en una residencia de ancianos.

Son las tantas de la madrugada. Un coche frena en el aparcamiento de la Residencia. Cuatro pares de orejas intentan captar algún otro ruido. Apuran el café de un solo trago. Ellos, sigilosos, toman su viagra. Ellas los miran compasivas : no necesitan de tales ayudas.

El portero de noche toca suavemente en la puerta. ¡ Cuánto poder de persuasión tienen unos miles de euros!. Sí, sí, están preparados. Que pase la visita.

La visita se compone de dos personas. Jóvenes, muy jóvenes, obscenamente jóvenes. Ninguno de los dos tendrá más allá de veintitrés años. Si la chica es hermosa, su novio no le va a la zaga. Porque son novios. Pareja estable ( según les contó el nieto de Vicente ). Universitarios de pocos recursos y con las cosas muy claras. Se dedican – en sus horas no lectivas – al espectáculo. A dar el espectáculo con sus cuerpos de ensueño y su moral inexistente. Solo para circuitos privilegiados. Con los privilegios que se pueden costear cuatro ancianos a los que les tocó un buen pellizco en la Lotería.

El dormitorio está caldeado. Sobre el suelo, recordando viejos y buenos tiempos, los cuatro han hecho un cuadrilátero a base de colchones. Se sientan cada uno en un extremo, como cuatro angelitos, como cuatro gárgolas. El centro lo dejan para la pareja, para la carne joven y suculenta, impúdica y deliciosa. Está todo hablado ( mejor dicho : escrito punto por punto) con el acuerdo económico y las prestaciones a realizar. Sin límites de ninguna clase para el sexo ( no para cualquier clase de violencia ).

La pareja , enseguida, entra en ambiente. Se besan y acarician, se ofrecen a sus espectadores. Ella parece arrancada de un poster central del Play-boy. El podría pasar, perfectamente, por un actor de cine. De esos que derrochan músculos y simpatía, hermosura y virilidad.

La viagra está haciendo efecto. Se elevan los falos, como los cuellos de un cisne lanzando su último canto. Amparo e Inma notan la humedad de sus marchitas entrepiernas. La belleza de la pareja central los atrae como un sol a sus satélites. Aletean como polillas alrededor de la luz. No temen quemar sus alas ante este último y sublime acto de concupiscencia… Las bocas, los muslos, las manos de los cuatro ancianos, cubren la exquisita carne comprada a precio de oro. La lujuria invade el dormitorio. Todo está permitido. Todo vale. Todo es amor.

Sobre la alcoba flota un extraño aroma : semen, flujos, juventud y vejez. La pareja ya marchó con su carga de esperma y euros. Han follado y los han follado. Han disfrutado mucho , mucho, una vez superados los escrúpulos iniciales.

Bajo el embozo de las camas , entrelazan las manos. Cada oveja con su pareja. ¡ Desde hace tantos años!. Inma acaricia – entre sueños – un seno de Amparo. Ésta, friolenta, incrusta una nalga –fría como el hielo- en la entrepierna de su amiga, de su amor.

Carlos, aprovechando un último arrechucho de la viagra, intenta penetrar a su pareja. Pero la noche fue muy intensa . Antes de conseguir su objetivo comienza a roncar en la oreja de Vicente, dejando para mejor momento sus apetitos de enamorado.

Y los cuatro sueñan con caminos pedregosos, con bicicletas embarradas y campos perfumados con aromas a tomillo y romero, a estiércol húmedo y surcos humeantes. Y en una vida compartida plenamente, hasta el final.

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