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La gula

en Textos de risa

LA GULA

Daniela, la hermosa Daniela, estaba gorda. Por lo menos así se sentía ella, así se lo decían, se lo susurraban, se lo tiraban en plena cara sus vestidos, sus jeans, toda la ropa del fondo de su armario que no podía ponerse.

La cosa no podía seguir así. Como locutora de televisión que era, debía mantener una imagen. Su público merecía cierto respeto. Además, los hombres ya no la miraban igual. Ella seguía teniendo un hermoso rostro, pero su figura … La gota que colmó el vaso fue durante un programa que grabaron para rellenar un hueco en un día festivo. Normalmente, Daniela no miraba las copias de las emisiones en directo. Estaba muy segura de sí misma y durante mucho tiempo había brillado con luz propia. Las cámaras estaban enamoradas de ella. Siempre había tenido una figura despampanante y su voz era cálida y sensual. Todo perfecto. Hasta aquella noche.

Llegó con el tiempo justo a la grabación. En el vestuario había elegido un traje ceñido que no se había puesto desde varios meses atrás. Todavía recordaba las miradas de envidia, de admiración , que cosechó con aquel traje blanco de irisaciones plateadas.

Se lo embutió sin darle demasiada importancia al forcejeo que tuvo que tener con la cremallera. Ya le estaban dando el segundo aviso. En unos instantes comenzaría la grabación. Y Daniela corrió hacia el plató , donde llegó jadeante.

***

Lívida, muerta de rabia, rebobinó una vez más la cinta del programa. ¿ Aquello era ella?. ¿Tamaña GORDA , enfundada en un traje reventón, con las costuras amenazando estallar, con la cintura emulando un muñeco de MICHELÍN … era la otrora "divina Daniela ?. Se juró y se perjuró que aquello no podía seguir así. Ella era famosa por su fuerza de voluntad, por el coraje que sabía echarle a todo lo que se proponía. Y se había propuesto ADELGAZAR por encima de todo.

Y lo cumplió. ¡ Vaya si lo cumplió !.

El régimen que se impuso era salvaje, inhumano, insalubre total. Comenzó a perder kilos a ojos vista. Se autocontroló mentalmente, hasta tal punto, que no sentía hambre. Solo bebía un mejunje asqueroso, nauseabundo, que no le daba la menor gana de probar la comida. Además ella no necesitaba acupuntura en los lóbulos de las orejas, ni zarandajas por el estilo, para engañar el apetito . Tenía un truco infalible : que le asaltaba la ansiedad, polvo que te crió. Se pasaba medio día follando por los rincones. Igual le daba un electricista, que un cámara, que un periodista, un invitado o un barrendero. Cópula va , y cópula viene, se relajaba que era un primor. Luego se bebía su mejunje … y perdía otro kilo. Ya estaba casi al límite. Unos pocos gramos más y rebasaría ( por debajo ) el peso que tenía antes de comenzar a engordar, cuando todo el mundo la tachaba de escuálida.

Pero ella no se conformó. Cada vez que recordaba la cinta, cada vez que se veía con el traje blanco , igualita que una morcilla de arroz… quería seguir perdiendo y perdiendo y perdiendo… Y , eso, la perdió.

La culpa, quizá , no fue toda de ella. El chico era muy guapetón, bien plantado y un poco rarito. Tenía sus fantasías y tal. Era un chavalote ( bastante más joven que ella ), actor de películas porno. Según decían , su verga era un hito en la meca de las vergas. Daniela no había visto nunca ninguna película de él. La verdad es que ella no era muy aficionada a los erotismos de pantalla o de papel couché. Prefería las cosas en vivo y en directo. Más que en directo : en directísimo.

Con la excusa de ultimar detalles para la entrevista, la periodista hizo llamar al muchacho a su camerino. Acudió él , con la polla bien marcada bajo el ajustado jeans. Incluso se quedó de pie, ante ella, ligeramente abierto de muslos, bien plantado sobre sus botazas militares. Llevaba una larga melena castaña, lisa y hasta los hombros. Barba de dos o tres días. También hacía publicidad en el frontal de su torso, con una ceñida camiseta en la que aparecía el título de su última película ( sobre la que iban a hablar en breves minutos ).

Daniela, a mitad de vestir, lo miraba sentada ante su gran espejo orlado de luces. Se volvió lentamente hacia él. Hirviente la entrepierna, trasparentes los pezones bajo el batín de seda. Adelantó las manos, como garras, hacia las caderas del muchacho, atrayéndolo hacia sí, hundiendo la nariz en la bragueta prodigiosa. Inhaló el perfumen variado a juventud y a sudor, a colonia íntima, y a otros efluvios que en aquellos momentos prefirió no identificar. Comenzó a desabrocharle el ancho cinturón, maravillándose de la pastilla de chocolate que eran los abdominales del actor porno. No le extrañaba en absoluto la fama que tenía el muchacho ¡ estaba de muerte !. Cayó el pantalón hasta los tobillos masculinos. El Calvín Kleín guardaba el enorme tesoro, propiedad exclusiva del actor y de la productora que lo exprimía. Daniela acercó los labios a la protuberante delicia, abarcó el grosor inaudito…

El muchacho la hizo parar. Le dijo algo sobre un capricho que tenía. La mujer quedó expectante, mientras – él – se volvía de espaldas y bajaba el slip hasta sus corvas. Sacó algo que llevaba en un pequeño bolso de mano y estuvo trasteando mientras Daniela oía el gruñido de su propio estómago ( que se le revelaba de tarde en tarde contra el engaño constante al que lo tenía sometido ). Finalmente, el chico se volvió lentamente. Daniela le miró directamente al rostro, deslumbrada por la sonrisa– de oreja a oreja – que llevaba el actor mientras posaba sus grandes manos sobre la cabeza de ella. Bajó su mirada la esquelética locutora, y sus ojos se abrieron desmesuradamente. No quedó impactada por el extraordinario grosor, por la inmensa longitud del miembro viril. No. Lo que la hizo babear, deglutir saliva, sentir de golpe un hambre, una gula horrorosos fue … que el actor porno se había embadurnado toda la verga con ketchup y mostaza, y se la agitaba ante las narices como un enorme, fantástico, delicioso, suculento, irrechazable hot-dog, perrito caliente al que Daniela, loca de hambre, le lanzó una furiosa dentellada arrancándole más de la mitad de un solo bocado.

Y es que, queridos amigos, todo tiene un límite.

 

Carletto.

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