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Mis Recuerdos (1)

en Hetero: General

MIS RECUERDOS ( 1 )

 

¡ Horror ¡ ( dirán algunos ), este tío nos está amenazando con contarnos su vida. ¡ Como si no tuviésemos bastante con la nuestra ¡.Me largo ahora mismo.

Efectivamente. Tendrían toda la razón de salir a uña de caballo de este relato. Pero yo, me voy a permitir el gustazo de escribir ( por lo menos ) la primera entrega. Puede que sea que estoy algo borracho ( acabo de venir de una verbena en la plaza de mi pueblo, y había sangría gratis ), y , por eso, me da lo mismo. Mañana ya veremos. Hoy, emulando al angel que visitó a Lot en Sodoma y Gomorra : " con un solo justo ( lector ) que haya en las ciudades ( o sea, que le guste el relato ) las ciudades se salvarán ( verbigracia : que seguiré con el coñazo en otro capítulo )". En resumidas cuentas : que si no queréis que continúe con el (2) , no hagáis ni un solo comentario. A buen entendedor …

El siguiente pensamiento sería : ¿ Porqué mete esta cosa en "hetero general " y no en "otros relatos", por ejemplo ¿. Contestación : Porque seguro, seguro, que me sale algún recuerdo "verde". Y , además, porque me da la gana.

Por cierto : disculpad el lío de los signos de interrogación ( y admiración ). No me funciona bien el teclado de mi P.C., así que van al trebolillo.

Por último ( antes de comenzar el relato ) : el título de Mis Recuerdos, además de lógico, es debido a una película de Federico Fellini ( mi admirado dios desde mi insignificancia ) titulada AMARCORD , que en mi España querida titularon precisamente "Mis Recuerdos ".

***

DÉCADA DE LOS CINCUENTA

En nuestro Pueblo, situado en la Provincia de Valencia , no se hablaba el valenciano, sino un castellano inculto, con mezcla de palabras valencianas y aragonesas. Un asquito, vamos. Pero nosotros estábamos muy orgullosos de "nuestro idioma" – y lo estamos todavía – porque no se parecía a ningún otro que conociésemos. Para afianzar nuestro orgullo, los más viejos del pueblo decían : "Cuando Dios fue repartiendo las distintas lenguas, al llegar a nuestro Pueblo se le habían acabado, y solo le quedaba la "solá " – es decir, un poco de cada una – y entonces "abocó el capaso" – o sea, el recipiente donde las llevaba – y por eso tenemos esta mezcolanza de lenguas ". No sé si sería verdad … ¡ pero soltamos cada una ¡ …

Yo tengo muy mala memoria. Por eso , lo que voy a contar es mayormente lo que me ha contado mi amigo Manuel, que tiene un memorión que no veas .

Mi amigo Manuel, cuando nacimos ambos – allá por el cincuenta y tres – vivía dos o tres casas más allá, en mi misma calle. Era un chico muy callado, con ojos marrones y pelo poco agraciado ( de punta, vamos ) y era el terror del barbero del pueblo ( un ucraniano o lituano que habían traido refugiado al Pueblo en la Primera Gran Guerra y luego se había quedado con sus padres adoptivos ), por lo hirsuto que tenía el pelo "color de rata ". De todas formas, Manuel, recordaba siempre con añoranza aquellas tardes que iba con su padre a la antigüa barbería, con los baldosines viejos y descabalados, el olor a la loción después del afeitado, el tic-tac del reloj de cuco… Y su padre, con el pelo igual de rebelde que el suyo, tan ufano de poder ir al barbero con su hijo. Harto de trabajar de sol a sol, pero siempre de buen humor, con esa tranquilidad de espíritu que sólo deben de tener los hombres buenos.

En la calle, en aquellos tiempos, una vez se conseguía lo suficiente para comer ese día, todo lo demás era fiesta. Por la noche, en verano, las mujeres sacaban las mesas fuera y , cada cual, sacaba lo que podía : unos tomates recién cogidos de la huerta, aún calientes del sol estival ; una liebre en salsa que había guisado la tía Concha ( que tenía muy buena mano para la cocina ); un trozo de jamón de la última matanza ( esto solo podían unos pocos ), y , como reina de la mesa , una gran cazuela de barro con los caracoles que habíamos recogido de la cercana huerta, la chavalería de la calle, hacía un par de semanas. ( Tenían que pasar varios días desde que se cogían para que se "purgasen" y tiraran toda la caca ). Decían que estaban exquisitos. A mí solo me gustaba el caldito, con su cebollita, su guindilla, su tomate y hierbabuena, para mojarlo con pan.

Cuando la mesa estaba puesta, el padre de Manuel ( que había estado picando esparto hasta ese momento, sobre un pilón de piedra que había en la esquina de la calle ) se sentaba con los demás y comenzaba con sus historias. Era un narrador nato. Igual te decía en verso la última anécdota que le había pasado, que te deleitaba contándote como pasó por los montes que separaban Cuenca ( una Provincia colindante con Valencia ) de nuestro Pueblo, recién terminada la Guerra Civil ( allá por 1939 ) y lo pararon los moros que habían venido con Franco , y que luego se quedaron bambando por ahí, ejerciendo el pillaje que podían. Lo gracioso de la historia estaba en que él había salvado lo único de valor que tenía ( el reloj ) … colgándoselo de los testículos. Era un caso el padre de Manuel.

Lo que más nos gustaba a todos, chicos y grandes, eran las Fiestas del Pueblo. Cuando los Clavarios de la Virgen comenzaban a tirar tracas y petardos, y las campanas de la Iglesia volteaban a gloria. Las chicas " bien " del pueblo vestían sus discretos trajes negros, sus mantillas de blonda y las alhajas de las abuelas. Las madres aprovechaban para poner a sus hijas casaderas " a la vista ", porque aunque "el buen paño, en el arca se vende "… si está en el escaparate se vende mejor. Las chicas pobres tenían que conformarse con sus prendas personales ( las únicas con las que podían contar ) : su honestidad, su hacendosidad, su hermosura… El Cura sacaba la Virgen de procesión. Las fuerzas vivas acudían – todas a una – a presidir el acto. Los mozos se disputaban el honor de llevar a la imagen sobre los hombros. La Banda de Música acometía con entusiasmo fervoroso las piezas más aconsejables para dicho evento. Cada pocos metros, se detenía la procesión y , mientras alguna beata de buena voz entonaba los Gozos de la Virgen, desde las alturas llovían pétalos de rosas arrancados aquella misma tarde de huertos y macetones. Algunas humildes mujeres , con los rostros casi ocultos por tupidos velos negros , andaban descalzas detrás de la imagen. Todo el mundo trataba de elucubrar el porqué de esa "promesa " : " la Fulanita que su marido estuvo muy malo", "la Menganita, que a su hijo le ha tocado la mili en Africa ", "Zutanita que no pueden pagar el crédito de la casa y quiere dar lástima a los del Banco "…

Después de la procesión , se cenaba rápidamente – si había cena – y ¡ todo el mundo a la calle ¡. Se veian por todas partes, como hormigas, gentes cargadas con sus sillas de enea, o de madera, o catres de ir a misa, o hasta cajones ( cualquier cosa que sirviera para sentarse ), todos con un destino común : la plaza del Pueblo. Aquella noche , los Clavarios habían traido "varietés ". Una cosa super-extraordinaria en unos tiempos sin televisión, casi sin cine ( era caro ) y con pocos hogares donde se tuviese radio .

En el centro de la plaza se había montado un escenario y , alrededor del mismo, se colocaba la gente con sus asientos en escrupuloso orden de llegada. Los Clavarios vigilaban que las filas se conservasen rectas y que no hubiese anarquía en la posición de los asientos. Llegada la hora ( casi siempre bastante más tarde de la anunciada ) se bajaban al mínimo las luces de la plaza ( que ya de por sí eran pocas ), y comenzaba el espectáculo.

Primeramente, una buena ración de catch ( lucha libre ), en la que dos enmascarados se abrazaban, se retorcían, se tiraban contra las cuerdas, se aplastaban … La gente aullaba: unos tenían un favorito ( casi siempre todos con el mismo, que era el que hacía de "bueno " ) y al otro le silbaban, le reñían y hasta – los más enfadados – le mentaban a su madre .

Después, dejaban unos minutos para beber gaseosa, comer altramuces y chufas. Las mujeres acudían en bandadas de tres o cuatro al retrete más próximo. Los hombres comentaban por lo bajini que " esta noche viene Cosita Amores ".

Y llegaba Cosita Amores . Y con ella llegaba el escándalo. ¡ Qué cuerpo ¡ ¡ Qué cara ¡ ¡ Qué tetas ¡. ( Algún gracioso siempre gritaba : ¡ Eso es carne, y no lo que echa mi madre a la olla ¡

Era un bombón de mujer. Pero mujer – mujer. Con todas las cosas que tienen que tener las mujeres, bien puestas en su sitio. El pelo rubio ( como toda vedette que se preciase ).Las caderas , amplias y voluptuosas. Pero los pechos … eso era otro mundo. Allí no había silicona, ni implantes, ni nada de nada. Sólo CARNE. Carne dura, global, tersa, suculenta y … GRANDE. Tenía unos pechos ENORMES, y además , se sostenían ingrávidos, solamente con unos pequeños pompones de fantasía que le colgaban de los pezones. El vestido largo, super-ceñido, confeccionado con lamé dorado o de cualquier otro color, cuajado de lentejuelas, que deslumbraban al reflejar en ella el foco que traían los de la Compañía de Revistas, y una raja que le dejaba al descubierto la pierna, el muslo ( ¡ qué muslo ¡ ) y , hasta casi la ingle. Cantaba pasablemente, … pero se MENEABA de maravilla. Con cada movimiento de cadera, los miembros viriles de todos los hombres que habían en la plaza hacían la ola. Si agitaba los pechos lascivamente ( que era a cada momento ) comenzaban a haber deserciones de padres de familia que agarraban de la muñeca a su señora esposa y tiraban como posesos de ella - intentando tapar con la silla las más que evidentes erecciones - …con destino a la cama conyugal. ( los nacimientos del pueblo se circunscribían – curiosamente – a los nueve meses después de haber venido las "vedettes" ). Cuando rotaba las nalgas, los novios mugían, y hacían señas desesperadas a sus decentes novias para que los acompañasen a un "breve paseo ".¡Eso hubieran querido ellos!. Lo más afortunados, a lo mejor , conseguían una rápida pajuela en el portal de la casa de su novia, cuando se hubieran metido sus suegros a dormir ( "Cinco minutos, ni uno más ni uno menos. Que no tenga que salir yo ") .

Y, poco a poco, se iba vaciando la plaza. Quedábamos la chiquillería. Todos casi encima del escenario. Los más jóvenes mirando aquella aparición de otro mundo, tan distinta a nuestras madres, tias, abuelas, hermanas. Los más creciditos, con las manos en los bolsillo ( probablemente con agujeros ) haciendo movimientos raros que la vedette miraba de reojo con sonrisa picarona.

Lo más anecdótico de aquellas veladas, fue el caso del cerrajero del Pueblo. El Tío Tenazas. Este buen señor había fabricado muchísimas llaves de las casas del Pueblo ( entonces, las casas tenían unas puertas bastante grandes, y las llaves debían ser en proporción, por lo que se fabricaban artesanalmente ). Dio la casualidad que, cuando un matrimonio joven corrió hacia las delicias del lecho conyugal ( apenas comenzados los meneos de la vedette de turno ) se encontró en su casa al Tío Tenazas con un saco… lleno de cosas que no eran de él. Desatado el escándalo, se comprobó – tras un concienzudo registro en su domicilio – que su casa era un almacén de cosas robadas en las casas de todo el Pueblo. Era una urraca . Dijeron que tenía cosas robadas hasta debajo de las tejas de su casa. Pero con tan buen tino, que en cada sitio robaba una sola cosa y , además, algún bien, alhaja o lo que fuese – siempre de valor – que no se usase cotidianamente, ni estuviese normalmente a la vista. Con lo que, cuando se detectaba la desaparición – casi siempre bastante tiempo después – nadie relacionaba el momento exacto en que hubiese podido desaparecer. Este cerrajero , aprovechaba el duplicado que hacía subrepticiamente cuando le encargaban alguna llave, para entrar en las casas de sus confiados clientes.

Era la norma, al día siguiente de venir las vedettes, ir a un estrecho callejón junto a la iglesia , donde un pobre subnormal de edad indefinida se masturbaba compulsivamente, dejándonos ver a los no iniciados su enorme, amoratado y repulsivo miembro. Y era tan inocente, dentro de su lascivia, que siempre que alguno más cruel le decía : " Déjanos verte la pilila, Fulano ", él la mostraba con una tierna sonrisa desdentada. Naturalmente, la gracia estaba en que en ese momento, rápido como una centella, la bestezuela infantil le azotaba el miembro con una rama de ortigas, por lo que el pobre, pobre, pobre hombre, marchaba de allí a trompicones, tapándose las vergüenzas y diciendo con su media lengua que le habían hecho mucho daño. Los crios inmundos le seguíamos como moscones, algunos riéndose a mandíbula batiente.

Yo, jamás me reí.

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