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Historias de una aldea (5)

en Grandes Relatos

HISTORIAS DE UNA ALDEA - V –

El candil de Marina vuelve a brillar en la noche. No ha podido conciliar el sueño, pese a estar baldada por los embates amorosos del herrero y de su ayudante. Un perro ladra a lo lejos. Junto al hogar, una perra , de color ceniciento, lame a los gatitos que maullan llamando a la madre que no conocieron . No puede decirles que murió en el parto del último de ellos. Demasiado vieja , como ella misma. Aún sabiendo que no hay solución, el noble can arrima su pezones resecos a las fauces sonrosadas de los mininos. No sale nada ; pero la tibieza y el amor de la perra los sumen en un suave sopor hasta que se duermen.

La mujer está ojerosa : sexo abundante y poco descanso. No importa : el corazón golpea dentro de su pecho con una excitación nunca sentida. Deshace el lazo deshilachado que sujeta el cuarto legajo, y comienza a leer con avidez.

***

" Las heridas de Anel son terribles. Poco han podido hacer las sacerdotisas para salvar los restos del sexo infectado del muchacho. Lo imprescindible para que pueda seguir evacuando la orina, y poco más. La fiebre ha remitido y, poco a poco , su cuerpo vuelve a tomar fuerzas. Anel observa maravillado las danzas de las muchachas. Sus cuerpos apenas estan cubiertos por delicados nenúfares, trenzados en bellísimas guirnaldas. La música sencilla de un caramillo suena entre las columnatas del Templo y las voces cristalinas se elevan en un cántico bellísimo. La más anciana pronuncia los salmos secretos. Una luna llena alumbra la escena, reflejándose sobre la gran palangana de oro, llena hasta los bordes con agua del lago.

La Suma Sacerdotisa, informada por el aya Lotta, pide a Godiva la daga encontrada, junto al cadáver de su hermana, en las ruinas de la aldea. La muchacha duda, cediendo ante la mirada imperativa y bondadosa de la anciana. A la vez, le entrega un pañuelo que le pertenece, apenas un pequeño trozo de lienzo bordado en su niñez. La Sacerdotisa parece elevarse del suelo al ejecutar unos signos cabalísticos sobre ambos objetos. Murmura en un lenguaje incomprensible para los no iniciados, Deja caer ambos objetos sobre el agua cristalina de la palangana. Inmediatamente, desaparece el reflejo de Selene sobre el agua, comenzando a borbotear el líquido formándose grandes cuajerones de sangre. Espesas vaharadas de vapor rojizo se elevan hacia el cielo. Todas las sacerdotisas aguantan la respiración, intentando descifrar el mensaje terrible que aquellos augurios suponen. Por fín, la Madre de las Sacerdotisas, toma de manos de Lotta una pequeña redoma transparente, casi llena de un líquido espeso y blancuzco, y , destapándola, echa unas gotas sobre la sangre de la palangana. Los vapores rojos comienzan a tornarse rosados, para cambiar a un blanco azulado. La sangre se diluye, mostrándose el recipiente , hasta los bordes, de un agua de color lechoso, que tiñe hasta sus entramados más profundos el pañuelo de Godiva.

Cuando el agua comienza a aclararse, una imagen grotesca queda reflejada en su superficie. Es la de una mujer de rasgos crueles, que los mira fijamente a ellos , de la misma forma que ellos la miran con temor. En los labios crueles de la aparición se leen las palabras : "Os atraparé", antes de que las mandíbulas se le descoyunten en una salvaje risotada, que deja al desnudo sus largos dientes amarillentos.

***

Las tres viejucas avanzan jadeando.Los velos negros ocultan sus níveos cabellos. Encorvadas como hoces, miran la hojarasca - antes de pisarla- en busca de hongos alucinógenos. La luna llena alumbra su tarea. Desde que anocheció, están ocupadas buscando los ingredientes necesarios. Ya falta poco. En su choza, justo en el centro del agreste bosque, bulle el caldero desde varias horas antes. Salmodian una cancioncilla, cada una en un tono distinto, pero que, conjuntamente se transforma en una melodía extraña, espeluznante.

Con los delantales repletos de hongos, vuelven sobre sus pasos, resollando, para llegar al abrigo de la choza. Falta poco para que sea media noche. La noche de la luna negra. La luz de la luna llena, hasta ayer de un blanco brillante, está ahora empañada, como cubierta por un tenue velo. Dentro de poco estará totalmente oculta por el eclipse. Y entonces, sobre la tierra, se desatará la magia, y , ellas, podrán hacer , durante unas horas, lo que se les antoje.

Las ancianas, libres los cabellos sobre sus cuerpos desnudos, siguen con sus cánticos, cada vez más frenéticos. Alrededor del caldero burbujeante, unen sus manos de uñas retorcidas. La carne de sus antebrazos cuelga fláccida, así como sus senos, arrugados y secos como pimientos. Bajo los pliegues de sus vientres, el nido blanquecino de sus pubis apenas oculta los labios vaginales, tan lívidos y fríos como los de sus bocas desdentadas…

Casi no entra la luz de la luna por el astroso ventanuco. Justo en el momento en que la oscuridad más completa cubre la choza, las tres mujeres, dando un paso adelante, se inclinan a la vez sobre la gran olla que pende sobre el fuego y, dando un gran sorbetón, tragan un buche del ardiente mejunje. Dando un espantoso alarido, caen hacia atrás, soltándose unas de otras. Durante unos minutos, la oscuridad y el silencio más completos reinan entre las cuatro paredes.

Un fulgor tenue, primero verdoso, luego amarillento, por fin dorado, va iluminando – poco a poco – el tugurio de las brujas. Unos brazos torneados, blanquísimos, de exquisitas líneas, se elevan desde el suelo. Tras ellos, aparecen tres cabezas. Una es de cabellos negros como el azabache, de voluptuosas ondas. Otra , rubia, de un tono casi plateado, lisa como el agua de un arroyo. La tercera es pelirroja, con reflejos de fuego cuando se mueve. Al levantarse las mujeres, la choza refulge como un ascua. Cada una está envuelta en un halo, que aún realza más la belleza de sus carnes. Como si no se lo creyesen ni ellas mismas, se acarician estos nuevos cuerpos, amasándose los erguidos senos, palpándose las duras nalgas, culebreando sus dedos por sus – ahora sí- cálidas entrepiernas.

Mirándose unas a otras, y así mismas, de sus gargantas comienzan a salir sonidos guturales primero, más tarde roncas carcajadas, y , al final risas cristalinas que suenan como campanillas de plata. Entonan un cántico de tonalidades purísimas , que parece iluminar el negro bosque.

Comienza la segunda parte del aquelarre. Las brujas transmutadas en doncellas, sumidas en trance , aspergian con el contenido del caldero una larga rama de sauce y montan a horcajadas sobre ella. Al hacer un signo mágico en el aire, la puerta de la choza gira sobre sus goznes, abriéndose de par en par. Remontan el vuelo las mujeres, riendo con sonidos cantarines. La neblina fría de la oscura noche, las traga de un bocado. La luna negra lo observa, todo, con las cuencas vacías de sus cráteres.

***

Gorka tiene el cuerpo empapado en sudor. Sueña, una vez más, con la bella muchacha, la jovencita rubia de las blancas carnes, la que le ofrendó su virginidad en la cueva de infausto recuerdo. Entre sueños, hace un esfuerzo por recordar su nombre: Godiva. Y, al musitarlo, una extraordinaria erección endurece su verga hasta límites insoportable. De pronto, se siente transportado en el aire. Un hálito de aire fresco seca el sudor de sus miembros desnudos. Unas manos suaves lo acarician sinuosamente. Siente sobre sus labios el aleteo de otros labios. Sobre su pene, el enervante contacto de una jugosa boca.

El hombre, el guerrero sanguinario, se deja manipular en un duermevela interminable. Hace esfuerzos sobrehumanos para abrir los ojos; pero sólo consigue vislumbrar unas sombras doradas a su alrededor. Unos opulentos pechos masajean su pétreo pene. Sobre su boca, el contacto de una cálida vellosidad le hace pensar en un sexo femenino. Una ágil lengua lame su escroto, deslizándose peligrosamente hasta las inmediaciones del ano. Gorka, arrastrando las telarañas que obturan su garganta, lanza un grito agónico, pudiendo, por fin, eyacular a borbotones. Sus ojos se abren durante unos instantes. Ante él, sonriendo lascivamente, Godiva lo mira a los ojos, empuñando aún su cimbreante falo. Pero, enseguida, cambia la cara de la muchacha, apareciendo el rostro de una doncella desconocida, junto con otras dos – una pelirroja y otra morena – difuminándose en el aire según Gorka cae en otro profundo sueño.

Las brujas llegan a la choza justo a tiempo. La blanca luna pugna por salir de su encierro. El caldero cuelga sobre las tibias cenizas. Las canas, los dientes, las carnes, los años en fín, caen – otra vez – sobre las tres mujeres. Pero han conseguido su cometido. El encargo de las Sacerdotisas del Templo, las protectoras de Godiva, ha sido realizado, y , antes de regresar a la choza , la redoma de cristal que contiene el esperma de Gorka fue puesto en manos de su querida hermana Lotta.

***

Irka, la bruja, la malvada, está rabiosa. Cabalga junto a su hijo Koffi, el animal sin entrañas, la bestia inhumana que goza , hasta lo indecible, con el dolor ajeno. Tras ellos, en polvorienta cabalgata, los siguen cuatro guerreros enviados por Gorka para ayudar a la pareja de monstruos.

La búsqueda de los hijos de Casia ha comenzado. Con las indicaciones dadas por su jefe, Irka – mediante magia negra – ha localizado un rastro fiable. De cuando en cuando, la bruja detiene su caballo, levanta los brazos como clamando al cielo y, poniendo los ojos en blanco, se deja llevar por los espíritus casi tan malignos como ella. Tras estas paradas, rectifica ligeramente el rumbo, siempre hacia delante.

Tras ellos, solo dejan muerte y desolación. Mujeres violadas, niños descerebrados, hombres torturados hasta que piden la gracia misericorde de la muerte. Nadie les ha dado razón de los muchachos y su aya. Algunos, creyendo poner fín así a su tormento, les han dado pistas falsas. Son los que se bambolean , totalmente despellejados, expuestos sobre la grupa del último de los caballos. Con grandes moscardones verdosos zumbando sobre sus colgantes carnes, desprendidas en girones de los huesos, casi muertos… pero sin llegar a morir del todo. Para impedirlo estabán Irka con sus brebajes.

Koffi, despatarrado sobre su montura, penetra vaginalmente a una chiquilla esparrancada ante él, con las piernas bien sujetas bajo los muslos del guerrero y los brazos atados , hacia arriba, sobre el cuello del caballo. Con un afiladísimo cuchillo, el salvaje Koffi va cortando finas tajadas del torso de la muchachita, masticándolas con delectación mientras, con el galope del caballo, disfruta del coito entre grandes risotadas. Los senos – apenas insinuados de la niña – ya han sido consumidos. Con la punta del fino cuchillo, arranca de su cuenca un ojo azul, despavorido.

Por fín, Irka, sonrie , mostrando sus afilados dientes, tan terribles como el brillo enloquecido de sus ojos. Ha encontrado un punto de referencia. Con un gesto de su mano, hace detener la cabalgada. En el suelo, junto a una mata de hierbas venenosas, hay un diminuto charco dejado por la lluvia. La mujer se acuclilla y – concentrándose en unas palabras rituales- agita la superficie del agua, removiendo el limo depositado en el fondo. Cuando el barro torna a reposar, una imagen serena aparece sobre el agua: es la imagen de una sacerdotisa cubierta con tocas blancas. La bruja ríe con sones de loca, haciendo un gesto amenazador a los ojos tranquilos que la miran desde el fondo. Minutos después, avanzan al trote, dejando atrás los cadáveres de los despellejados y de la niña destrozada.

***

 

 

Ululando como animales, chillando como bestezuelas de cloaca, Irka y los suyos atacan el mundo intocable de las Sacerdotisas. Los horrores que cometen con aquellas pobres vírgenes son inenarrables. Sin embargo, debido a esa fiereza inhumana, a ese cebarse con los cuerpos de jóvenes, niñas y ancianas, les hace perder el tiempo necesario para impedir la huida de Godiva y Anel .

Embarcados en una ligera barquichuela, los fugitivos han podido bordear las aguas del lago. La suma Sacerdotisa les ha ayudado en todo. Desde que tuvo la visión de Irka todo han sido preparativos. A la primera señal de alarma ha hecho botar la pequeña embarcación y a sus tres tripulantes. Junto con Godiva y Anel, la buena Madre ha insistido en que se lleven con ellos a Serena, la flor más preciada de su jardín conventual. La vestal más hermosa, la más virginal, su mayor tesoro. Lotta queda con las sacerdotisas. Muy vieja y cansada para seguir huyendo, prefiere quedarse como víctima propiciatoria, dando a los fugitivos más margen de tiempo para que se alejen. Ellos tienen la obligación de sobrevivir para vengarse.

***

La tienda del nómada está instalada en una zona esteparia. El pastor se deshace en reverencias ante Gorka, agradeciéndole que haya impedido a sus hombres que arrasaran el campamento. El joven guerrero no se inmuta por tales muestras de pleitesía : simplemente está cansado de tanto horror, de tanta muerte y masacre … para nada. Obedeció , en su momento, la orden de arrasar la aldea porque su objetivo era destruir aquella familia. Ahora sabe que tanta sangre derramada fue en vano : dos hijos de la familia habían huido a tiempo. Y tienen que seguir buscándoles hasta darles muerte. Esas son las órdenes inapelables del Rey Gayo, el que se sienta actualmente en el Trono de Piedra. Su hermano, mal que le pese.

Gorka vuelve en sí de sus pensamientos. El nómada le está diciendo algo en un lenguaje gutural, del cual el guerrero entiende solo unas cuantas palabras. Le señala algo en un rincón de la tienda. Sus ojillos oblícuos se cierran todavía más, se transforman en dos finas líneas con la lasciva sonrisa que quiere pasar por pícara. Unas pesadas cortinas, bellas aunque mugrientas, conforman un reducto, una especie de tienda dentro de la tienda.

El guerrero duda. Está cansado, aunque el sabroso té ofrecido por el pastor parece que lo ha reanimado un tanto. Su cuerpo joven responde a un pensamiento que pasa – fugaz- por su mente. Ya hace varios días que no tiene sueños ( o pesadillas ) eróticos. Con el trajín de las cabalgadas incesantes buscando a los fugitivos, no ha tenido tiempo – ni ganas – de masturbarse. Y él odia copular con otros guerreros ( práctica bastante extendida pero que él siempre rechazó ). Piensa que el pastor le está ofreciendo una hembra para que se sacie. Y Gorka, cada vez más encalabrinado, piensa que igual le dá que sea joven que vieja, guapa que fea : necesita copular con una mujer.

El joven se levanta y se despereza como un oso. En los pocos metros que lo separan de la tienda interior se va despojando de correajes y pieles que conforman su vestimenta. Cuando aparta la cortina ya está totalmente desnudo.

Bajo la tenue luz que se filtra por los cortinajes, Gorka descubre un cuerpo femenino, menudo, tumbado boca abajo. El cuerpo es exquisito, de un color marfileño con tonalidades doradas. Un pesado moño de pelo negrísimo adorna el cogote de la durmiente. Luce varias peinetas con adornos orientales. Está muy delgada, sin embargo las caderas y los glúteos son carnosos, en forma de suculenta pera. Gorka nota la sangre de su cuerpo fluir hacia su verga. Su respiración se hace entrecortada, conforme la excitación sube de nivel. Se come con los ojos en cuerpo de la muchachita. Al final de las nalgas se descubre un suave nido, una deliciosa hendidura apenas cubierta por un sedoso vello, corto y rizoso. La muchacha , con una mano, se acaricia un cachete y hace presión para que se entreabra el sexo, mostrando a Gorka su sonrosado interior.

Gorka se adelanta con la intención de arrodillarse tras ella. Quiere poseerla en ese mismo instante. Su vibrante verga así lo precisa. ..

Pero, cuando el guerrero desnudo levanta una mano para acariciar el trasero femenino, la muchacha se da la vuelta, quedando tumbada frente a él. Y lo más extraordinario es que se ha desdoblado y ya no es una única mujer, sino dos.

Maravillado , Gorka, observa las caras idénticas, los cuerpos idénticos. Ahora hay dos hermosas jovencitas acostadas ante él. Y dos brazos le hacen señas para que se acerque más, para que las posea inmediatamente. Sin embargo, Gorka, se ha quedado mudo, casi horripilado, al descubrir que las muchachas están unidas – una a la otra- por el hombro, careciendo una de brazo derecho y la otra de brazo izquierdo.

El joven ha quedado estático. Hasta su miembro ha comenzado a bajar lentamente, conforme desaparece la excitación de su dueño. Pero las siamesas , avezadas en estas lides, se lanzan sobre él y atenazan sus musculosos muslos con sus frágiles brazos. Una boca se hace cargo de los testículos, la otra prueba a subir lo que está bajando…

El tacto , tan suave, de la piel de las chicas, el frotamiento de sus pequeños senos, sus bocas que lo ensalivan abundantemente, sus manos que recorren el cuerpo musculoso… todo eso , conjuntamente, hace que se realice – una vez más – el milagro de la resurrección de la carne. Se yergue en toda su plenitud el vergajo de piel morena y, antes de que su propietario tenga que decidir, ya está metido en el sexo casi infantil de una de las muchachas. Mientras una – sentada sobre el bajo vientre del guerrero - copula con Gorka , la otra le exige al macho que la masturbe. El miembro, milagrosamente, entra todo entero en la vagina ( aparentemente diminuta ). La muchacha hace caritas como de dolor, pero sigue cabalgando como una amazona que quiere llegar la primera a la meta. Y llega rápidamente, con su vulva repleta de carne masculina joven y vibrante. Y su hermana la aparta para ocupar su lugar. Otro coñito que se abre para el joven Gorka, que la empala manteniéndola en alto , como encaramada arriba de una cucaña enjabonada.

Tumbadas las hermanas boca abajo, el joven acaricia con mano callosa las nalgas opulentas. Con sus dedos pulgares hurga en los jugosos sexos, goteantes de flujos, y extiende las humedades hasta los diminutos anos. Luego, tomando una al azar , la monta por detrás y restriega su brillante balano por la umbría raja entre los cachetes. Al notar la rugosidad anal, fuerza el falo para que penetre. Aguanta el envite la chinita. Al segundo empellón chilla como una rata al sentirse apuñalada por la verga de Gorka. Es fuego lo que siente la muchacha en su intestino. El muchacho intenta paliar la quemazón libando un hilo de saliva directamente sobre la verga. Algo más suave sigue entrando el príapo abundante. Solloza la enculada sintiéndose abierta en dos. Pero el guerrero no cesa en su asedio hasta que sus colgantes le impiden avanzar más. Aguanta un rato quieto. Ella tiene que adaptarse a su grosor. La hermana colabora haciendo titilar el clítoris fraterno, hasta que un goce se insinúa en el horizonte. Cuando Gorka se percibe de un tímido movimiento de caderas de la ensartada, adivina que ya tiene el paso libre. Comienza a bombear ( dentro y fuera, dentro y fuera ) por el recto , hasta que una explosión de sus sentidos le hacen berrear mientras eyacula sobre los riñones de la muchacha. Chorrea el esperma por la espalda y nalgas, avanza en gruesos goterones - espesos y ardientes – por los muslos abajo. El ano es una rosa abierta, con pétalos ligeramente enrojecidos por unas perlas de sangre. "

***

Aulla la perra al presentir la muerte de los mininos. Los tres gatitos ya están rígidos, todavía atenazando con sus boquitas los pezones de su madre adoptiva. Marina se levanta y acaricia el lomo, casi pelado, de la vieja perra mientras recoge los cadáveres gatunos. Llora el animal con sonidos semihumanos , husmeando tras los pasos de la mujer. En un rincón del patio, junto al túmulo que señala la tumba de la madre, cava Marina un agujero lo suficiente profundo para albergar los cuerpos inanimados. La perra espera con ojos mansos a que su ama cubra con tierra y hojas la tumba improvisada. Luego , como aceptando su destino, se acurruca entre ambas tumbas , envuelta en el vaho que se evapora del suelo húmedo. Horas después , su corazón viejo y apenado ha dejado de latir.

La buhonera, muerta de sueño , busca la tibieza del lecho. El torso desnudo de Tarsicio se aplasta contra la espalda femenina. Una barra de carne , todavía embadurnada con la saliva de Ruanillo, busca la entrada posterior de la mujer. Marina sonríe entre sueños y relaja su esfínter deseosa de acoger a Tarsicio en su interior. Sus últimas palabras – más que palabras, pensamientos – son : "Sigue, no te detengas , Gorka ", y aprieta las nalgas para no dejar salir de su recto la verga inaudita del semental negro.

Carletto.

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