¡ PUM, PUM, PUM !
Notas una sensación extraña, a medias entre el pudor y la rabia. El golpeteo del cabezal de la cama resuena rítmicamente contra la pared de los vecinos: ¡ Pum, pum, pum !, y, a través del tabique, se oye un maullido como de gata satisfecha, un ronroneo de hembra ahíta, que gime para ser oída por toda la vecindad :
-¡Julián, ay mi Julián, que gustito me das!.
Mientras, tu pelvis choca contra el Monte de Venus de Dorita con sones de danza macabra. Macabra, sí, porque tu esposa lo sabes bien no siente nada contigo. Y lo peor es que lo cuenta a todo el mundo: "Cuando Ernesto me hace el amor es como si profanase un cadáver". ¡ Y eso te falta a ti !. ¡ Encima de que te cuesta Dios y ayuda empalmarte, tienes que estar imaginando que es otro cuerpo el que tienes bajo el tuyo para poder terminar dignamente la "faena"!. Y, por eso, piensas en los vecinos, Julián y Marisela- que ya han terminado su revolcón y estarán ahora mismito escuchando el ruido que hacéis vosotros, sabiendo que estás "cumpliendo" con la parienta
¡Si supiese tu vecino, tu amigo Julián, que tienes que pensar que follas a su mujer para llevar a buen puerto tu coito marital!. Igual no te ponía tan buena cara, ni te guiñaría un ojo cuando mañana- os crucéis en el portal.
¡ Menudo polvete el de anoche, ¿eh, semental?!
Y tú tratarás de esquivar su codazo, a la par que sonreirás con orgullo mal disimulado.
De tarde en tarde os juntáis los cuatro para cenar. Dorita y Marisela se soportan (que no es poco), mientras Julián y tú sois amiguetes desde pequeños. Esas noches, las "chicas" se esmeran en la cena, en su atuendo y en el resto de los detalles. Ninguna de las dos parejas tenéis hijos (de momento), y ellas se conservan bastante bien: dietas, algo de gimnasio, muchos potingues para la cara y el cuerpo Las dos son pechugonas, de las de la "antigua escuela ", sin nada de silicona en la abundante tetera. Vosotros, los hombres, tampoco estáis mal: algo de barriguita, no del todo feos y con unos fuertes muslos de ciclista. Porque sois ciclistas "de los de toda la vida". De esos que se pegan su buena panzada de kilómetros cada domingo, llueva, truene o caiga un sol que derrita las piedras.
Julián es el gracioso del grupo. Tiene una simpatía natural, que atrae a los demás como un imán a las virutas de hierro. Tú eres más seco, más introvertido, menos "cachondo". Tu mujer te lo reprocha siempre que puede, incluso llegando a insinuar que "parece que lleves el palo de una escoba metido en el culo".
Hace muchos, muchos, muchos años, te tiraste a Marisela. Eran otros tiempos. Ambos estabais medio piripis y tuvisteis "media hora tonta". Luego te enteraste que Julián ya se la había pasado por la piedra antes que tú. Ella te gustaba a rabiar pero finalmente se decantó por el simpático. Marchaste del pueblo y volviste al cabo de unos años, casado ya con Dorita. Por casualidades de la vida, terminasteis viviendo en la misma finca, en el mismo rellano y pared con pared.
Una noche, sintiéndote muy enamorado, le confesaste a Dorita aquél polvo lejano con Marisela. Nunca debiste hacerlo. Se puso hecha una furia, sin atender a las razones de todo el tiempo transcurrido, ni de que entonces tú ni siquiera la conocías a ella. Nada. Peor que si le hubieses dicho "hija de mala madre". Fue el final de vuestra vida marital. Los celos la reconcomían (aunque, delante de la otra, ponía buena cara), y no abría las piernas para ti nada más que de Pascuas a Ramos. Te tenía "a pan y agua", y tú contra más hambre pasabas- recordabas con más excitación aquel primer y único polvete con la buenorra de Marisela.
Un súbito amor algo añejo- despertó en tu corazón. Sentías que algo no te había salido bien en la vida. Dorita se alejaba más y más de ti, obsesionada con aquella "puesta de cuernos anticipada" lejanísima en el tiempo, pero que ella siempre tenía presente. Por otro lado, Marisela ¡ era tan dulce!. ¡ Y te miraba con tanta añoranza cuando nadie la veía!.
***
Ya te has decidido. Será hoy. El trayecto con la bici ha sido corto y habéis terminado pronto. En los vestuarios de la peña huele a zorruno. Julián se ha duchado de los primeros y ha salido pitando, tal y como es su costumbre. Tú esperas en la cola, pero en cuanto lo ves marcharse sin cambiarte siquiera te montas en la bicicleta y sales zumbando. Por los pelos no te das de morros con él, que pasa a todo gas con su moto último modelo.
Dejas la bicicleta en el cuarto de los contadores de agua. Subes la escalera con tanto cuidado como si pisases huevos, al estilo de la Pantera Rosa. El sudor corre por tu rostro, por tu tórax, por tu entrepierna Marisela debe tener un oído muy fino, porque ha escuchado la mínima pulsación que has dado en el timbre. Abre con un gesto de interrogación brillando en sus ojos gatunos. Casi la empujas para entrar, porque temes que Dorita se asome a la vecina puerta. Hablas en susurros, casi sin saber ni tú mismo lo que dices. La miras y ella te mira. Nerviosamente muerto de calor- bajas la cremallera de tu traje de goma hasta debajo de las tetillas. Marisela sigue mirándote, mirándote, mirándote hasta que alza las manos y pinza tus pezones atrayéndote hacia ella.
Ahora es Marisela la que te empuja a ti. Verdaderos empellones, que te hacen trastabillar y caer de espaldas sobre su cama de matrimonio. Se lanza sobre ti como una gata, arrancándote a zarpazos el traje de ciclista. Estás empalmado ¿cómo no vas a estarlo?. Si la muy zorra te está diciendo lo mucho que le gustas, y el hambre que tiene de tu verga. Alucinas en colores. ¡ Le estás poniendo los cuernos a Julián!. ¡Al superhombre, al gracioso, al inefable Julián!. Por primera vez en tu vida vas por delante de él. Te estás tirando a su mujer, en su propia cama. Sus uñas son las que se clavan en tu espalda, su vientre el que se pega al tuyo, su sexo succiona tu verga y te sientes el más dichoso de los hombres. Tan solo echas en falta una cosa: que grite tu nombre a los cuatro vientos, al igual que hace cuando se la folla su marido. Casi estás a punto de pedírselo, de que haga el favor de que diga : ¡ Ernesto, ay, mi Ernesto!.
Pero no. No se lo dices. No puedes.
Porque tu voz queda helada en una boqueo con el que atragantas, a la par que se oye un golpeteo rítmico contra la pared de la alcoba (justo desde el otro lado):
¡Pum, pum, pum!
Y la voz atiplada de tu mujer que chilla sin tapujos :
¡Julián, ay mi Julián, que gustito me das!
Carletto.