LOCURA (1)
Rie la muchacha antes de arrodillarse. Aún le titila el clítoris con las caricias que él le ha dado con manos sabias. El joven chupa sus dedos, limpiándose los jugos que revolvió en su vagina. Ni ella misma hubiese podido acariciarse mejor. Los dedos largos del muchacho han sabido adentrarse, a la vez, en su vulva y en su ano, juntándose delicadamente a través de la fina piel de su intestino. La chica, arrodillada , sabe que es su turno. Sus manos, hábiles, buscan el cierre del pantalón del cliente. Lo desabrochan de forma eficiente , y, agarrando la prenda por la cinturilla, la bajan hasta la mitad de las huesudas caderas. La virilidad del ambiguo joven, no se corresponde con sus ademanes, algo afeminados. El falo se nota, duro y poderoso, a través de la tela del jeans de marca. La camisa de seda, abrochada hasta el cuello, también parece carísima. Ella no sabe el nombre del diseñador, ¡ pobre putilla de tres al cuarto ¡; pero le suena de haber visto una parecida en un desfile , por T.V.
La muchacha, muy joven, muy niña , levanta la mirada, las rodillas hincadas en tierra, el vello del sexo casi asomando bajo la cortísima minifalda. Sus ojos prenden en los ojos violetas del cliente, que desnuda los blanquísimos dientes en su honor. La insta a que se de premura. El callejón es discreto, oscuro. Un campo de batalla perfecto para los combates del sexo. Pero no hay que fiarse. Si se demora demasiado, el cliente no obtendrá toda la satisfacción que planea.
La prostituta mete sus dedos por el abierto pantalón , baja el eslip de Calvin Klein y toma entre sus dedos el prodigio frio que le presenta el joven adelantando las caderas. Ella nota algo extraño. Tiene un presentimiento. Con los rojos labios ya entreabiertos, casi posados sobre el glande que se intuye entre las sombras, mira otra vez hacia la cara del cliente, con un brillo de interrogación en los ojos
Es lo último que ve. La mirada triunfal , la mirada violeta del muchacho , que sonríe con dulzura mientras le introduce el afiladísimo alfiler en la base del cráneo, justo donde sabe que conseguirá la inmovilidad de la puta en unos segundos, manteniendo vivas todas sus sensaciones, activos todos sus centros de dolor. Inmovilizada como un animal preparado para el desuello.
Nadie puede oir los gritos de la muchachita. Ni siquiera el asesino. Ni siquiera ella. Porque los gritos solo están en su mente. Los alaridos no llegan a producirse en su garganta.
Tras unos contenedores de basura, el joven recompone su aspecto. Mira los ojos abiertos de la putilla, que lo mira sin verlo ; pero puede sentirlo. El, lo sabe muy bien. Saca del bolsillo de su pantalón un objeto largo y estrecho, forrado de cuero. Aprieta un resorte y brilla a la luz de la luna un afiladísimo estilete. Se arrodilla junto a ella, cortando de arriba abajo el minivestido con que se cubre. Queda la tela como una improvisada alfombra, bajo el cuerpo blanquecino y perfecto. Con rápidos y profesionales movimientos, el joven hace unos cortes circulares en los tobillos y muñecas de la muchacha, con mucho cuidado, cortando solamente la fina piel. Luego, se pone manos a la obra, comenzando a despellejarla viva, de abajo arriba, con cuidado infinito de no estropear ni un milímetro más de lo necesario la palpitante epidermis. ..
***
El joven gigoló quiere cobrar por adelantado. No le importa si es con tarjeta o en efectivo. La clienta, no mucho mayor que él, le susurra con voz algodonosa que no se preocupe. En cuanto estén en la habitación, le pagará. Ella, sube delante de él , moviendo ante sus narices sus estrechas caderas vestidas de Chanel. Los altísimos tacones, disimulan un poco el tamaño de los pies, ligeramente más grandes de lo que le agradan al puto. La clienta lleva una larga melena rubia, muy cuidada. Sus enjoyadas manos terminan en unas uñas perfectas, tan perfectas que el chapero duda de su autenticidad. Porque sí, él, además de ser gigoló, es chapero. Lo que le echen. No tiene reparos. Su estómago puede con todo. Su culo , también. Su pene espera darse hoy un atracón de hembra ; porque él prefiere a las hembras. Pero, el curro es el curro
La cara hermosa, muy maquillada, demasiado maquillada para su juventud, mira al gigoló mientras él cierra la puerta con pestillo. No quiere visitas inesperadas. Sobre la mesita de noche, un lector de tarjetas, por si la cliente prefiere esa modalidad. Ella le alarga un fajo de billetes. El, los guarda en su bolsillo, sin contarlos. De un vistazo ha sabido que hay suficiente, mucho más de lo suficiente para su tarifa normal.
Ya es de ella. De su propiedad durante una hora. Su cuerpo pertenece a la clienta para que lo use, lo hurgue, lo mame, lo penetre si lo desea Ella, dueña de sí misma y de él, apaga la luz. Un rayo de luna llena entra por los cerrados cristales. El chico quiere adelantar la tarea , y tira las zapatillas deportivas, de cualquier forma, al otro extremo del cuarto. Luego, en tres movimientos, desnuda su cuerpo de cintura para abajo. El rayo de luna ilumina el falo enrojecido. La mujer se acerca a él, mirándolo a los ojos mientras acaricia muy suavemente la virilidad del joven. Los bellísimos ojos de color violeta, sonríen al chaval. Ella lo hace tumbarse en la cama, con las piernas colgando. Se acuclilla ante él, levantando su falda Chanel hasta las caderas. Los labios femeninos dejan marca de rouge en el glande. Se mezcla el pintalabios con el pre-cum y la saliva, formándose una pasta ligeramente rojiza, que parece sangre. Una gota se desliza por el tronco del miembro, siguiendo la cordillera formada por una gruesa vena y perdiéndose en el bosque púbico.
El muchacho está a cien. La succión de la mujer lo enloquece. Ella, subiéndose más la falda, trepa sobre él. El chico mira los ojos violetas muy de cerca, hundiéndose en ellos, ahogándose en ellos. Nota la mano de la mujer empuñando su alquilado miembro, dirigiéndolo hacia su orificio. Entra la virilidad hasta lo más hondo, a lo largo del estrecho conducto. Los testículos del gigoló golpean las nalgas de la clienta. Levanta la cabeza el chico, queriendo morder los senos que adivina colgantes bajo el vestido. En ese momento, justo unos instantes antes del orgasmo, la mujer clava un afiladísimo alfiler en el cerebro del joven, congelando la emisión del esperma.
***
El Inspector Ramírez, blasfema como un cosaco antes de apagar el móvil. En un intervalo de diez minutos, lo han llamado dos veces. En la primera, le comunicaban la parición del cuerpo despellejado de Dany, el gigoló confidente de la policía, muy conocido por él. Más o menos se lo esperaba. La vida del muchacho no iba por buenos derroteros. Ya se lo había advertido él mismo, en otros tiempos, cuando tenían más intimidad. Ahora su cuerpo estaba en el cuartucho que usaba como apartamento, completamente despellejado. Lo insólito del asunto casi le habían quitado las ganas de terminar lo que estaba haciendo. Pero la espalda musculosa de Enrique, sus nalgas ofrecidas, el sudor con el que estaban cubiertos ambos pudo más la lujuria que el deber. Y siguió penetrándolo, mordiéndole la nuca, aspirando su olor mientras se meneaban suavemente, rítmicamente, incitados por los gemidos que salían de sus gargantas casi sin percatarse.
Pero la segunda llamada, cuando ya estaban en la recta final, lo había enfurecido. Había contestado dando gritos, casi sin saber lo que decía. Oyó casi sin oir, sabiendo que el polvo tendrían que acabarlo en otra ocasión. Siguió blasfemando mientras se vestía, quitándose el preservativo justo antes de esconder el miembro en su bragueta.
En la calle, ya lo esperaba su compañera de servicio, Catalina, la rubia espléndida que se la mamaba estupendamente. Ella miró su enfurecido rostro, adivinando sin preguntar que su Jefe y compañero de trabajo no había podido terminar lo que tuviese entre manos ( o entre muslos ). Y , conociéndolo como ella lo conocía, sabía que el hombre o mujer que se hubiese dejado en la cama estaría añorando en aquellos momentos el cuerpo y la virilidad del Inspector Ramirez.