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Cloe (1: Danzarina de Isis)

en Hetero: General

CLOE

( I )

DANZARINA DE ISIS

 

 

La niña jugaba sobre el montón de tierra con el resto de desarrapados de la calle. Su delgado cuerpecito, aún lejos de la pubertad, brillaba bajo el sol vespertino de Alejandría. Un sucísimo taparrabos ocultaba sus partes pudendas . Toda ella era un prodigio de delgadez y flexibilidad, con unos movimientos armoniosos que la hacían destacar del resto de la chiquillería. Un palanquín se detuvo a la sombra de unas datileras. Los chiquillos siguieron arrojándose tierra unos a otros, con lo que el polvo cubría a todos los participantes. Se acercó un esclavo muy bien vestido y se hizo un silencio expectante. Pasados unos minutos, cuando el polvo se posó sobre el suelo y dejó alguna visibilidad, el hombre señaló a cuatro de los niños y les dijo :

Tú, tú, tú y tú .- Acercaros al palanquín.

 

Cloe se adelantó a los demás, curiosa por naturaleza. Una mano blanca, larga y muy enjoyada, apartó la cortina de la litera y la niña se encontró con unos ojos muy negros, acentuados con pintura de khol, que la miraban apreciativamente. La vieja meretriz le preguntó su edad, su nombre y la dirección de su casa. Luego la hizo alejarse con un gesto de su arrugada mano.

Al caer la noche, Cloe acudió a su casa con desgana, arrastrando los pies por el polvo de la calle. Sabía que le esperaba una azotaina. Como siempre. Intentó escabullirse entrando corriendo hasta el cuartucho que compartía con sus hermanos, pero la voz estridente de su madre la hizo frenar en seco :

Cloe : ven aquí.

En la cocina estaba su madre, muy sofocada, haciendo reverencias al esclavo del palanquín. No la informó que la había vendido por unas monedas al lupanar de adolescentes más conocido de todo Egipto. Simplemente le dijo :

Coge tus cosas y ve con él.

Una lágrima cristalina hizo un surco en la suciedad de la cara de la niña. No lloraba por su madre, ni siquiera por sus hermanos. Lloraba por sus amigos del montón de tierra y , sobre todo, por Hamed.

El esclavo la llevó de la mano atravesando toda Alejandría. Cuando Cloe sentía ya entumecidas sus piernas por la caminata, el hombre se paró ante un portalón del que colgaba una linterna roja. Hizo una llamada especial y le dejaron el paso libre. Entraron a un patio lleno de palmeras. Los surtidores de agua refrescaban el ambiente y hacían más soportable aquella noche del estío egipcio. La niña fue llevada directamente a una sala de baños donde la esperaban dos muchachas poco mayores que ella. Le preguntaron su nombre mientras la despojaban del harapo que cubría sus partes pudendas. Luego la metieron en una piscina pequeña donde procedieron a frotarla y a enjabonarla varias veces. Cada vez que le aclaraban una espuma, cambiaban de jabón, cada vez de más calidad, de perfume más intenso . Cloe creia flotar en una nube. Jamás se había visto tan limpia.

Tras secarla con mullidos paños, la hicieron tumbarse sobre una mesa de mármol. Entonces acudió una mujer más adulta. Muy sonriente, besó en la frente a la niña y le hizo cosquillas en el cuero cabelludo para que se relajase. Luego, con la ayuda de las otras dos muchachas, untó a Cloe desde la cabeza a los pies con un ungüento de tan extraordinario aroma que las aletas de la nariz de la niña se abrieron involuntariamente. De repente, su pequeño corazón dejó de latir al ver acercarse a la mujer con una afiladísima navaja de afeitar. Temblando, dejó que le rasuraran todo el cuerpo , desde los pies hasta el cuello, sin dejar una porción de piel con el más mínimo vello. Luego, sollozando y muerta de miedo , dejó que le afeitasen las cejas y la cabeza. Cuando terminaron, volvieron a meterla en una bañera llena hasta los bordes de un líquido blanco ( tiempo después supo que era leche de burra ), donde la lavaron y masajearon. Finalmente la lavaron con agua de rosas y , tras secarla muy suavemente, la dejaron sola tendida sobre una mesa.

Esta vez entró un eunuco. Sus colgantes pechos estaban atravesados por los pezones con unos aretes de oro. Un faldellín blanco alrededor de sus opulentas caderas ocultaban su amputada virilidad. Su voz era chillona ; pero su mirada era la más dulce que jamás se había posado sobre Cloe. La niña sintió una inmediata confianza en aquél ser y dejó que manipulase su cuerpo desnudo a su antojo. Tras dedicarle una especie de ligeros gorjeos, como de pajarito, el eunuco buscó con una ternura casi maternal los pequeños labios del sexo de Cloe. Pulgada a pulgada introdujo su índice en la infantil vagina y , en cuanto llegó al tope deseado, sacó inmediatamente el dedo con una sonrisa de oreja a oreja.

Es virgen nuestra palomita.

Tras pasar esta prueba, Cloe fue dejada en manos de un ejército de profesionales de la belleza que maquillaron sus ojos y sus mejillas, dándoles una nueva vida con sus afeites. Frotaron su calva cabeza con aceite perfumado. A sus pequeños labios les dieron más grosor resaltándolos con un lápiz especial. Luego los pintaron de un rosa pálido con pequeños pinceles de pelo humano. Sus planos pezones recibieron el mismo tratamiento. En el ombligo le incrustaron un rubí que lanzaba destellos a cada movimiento de su vientre. Empolvaron su pubis y los labios de su sexo con una pequeña esponja y polvos nacarados. Finalmente , le colocaron una hermosa peluca de pelo negrísimo, hecha a la medida , que resaltó la belleza extrema de su rostro de tal forma que la niña no se reconoció al mirarse en el espejo.

Desde ese momento Cloe ya era una pupila de la Casa del Placer. Su misión era aprender todos los secretos de la profesión para ofrecer a los clientes las mayores perversiones, los gustos más exquisitos , la depravación más oscura.

***

Despertó Cloe con el cuerpo sudoroso. Ya habían pasado muchos meses desde su llegada a la Casa del Placer. Su cuerpo , bien alimentado y con el ejercicio apropiado , era una maravilla en miniatura. Sus pequeños senos ya despuntaban y, si no fuese por el rasurado diario, su pubis ya estaría bastante poblado. Su mente infantil ya no existía , pues con lo que ya sabía por lo observado en sus juegos callejeros, la convivencia en su casa y lo mucho aprendido de sus maestras de la Casa del Placer, mentalmente era ya una meretriz consumada. Aunque físicamente siguiese siendo virgen. Por lo menos hasta la próxima noche, en que sería subastada al mejor postor para que consumiese su virginidad como el que degusta una exquisita comida.

En el salón más amplio de la Casa, se había preparado el escenario para que las neófitas danzasen ante los posibles compradores. Colgaduras de finísimos velos volaban etéreas a la menor corriente de aire. El oro de las jarras, copas y cubiertos brillaba bajo la luz de las antorchas. Corría el vino de buena calidad. La sensualidad se palpaba en el ambiente. Los criados se desvivían corriendo entre los triclinios llevando frutas, pastelillos e hidromiel. La cena se había servido para los invitados más importantes en los aposentos de la Dueña. El resto había llegado cenado de sus casas. Se susurraba entre las mesas que – seguramente – aquella noche les honraría con su presencia el Sumo Sacerdote de una Diosa. No se sabía cual ; pero seguro que una de las más importantes.

Tras oir unas vigorosas palmadas, se hizo el silencio en la enorme sala. A la vez que se oían unas dulces notas de caramillo, salieron tres danzarinas al escenario. Iban cubiertas de velos ; pero pronto quedaron en sucintos taparrabos que caian haciendo pliegues desde sus rasurados pubis. Los cuerpos se contorsionaban, saltaban , giraban, hacían cabriolas. Al final se desprendían de su última prenda y aparecían sus sexos cuyos labios habían abultado con crema excitante.

En una segunda remesa, al ritmo de tambores tribales, salieron seis jovencitos cubiertos con pieles de leopardo. Simularon luchar entre ellos, forzando sus cuerpos para exhibir con más precisión sus excelentes musculaturas. Quedaron desnudos con sus colgantes penes totalmente afeitados. Simularon copular en una lucha cuerpo a cuerpo. Tres de ellos fueron elegidos antes de acabar la danza. Terminada esta parte del espectáculo, hubo un descanso.

Antes de comenzar la tercera parte, una pequeña comitiva tomó asiento tras unas cortinas más reservadas. Desde allí podían observar sin ser vistos. Se hizo el silencio.

Acompañada únicamente por unos crótalos que hacía tintinear en sus dedos, saltó Cloe al escenario dando un triple salto en el aire que dejó sin aliento a los invitados. Sus pequeños senos temblaban ligeramente a cada brinco. Con un gesto elegante se desprendió de la peluca y un rumor, entre escandalizado y maravillado se extendió en el lugar. Su cuerpo, prácticamente desnudo, comenzó una danza frenética, voluptuosa y carnal. Los invitados no veían a la niña que era : ante ellos danzaba una hembra ansiosa de macho, una hetaira que ofrecía su cuerpo para que peleasen a muerte por ella.

Como colofón de la danza, entraron dos danzarines varones. Hermosísimos los dos. Unos años mayores que Cloe. Ya estaban desnudos y sus miembros erectos amenazaban a la concurrencia. Tras enlazarse en unos pasos de baile con la muchacha, acariciaron su cuerpo de una forma tan lúbrica, que varios invitados comenzaron a masturbarse sin pudor. Algunas invitadas ocultaban sus manos bajo los vestidos, manipulando sus rajas chorreantes. Finalmente, Cloe se puso en el medio de los dos danzarines , aguardando éstos con las manos en las caderas y los muslos ligeramente abiertos, presentando armas. Cloe se dobló de la cintura hacia atrás, de tal forma que su boca buscaba el miembro del que tenía a sus espaldas y su vagina quedaba ofrecida al de delante. Cogió el glande con los labios, el otro muchacho acercó su lanza a la virginal entrada y , cuando echó hacia atrás las caderas para adelantarlas de un envión, cuando todos los presentes estaban con la boca entreabierta, salivando ligeramente por las comisuras, los ojos saltándoles de las órbitas, las manos agarrotadas en sus miembros o en sus clítoris – respectivamente -, el muchacho dío un paso hacia atrás, Cloe se puso derecha dejando brincando en el aire el falo húmedo del otro compañero… y los tres saludaron con una graciosa reverencia. Tras unos segundos de pasmo, atronaron los aplausos ensordecedores.

Más tarde, la Dueña informó a Cloe que no sería desvirgada aquella noche. Ante la cara seria y preocupada de la jovencita le añadió que había sido reclamada por el Sumo Sacerdote para que fuese Danzarina en el Templo : Danzarina de Isis.

( Continuará )

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