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Madame Zelle (09: Pupila de la Aurora - Final)

en Grandes Series

MADAME ZELLE

Resumen de lo acontecido : La vida de Li-an ha transcurrido cuidando y perdiendo seres queridos. Todos quedaron atrás : su amante y luego esposo Symen-Ting, su adorada Capitana Ching, la Dueña del Burdel, su pobre hija Flor de Cerezo, Camila Zelle - madre de Margaretha-, Daniel Rebull - padre de su nieto Albert... Tantas aventuras, tantas catástrofes, tantas penas y alegrías. Casi el punto final lo puso el estallido del volcán, su naufragio y su salvamento. La rica Mariona partió hacia España con su nieto Albert, así como Li-an llegó a Holanda con la pequeña Margaretha para entregarla a su abuelo Adam Zelle. La historia de Li-an pasa a un segundo plano, puesto que es ahora Margaretha la que cuenta SU historia, la que recuerda desde que cumplió siete años hasta el momento actual, en que la está escribiendo desde la celda en que está encerrada en el castillo francés de Vincennes.

***

Vuelves a dejar la larga pluma de ganso dentro del tintero. El alba se cuela entre las rejas. Debes darte prisa Margaretha. En tu mente hay un largo espacio en blanco desde la explosión del volcán hasta las primeras semanas en Lyden. Días y días de hospitales y sanatorios, de batas blancas y de lágrimas rodando por vuestros rostros. Luego, de improviso, el cariño agobiante de tu abuelo Adam Zeller, al que apodaban "El Barón" por sus delirios de grandeza. Todo vuelve a pasar nítidamente ante tus ojos. Incluso oyes el cascabeleo de la carreta dorada. Dosificas la tinta y te inclinas,una vez más, sobre el papel amarillento.

 

***

 

 

Capítulo -IX : "Pupila de la Aurora"

 

"Li-an, mi aya, mi buena amiga, mi abuela postiza, me contaba que aquel día yo parecía una muñeca. Ojos inmensos, azules como los mares de Oriente, pelo negro, largo y ensortijado. Mi abuelo se había empeñado en vestirme como a una princesa, y eso es lo que parecía : una princesa irreal, de cuento de hadas. Las dos cabritas blancas balaban enjaezadas a una carroza dorada, con ristras de abalorios y campanillas de plata. Todo un espectáculo para mis nuevas compañeras del colegio más caro de la ciudad. Parecía una novia en miniatura, llevada al trote hasta unos hipotéticos esponsales. Se burlaron a más y mejor, pero sus risas no hicieron mella en mí, totalmente inmersa en el descubriento del placer inigualable de verme convertida en el centro de todas la miradas. Sí, desde el primer momento comprendí que yo era diferente de las demás niñas : mi naturaleza ansiaba brillar sobre todas las cosas... y lo conseguía.

Mi abuelo pronto se arruinó, como era de esperar, al querer darme a manos llenas todo lo que mi voluntad caprichosa le exigía. Su modesto establecimiento de sombrería fue malvendido, y quedamos inmersos en una pobreza desoladora. Las autoridades locales llegaron al extremo de enviarme a la Escuela Normal de Lyden, vista la incapacidad de mi abuelo para hacerse cargo de mí. Allá quedó él, con la compañía silenciosa de mi aya Li-an, agonizando por la humillación de ver a su nieta bajo la férula de la caridad pública.

En aquellos años florecí de una forma extraña. Desprendía un exotismo raro, que yo intentaba subrayar por todos los medios, mezclando mentiras y verdades hasta límites que ni yo misma podía desentrañar. En mis fantasías, a mi madre, Camila, la convertí en gloriosa bayadera del templo de Kanda Swany ( cosa que era una mentira palpable), que murió a los catorce años al darme a luz ( verdad absoluta ) y - por último- relataba sin empacho que mi verdadero nombre era Mata-Hari, que - según suponía- se podía traducir como "Pupila de la Aurora". Y, dicho esto, daba media vuelta y caminaba con todo el exotismo del que era capaz, atrayendo todas las miradas cuyos poseedores vistiesen pantalones.

Aquellos andares me produjeron no pocos problemas. El más acuciante se llamaba Wibrandus Hannstra, que era el director de la institución en la que estaba internada. No quiero explayarme en nuestra relación, puesto que no me gusta escarbar en detalles escabrosos, pero diré simplemente que, durante la mayor parte de aquellos años, los pasé huyendo del acoso sexual y de los castigos que me imponía el tal Wibrandus.Dentro de mí pugnaba por salir una personalidad viciosa, hambrienta por volver a probar las sensaciones controvertidas que había dejado en mí el oficial holandés - mi violador a los siete años- con lo que desarrollaba picardías impropias de mi edad ante el director paidófilo. Ante el resto de compañeras me mostraba pudibunda, pero apenas podía cruzar con él una mirada , dejaba que el fuego más abyecto asomase durante unos segundos a mis pupilas, enervándolo hasta hacerle rozar los límites peligrosos del infarto. El aprovechaba cualquier excusa, más o menos plausible, para llamarme a su despacho, para rozarse conmigo como un animal en celo, para - incluso - atosigarme de una forma constante con castigos físicos perversamente calculados. Castigos y acosos que le hice pagar con creces tiempo después.

A mis esplendorosos ( y ¿porqué no decirlo?) viciosos quince años, mi fama de seductora era la comidilla dentro y fuera de las paredes del colegio. Según aumentaba el volumen de mis pechos, la esbeltez de mi cintura, la opulencia de mis nalgas, tomé conciencia del poder que había adquirido sobre los hombres, y , especialmente, sobre el director del colegio. Tuve la vengativa satisfacción de verle arrastrándose a mis pies, gimoteando en público y haciéndome llegar horrendas poesías-como si fuese un locuelo adolescente-con tal de conseguir mis favores.

Poco antes de cumplir 18 años, murió mi abuelo. Li-an y yo nos mudamos a La Haya, a casa de un tío que me acogió tras contarle el acoso al que me sometía constantemente el baboso profesor Wibrandus. Aguanté un tiempo allí, pero necesitaba zafarme de la vigilancia a la que me sometía mi tío. La salvación me llegó una mañana de 1.895, al encontrar en un periódico local el siguiente anuncio : "Oficial destinado en las Indias Orientales holandesas, desearía encontrar señorita con buen carácter con fines matrimoniales".

Li-an y yo saltamos alborozadas. La vida resuelta, vuelta a nuestras queridas tierras orientales ( visita a la tumba de mi madre, incluida) e incluso la posibilidad de ver ( conocer ) a mi padre Sandok. Y, por si fuera poco, poder cumplir uno de mis más íntimos anhelos, aquél que nadie sabía, el que arrastraba conmigo desde mi violación por el oficial de marina holandés : la obsesión enfermiza por los uniformes militares.

Nos citamos en la puerta del Rijsmuseum de Amsterdam. El tenía 39 años, yo 18 recién cumplidos. En cuanto le ví, con su apostura tan marcial, su bigote aparatoso, sus galones, chaquetilla y sable...me derretí literalmente. Mis jugos femeninos corrieron libremente muslos abajo. No podía dejar de mirarle los labios, ansiosa de clavar mis dientes en su carnosidad gordezuela. Almorzamos cualquier cosa, ya ni recuerdo el qué. Al salir nos aguardaba un coche de punto y un larguísimo paseo en el que copulamos como animales. Nuestra pasión era incendiaria. Le obligué a que mantuviese puesta la chaquetilla y los galones, desnudo de cintura para abajo, ensartándome con su grueso sable de carne. Con el bamboleo del coche, nuestros cuerpos eran lanzados hacia un lado y otro, incrustándose él en mí y yo adherida en él como una lapa. Ensangrenté sus labios con mis dientes de loba y relinché de dolor y de placer insano cuando me cercenó el pezón izquierdo de un certero mordisco pasional. Los dos teníamos el mismo temperamento ardiente, por lo menos al principio.

Los reproches de Li-an llegaron demasiado tarde. No había recordado su consejo de introducirme en el útero una bola de opio, costumbre que -según ella- le había evitado siempre los embarazos indeseados. Quedé, pues, embarazada y tuvimos que casarnos de prisa y corriendo, sin los fastos que yo hubiese deseado. A los seis meses de casados dí a luz a un niño al que pusimos por nombre Norman.

***

Ascendieron a mi marido a comandante del primer batallón de infantería en Java. Nos trasladamos junto con Li-an y mi pequeño hijo Norman. Visitamos a mi padre en su pequeño reino, aunque él no era el Rajá, sino su hermano mayor. Nos acogieron con frialdad, y apenas pude disfrutar con la presencia de aquel padre al que no había conocido. Sin embargo tuve tiempo suficiente de interesarme, otra vez, por las danzas nativas, que me proporcionaron muchísimas horas de placer ante el espanto inconcebible de mi esposo, que comenzó a tomarme ojeriza y a acusarme de disoluta y viciosa. En la pagoda de Siva aprendí definitivamente los sagrados ritos de la danza, pese a los reproches contínuos de mi esposo, al cual todo lo que le gustaba de mí al principio, ahora le repelía. Reñíamos por cualquier causa y llegué a pensar que solamente me aguantaba por miedo a perder a nuestro hijo. Nuestro pobre hijo, muerto tiempo después por culpa del borracho de su padre, tan incapaz de cuidarle a él como de seguir enamorándome a mí. Caí en una fuerte depresión de la que no me podía sacar ni la triste sonrisa de mi hijita Louise, nacida al mes siguiente de morir Norman. La pobre niña estaba siempre asustada, alterada al oir nuestras eternas disputas de matrimonio mal avenido. Al final tomé la decisión de abandonarles a ambos : a mi esposo porque cada día me era más imposible aguantar el asco que me producía, y a mi hija porque consideré que mi personalidad no era la más adecuada para criar a una señorita.

Nos separamos en 1.902, quedándose mi pequeña con su padre y esfumándome yo sin dejar rastro. Nuestra unión había durado siete años.

***

 

El 18 de Marzo de 1.905 aparecí en París con el nombre, ¡ por fín !, de Mata-Hari. La alta sociedad parisina quedó deslumbrada por mi puesta en escena en el Museo de Arte Oriental de París, en una función promovida por mi protector , el coleccionista Guimet. Con un pocode arte y un mucho de originalidad y atrevimiento, puse el alma en vilo a los asistentes. Contorsiones sensuales y misteriosas - casi rozando la obscenidad pero sabiendo detenerme en el límite justo - efectuadas por mi cuerpo prácticamente desnudo ( a excepción de las cúpulas de bronce que cubrían mis senos ) , llevaron al paroxismo a todos los varones y a más de una hembra. Gocé lo indecible al sentirme objeto deseado por todas las miradas, como un imán que atraia hacia sí el hierro endurecido de todas las vergas. Repiqueteaban los minúsculos cascabeles de plata que adornaban mi tobillo, vibraban, temblaban, ansiaban ser poseidas , mis carnes de hembra de 29 años . Cada espectador creyó a pies juntillas que era PARA ÉL para quien yo estaba bailando en ese momento, POR ÉL por quien tenía humedecidos los pliegues de mi sexo. El triunfo fué apoteósico. La fascinación de los parisinos quedó reflejada por la prensa, y concretamente por la crónica que apareció al día siguiente en La Presse : " Mata-Hari es Absaras, hermana de las ninfas, de las Ondinas, de las walkirias y de las náyades, creadas por Indra para la perdición de los hombres y de los sabios ".

***

Un desfile inacabable de amantes pasó por mis brazos. Solamente ponía la condición de que ostentasen - por lo menos - un par de galones. Mi obsesión, mi locura por los uniformes llegó a extremos de no decir a nada que no. Simplemente me lo pedía un oficial ( o dos, o tres ) y yo ya estaba dispuesta, a cualquier hora, en cualquier momento, con cualquier combinación posible, acogiendo dentro de mí todo lo que quisieran meter.

Fueron doce años intensos, agotadores, irrepetibles. Noches inacabables de absenta y can-can, de bohemios y prostitutas, de bailarinas del Folie Bergére y del Mouline Rouge, de sexo oscuro y sudoroso, de orgias dignas de bacanales romanas.

De tarde en tarde, en los escasos momentos de lucidez, recordaba a Albert, a Mariona, a Daniel y a Flor de Cerezo. Li-an apenas hablaba conmigo. Me cuidaba y estaba al pie del cañón, pero sus labios estaban perennemente apretados en una línea recta y dura, reprochándome con su silencio todas mis locuras.

Tuve protectores ricos, contratos suculentos en las grandes capitales europeas y triunfos por doquier. Sin embargo llevaba dos espinas sangrantes clavadas en mi orgullo : el célebre Antoine siempre me rechazó para bailar en el Teatro Odeón , de París, y - a pesar de mi insistencia - Diághilev nunca se molestó en recibirme, lanzándome su desprecio al rostro.

La Guerra del 14 me pilló en Berlín. Ahí comenzó mi mala suerte, mi espiral sin retorno. Ensartada en la joven verga del jefe de policía de la ciudad, no tuve la celeridad ni los reflejos para huir de allí. Cuando quise darme cuenta, ya estaba en los brazos del cónsul alemán en Amsterdam, Kraemer, que era - a la vez - jefe del espionaje de su pais. Presionada por él, accedí a convertirme en la agente H-21, preparada para sonsacar información a los militares franceses. Y lo hice ¡ vaya si lo hice !. Y me gustó tanto, tanto, que quise jugar a dos barajas, convirtiéndome en agente doble.

Sin embargo, mi labor como espía resultó pésima. No podía, NO QUERÍA, pasar desapercibida. Además me había convertido en una mentirosa compulsiva, me encantaba el embrollo, y , sobre todo, me gustaba acostarme con los militares, aunque fuese perjudicial para mis misiones.

Por aquel entonces estaba enamoradísima del oficial Vadim Masslov ( varios años más joven que yo ) y que no tenía precio haciéndome gozar intensamente. Ese amor lo compaginaba con intrincados asuntos de alcoba entre Madrid, Amsterdam y Paris... con lo que la realidad se impuso a mi mundo pleno de mentiras, terminando detenida y acusada de espionaje. En el corto espacio de unos pocos meses, había tenido relaciones sexuales con los militares de todas las nacionalidades que estaban de paso en Paris, sin importarme la información que les podía sonsacar , sino solamente por placer. Pero eso fue algo que - aún a pesar de que era una de las pocas verdades que había dicho en mi vida - el tribunal francés no quiso creer, me acusó de alta traición y me condenó a muerte sin pruebas concluyentes.

***

Ahora no me queda sino vestirme, maquillarme, embellecerme para mis verdugos. Ya oigo, desde mi celda, el crujir de las botas en el patio. Lo que más siento es no poder despedirme de mi aya Li-an, a la que perdí de vista cuando me encarcelaron. Se que con mi vida acabará la suya, pero no tengo tiempo para desandar nada de lo andado ".

***

Notas los senos ateridos bajo la fina tela del vestido. Sabes que estás hermosa. Te lo ha dicho el espejo, y te lo recuerdan ahora las abultadas prominencias en los pantalones de los soldados. Al final de un largo pasillo te ha parecido ver una frágil figura : no, no puede ser. Ya tienes alucinaciones. Antes de salir al patio, una estirada enfermera te ofrece una humeante tisana. Quieres rechazarla, pero cambias de opinión : no quieres morir con el estómago estragado, haciendo ruidos molestos que devaluen tu estampa de devorahombres.

Avanzas tranquila, con paso firme pese a los altos tacones. Dejas tu huella en el suelo escarchado, deleitándote con las miradas de asombro rijoso de los jóvenes oficiales. Llevas tu traje de ceremonia, apenas una gasa liviana ciñendo todas y cada una de tus curvas de hembra madura. La vista se te nubla un instante. Miras sin rencor a los oficiales del pelotón de fusilamiento ( no has querido que te cubriesen los ojos ). Redobla un tambor. El primer rayo de sol atisba por una nube grisácea haciendo brillar la pedrería de tu escote pronunciado. Oyes, muy lejanas, las órdenes del oficial. En un extremo del patio negrean una sotana y varios sombreros de copa . Dos caballeretes escriben sus notas apresuradamente, ansiosos por correr al teléfono más próximo para dictar la crónica de tu muerte. Te sientes desfallecer, pero aguantas altiva. Llega la orden definitiva , y , con ella, el ruido ensordecedor que resuena ,mitigado, en tus oidos. Como conectado por hilos invisibles a los estampidos de los fusiles, tu cuerpo se desploma lentamente, mientras la oscuridad más completa desciende sobre tí.

***

Li-an se inclina con los ojos enrojecidos. Junto a ella, ansioso, te mira un hombre maduro de rasgos orientales y pelo claro. Ambos te besan las manos, te llaman por tu nombre : Margaretha, Margaretha...

No comprendes. ¿Estás en el cielo?. Casi te dan ganas de reir. ¡ Tú en el cielo ! Sonries y te miran felices, hablando a borbotones, quitándose la palabra uno al otro. Hablan y hablan. Fábricas vendidas. Masías hipotecadas. Pero nada es importante, salvo tú. De la riquísima herencia de los Rebull todavía queda mucho. El Gobierno francés accedió a la componenda : era demasiado dinero el ofrecido por Albert y por Li-an como para decir que no. Naturalmente con la promesa explícita de que Margaretha jamás volviese a pisar suelo francés, y que estuviese recluida de por vida en la Masía del Ampurdán. Todo se hizo bajo máximo secreto, implicando a las menos personas posibles. Balas de fogueo, un médico-oficial de alto rango-encargado de dictaminar la muerte de la espía... Sí, había valido la pena. Li-an había llegado en el último minuto, con el documento oficial aleteando sobre su corazón, con el alma en vilo temiendo por su niñita. Incluso ella se había encargado de proporcionar a la enfermera las hierbas de la tisana, la que había actuado en el momento exacto dejando como muerta a Mata-Hari.

El tren traquetea por la campiña francesa. Li-an dormita en el asiento, con la mente volando hacia su adolescencia, recordando las flores rojas, los pendientes largos de plata y a su bello Symen-Ting. Margaretha y Albert, enlazados por las manos, miran pasar el paisaje. La mujer posa una mano lánguida en el muslo masculino, lo recorre con suavidad, busca y encuentra. Los ojos de él se achican todavía más al sonreir. Su mano encuentra, sopesa y se admira del seno despezonado. Ambos recuerdan antiquísimos juegos realizados conjuntamente. Pita la máquina de vapor al pasar por un túnel. Margaretha abraza el cuerpo de su amigo, se admira de las anchas espaldas y de los músculos recios, calculando - a ojo de buen cubero - la talla de uniforme militar que gastará su próximo amante. "

 

 

Carletto.

 

 

NOTA DEL AUTOR : Toda la serie de "Madame Zelle" es pura ficción. Del personaje histórico de Margaretha Zelle ( Mata-Hari) y de su vida, he aprovechado lo que me interesaba para mi historia, haciendo de mi capa un sayo y mintiendo como un bellaco cuando me interesaba. Aún así, la mentira más gorda es la referente a que no murió cuando la fusilaron. Simplemente me he tomado unas "ligeras" licencias literarias para que la historia quedase más ...mejor.

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