MODERNECES
Ya está. Todo llega en esta vida. Por fín sola . Pero sola, sola. Para hacer lo que quieras de tu puñetera vida.
Ya pasó el tiempo de cuidar a unos y a otros. A papá, a mamá y a la tía Remedios. Y tú viendo pasar tu juventud, como un río que no retorna. Sin tiempo para nada que no fuese limpiar, cocinar y mirar el reloj para ver la hora de las medicinas.
Por suerte, por ley de vida, han ido cayendo uno a uno, hasta dejarte libre ¡ LIBRE!.
Ahora tienes la casa para ti sola. El dinero para ti sola. Tu vida, para ti sola.
Acabas de entrar en el despacho de papá. En un rincón, como Luzbel tentándote con su fulgor, parpadea el monitor recién instalado. Cuando te sugirieron la idea no recuerdas quién- la rechazaste por absurda : ¿ cómo te ibas a entender tú con esas moderneces .?. Pero luego, tranquilamente, le fuiste dando vueltas y vueltas . ¿ y porqué no?.
Hace calor. Te acabas de lavar la cara y cepillado el pelo. Bajo la combinación de seda negra no llevas nada ¡ NADA! . Notas la humedad de tu entrepierna y los efluvios a jabón íntimo , ese que te compraste en la capital en un arrebato de sensualidad. Pruebas a sentarte, tal cual, sobre el sillón de cuero; pero es imposible : la piel negra del asiento se adhiere a tus muslos blancos, pura nácar. Mientras el ordenador se pone en marcha, sales corriendo , buscando una toalla de hilo, fresca y nuevecita. Te sientas sobre ella. Esto ya es otra cosa.
Solo sabes los rudimentos de navegar por Internet. Pero tú no tienes un pelo de tonta, y pronto te adentras en el Google , y aparecen ante ti miles de direcciones a cual más prometedora. Pinchas aquí y allá. El ordenador es nuevo, potente y las páginas se descargan a una velocidad de vértigo.
De repente, como un bofetón, como un puñetazo en el estómago, la pantalla se llena con una imagen a todo color, exquisita y guarra a más no poder. Una enorme verga, de venas protuberantes , se adentra en el vientre de una chiquilla. En primer plano los testículos , gordos y potentes. Luego el miembro, hundido en una rajita totalmente incompatible con las dimensiones del macho. Pero está dentro. Prácticamente toda. Y la muchacha roza su clítoris con una uña larga y sangrante, perfectamente manicurada.
Desplazas el ratón por la pantalla, queriendo ver más, mucho más. Y tu mano derecha se agarrota sobre el plástico gris, pulsando , ratoneando, mientras tu índice izquierdo se desliza por la brillante seda negra, apartando el borde cuajado de puntillas, siguiendo el surco de la ingle ardiente
Tienes la boca seca. El corazón te da coces en el pecho. Los ojos casi te salen de las órbitas Se suceden las imágenes. Abres ventanas y ventanucos, siguiendo un impulso casi irracional. Ya no tienes suficiente con las fotos, cada vez más obscenas, cada vez más deliciosas. Te ofrecen , no sabes qué, en mil anuncios cochinos que parpadean ante tus ojos. Aceptas. Aceptas. Aceptas.
Se abre una pantalla. Una pareja te está esperando. Sí, sí. A ti. Espera tus órdenes, tus más ínfimos, tus más recónditos, tus más calientes deseos. Y acercas tu boca al minúsculo micrófono, y vomitas un rosario, una letanía, un sin fin de palabras soeces que te queman la garganta, que te liberan el corazón, que te incendian el coño. Y ante tus ojos, como dos muñecos de carne y hueso, la pareja se pone en marcha exclusivamente para ti. Y les pides, ¡ les EXIGES! , que se besen como a ti nunca te han besado. Y que se acaricien los cuerpos , palpitantes, jóvenes, suculentos. Y la boca de la chica engulle la polla erguida ; pero es tu boca la que siente la tibieza, la dureza, la viscosidad de la verga alquilada. Y el chico, apenas un muchacho, se amorra al pilón, a la alberca, a la grieta acuosa de su pareja, propinándole ágiles lengüetazos, pequeños mordiscos, húmedos morreos que tú sientes en tu propia carne.
Por el escote de la combinación sacaste hace rato tus blanquísimos pechos, pesados como melones, de areolas sonrosadas y pezones electrizados que descargan electricidad estática cuando los retuerces con las yemas de tus dedos. Te has dejado deslizar por el asiento del sillón, con la rabadilla apenas apoyada en el borde, abiertos los muslos y aplastadas las corvas sudorosas en los apoyabrazos. Sí, estás abierta como un libro. Te da rabia no disponer de cámara, para enfocarte, para que ellos te vean igual que tú les ves.
Chorrean sudor tus esclavos virtuales. De cuando en cuando , el chico que lleva la voz cantante- mira directamente hacia la pantalla ¡ hacia ti!, esperando tus órdenes, aguzando el oído para atender con premura tus deseos más gorrinos. Ahora les dices que se chupen, que se taladren los anos con dedos engarfiados, que efectúen el coito de la forma más rara, más complicada, más morbosa posible.
Chapotea el nabo del muchacho en la vagina de su colega. La cámara enfoca su trasero, perfecto y musculoso, con los testículos bamboleantes golpeando rítmicamente sobre el ano femenino. La poderosa verga sale casi hasta el límite para entrar de golpe, arrasando a su paso todo lo que encuentra. Gimen los dos. Tú te muerdes los labios, sacando humo de tu clítoris en carne viva. Estás ciega. A palpas buscas sobre la mesa, sin saber lo que buscas. Encuentras algo suficientemente largo, suficientemente duro, suficientemente grueso. Lo chupas, lo babeas , lo lubricas antes de arrastrarlo, de hundirlo entre tus piernas. Empujas. Te duele. Pero el deseo es enorme, te puede más que el dolor. Lo intentas de nuevo, empuñándolo con la mano izquierda. La derecha sigue remolineando sobre tu clítoris, casi haciendo efectivo el orgasmo que te ronda. De un último empujón, con un grito que rebota sobre los lomos de los libros, que se aplasta contra la pantalla luminosa, metes en tu vagina el auricular del teléfono, desgarrando tu himen, aullando de dolor y de placer. Estás gritando sobre el micrófono. La pareja mira la pantalla sin saber qué pensar; pero su orgasmo como el tuyo ya es imparable. Se corren ante tus narices, desparramando el semen sobre el pubis, el vientre, los pechos de la muchacha. El sexo de la chica boquea como el tuyo. Caen el uno sobre el otro, exhaustos, felices por el deber cumplido. Tú cierras la conexión con un dedo tembloroso. Todavía notas tu vientre estremecido con los latigazos del placer. Cuelgas el teléfono, tenuemente sonrosado por tu sangre virginal. Te desperezas, gatuna, y avanzas somnolienta hacia tu lecho de soltera. Tienes que darle las gracias a la persona que te sugirió lo de Internet y lo de estas maravillosas moderneces.
Carletto.