miprimita.com

Gitanillas

en Trios

GITANILLAS

Tienes la verga dura. Revuelves el cuerpo en la cama intentando conciliar el sueño. No puedes. Late tu miembro contra la suave tela de la sábana bajera. Quieres acomodarte encontrando una postura grata, pero no aciertas con ella. Los pies te arden, como siempre, aún siendo pleno invierno. Al final, resoplas dándote por vencido, y apartas la ropa que te cubre, buscando el remedio infalible para el insomnio.

A oscuras, palpas bajo el colchón hasta que encuentras la revista. Luego rebuscas en la mesita de noche hasta dar con la linterna, y te arrodillas en la cama, formando una cueva con la colcha y el edredón de plumas. Un círculo de luz ilumina las páginas satinadas. Cabecea la verga entre tus muslos. Despegas dos páginas, unidas con viejo engrudo seminal, y sujetas la linterna con la boca, enfocando los cuerpos indescriptiblemente deseables. Tu mano derecha bombea el rígido falo. La izquierda busca bajo la chaquetilla del pijama y acaricia un pezón erecto. En la revista, las dos muchachitas te sonríen libidinosas, mostrándote las ancas que entreabren ellas mismas con sus manos, enseñando sus rosados sexos depilados, obscenamente mezcladas sus lenguas en caricias lésbicas. Comprimen los senos en escorzo. Se besan ante ti, para ti…

Resuellas sudando, casi sin aire. Un trallazo de esperma atraviesa la revista de sur a norte. Las bocas de las muchachas quedan ocultas por tu ardiente escupitajo, espeso y juvenil. Recuperas el aliento, todavía atenazando tu pene con la mano agarrotada. El sueño viene de golpe. Ocultas las hojas de papel couché en tu sitio secreto. Apagas la linterna, cierras los ojos- desplomado ya sobre la cama mullida- mientras una lágrima de semen resbala, todavía tibia, muslo abajo. Ni siquiera oyes el golpe de la linterna al caer al suelo. Dentro de poco cantará el gallo.

***

Patea el caballo en la cuadra. Te ha presentido desde el mismo instante en que cruzabas el patio, y relincha de gozo anticipado. Un bostezo amenaza descoyuntarte la mandíbula mientras palmeas su lomo recorrido por temblores excitados: es demasiado temprano para tus costumbres de señorito de ciudad.

Apenas lo montas sale disparado. La blanca mole del Cortijo queda atrás en unos segundos, emergiendo, brumosa, casi fantasmagórica, en el amanecer invernal. En las ventanas, protegidas por volutas de hierro negro, cuelgan las macetas ansiosas ya por florecer. Algún geranio despunta tímidamente, temeroso de sucumbir a la escarcha que congela la madrugada. El negro alazán expulsa nubes de vaho mientras corre a rienda suelta. Tú, bastante tienes con inclinarte lo más posible – casi abrazado a su cuello de largas crines color cuervo – e intentar fundir tus muslos ateridos contra la piel tibia y aterciopelada de su cuerpo. La luna se difumina en el claror del alba. Los primeros rayos de sol asoman friolentos por el horizonte, consiguiendo permutar la paleta de grises por una riquísima variedad de tonos verdes. Kilómetros y kilómetros de olivares parecen revivir al ser tocados por la luz diurna. Verdes imposibles sirviendo de fondo a negros brillantes y platas lujosos. La escarcha, pariente pobre de la nieve, humedece – al derretirse – el árido suelo, sirviendo como piedra de toque para una amalgama de perfumes a tomillo y romero, a tierra mojada y a hierba olivas.

Brincan los tractores por el camino pedregoso. Enrollados en mantas de colores pardos, rumian su parco desayuno los adormilados jornaleros. Una bota, mediada de tinto peleón, calienta y alegra los estómagos, pasando de mano en mano como la falsa moneda.

Yergues la figura al pasar junto a ellos. Rozas con dos dedos el ala de tu sombrero, mirando de reojo a una muchacha acurrucada en un mantón color amapola. Una greña rubia se enrosca muellemente sobre su mejilla. La chica la aparta mientras intenta devolverte el saludo, pero tiene que esquivar el codo que se le clava en el costillar. Un fogonazo verde esmeralda te deslumbra unos instantes. Jamás viste ojos similares, ni piel, ni labios, ni sonrisa tan obscenamente deseable.

Deseas huir y quedarte para siempre. Deseas acariciar la rubia guedeja, el rostro blanquísimo… Quisieras saltar del azul turquesa de unos ojos, para hundirte en el verde esmeralda de los otros. Abrir con tus besos los labios vergonzosos de una… y morder con ansia la boca clamorosamente lasciva de la otra. Blanca y satinada la piel de una, dorada y casi aceitunada la de la otra. Dos muchachitas en flor, gitanillas ambas, dueñas de tu corazón desde hace apenas unos instantes. La verga te late, prisionera, bajo la ajustada tela del pantalón de montar.

***

Ser hijo del Amo tiene sus prerrogativas. Tener dieciocho años, simpático y de buena planta, ayuda bastante. Todo junto, ya es “demasié”, como dirían los franceses.

Bajo la ducha cantas a voz en cuello. Te plantas los vaqueros y el niky con el cocodrilito y sales zumbando con el todo terreno del capataz de la finca. Las casitas prefabricadas están dentro del perímetro del Cortijo, apenas a medio kilómetro de la vivienda principal. Lola y Manuela, chispeantes los ojos, se dan los últimos toques sujetando los claveles que adornan sus moños, colocando sobre sus escotes los mantoncillos de vistosos colores, cuidando de que no cubran ni un ápice del canalillo apetitoso que forman sus senos. Dieciséis años recién cumplidos que revientan por las costuras de sus trajes de volantes. Una, gitana de pura cepa, la otra – su prima – hija de gitana y alemán. La abuela de ambas (una gárgola de tez renegrida y ojos sabios) no puede tragarte, pero no puede hacer nada contra la voluntad del hijo del Amo… y de sus propias nietas.

Las niñas atacan el queso y el jamón de pata negra con hambre de lobas. Las contemplas, repantigado en la silla de tijera, saboreando a pequeños sorbos tu ron con Coca-cola. El techo de la caseta está cuajado de farolillos verdiblancos. Sobre la tarima, una pareja madura baila unas sevillanas de corte clásico. Manuela moja sus labios con manzanilla. Está tan hermosa con su tez pálida – levemente sonrosada por efectos del alcohol – que el corazón te duele en el pecho. Quieres decirle lo que sientes, pero no puedes. Sobre una silla de enea, colocada artísticamente encima de un mantón de largos flecos, una guitarra sirve de adorno a la caseta de feria. Te acercas y – previa mirada al encargado que lustra el mostrador – la sujetas contra tu pecho. Vuelves a sentarte. Las muchachas te miran curiosas. Tanteas un rasgueo y te alegras al comprobar que las cuerdas están afinadas. Levantas la mirada para hundirte en los inmensos ojos azules de Manuela, y comienzas a tocar. Un quejido se eleva por encima del rasgueo. Una voz rota, magnífica, sollozante, que brota de la esbelta garganta de Lola. Una amalgama de sonidos – la guitarra, la voz de la muchacha – que hacen que Manuela se levante como una autómata, engarabitando los dedos en el aire, trenzando encaje de bolillos en el polvo dorado que flota por doquier. Su cuerpo se yergue, se ondula, se cimbrea, se ofrece y se retrae ante vuestras miradas. La voz de su prima la guía, la acaricia, la inunda de un amor fuera de toda razón. Consigues apartar los ojos del cuerpo de la rubia, para mirar el rostro de la morena. Lágrimas de pasión asoman transparentes. Chispas verdes que destellan en el borde esmeralda de sus ojazos de gitana. El profundo escote comprime y eleva los senos de satén aceitunado, mientras las mejillas dejan paso a los riachuelos de las lágrimas. Sí. En ese preciso instante comprendes que Lola está enamorada locamente de su prima, y también comprendes que harás lo imposible por tenerlas a las dos a la vez.

Hablas sin cesar. Siempre te ocurre cuando fumas porros. Las chicas te miran con algo de sorna, pero secretamente admiradas por todo lo que les cuentas. Sin saber como, te has lanzado a explicarles las raíces de su raza gitana. Te lías con la perorata de éxodos y persecuciones, de viajes interminables y de culturas ancestrales. A la que te das cuenta, ya estás en el Antiguo Egipto, mezclando la historia de la Reina Cleopatra y su muerte – tan romántica- por la picadura de un áspid, buscada por ella misma. La rubia Manuela – tan frágil – abre los inmensos ojos, perdida entre pirámides y palmeras, arenales sin fin y víboras letales enroscadas en la enjoyada muñeca de una de las primeras mujeres de su misma raza. Lola, fiel a su costumbre, observa y calla.

***

Un amigo te ha dejado su caballo. La feria quedó atrás. Galopas campo a través, sintiendo los senos de Lola pegados a tu espalda. Ante ti, riendo como una niña pequeña, Manuela sujeta las riendas, jugando a que es ella la que dirige a la montura. Ciñes su breve cintura con tus manos. Seguro que nota la dureza de tu verga contra sus riñones. Deja vencida su cabeza hacia atrás, reposándola en uno de tus hombros. Tus manos trepan por su cuerpo, abarcando los pletóricos senos. Bajas unos centímetros el escote pronunciado, hasta que consigues el triunfo de tocar su carne en vivo. Diminutos pezones, bellísimos pechos que pierden la tibieza con el roce frío del nocturno aire de Mayo. Intentas calentarlos acunándolos en las palmas calientes de tus acariciantes manos. Manuela se revela e intenta apartar una de tus manos. No, un momento: no es Manuela, sino Lola, la que quiere su parte de botín, la que avanza su brazo desde atrás, buscando el premio delicioso de un seno de su prima. No te conformas, y pides algo a cambio. Sujetas la otra mano de Lola, y la llevas hasta la prominencia durísima que adorna tu bragueta. La obligas a abarcarla, y no cejas en tu empeño hasta que se queda allí por propia voluntad. El galope se ha convertido en trote tranquilo. Lola juega a dos bandas, paseando sus dedos por tu verga pulsante, a la vez que pinza uno de los senos de su prima. Tú, amasas suavemente el pecho libre, mientras tu otra mano se pierde bajo los volantes que cubren la ingle de Manuela.

Apoyadas en la valla de madera, las muchachas aguantan la respiración. Sujetan tu ropa contra sus pechos palpitantes mientras tú avanzas – desnudo bajo la luna – hacia la bestia que escarba la tierra. Manuela te ha prestado su mantoncillo rojo, que utilizas como capa para burlar al animal. Un sudor frío recorre tu espinazo, y, sin embargo, el miembro viril lo llevas erguido, arropado en su base por los testículos prietos, ardiente todo él como una brasa encendida. Los grititos excitados de las primas espolean tu orgullo de macho. Son hembritas en celo, calientes como gatas, anegadas en los flujos tibios ocasionados por la visión de tu cuerpo de mancebo cretense. Llamas al toro y éste acude bramando, enojadísimo porque has hollado su terreno acotado. La luna se oculta unos instantes tras la mantilla negra de una nube tormentosa. La mole, noble pero rabiosa, pasa rozándote, y tú te sientes perdido tras el frágil refugio de los flecos del mantón. Brilla nuevamente la plata en el cielo nocturno, y uno de sus rayos te ilumina como un foco circense. Gritan a destiempo tus dos manolas campestres, y no llegas a comprender lo que te dicen. Señalan tu cuerpo mientras claman tu nombre y mesan sus cabellos ahora desgreñados. Miras hacia abajo, observando atónito la sangre que gotea de tu verga encabritada. Dudas. Sigues el riachuelo hacia arriba, con la mirada casi estrábica por el mareo incipiente. El inicio, la fuente que origina el derrame ensangrentado, mana de una herida, de un pequeño tajo que dejó en tu carne el asta de tu enemigo a la altura del pezón derecho. Haces amago de citarlo otra vez, de comprometerlo para demostrar tu valentía; pero las muchachas claman por tu vida, estiran los brazos implorándote mesura hasta que, con una sonrisa desdeñosa, das la espalda a la fiera aplacada y te diriges – intentando no apretar demasiado el paso – hacia quienes – según tus cálculos – te proporcionaran un placentero reposo del guerrero.

No crees que en el Edén – si existe – estén mejor atendidos, los árabes que hayan muerto luchando contra el infiel, que lo que tú estás ahora. Ni que las famosas huríes tengan ni un ápice de belleza más, que las dos gitanillas que – en estos momentos – están adorando tu cuerpo.

Las agujas de los pinos ejercen de colchón improvisado. Vuestras ropas, bien extendidas, proporcionan la comodidad suficiente para que nada enturbie la fogosidad de los abrazos. Quizás estés un poco más pálido de la cuenta, ya que el susto de la sangre todavía lo tienes metido en el cuerpo; pero las cálidas lenguas de las muchachas están ejerciendo como el mejor bálsamo para curar tus hipotéticas heridas.

Chupa Manuela el pezón irritado, recorriendo el reguero – ya reseco – de sangre coagulada desde la tetilla hasta el pubis. Allí se encuentra con la cálida lengua de su prima Lola, que ha bajado – presurosa – desde la cúspide de tu glande hasta los montículos boscosos que resguardan tus testículos. Maman ambas de tu caño de la vida, alternando sus succiones y compitiendo en maestría felatriz, a la par que aprovechan la proximidad de sus bocas para atornillarlas de cuando en cuando. Sube y baja tu pecho al compás de la respiración “in crescendo”, siguiendo tu corazón el ritmo de los latidos de tu verga gozosa. Como siguiendo el “libreto” de una obra reescrita millones de veces, vuelven las chicas sus grupas desnudas hacia ti, sin dejar ni por un instante de ejercer sus artes mamatorias. Apoyas cada una de tus manos sobre el inicio de sus rajas, jugueteando con tus dedos – a la par – con las sonrisas verticales de sus sexos. Introduces un dedo, muy lentamente, en cada una de las bocas sonrosadas. Acaricias los bordes y te deslizadas un tanto más, repitiendo la operación suavemente, cada vez más dentro, hasta que topas con los velos que salvaguardan los sagrados templos. Teniendo bien medida la distancia, apartas los dedos de las virginales telillas, saliendo al exterior en misión de búsqueda y captura de los clítoris perdidos. Te cebas en ellos – una vez encontrados – rodeándolos, frotándolos, haciéndoles saltar chispas lujuriosas hasta el extremo de que ves boquear las enrojecidas entradas vaginales. Aprovechando la coyuntura, vuelves a meter velozmente tus dedos rebozados en flujo, rasgando – inmisericorde – el ínfimo muro del himen intocado. Apenas se han percatado las primas de la maniobra. Con sus virgos eliminados, pasas a la “fase B”, arrebatándoles tu pene de sus bocas succionantes. Protestan ellas, pues ya le encontraron a tu polla el sabor deleitoso que distingue a los rabos con pedigrí, pero haces caso omiso de sus protestas, y, arrodillado tras ellas, hundes tu rostro – ora en una, ora en otra – devolviendo con creces las lamidas que te han proporcionado hasta ahora.

Emparedado entre las dos, os pasáis el canuto entre risas. Arden tus muslos con el calor de sus coños restregados contra ti. Sus pechos se apoyan en tus hombros, de tal forma que puedes lamer los pezones de ambas con un simple movimiento de cuello. Sus cabellos, desparramados, cubren ambos lados de tu rostro. Humo, risas, succiones, caricias sobre las pieles ligeramente sudorosas. Un nuevo deseo, poderoso e impostergable, trepa por tu entrepierna. Eliges una de ellas al azar y te clavas en su interior, masticando sus labios con tus dientes insaciables, aplastando su vientre, atenazando sus pechos y queriendo fundir tu carne con su carne. Tras de ti, sobre ti, notas el peso de la otra, que muerde tus hombros y tu espalda, que afila sus uñas en tu piel, que desliza sus labios y su lengua columna abajo, traspasando valles y promontorios, hasta deleitarte con el gozo supremo, ambiguo y estremecedor de un beso negro.

Apenas quedan unos días para que vuelvas a Madrid. El curso continuará y tu vida debe seguir por los monótonos derroteros de tu vida de estudiante.

Las muchachas lloran tu ausencia por anticipado, pero sabes que pronto te olvidarán. No confías en ti mismo ni en tu poder de seducción, por eso – dejándote llevar por un impulso malévolo – quieres atarlas de alguna forma a tu recuerdo. Y lo haces con la simple entrega de un regalo envenenado: unas papelinas. Polvo que deja sus ojos brillantes, sus labios trémulos y un imperceptible rastro blanquecino en sus fosas nasales.

***

¿Cuánto tiempo hace que no has vuelto por el Cortijo?. Haces cuentas, dudando entre si son cuatro o cinco años. Pasó el tiempo muy rápido.

Tus amigos madrileños están armando mucho alboroto con las putas. Te han dado la tabarra durante todo el viaje, y no has tenido otro remedio que llamar por el móvil al capataz de la finca – el que se encarga de cuidar de la vivienda mientras no estáis los de la familia – para que tuviese preparadas unas fulanas esta misma noche. Desde tu cuarto los estás oyendo follar como descosidos, y casi te están entrando ganas de participar a ti también. Te tienta durante unos segundos la idea, pero la quitas de tu mente recordando que dentro de un rato podrás estar con Manuela y con Lola. Es curioso que, tras tanto tiempo sin acordarte de ellas, de repente tengas esta desazón, esta comezón en la entrepierna que te hace latir la verga a mil por hora, con el ansia de introducirla dentro de ellas.

El escaso medio kilómetro hasta las casitas prefabricadas se hace interminable. Desde luego que estás como una puta cabra. Mejor dicho: como un cabrón salido y rijoso, deseoso de tirarse a unas tiernas corderitas.

Casi tiras la puerta abajo, pero nadie te contesta. Finalmente asoma una cabeza desgreñada por la puerta de la casa de al lado. Grita algo que no entiendes. Preguntas por la familia que vive allí. No, allí ya no vive nadie. La vieja murió, las chicas marcharon. No. No sabe donde. Duda un instante y vuelve la cabeza hacia la vivienda. Oyes que pregunta algo a un interlocutor que maldice desde dentro. Te mira otra vez. Abre la boca con la intención de decirte algo, pero lo piensa mejor, calla y cierra de un portazo.

Quedas rabioso. Te sientes engañado, como si hubieses tenido algún derecho sobre ellas y no te hubiesen informado del nuevo derrotero de sus vidas. Mascullas una blasfemia y tomas el camino hacia el Cortijo. Por el camino, levantando una pequeña polvareda, petardea el motor de una moto que sale del Cortijo. La luz de tus faros ilumina dos pares de muslos, interminables y suculentos, que acaban abruptamente en los límites mínimos de unas minifaldas prácticamente inexistentes. Los cascos – uno rojo, el otro blanco – hacen que las putas tengan aspecto de Hormigas Atómicas. Porque son las putas, sin lugar a dudas, las que salen a estas horas de tu casa, con los coños echando fuego por las animaladas que les habrán hecho tus amigotes madrileños. El pensamiento, fugaz, de sus cuerpos ofrecidos, hace que frenes en seco, con la libido encabritada y el loco deseo de meterla en caliente. Tocas el claxon repetidas veces, mascullando la segunda blasfemia de la noche al observar por el retrovisor la luz roja del piloto trasero mientras se pierde, petardeando, en la lejanía.

Intentas no hacer ruido, pero los borrachuzos están al loro y te pillan aunque andes de puntillas. Tienes que tomarte un copazo con ellos. Y unos tiritos. ¡Faltaría más!.Se cachondean en tus mismas napias. Siguen llamándote “Señorito Andaluz”, con ese ligero desprecio – nada malicioso – que tienen los de “Madriz” por quienes no sean oriundos de la Capital de España. Se hacen lenguas de lo buenas que estaban las putas. Muy calladas, eso sí, pero bien entrenadas en su oficio. Hablan y hablan tus amigotes. Tú te caes de sueño, y finalmente los mandas a tomar por saco. Estás loco por acostarte.

***

Tercera blasfemia de la noche. ¡ No puedes dormirte!. Pero… ¡ si te caías de sueño hace media hora!. Llevas la polla morcillona. Los pies te arden. Recuerdas viejos trucos, e, inconscientemente, palpas bajo el colchón buscando la antigua revista. Naturalmente ya no está. Vuelve a tu memoria – y a tu verga – el deseo por Manuela y por Lola. Fogonazos de imágenes cruzan bajo tus ojos cerrados. Las putas en la moto. Rubia una, morena la otra, los cabellos asomando bajo los enormes cascos. Y los muslos de infarto. Y los escotes apenas cubiertos por cazadoras de piel sintética. Te sientas en la cama de improviso, intentando encender la luz de la lamparilla. Apenas aciertas a encontrar el móvil y ya estás digitando el número del capataz. Sí, sí. Las putas las contrató en el pueblo vecino. Gitanas. Manoli y Loles cree que se llaman. Viven en un piso pequeño, arriba del puticlub de carretera, a la salida del pueblo. No tiene pérdida.

Aparcas en un descampado usado como aparcamiento improvisado de camiones. En un rincón, atada precariamente a un arbolito, ves la moto de las putas. De las putas que son ahora Manuela y Lola. Sientes un pinchazo de …¿remordimiento?. Tampoco es para tanto. Simplemente te las follaste, al igual que ellas a ti. Verdad es que fuiste tú el que las desvirgó, pero ¡alguien tenía que ser el primero, no te jode!. Sin embargo, no las tienes todas contigo. Algo falla. Sabes que no hiciste del todo bien. ¡Eran tan jovencitas!.

Vuelven con ímpetu las ganas de follártelas. Tienes deseos de llevártelas donde la primera vez, cuando hiciste la pamema de torear aquel torito para dártelas de macho. Pero sabes que no tendrás paciencia para tanto. Estás loco por tirártelas ahora mismo. Ver como se revuelcan entre ellas. Ensartarlas una y otra vez por todos los agujeros posibles. Y si están cansadas, llevas provisiones de aquel polvo blanco que tanto les gustó. Seguro que se tiran como lobas sobre ti, para recordar viejos tiempos.

La escalera es exterior, y tiene más mierda que un palo de gallinero. La pared, que fue blanca, está desconchada por todas partes, mostrando bajo su piel de cal las heridas terrosas de viejos ladrillos. La puerta, desvencijada, hace juego con el resto del decorado exterior. Está entreabierta. Una luz de colorines sube y baja de intensidad, a la vez que se oyen voces de película antigua. Debe ser algún “peplum” porque la música es la típica de las “pelis de romanos”. Apartas una cortina y ya estás en el dormitorio. Allí están, semidesnudas para ti. Los ojos verde esmeralda de Lola, brillantes y secos, miran la pantalla y miran el rostro de su prima. La cabeza de Manuela reposa sobre el brazo de Lola, con los ojos inmensos y azules mirando sin parpadear el rostro de Liz Taylor. Liz, la bellísima Liz, agonizante en la pantalla en su papel de Cleopatra, reina de las gitanas. La cámara sigue durante unos instantes el cuerpo de la víbora – o de lo que sea – reptando por el suelo tras haber inoculado su veneno en el brazo de la egipcia.

En la cama, junto a los cuerpos de las gitanillas, no repta nada. La jeringuilla hipodérmica ha quedado clavada, y bien clavada, en el brazo de Manuela, y su veneno – finalmente- también ha sido mortal. Parece que conseguiste tener atadas, y bien atadas, a las dos chiquillas con tu “recuerdo”.

Carletto.

Mas de Carletto

El Gaiterillo

Gioconda

Crónicas desesperadas.- Tres colillas de cigarro

Pum, pum, pum

La virgen

Tras los visillos

Nicolasa

Madame Zelle (09: Pupila de la Aurora - Final)

Madame Zelle (08: La Furia de los Dioses)

Bananas

Madame Zelle (07: El licor de la vida)

Madame Zelle (06: Adios a la Concubina)

Madame Zelle (05: La Fuente de Jade)

Tres cuentos crueles

Madame Zelle (04: El Largo Viaje)

Madame Zelle (03: Bajo los cerezos en flor)

Madame Zelle (02: El Burdel Flotante)

Madame Zelle (01: La aldea de yunnan)

La Piedad

Don Juan, Don Juan...

Mirándote

Aventuras de Macarena

Cositas... y cosotas

La turista

La Casa de la Seda

La Sed

La Despedida

Cloe en menfis

Gatos de callejón

Carne de Puerto

Obsesión

Cables Cruzados

Tomatina

Quizá...

Regina

Cloe la Egipcia

Hombre maduro, busca ...

¡No me hagas callar !

Se rompió el cántaro

La gula

Ojos negros

La finca idílica (recopilación del autor)

Misterioso asesinato en Chueca (10 - Final)

Misterioso asesinato en Chueca (09)

Misterioso asesinato en Chueca (8)

Misterioso asesinato en Chueca (7)

Misterioso asesinato en Chueca (6)

Misterioso asesinato en Chueca (3)

Misterioso asesinato en Chueca (4)

Misterioso asesinato en Chueca (2)

Misterioso asesinato en Chueca (1)

Diente por Diente

Doña Rosita sigue entera

Tus pelotas

Mi pequeña Lily

Escalando las alturas

El Cantar de la Afrenta de Corpes

Dos

Mente prodigiosa

Historias de una aldea (7: Capítulo Final)

Profumo di Donna

Los Cortos de Carletto: ¡Hambre!

Historias de una aldea (6)

Historias de una aldea (5)

Historias de una aldea (3)

Un buen fín de semana

Historias de una aldea (2)

Historias de una aldea (1)

¡ Vivan L@s Novi@s !

Bocas

Machos

No es lo mismo ...

Moderneces

Rosa, Verde y Amarillo

La Tía

Iniciación

Pegado a tí

Los Cortos de Carletto: Principios Inamovibles

Reflejos

La Víctima

Goloso

Los cortos de Carletto: Anticonceptivos Vaticanos

Memorias de una putilla arrastrada (Final)

Memorias de una putilla arrastrada (10)

Dos rombos

Ahora

Café, té y polvorones

Cloe (12: La venganza - 4) Final

Cloe (10: La venganza - 2)

Cloe (11: La venganza - 3)

Los Cortos de Carletto: Amiga

Los Cortos de Carletto: Tus Tetas

Memorias de una putilla arrastrada (9)

Los Cortos de Carletto: Carta desde mi cama.

Memorias de una putilla arrastrada (8)

Memorias de una putilla arrastrada (7)

Cloe (9: La venganza - 1)

Memorias de una putilla arrastrada (6)

Memorias de una putilla arrastrada (4)

Memorias de una putilla arrastrada (5)

Los Cortos de Carletto: Confesión

Memorias de una putilla arrastrada (3)

Memorias de una putilla arrastrada (1)

Memorias de una putilla arrastrada (2)

Los Cortos de Carletto: Blanco Satén

Frígida

Bocetos

Los Cortos de Carletto: Loca

Niña buena, pero buena, buena de verdad

Ocultas

Niña Buena

Los Cortos de Carletto: Roces

Moteros

Los Cortos de Carletto: Sospecha

Entre naranjos

La Finca Idílica (13: Noche de San Silvestre)

Los Cortos de Carletto: Sabores

Los Cortos de Carletto: Globos

Los Cortos de Carletto: Amantes

Los Cortos de Carletto: El Sesenta y nueve

La Mansión de Sodoma (2: Balanceos y otros Meneos)

Ejercicio 2 - Las apariencias engañan: Juan &In;és

Los Cortos de Carletto: Extraños en un tren

Los Cortos de Carletto: Sí, quiero

Los Cortos de Carletto: Falos

Caperucita moja

Los Cortos de Carletto: El caco silencioso

La Mansión de Sodoma (1: Bestias, gerontes y...)

Cien Relatos en busca de Lector

Cloe (8: Los Trabajos de Cloe)

La Finca Idílica (12: Sorpresa, Sorpresa)

Mascaras

Los Cortos de Carletto: Siluetas

Cloe (7: Las Gemelas de Menfis) (2)

Cloe (6: Las Gemelas de Menfis) (1)

Los Cortos de Carletto : Maternidad dudosa

Los Cortos de Carletto: Acoso

La Finca Idílica (11: Love Story)

La Sirena

Los Cortos de Carletto: Luna de Pasión

Los Cortos de Carletto: Niño Raro

La Finca Idílica (10: La mujer perfecta)

Los Cortos de Carletto: Ven aquí, mi amor

La Finca Idílica (9: Pajas)

Los Cortos de Carletto: Muñequita Negra

Los Cortos de Carletto: Hija de Puta

La Finca Idílica (8: Carmen, la Cortesana)

La Finca Idílica (6: Clop, Clop, Clop)

La Finca Idílica (7: Senos y Cosenos)

La Finca Idílica (5: Quesos y Besos)

La Finca Idílica (4: La Odalisca Desdentada)

La Finca Idílica: (3: Misi, misi, misi)

La Finca Idílica (2: El cuñado virginal)

Cloe (5: La Dueña del Lupanar)

Los Cortos de Carletto: Sóplame, mi amor

La Finca Idílica (1: Las Amigas)

Los Cortos de Carletto: Gemidos

Los Cortos de Carletto: La Insistencia

El hetero incorruptible o El perro del Hortelano

Morbo (3: Otoño I)

Los Cortos de Carletto: Disciplina fallida

Los Cortos de Carletto: Diagnóstico Precoz

Los Cortos de Carletto: Amantes en Jerusalem

Los Cortos de Carletto: Genética

Morbo (2: Verano)

Los Cortos de Carletto: La flema inglesa

Morbo (1: Primavera)

Los Cortos de Carletto: Cuarentena

Los Cortos de Carletto: Paquita

Los Cortos de Carletto: El Cuadro

Don de Lenguas

Los cortos de Carletto: El extraño pájaro

Los cortos de Carletto: El baile

Locura (9 - Capítulo Final)

La Vergüenza

Locura (8)

Locura (7)

Locura (5)

El ascensor

Locura (6)

Vegetales

Costras

Locura (4)

Locura (3)

Locura (2)

Negocios

Locura (1)

Sensualidad

Bromuro

Adúltera

Segadores

Madre

Cunnilingus

La Promesa

Cloe (4: La bacanal romana)

Sexo barato

Nadie

Bus-Stop

Mis Recuerdos (3)

Ritos de Iniciación

La amazona

Mis Recuerdos (2)

Caricias

La petición de mano

Mis Recuerdos (1)

Diario de un semental

Carmencita de Viaje

Solterona

Macarena (4: Noche de Mayo)

El secreto de Carmencita

La Pícara Carmencita

La Puta

Macarena (3: El tributo de los donceles)

Costumbres Ancestrales

Cloe (3: El eunuco del Harén)

Macarena (2: Derecho de Pernada)

Cloe (2: La Prostituta Sagrada)

La Muñeca

Soledad

Cloe (1: Danzarina de Isis)

El Balneario

Escrúpulos

Macarena

La tomatina

Dialogo entre lesbos y priapo

Novici@ (2)

Catador de almejas

Antagonistas

Fiestas de Verano

Huerto bien regado

El chaval del armario: Sorpresa, sorpresa

Guardando el luto

Transformación

El tanga negro

Diario de una ninfómana

Descubriendo a papá

La visita (4)

La visita (2)

La visita (1)