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Madame Zelle (01: La aldea de yunnan)

en Grandes Series

MADAME ZELLE

INTRODUCCIÓN

 

El viento silba al colarse por las ventanas enrejadas. Un estremecimiento recorre tu espinazo, y casi parece que escuchas un nombre con cada ráfaga: Margaretha, Margaretha…Inclinada sobre el blanco papel dibujas la primera letra muy lentamente. Luego parece que una mano invisible se apodera de tus dedos, guiándote y arrancando recuerdos de tu mente que quieres volcar en esta noche pretendidamente otoñal. Tienes doce horas por delante, aunque no sabes si serán suficientes. ¡Son tantas cosas, excitantes, horribles, maravillosas las que quieres contar, revivir, incluso inventar …! Debes apresurarte para dejar plasmada tu historia.

Junto a ti, primorosamente planchado, algo ajado su terciopelo azul, reposa tu mejor traje. El vestido de las grandes ocasiones. El de tus citas con subtenientes, comandantes, capitanes y generales. Mañana lo lucirás orgullosa. Una vez más. Los dejarás boquiabiertos, con la comezón del arrepentimiento hormigueándoles las entrepiernas.

Sobre el lavabo, esperándote con su vientre repleto de milagrosos potingues, también está tu estuche de maquillaje. Confías en él más que en tu madre. Esa madre que – según has dicho siempre- perdiste al nacer, cuando ella apenas contaba 14 años.

En el exterior del castillo de Vincennes , el viento sigue ululando. Todo cruje en esta antigualla de piedra y maderas carcomidas. El cielo, encapotado, no ayuda a eliminar la sensación de que el invierno ya está aquí, a pesar de que el calendario indica la fecha del catorce de octubre.

Acabas de cumplir 41 años y todo el mundo piensa que eres una mentirosa patológica. Esta noche demostrarás que no lo eres. Dejarás prueba fehaciente de que todo lo que has ido soltando sobre tu vida no son meras patrañas.

Cierras los ojos. Quieres recordar algo lejano. Algo que ocurrió antes de nacer tú o cuando eras demasiado pequeña como para asimilar lo que te rodeaba. Eres la depositaria de aquello que te contaron. De lo que te susurraba, incansable con su voz melodiosa, tu haya china. Li-an y sus historias. Esas historias que calaron hondamente en tu imaginación tan fecunda, hasta llegar a absorberlas de tal forma que recuerdas, palabra por palabra, con tanta claridad como si tú misma hubieses estado allí, lo que bisbiseaba en tus oídos su boca desdentada.

 

CAPÍTULO – I – La aldea de Yunnan.

"Las manos de la Abuela dieron la última puntada y sonrió gozosa. Ante ella, bien sujeta con el gran bastidor de madera de abedul, estaba -tan tensa como una piel de tambor- la larga falda de lana negra. Sobre su fondo oscuro, resaltaban unas grandes cenefas de flores multicolores bordadas con hilos de seda. Era el fruto de meses y meses de trabajo, noche tras noche, forzando la vista bajo la tenue luz de un farolillo de papel.

Pero nada de eso importaba ya : la pequeña Li-an estaría preciosa con ella. Además llevaría puestos los largos pendientes de plata, bien bruñidos por la saliva de la Madre mezclada con cenizas de la Bisabuela. Todo debía estar perfecto para la "ceremonia de iniciación". El paso de la infancia a la adolescencia, donde la Madre entregaría a la hija una habitación para ella sola, con llave propia. A partir de ese momento adquiriría el rango de mujer, y sería la que sucedería a su madre – en el futuro- en el mando de la casa.

 

 

El peine de carey se deslizaba suave por el cabello empapado. Los últimos rayos de sol arrancaban chispas verdes de la superficie de los mojados arrozales. La muchacha calentaba su cuerpo desnudo, menudo y marfileño, sentada sobre una piedra plana todavía tibia por la reverberación solar. Sus ojos almendrados se entornaban soñadores. Un insecto diminuto, aleteó hasta posarse sobre uno de sus húmedos senos. La chiquilla lo miró con prevención, temiendo ser atacada. Luego descubrió que era inocuo, una especie de joyita de color rojo brillante y mínimos lunares negros, y lo dejó estar. Ascendió el visitante hasta la cumbre del pezón más próximo, le dio varias vueltas con curiosidad y luego levantó el vuelo yéndose por donde había venido. Un ligero cosquilleo le quedó a la muchacha en el pezón rosado. Con el pulgar y el índice comenzó a frotárselo notando una grata comezón.

Un chapoteo próximo le hizo descubrir que no estaba sola. Escudada tras un baluarte de cimbreantes juncos, miró un tanto asustada al indeseado intruso. Salía en ese momento un muchacho, moviendo la cabeza como un perrito para soltar el agua de su cabello. Luego se sentó con cuidado sobre un tronco caído, estirando brazos y piernas para secarse con la brisa tibia del atardecer.

Li-an, pues así se llamaba la muchacha, apenas le reconoció.¡Era Symen-Ting !.¡Cuanto había crecido y qué cambiado estaba !. Estaba hecho todo un hombre. Y un hombre bellísimo, por lo que podía observar.

Desde donde estaba la chiquita, tenía la visión del perfil del adolescente, con los ojos cerrados y el rostro levemente levantado hacia el cielo. Los hombros, el pecho, las manos. ¡ Las manos !. ¿Qué estaba haciendo con las manos ?. ¡Por los dioses, se estaba ACARICIANDO !. Estaba masajeando su "cosa" hasta hacerla crecer, hasta darle una envergadura que a Li-an le pareció enorme, le pareció fantástica, le pareció… deseable.

Sin apenas darse cuenta, la excitada muchacha bajó una de sus manos hasta su propia entrepierna, imitando sobre su clítoris lo que el joven hacía sobre su glande. Las respiraciones de ambos, cada uno por su parte, comenzaron a ser entrecortadas. El chico mordió su labio inferior, exactamente igual que estaba haciendo en ese momento Li-an. Ambos arreciaron en sus autocomplacientes caricias hasta llegar al punto de que la doncella sintió una humedad desconocida rebalsar los labios de su sexo, a la par que un arco de espeso semen salía del juvenil falo… yendo a espantar a una rana que vigilaba perezosa sobre un nenúfar flotando en la pequeña laguna.

***

Li-an estaba derrengada. Su tocado de flores rojas pendía, ya marchito, engarzado en el alto moño . La falda, larga hasta los pies, pesaba una barbaridad, y los polvos de arroz formaban churretes en su rostro casi infantil debido al sudor. Los enormes pendientes de filigrana de plata, colgaban de una forma dolorosa desde sus pequeños lóbulos, donde la sangre se perlaba en los orificios casi recién abiertos.

En la soledad del patio, alumbrada simplemente con la luz de la luna, desnudó su cuerpo muy despacio. Lo primero deshacerse de los torturantes pendientes. La blusa de seda fucsia. El largo fajín con flecos dorados… Cuando pudo deslizarse fuera de la falda dio un suspiro de satisfacción. Dejó los ropajes bien recogidos, ordenados sobre una banqueta lacada en rojo. Luego, con la piel erizada de placer, hizo unos movimientos suaves para desentumecerse. La luna se reflejaba en la superficie de una enorme jarra desbordante de agua fresca. Hundió los brazos hasta los codos y salpicó su rostro y sus senos hasta limpiarlos completamente. Cuando el agua volvió a quedar tersa, miró su imagen blanca y delicada, casi etérea. Recordó de inmediato a Symen Ting, y una límpida lágrima se deslizó mejilla abajo hasta hacer un ¡ plic ! en el centro de la jarra , formando pequeñas y fugaces ondas .

Apagado por la lejanía, se oyó el sonido de un gong del templo budista llamando a oración. Por la verja del patio pasó, sigilosa, una sombra encogida que comenzó a trepar por la vieja parra. Era su padre, que quería probar suerte aquella noche, una noche más, gateando hasta la ventana de su Madre. Sin embargo Li-an sabía que pronto volvería a pasar cabizbajo, arrastrando los pies hasta la parte habitada por los hombres, puesto que la Madre no le permitiría entrar al estar ya ocupada entre los brazos de otro.

Como integrantes de la etnia "Moso", los habitantes de Yunnan mantenían las costumbres ancestrales de la sociedad matriarcal. Las mujeres vivían juntas, no existía el matrimonio y el hombre no tenía cabida en aquella estructura en la que los varones no tenían poder, prácticamente no trabajaban y carecían de responsabilidades. Por no tener, no tenían ni derecho sobre los hijos , en caso de que naciese alguno. Li-an podía contar con los dedos de una mano las visitas ocasionales que había recibido por parte de su "padre" cuando era niña.

Un soplo de aire frío endureció sus pezones, haciéndola volver en sí de sus pensamientos. Recordó a la Señora Wang, que la estaría esperando –quizá enfadada- con el té ya tibio.

Los ronquidos de la Abuela retumbaban entre las frágiles paredes. Tras la puerta de Madre se escuchaban las risas sofocadas y los gemidos inherentes a un coito. Li-an, envuelta en un mantón de seda, totalmente blanco, se asomó a la cocina . Los largos flecos arrastrando por el suelo de madera pulida. Allí, dando cabezadas, esperaba una mujer madura, la Señora Wang, que intentó mirarla irascible… pero que pronto cambió a un chispeo lujurioso cuando vio en su espléndida semidesnudez el cuerpo frutal de la muchachita.

Entraron ambas en la alcoba de la recién iniciada. Li-an ya era mujer, tenía su propia habitación y – por lo tanto- podía permitirse tener también una amante fija.

La Señora Wang desnudó con mano sabia el cuerpo de la doncella. Luego, ella misma dejó caer sus ropajes de ceremonia y deshizo su intrincado peinado repleto de pequeñas peinetas de plata y aderezos de perlas. Se acercó a la joven Li-an hasta que los senos de ambas quedaron pezón contra pezón. La muchachita tenía los ojos bajos, con dos perlitas transparentes titilando en la punta de las curvadas pestañas. La mujer, experta en tales cuestiones, se las secó con los dedos pulgares a la vez que le ronroneaba como un gato para tranquilizarla. La doncella entreabrió los labios para recibir en su boca la lengua golosa de la mujer madura, aunque tras breves instantes se apartó de la muchacha para lamerle los pezones con una lengua casi tan rasposa y enervante como la de un gatito. Con mano delicada, la Señora Wang acarició la tibia entrepierna de Li-an, y le hizo abrir los muslos mientras ella envolvía sus dedos índice y corazón en un pañuelo de hilo blanco, acercándolos hasta el sexo de la doncella y – sin previo aviso- los introdujo entre los labios vaginales arrancando un doliente gemido de la recién desflorada. Sacó los dedos la mujer del interior de la hembrita. El paño presentaba unas manchas color rojo vivo que posteriormente se oscurecieron hasta un marrón claro. Las lágrimas se secaron prestamente en las mejillas de Li-an , cuando la mujer eliminó con sabias lamidas las gotas de sangre que habían fluido hasta el exterior de la vulva. Pronto no se oyeron en la pequeña alcoba nada más que gemidos de placer.

***

La lengua de la señora Wang no la había decepcionado. Li-an se notaba húmeda por todo su cuerpo. Como si una pátina de saliva la cubriese por doquier. La muchacha había gozado hasta el paroxismo con las artes amatorias de la lesbiana. Desde hacía muchos años, toda muchachita que se preciase había dormido su primera noche de "mujer" acunada entre los brazos y acurrucada sobre los senos opulentos de aquella mujer madura y experta. Mujer que solamente amaba a las mujeres y que se podía permitir el lujo de sorber las primeras gotas eyaculadas por las nuevas mujercitas.

Sin embargo, Li-an pensaba en Symen Ting contínuamente. Al besar los labios rojos de la bella señora, imaginaba que era a él a quién besaba. Cuando la montaba, pensaba que era al bello muchachito a quien estaba cabalgando. Cuando rozaba su piel de seda, era el torso lampiño, los muslos largos y las nalgas respingonas de su amado lo que acariciaba con sus manos trémulas. Y una llamarada de deseo le consumía el vientre.

Ahíta de sexo, dobló su cuello de cisne quedando sumida en un profundo sueño. Un sueño en el que se vio a sí misma espiando a Symen Ting, mientras éste ofrecía sus nalgas de muchacho a la verga enfurecida del padre de Li-an, su protector en la Zona de los Hombres, que apagaba en él los ardores insatisfechos por el fracaso de su cita con la Madre de Li-an.

***

Las ranas croaban en el bosquecillo de bambú, anegado tras las últimas lluvias. Symen Ting, tras haber colocado un vistoso pañuelo sobre un ribazo, se hallaba sentado arrancando una melodía triste de su flauta de caña. Li-an, haciendo equilibrios con dos grandes baldes de agua en los extremos de una larga pértiga, se acercó renqueante por el camino. El muchacho tenía la mirada perdida, absorto en la contemplación de la hermosa puesta de sol. Cuando la muchacha se detuvo frente a él, se percató de su presencia y se puso de pie haciéndole una graciosa reverencia. Ella dejó su carga en el suelo, secó el sudor de su frente y lo saludó comiéndoselo con la mirada. El joven se ruborizó ante la intensidad de la pasión reflejada en los ojos de Li-an , y apartó la vista clavándola en el suelo. La niña-mujer dio un paso hacia él y le tomó la barbilla con su mano callosa, haciendo que levantase sus ojos hacia ella. Luego, dejándose llevar por un arranque de los que era tan aficionada, lo sujetó de una mano apartándolo hacia un pequeño chamizo que había tras un cercano montículo.

El muchacho se dejó palpar, e incluso se atrevió a tocarle un seno por encima de la ropa. Ella le dijo lo mucho que lo amaba, que lo deseaba, mientras comprimía su órgano viril sobre la liviana tela de su amplio pantalón. El, por fin, le confesó su amor por ella, y las lágrimas que derramaba cada noche cuando era tomado por el padre cuando a quien de verdad deseaba era a la hija. Enardecida por las palabras del bello efebo, la voluntariosa muchacha lo desnudó de cintura para abajo, admirándose del gorrión transmutado en águila. El falo del muchacho tamborileaba, tenso, sobre su vientre, con el contrapunto negrísimo de un tupido vello púbico. Ella deshizo el nudo que sujetaba su propio pantalón de trabajo y, semidesnuda, hizo que él se tumbase reclinado en el suelo. La muchacha sujetó los muslos del chico, abriéndoselos lo suficiente para caber entre ellos. Quedó él con la verga apuntando hacia arriba, húmeda de licores precursores del placer.

Li-an quiso regodearse con la belleza de su amado. En verdad que estaba hermoso, con su blanco rostro ruborizado tenuemente, con sus ojos almendrados anegados por lágrimas pasionales… Ella acarició su propio clítoris hasta notar que ya no podía aguantar más. Acercó su cuerpo al de él, arrimándose con las piernas juntas entre los muslos del muchacho, como si fuese un hombre dispuesto a penetrar a una doncella. La punta del glande se apoyó en la cerrada grieta. La muchacha presionó su vulva contra la verga, como si fuese ella la introductora y no la receptora. Gimieron ambos al unísono. El muchacho era la primera vez que metía su verga en lugar caliente, y la chica jamás había tenido en su interior una verga "de verdad". Se amaron lentamente. Li-an subía y bajaba sus nalgas, como si estuviese ella poseyendo al varón, tomando la iniciativa totalmente. El se dejaba seducir, se dejaba tomar, llevar, poseer. Hasta que finalmente llegaron al clímax conjuntamente, quedando abrazados con ternura y musitándose palabras de amor.

En el exterior estalló la tormenta. Durante un buen rato oyeron los chapoteos de las gotas de lluvia, los truenos lejanos. Aprovecharon para cuchichear planes, para susurrarse uno al otro proyectos de futuro.

El muchacho no podía aguantar más allí .La vida que llevaba no era vida. Como varón era ninguneado por las mujeres, y como joven era objeto de críticas y abusos por los de más edad. Le habló a Li-an de sus proyectos de marcharse de allí, de buscar nuevas tierras, nuevos lugares en los que los hombres y las mujeres estuviesen en igualdad de condiciones. Encontrar un sitio donde poder demostrar su valía como persona.

La muchacha no quiso ni oir hablar de su marcha en solitario. Ella le acompañaría donde fuese, aún a costa de perder sus prerrogativas de mujer sobre el hombre.

Siguieron largo rato abrazados en el chamizo mientras comenzaba a anochecer sobre la aldea de Yunnan. La tormenta terminó como había empezado. Salieron al exterior cogidos de la mano. Li-an, radiante de alegría, lo hizo inclinarse – junto a ella- sobre un charco reciente. Una luna clara permitía verse reflejados en el agua transparente. Justo en el centro del charco, emergía, hermosísima y muy alta, una bella amapola de color rojo y blanco. Con el corazón desbordante de amor, la niña arrancó la flor y se la ofreció a su amado, quién – con un gesto satisfecho- le cortó el tallo y se la colocó tras la oreja. Al arrancar la flor, el limpio charco se transformó en un enlodado barrizal, por lo que sus imágenes dejaron de reflejarse en él. Li-an tuvo un momento de desazón, como de augurio nefasto que la dejó ansiosa momentáneamente. El la beso en la frente y la alegría volvió a la cara de la muchacha. Ninguno de los dos sabía que la hermosa flor era una amapola de opio. Ninguno de los dos tenía la menor idea, en aquél momento, de las aventuras y desventuras que les esperaban en el mundo exterior ".

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