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La amazona

en Sadomaso

LA AMAZONA

Alicia levantó la mirada del libro que estaba leyendo y se fijó en el paisaje por el que transitaba en aquellos momentos el tren. A lo lejos se distinguía la mole gris del castillo. Pronto pasarían sobre el puente de piedra, unos Kms. más y … fin de trayecto. Se desperezó antes de levantarse del asiento del tren, agitando su larga melena rubia. Un gran bostezo casi le descoyuntó la mandíbula. Se repasó el carmín de los labios – rojo sangre – y luego miró en un pequeño espejo sus blanquísimos dientes, pasando un dedo sobre ellos para eliminar cualquier rastro de pintalabios.

Casi estaban llegando a su parada. Arrastrando la maleta por el pasillo, llegó a la altura de dos adolescentes que miraban por la ventanilla abierta, un poco inclinados hacia delante, con los que sus culos respingones se ceñían provocativamente a la tela de sus pantalones y quedaban como ofrecidos a quién pasara por el pasillo. Alicia dejó la pesada maleta y el macuto en el suelo y , fingiendo querer mirar ellal también por la ventanilla, se colocó entre ambos apartándolos con los hombros. Los chicos no replicaron y la miraron con curiosidad. La joven observó por el rabillo del ojo que eran gemelos idénticos, con unas melenas cortas y muy rubias – casi blancas- de rostros agraciados y muy juveniles. Alicia calculó que tenían toda la pinta de pertenecer al Internado y , con toda seguridad , debían ser de primer curso. Esto le dio una idea : bajó ambas manos por los costados de su cuerpo y , como quién no quiere la cosa, las colocó engarfiadas en los traseros de los chavalines, que no dijeron ni "mu". Pronto notó ella las manos de ellos escabando por su bragueta y acariciando bajo la liviana tela de su vaquero la hendidura de su sexo. Los miró sucesivamente a ambos directamente a los ojos y ellos bajaron la mirada en una actitud sumisa que le encantó.

El tren había llegado a su destino. Alicia hizo a los gemelos que cargasen con sus bártulos y ellal les siguió con las manos en los bolsillos , unos pasos por detrás de ellos para poder admirar la hermosura de sus traseros. De cuando en cuando les daba una fuerte palmada que los hacía trastabillar y ,cuando se volvían con una sonrisa de sumisión en la boca él notaba las tremendas erecciones que tenían ambos, muy excitados con el castigo.

Mientras esperaban el autobús que los llevaría al colegio, la joven los hizo acompañarle al W.C. . Allí les hizo despojarse de sus camisas y , con gozo, observó que ambos llevaban los pezones adornados con unas anillas de plata. Cogió a uno de los hermanos metiendo los dedos índices de cada mano por el interior de las anillas, y lo atrajo hacía sí con brutalidad, buscando su jugosa boca que mordió hasta casi hacer sangrar. Lo dejó relamiéndose y cogió al otro con el que repitió la acción. Los chicos eran de una sumisión indecible, y la miraban con una expresión de agradecimiento tal, que casi se arrepintió de haberles dado tal placer.

***

Acabando de sonar las doce campanadas de la noche, Alicia se dirigió a la zona prohibida de los no iniciados. Dando una contraseña mediante golpes suaves con una pequeña aldaba de plata, se abrió una puerta que le dio acceso a un pasillo totalmente alfombrado. Al final, le esperaba un mayordomo con librea, que le indicó una puerta en la cual entró la mujer. Era un vestuario. La joven amazona se desvistió con parsimonia, mirándose en el gran espejo que cubría toda una pared. Acarició sus pezones hasta que estuvieron erectos y, luego, se calzó unas altas botas de cuero de altísimos tacones, con unas afiladas espuelas de oro que tintineaban al moverse. También se embutió en un "mono" del mismo material que se ceñía a sus curvas como un guante. En la parte de los senos, dos redondeles con los bordes de oro dejaban que éstos estuviesen a la vista, duros como piedras. La fusta que completaba el atuendo, era regalo de su madre, antigüa alumna del internado.

Salió nuevamente al pasillo donde seguía esperando el mayordomo. Este, con disimulo, la miró admirativamente, pero ella lo miró con desprecio y se pegó dos fustazos en las botas, en señal de aviso. Parados ante una inmensa puerta de roble, el mayordomo apretó un botón invisible que hizo abrirse la hoja silenciosamente. Hizo pasar a la mujer y cerró tras ella. Alicia se encontró al pie de una inmensa escalera de mármol, junto a la que esperaba – a cuatro patas – un tierno adolescente perfectamente enjaezado para una cabalgada .En lugar de bocado, llevaba un ancho collar de cuero que le rodeaba toda la garganta, y del cual – mediante un nudo corredizo, colgaban las riendas. La amazona, sin mediar palabra, se sentó dejando caer todo su peso sobre la frágil espalda y , dando un talonazo contra el muslo del pony, le clavó la espuela sin miramientos. Piafó el caballo y comenzó la difícil ascensión. Al ir tan inclinada hacia atrás, Alicia sujetaba con fuerza las riendas ,con lo que éstas se tensaban al máximo y cerraban el nudo corredizo sobre la garganta de la montura , casi sofocándola. A mitad de la ascensión, el pony chorreaba sudor por todo su cuerpo. Varias veces cayó de bruces contra los escalones, quedando despatarrado sobre ellos. La inflexible ama no desmontó ni una sola vez y , a base de fustazos lo hacía levantarse. Las ancas del caballo eran un amasijo de verdugones sangrientos y las señales de las espuelas punteaban la piel de los muslos. Ante el respirar agónico de la montura, Alicia se inclinó sobre su nuca y le susurró la promesa de un gran premio si lo conseguía, con lo que se redoblaron los esfuerzos de la delicada montura, consiguiendo coronar la empresa con éxito.

Fiel a su palabra, la joven, esparrancada sobre la espalda del jamelgo, esperó a que éste recobrara la respiración. Cuando ya estaba más tranquilo, desmontó hábilmente y se colocó con los muslos abiertos ante su cara. De un ligero tirón, abrió el mono de cintura para abajo, quedando su pubis justo en la barbilla del pony. Una vez ubicado en tal lugar, el ama apretó su bajo vientre contra la boca del esclavo, comenzando a orinar con fuerza dentro de la boca del caballito, inundándola con un potente chorro hasta acabar. El dominado se relamió, no dejando escapar ni una sola gota del ardiente líquido dorado.

La última puerta se abrió sin necesidad de llamar. Alicia quedó admirada por la belleza de la sala en que se encontraba ahora. Unos altísimos vitrales de colores, iluminados por potentes focos de luz artificial, daban al gran salón un aspecto de ensueño. Los dibujos de las cristaleras representaban escenas de todo tipo del gran arte del ponyplay. Desde las formas más sencillas a las más sofisticadas. Desde las más inocentes a las más crueles.

La rubia amazona admiró a continuación las dos hileras de corceles que esperaban enjaezados a ambos lados del salón. Todos eran hermosísimos, de una delicadeza casi etérea. Parecían haber sido seleccionados por la fragilidad y longitud de sus miembros, por la redondez mórbida de sus nalgas, por la sumisión de sus ojos equinos. Entre ellos, reconoció a los hermanos gemelos que venían en el mismo tren que ella.

Alicia fue conducida a unos amplios sillones tapizados de suave cuero ,donde ya esperaban otras once jóvenes amazonas, ninguna de más de veinte años, al igual que ella. La hermosura de sus caras iba pareja con la de sus cuerpos, felinos y mórbidos, de generosos bustos y amplias caderas. Unos jovencitos , casi niños, ejercían de criados y ofrecían bandejas de suculentas viandas. Otros, escanciaban vino en repujadas copas de oro , con zafiros , rubíes y turquesas engarzados en forma de guirnaldas. Saciados los apetitos terrenales, las amazonas comenzaron a rebullir en sus asientos, deseando ya la prometida cabalgada.

Se oyó el cristalino sonido de una campanilla de plata. Al hacerse el silencio, aparecieron por un lateral varias mujeres maduras, junto con un grupo de jóvenes, algo mayores que Alicia. Todas cabalgaban sobre ponys enjaezados de una forma lujosa. Se colocaron de forma de que las viesen desde toda la sala. Informaron de que , tanto las monturas como las amazonas, habían pasado unas rigurosas pruebas de selección, y que la última – para las amazonas – había sido la ascensión por la escalera : aquellas que habían desmontado para ayudar a la cabalgadura, habían sido eliminadas fulminantemente. Luego, la que hacía de Maestra de Ceremonias, hizo pasar ante su cabalgadura a cada una de las amazonas, y les hizo entrega de un sello de oro con un logotipo en relieve. Alicia recibió el suyo y fue acompañada por un criadito ante una de las monturas. Estas se habían colocado con las patas delanteras dobladas de forma que las cabezas rozaban el suelo y las ancas subían en postura ofrecida. Tras recibir unas rápidas indicaciones del Maestro, las jóvenes amazonas, dejaron caer los sellos dentro de un pequeño incensario lleno de brasas que portaban los criaditos. Pasados unos minutos, Alicia sacó el sello – al rojo vivo – mediante unas tenacillas de plata y, acercándose a su montura, le pegó a la piel blanquísima de su anca derecha la ardiente joya. El alarido que dio su montura quedó apagado por los once alaridos de los otros caballos. Durante unos minutos un intenso olor a piel quemada invadió el ambiente. Alicia dilató con delectación sus fosas nasales, disfrutando del exquisito perfume. Los criaditos, mientras, habían cubierto las llagas con pomada suavizante y cicatrizante, con lo que , una vez limpias las heridas, aparecía nítida la señal de la dueña del caballo.

Sonó otra vez la campanilla. Las monturas se colocaron en posición de iniciar la cabalgada. Alicia, encaramada en la espalda de la suya, observó con placer que, por la longitud de los miembros del chaval, sus pies no llegaban a rozar el suelo, con lo que ella iba comodísima, dejando caer todo su peso sobre la columna vertebral del caballo.

Resonó en la estancia una marcha militar y comenzó el desfile marcial de las amazonas y sus monturas. Los jóvenes, hacían corcovear muy ufanas a sus monturas y así siguieron por espacio de mucho rato. Finalmente, el cansancio iba venciendo a los ponys y ,de cuando en cuando, alguno caia desfallecido, por lo que – inmediatamente- era azotado por su jinete hasta que retomaban la posición en la fila.

Misericordiosas, las componentes de la logia, hicieron parar unos minutos el desfile. Sin descabalgar, la amazonas tomaron otro piscolabis servido por los criaditos, y luego siguieron la cabalgada. Durante media hora , informó la Maestra, se podrían intercambiar las monturas. Alicia, montó un negro alazán al que le había echado el ojo por haberse percatado que era uno de los que demostraban mayores signos de cansancio. La curva de la espalda de la montura se adaptó a las mórbidas nalgas de la bella amazona. Alicia restregó su desnuda vulva por las vértebras del negro, para dejar su intenso perfume a dueña marcado en el corcel ajeno. Notó una inmediata excitación, que se acrecentó al pegarle varios fustazos en las nalgas del morenito.

Volvieron cada cual a su montura. Alicia acarició la nuca y las orejas de su chavalín, prometiéndole el paraíso terrenal en la próxima orgía. Se colocaron todas las monturas en círculo, como si estuviesen en una mesa redonda. Al centro hicieron salir a los dos gemelos , que iban montados a su vez por otras dos hermanas gemelas, a cual más bella. El espectáculo consistió en que las amazonas, seguramente muy entrenadas, cogieron con las puntas de sus botas – sin desmontar – los miembros colgantes de sus caballos y , a fuerza de restregarlas de arriba abajo, consiguieron una copiosa eyaculación de los jóvenes sementales..Luego, montada otra vez la rueda, cada amazona montó de espaldas y , poniendo muy juntas las monturas de forma que la cabeza del caballo siguiente estaba casi incrustada entre las ancas del anterior, cada amazona acercó su vulva a la boca del caballo que le seguía, y, obligando a la vez a que cada montura menease cadenciosamente las ancas, consiguieron unos cunilingus caballunos muy placenteros.

La noche casi tocaba a su fin. Finalmente, desmontaron las amazonas y cada cual hizo lo que quiso con su montura. Unas , encularon a sus caballitos ,de forma inmediata ,con enormes dildos forrados de cuero. Otras prefirieron azotar las nalgas equinas hasta hacerlas sangrar. Aquella , prefirió martirizar un poco más a su montura tirando de finos cordoncitos atados a las anillas de los pezones. Esta ordeñó a la suya mientras con otra mano apretaba los doloridos testículos del pobre rocín.

Alicia prefirió sentarse cómodamente en uno de los sillones, con cada muslo apoyado en un reposabrazos. A su esclavo le hizo abrir la boca, y que agarrase con los dientes el extremo de un largo vibrador . En los testículos del animal había enrollado unas tiras de cuero que gobernaba ella con cada mano. El pony llevaba los ojos vendados y, las muñecas atadas a los tobillos, con los brazos extendidos hacia atrás. De esta guisa, estiró de las tiras de cuero obligando al chico a que acercase el vibrador a la entrada de su vulva, y , siguió dándole pequeños tirones hasta que el artefacto estuvo alojado, casi en su totalidad , dentro de ella. La amazona cerró los ojos y , arrullada por los relinchos de dolor de las pobres bestias, se durmió.

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