MORBO ( III.- OTOÑO )
1ª PARTE
En el exterior, el viento juguetea arrastrando las primeras hojas que secó el Otoño. Aún hace calor, pero ya no es tan intenso, tan agotador como el de la canícula pasada. En el edificio destinado a bodegas, se oye un rumor incesante, un chapoteo, algunas risas, ciertas frases dichas en diferentes lenguas
Dentro del lagar, tres muchachas opulentas, dignas modelos del mismísimo Rubens, se agarran unas a otras, para guardar el equilibrio, mientras levantan ora un pie, ora otro para bajarlo con fuerza y aplastar los granos de uva, que revientan derramando su dulcísimo jugo. Es la vendimia. Los tractores llegan cargados hasta los topes, desde los lejanos campos, volcando en las rampas superiores perfectamente chapadas con blancos azulejos su carga frutal. Las uvas caen en tropel hasta los lagares, donde son pisadas y empujadas hacia grandes tolvas, donde son comprimidas, vuelta tras vuelta, haciendo que suden sus zumos de agua , azúcar y sol. El mosto, tras pasar por varios filtros, llegará hasta los depósitos, en espera de su fermentación y su gradual transformación en vino.
Pero, ahora, estamos en el primer paso. Las tres chicas, la Rumana, la Polaca y la Ecuatoriana, se ríen de cualquier cosa, felices de tener trabajo. Sus livianos vestidos están pegajosos, empapados, adheridos a sus pieles de tan diverso color. No se entienden unas a otras ; pero da igual. Al final del día , les darán sus pagas. Sus hombres las estarán esperando fuera, con sus pagas de vendimiadores metidas en los bolsillos de sus pantalones, un tesoro muy cerca del otro tesoro, del que anhelan ellas. El calor comienza a hacerse sentir. El rojo mosto gotea por sus rostros, unificando el color de sus pieles. Bajo los escuetos vestidos, las abundantes carnes se notan excitadas. ¿ Será por ese perfume, tan intenso, que sube de los depósitos ¿. A la Polaca le da un ligero mareo, y cae sentada sobre el montón de uvas. Las otras, asustadas, se arrodillan junto a ella, musitándole palabras de aliento que ella no entiende. Abre sus ojazos azules y pugna por desabrocharse la blusa, como si se ahogase. Las otras entienden el gesto, y se lanzan a ayudarla. Pronto ven la luz los dos pichones ya gordos de la Polaca. La Rumana, con el borde de su falda, intenta limpiar la cara de su amiga, ensuciándosela aún más. No se da cuenta de que, al ir sin bragas, muestra su floreciente sexo a las otras, cuando se levanta el vestido. La Ecuatoriana, más vergonzosa, nota ruborizarse su bellísima cara y, para disimular, intenta arreglarse la gruesa trenza que lleva anudada en forma de rosquete sobre el cogote. Se oye el sonido típico de la tela al rasgarse. La tímida sudamericana, observa con horror como sus pechos quedan tan desnudos como los de su amiga, casi rozándose sus oscuros pezones con los sonrosados de la Polaca. Tras unos segundos de tensión, estallan en carcajadas las tres jovencitas, revolcándose juntas sobre las uvas, empapando aquellas partes de sus cuerpos a los que el mosto había respetado. Juegan a hacerse cosquillas, a manosear sus senos, a buscar bajo las faldas los labios y bigotes de tan distintos colores Chupan sus dulces pieles. Enlazan sus manos antes de enlazar sus lenguas. Gimen cuando culmina cada una su orgasmo, y curiosamente, los tres orgasmos suenan en el mismo idioma.
***
Los dos primos juegan en el pajar de su casa. Están en plena vendimia ; pero ellos se han escaqueado. Solo han ido lo suficiente para hacer amistad con los nuevos vendimiadores, los tres muchachos ( un polaco, un rumano, un ecuatoriano ) que contrató el tio de ambos, el solterón rico, con la alegría propia del avaro que conseguirá mano de obra barata. Es un acuerdo que tienen los ricos agricultores del pueblo : "Que no se le ocurra , a nadie, pagar los jornales más altos que los que paguen los demás. Sino, los peones se acostumbran y se engallan, exigiendo derechos que, mientras puedan, ellos no se los han de dar ".
Nicasio, previa distribución de varios pitillos, se hizo amiguete de los extranjeros. Habló con ellos, los puso calientes mostrándoles a su prima y a él mismo. Y les prometió buena cena y algo extra , si acudían al Pabellón de Caza aquella noche. Naturalmente, con sus novias.
Esto ha sido lo acordado. Nicasio está contento. Ya hace semanas que marcharon el Conde y Alba. Las cicatrices de ambos primos ya se han curado. Sus cuerpos vuelven a necesitar de una pizca de vicio, de violencia, de sensualidad
Grita Lucrecia al ser azotada con el sarmiento. Nicasio flagela las blancas nalgas de su prima, sin parar, hasta que brota el primer hilillo de sangre. Es la señal. El chico arroja el sarmiento a un lado y se arrodilla junto al cuerpo semidesnudo, sollozante, derribado sobre la paja. Se inclina sobre los globos carnosos y lame la sangre de su prima, hasta que la restaña totalmente. La muchacha sorbe las lágrimas y eleva un poco la grupa, esperando la recompensa a su pasividad. Los abultados labios vaginales , aparecen en todo su esplendor cuando Nicasio, haciendo presión en ambos glúteos, los abre lo más posible. Boquea el sexo de Lucrecia, esperando el embutido de carne masculina. El, juguetea en el portalón, tocando con su picaporte por el quicio y sus aledaños. Ella nalguea, voceando a los cuatro vientos que el paso está libre .Entra, por fín , el chorizo en su totalidad. Lucrecia lo paladea. Lo deglute, lo regurgita. Vuelve a tragarlo sin desperdiciar ni un ápice. El primo palmea las blancas nalgas, hasta que alcanzan un tono bermellón. Alcanzan el orgasmo y caen rendidos sobre la paja, quedándose dormidos de inmediato.
***
En las sombras de la tarde Nicasio y Lucrecia asaltan las despensas de sus casas. Descuelgan jamones, afanan un enorme queso, chorizos y embutidos de varias clases. Del horno, aún caliente, sacan varios panes, recién hechos por la abuela. Los tomates y el aceite de oliva engrosan la cesta de sus latrocinios. Bajan a la fría bodega, y arramblan con tres o cuatro botellas de tinto de crianza. Aún les da tiempo a coger sobre la marcha un plato de sardinas en salmuera, aceitunas adobadas con limón y finas hierbas, un par de melones de la cosecha última, colgados con hilos de esparto a las vigas de la despensa, una gran torta de almendra adornada con pasas y polvo de azúcar
Empujan una carretilla, con el sudor cegándoles los ojos. En los estómagos, un pellizco de miedo y de interés. Los sexos, con un hormigueo bien conocido
En el Pabellón todavía no han nadie. Mejor. Así tendrán tiempo de preparar las cosas. La comida y lo otro.
Colocan unos caballetes de madera, sobre los cuales una larga tabla hará de mesa. Una sábana de ricos bordados y anchas puntillas, servirá de mantel. Sacan la vajilla buena. Colocan las viandas de forma vistosa . Lucrecia, muy guisandera ella, corta grandes rebanadas del pan de su abuela, luego abriendo un tomate muy maduro por la mitad restriega la pulpa por la superficie del pan, hasta que queda impregnado totalmente. También frota , suavemente, unos ajos fileteados, para que dejen una pizca de su olor y sabor. Mientras, Nicasio, corta finas lonchas de buen jamón , que va dejando sobre unas bandejas de plata. Lucrecia coge varias de estas lonchas, las más finas y suculentas, bien entreveradas de blanco tocino, y las va colocando sobre el pan con tomate. Finalmente, derrama unas gotas de aceite puro de oliva sobre el riquísimo manjar. Un perfume delicioso se eleva de la mesa
***
Los seis vendimiadores extrajeros llegan puntuales. Se nota que vienen directamente del rio. Lucrecia, advierte inmediatamente que algo pasó entre las muchachas. Las miradas cariñosas que se prodigan, las palmetadas maliciosas en plenas nalgas, incluso los susurros ininteligibles que se deslizan en los oidos, sin entenderse, solamente con el objeto de juntar sus rostros, de buscar la fugaz caricia de labios con lóbulo, de boca con boca
Los chicos, como siempre, en la inopia. Solo están atentos a su propio aspecto, a su masculidad. Ni se les pasa por la cabeza el encaje de emociones que han tejido sus novias aquella misma tarde. Sus estomágos , gruñen. Sobre todo al ver la mesa, adornada con grandes candelabros de plata. Lucrecia les recibe totalmente desnuda. Los besa, los saluda. Todos se sienten gratos. La muchacha , sin pudor, acaricia de uno en uno los torsos de los muchachos, deslizando las manos hasta sus vientres y aún más allá. Ellos responden como un hombre solo. La vergas apuntando el cielo. Miran a la muchachita que repite los gestos de bienvenida con sus novias. Ella la aceptan, muy cariñosas. Ella busca sus senos por los escotes. Escarba en las entrepiernas, aún húmedas por el agua del río Luego, reparte entre los seis unas bellísimas copas, llenas a rebosar de un vino tinto, denso y rojo como la sangre. Algunos , se lo beben de un trago, otros, lo paladean chasqueando la lengua.
Aparece Nicasio como su madre lo trajo al mundo. Los hombres lo admiran. Las mujeres lo desean. Habla con voz amigable, pero seria, para ser entendido. Se acompaña de gestos y de palabras macarrónicas aprendidas sobre la marcha. Su perorata se resume en lo siguiente : tendrán un festín, disfrutarán de una orgía, tendrán paga doble ( Lucrecia y él habían roto sus alcancías ), con la condición de que, uno de los chicos y una de las chicas ( no importaba si eran pareja o no ) debían someterse a todos los caprichos de él, y de los demás. Cualquiera que fuese el capricho. No habría heridas, pero sí violencia. Sexo, por descontado. Humillaciones, sin cuento. Debían decidir. Si aceptaban ¡ a comer ¡. Sino, cada uno a su casa, y tan amigos.
Ya sea que el vino ha surtido su efecto. O la promesa de paga. O la orgía que se vislumbra Aceptan todos. Hacen un sorteo consistente en elegir la paja más larga. Los chicos una, las chicas otra.
Salen elegidos el chico polaco y la chica ecuatoriana. Sus parejas los miran con lástima unos segundos. Luego, todos se lanzan sobre la mesa, comiendo hasta hartarse.
Las botellas ruedan vacias sobre la mesa. Lucrecia va de comensal en comensal, indicándoles por señas que el momento ha llegado : todos deben desnudarse por completo. Caen las ropas al suelo. Aparecen , espléndidos, los jóvenes cuerpos. Nicasio, llama con una seña a la ecuatoriana y al polaco. Se acercan dubitativos. Ella, cubre sus senos con un brazo, el pubis, con la otra mano. El , tiene ambas manos sobre su sexo, tratando inútilmente- de ocultar su erección.
Los lleva a un aposento contiguo. A los pocos minutos, llama al resto para que acudan. El muchacho ecuatoriano pega un respingo cuando ve a su amorcito colgada de las trenzas, con los pesados senos bamboleándose en el vacío, con la pelambrera de su pubis, bien expuesta al tener los muslos sujetos a dos columnas. Unos metros más allá, el chico polaco ya no intenta taparse el sexo. Ahora está tendido sobre una mesa de tortura, con los antebrazos sujetos por fuertes cuerdas que le tiran hacia atrás, así como los tobillos, que le obligan a tener las piernas abiertas en un ángulo inverosímil. En el centro de la mesa, a la altura de sus nalgas, un agujero, perfectamente redondo, permite que los testículos del polaco, en los que están enganchados varios objetos de plomo, cuelguen en el vacío, arrastrados hacia abajo por las pesas. El pene ya no está erecto. Sobre los pezones, unos pequeños braseros humean calentando más y más la piel blanquísima del muchacho.
FIN DE LA 1ª PARTE
CARLETTO