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Misterioso asesinato en Chueca (1)

en Grandes Series

MISTERIOSO ASESINATO EN CHUECA ( I )

Frío, burbujeante, dorado… El cava rebalsa en las clavículas y baja en catarata hasta la presa de tus senos. Brilla la piel húmeda. El sujetador semeja un mar de encaje negro, que comprime la carne dejando vislumbrar los gruesos rubíes de tus pezones.

Manos enérgicas desabrochan el cierre invisible, y el Mar Negro se abre , dejando libre su contenido en un gélido oleaje, en un rápido tsunami que alcanza en dos segundos la hendidura de tu sexo. Otra vez se embalsa circundado por las blondas de los ligueros, por las sedas brillantes de tus medias parisinas... La frescura del cava se ha tornado en tibieza caldosa. Tu sexo, en ebullición, nota el cosquilleo de las burbujas catalanas y no resiste la tentación de entreabrirse para ellas. Comienza el gota a gota. Más – apenas cala un tímido arroyuelo en la grieta calcinada – unos labios sedientos se inclinan sobre el charco y apuran por completo el exquisito vino. Siguen buscando entre los pliegues de tu carne, sorbiendo con deleite, lamiendo con fruición . El orgasmo se aproxima , nacido del epicentro del clítoris mordisqueado. Juntas tus muslos , aprisionando la cabeza monda , abrillantada, del hombre que te acaricia. Sin dejar de chuparte , levanta la mirada hacia ti, deslumbrándote con el fulgor de sus ojos verdes. Y rabias otra vez, una vez más, mientras los espasmos de tu vagina avanzan imparables, ajenos a tus deseos de no correrte con las caricias de tu jefe.

 

***

 

 

Has despertado, Iza, en la penumbra de la alcoba. En la madrugada estival , estos son los minutos que más disfrutas . Te encanta el intervalo entre el instante que se apaga el alumbrado público – todavía oscuras las calles silenciosas- y el momento en que la alborada comienza a pintar de colores ruidosos vuestro barrio.

Sientes el cuerpo desazonado. Quizás sea debido a ese sueño de última hora, que te ha hecho palpitar y casi gritar, clavada contra el colchón por la espada del deseo. No quieres recordarlo. Te enfurece el hecho de pensar en los ojos burlones, dominantes, chispeando con el placer de verte doblegada . Todavía tienes demasiado nítidas las imágenes en tu mente. La rabia, el gozo, la humillación de haber claudicado ante EL. Te avergüenzas de ti misma. Abominas del placer que has sentido soñando, como si fueses culpable de las fantasías oníricas que tienes con el Comisario Sánchez.

Pepe rebulle a tu lado. Un mechón de su pelo , cada vez más escaso , te hace cosquillas en la nariz. Atrapas la punta con los labios y lo chupas con fruición, tal y como hacías con tu flequillo cuando eras pequeña. Entre sueños, se despereza y deja caer un brazo sobre tus senos. Abandonas su mechón para pasar a su codo, al que lames como si fuese un pezón de grandes dimensiones. Notas la rugosidad, el sabor de su piel, tan extraño y tan conocido a la vez. Te deslizas hacia abajo, dejando su brazo apoyado contra la almohada. Ahora estás libre para acariciarlo a tu antojo. Sigues con tu lengua acariciando la parte interior de su brazo musculoso. Siempre sientes admiración de los bíceps tan desarrollados que tiene, a pesar de no practicar ningún deporte. El olor de su axila, fuerte y agradable a la vez, te motiva de una forma erótica. Hundes la nariz en la cueva velluda, buscando su piel a través del bosque de pelos. Te demoras un ratito, pasando luego a su hombro para bajar rauda hasta el pezón. Sus pectorales, marcados, pero sin estridencias de culturista, te encantan . Mamas del botón de carne, que se endurece con el frescor de la saliva . Pepe se ha puesto , definitivamente, panza arriba, abriendo los muslos como un compás. Sonríes maligna. Por las rendijas de la persiana entra cada vez más luz, iluminando tenuemente el cuerpo desnudo de tu marido. Tiene el vello del pubis claro, a juego con el pelo rubio y ensortijado de su cabeza . Súbitamente se lleva una mano a la entrepierna y rasca con fruición una de sus ingles. Luego sigue con el vello púbico y termina dejando la mano extendida sobre el sexo, como queriendo proteger su parte más sensible.

Tú, Iza, lo miras con ternura. Acaballas tus muslos sobre una de sus rodillas, notando la dureza de la rótula apretando los labios de tu vagina. Restriegas muy suavemente hacia delante y hacia atrás … y te enervas con el roce. Deslizas tu cuerpo por su pierna, dejando impregnada su piel con la humedad que rezumas. Has llegado hasta el pie. Sus dedos están calientes . Palpas bajo tu cuerpo hasta que atrapas su dedo gordo. Ese pulgar con el que siempre lo has mortificado debido a su longitud excesiva . Pero hoy no te importa que sobresalga de los otros, sino todo lo contrario. Adaptas los pliegues de tu carne para que lo vayan aceptando dentro de sí. Jugueteas con la yema del dedo por tu clítoris, por tu grieta cada vez más encharcada…

Te sobresalta el pitido de un tren en la lejanía. De golpe, eres consciente de la hora que es. Apenas tienes tiempo de lanzarte - en plancha - contra Pepe, de picotearle en los labios transmutada en paloma rijosa, de agarrarle la verga y hundírtela en la sima de tu entrepierna. Breves segundos durante los cuales él abre los ojos, tan azules como el Mediterráneo de su Valencia natal, y te sonríe con su carita de niño bueno. Estás apunto de enviar a hacer puñetas el trabajo y los horarios. Deseas quedarte con él y hacerlo feliz, muy feliz. Pero el estridente despertador está sonando. Intentas apagarlo sin descabalgar la verga que te inflama… pero no alcanzas. Pese a las protestas de Pepe , deshaces el abrazo que os tiene unidos en una sola carne y saltas al suelo, extendiendo la mano hacia el comodín donde brinca -con sonido antipático- el mecanismo infernal.

 

Chapoteas en el baño , intentando refrescar lo que está ardiendo. Misión imposible. Deberás aguantar, hasta la hora de la cena, para saciar tu doble apetito. Mientras secas con una toallita la entrepierna, utilizas la otra mano para poner pasta en el cepillo de dientes . A través del espejo del baño observas a Pepe, de rodillas sobre la cama, haciéndose una manuela a la vez que mira una fotografía enmarcada en plata. Sonríes, tierna, bajo la espuma de Colgate, y casi estás apunto de dar marcha atrás y colarte en la cama con él. Tu Pepe, que sigue enamorado- hasta las trancas- de tí, de tal forma que – tras quince años de casados- todavía se excita sexualmente mirando vuestra foto de boda. ¡ Si llegase a saber las fantasías que tienes tú !.

Te has maquillado y vestido en un santiamén. Das un último vistazo a Pepe, que sigue dale que te pego, mientras mira con ojos absortos tu rostro de novia nimbado de una espuma de blancos tules. No resistes la tentación de pegarle una palmada en la nalga desnuda , y , por lo visto ha sido en el momento justo, pues tu hombre jadea , se encorva imperceptiblemente , arroja la foto contra la almohada y, ahuecando la mano izquierda ante su miembro erecto, recoge el líquido ardiente de la calentura matinal de la cual, tú, eres la única culpable.

 

***

 

Llegas tarde. Como siempre. Cierto complejo de culpa se amalgama con la mala leche que traes, acumulada – hora tras hora – en una jornada estresante. En el último minuto has recordado la cena de esta noche y el encargo que te dejó tu marido en el contestador. Haces equilibrios para abrir la puerta del piso : la bandeja de dulces en una mano, el paquete con huesos en la otra, la cartera de cuero aprisionada entre las piernas. Finalmente introduces el llavín y entras – de pleno – a Valencia en fallas. La Banda de Liria retruena desde el comedor. Casi hueles la pólvora en el ambiente. No te extrañaría ver un pasacalle de falleras pasillo adelante…

Pepe, naturalmente, está en la cocina. Una olla rebosante de mejillones lanza vaharadas con olor a mar, ajo y guindilla. Está preparando una ensalada valenciana que debe ser gloria bendita. Lo besas en el cogote mientras tratas de atrapar una gruesa aceituna que te lanza cantos de sirena desde su lecho multicolor de tomate y lechuga. El, te pega un manotazo sin conseguir que sueltes la suculenta oliva. Como una niña pequeña, te la pones rápidamente en la boca y la haces rodar por tus papilas , exprimiendo su sabor y mordisqueándola con deleite. Aprovechando que tiene las manos ocupadas , comienzas a hacerle cosquillas, mientras incrustas tu vientre contra las nalgas masculinas, restregándote lascivamente, aplastándolo contra la bancada de mármol como si quisieras penetrar en su cuerpo. Pepe se resiste sin convicción, y - entre protestas - adereza la ensalada con aceite y vinagre. Tú ya le está metiendo mano, entroncando tu calentura actual con la que dejaste, a medias, en el bidet . Finalmente tu marido da la vuelta y te planta cara. Levanta el delantal que lleva puesto y te muestra la "sorpresa" que te tenía preparada. La dura, la erecta, la caliente sorpresa.

Te acuclillas ante él, admirada – como siempre – de la belleza de su virilidad erguida. Pepe está hoy juguetón, así que rebusca en la ensalada y saca tres aros de cebolla, haciéndolos que pasen – justitos- por su gruesa polla. Los deja a tres alturas. El último casi rozando sus vellos rubios. Con boca ansiosa atrapas el jugoso glande , donde el aceite y el vinagre han dejado un saborcito delicioso. Lo chupas y avanzas hasta el primer aro. Lo agarras con los labios y lo sacas lentamente, deslizándolo a duras penas , casi atorándote en las venas gruesas como maromas .Sigues con el otro, un poco más abajo. También sale. El tercero te espera como un reto. La gruesa verga va desapareciendo en el interior de tu boca de labios sensuales. El glande roza tu campanilla, las amígdalas protestan con una ligera nausea … pero han sido muchos años de encajar esa porción de carne hasta tu garganta y hoy no será la excepción. Tus ojos verdes miran hacia lo alto, la boca dilatada con el ansia inmoderada de albergar el falo erecto . Pepe acaricia tu negro cabello, sujetándote la cabeza como si quisiera follársela. Está absorto, mirando tu cara de deleite , sin despegar ojo del cerco de tus labios que avanzan lentamente por el pene pringoso. En un último esfuerzo, llegas hasta el aro final, lo sujetas y lo arrastras miembro arriba. Prueba superada. El sabor fuerte, vulgar, suculento, de la cebolla , perfuma vuestro beso.

Un timbrazo. Un ladrido. Ya están aquí. Pepe trota hacia el dormitorio para adecentarse un poco. Tú cierras la puerta de la cocina , te atusas el pelo y abres – sonriente – a tus vecinos.

***

Rosario y Benedictus son pareja estable. Así lo consideran ellos ( ella ) y, vosotros , no tenéis inconveniente alguno en aceptarlos como tal. Hace relativamente poco tiempo que vuestra amiga y vecina perdió a su anterior amor, pero la vida sigue y hay que adaptarse a lo que nos depare. Se les ve muy enamorados. La cara gordezuela de Rosario Iglesias se ilumina cada vez que lo mira, y , él, siente auténtica devoción por ella. A pesar de ese amor palpable, son muy discretos : nada de arrumacos extemporáneos . Tan solo – fijándote mucho – se perciben detalles significativos. Una caricia en el cuello, un ligero lametón en el dorso de la mano…

La cena – como siempre – ha resultado un éxito. Los mejillones al vapor estaban divinos ( según palabras de la invitada ). Benedictus, desde el suelo, roe su último hueso con minuciosidad teutona ( no en balde es un pastor alemán ). Pepe sirve el café , mientras tú, Iza, desenvuelves la bandeja de pasteles. Rosario descorcha la botella de cava ( no pienses , Iza, no pienses ), mientras rompe el silencio con una frase que os deja tensos :

 

¿ Sabéis que Soraya ya ha vuelto de la clínica ?.

 

Carletto.

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