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Ahora

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AHORA

 

Ahora. Ya llegó el momento deseado. Puedes poner tus labios en mis manos. Mirar en los pozos de mis ojos. Abrazar nuestros cuerpos desecados.

Ahora. Cuando ya no queda adolescencia. Marchitada la vida y la inocencia. Gimiendo el desamor de tantos años.

Ahora. Al haber pasado ya el peligro. Ya pueden respirar . Ahora.

 

***

Entonces, hace años, tú y yo éramos distintos. Muy distintos.

Recuerdo tu mirada y tu sonrisa. Fue en la escuela. Allí nos vimos por primera vez. Los dos casi de la misma edad. Cinco, seis… ¡ qué más da ¡.

Te distinguí entre todos los demás. Eras un poco más alto, un poco más guapo, un poco más sonriente que todos ellos. Te quise en ese mismo instante. Me acerqué por el patio , pisando las baldosas recién mojadas. El ruido de los otros niños se alejaba de mis oídos, mientras los latidos de mi corazón galopaban hacia mis sienes.

Mi mirada se engarzó con la tuya. Se enroscaron como dos alegres serpentinas de las que se tiran de los barcos cuando zarpan. Y en el brillo celeste de tus ojos enormes, húmedos a pesar de la sonrisa, algo ví, algo intuí, que hizo que yo y mi corazón parásemos en seco durante un segundo. Ambos, corazón y dueña, decidimos sobre la marcha seguir hacia delante. Aceptando nuestro destino. Triste, maravilloso, enamorado destino.

Aquella noche, arropada entre mis sábanas amarillo limón, esperé al sueño con impaciencia. Porque deseaba soñar contigo. Y lo conseguí. Como siempre lo conseguía todo. Y como lo seguí consiguiendo. Siempre. A todo … menos a ti.

No hablábamos mucho. No nos hacía falta. Teníamos nuestras miradas. Nuestros gestos. Nuestros signos y contraseñas. Todo un mundo que inventé para nosotros.

Seguramente no éramos los más escandalosos del patio. Pero lo pasábamos pipa. Los dos solos. Siempre solos … hasta que se nos acercó Pepa.

Y la admitimos. Porque , éramos tan felices, que queríamos dar a manos llenas lo que tanto nos abundaba.

Y Pepa participó de nuestros juegos, de nuestros secretos y de nuestro mundo. Durante un corto espacio de tiempo, fuimos felices los tres. Hasta que se torció la cosa. Y ella, en un arrebato de furia, te vomitó en la cara lo que se decía a nuestras espaldas : que eras idiota.

Para separarla de mí, tuvieron que cortarle dos mechones de su bonito cabello castaño. Pero desde muy abajo, casi de raíz. Con sus pelos inicié una colección que fui incrementando con los años.

Cuando cumplimos siete años, te trasladaron a la clase especial que había en un rincón del patio. No dejé de aullar, hasta que me dijiste que te encantaba. Que te gustaba mucho más que la que compartías conmigo. Sonreí en silencio, escarbando en tu mirada, buscando vestigios de engaño. Pero tú asentías una y otra vez, ajeno a la puñalada que me habías dado.

Aquella noche lloré por primera vez, ahogando mis sollozos en la almohada amarillo limón.

Descubrimos nuestros cuerpos poco a poco. Yo te adoraba. Tú me querías como un perrito a su ama. Siempre fui algo adelantada. En todo. En aquello que comenzaba a atisbar en el horizonte, también.

A los doce años estaba loca por ti. No comía. No dormía. Solo quería verte, tenerte.

Paseábamos por el parque de la mano. Tú hermoso como un ángel. En tus ojos brillantes se reflejaban los blancos cuerpos de las palomas. Y yo, mirándote, temía que te fueses volando, como ellas.

Los paseos acababan a pedradas. Ocultos tras unos matorrales, alejaba con certeros disparos a los cafres inhumanos que nos canturreaban a voz en cuello el denigrante : idiota, idiota, idiota.!!.

En una de aquellas tardes, tras alejar a la marabunta, ví que te habías dormido. Saqué mi pañuelo y te restañé un hilito de baba. Acerqué mi boca a la tuya. Olí tu aliento de fresa masticable. Junté mis labios con los tuyos.

Tu madre te vestía como a niño. Eras niño; pero no tan niño. Posé mi mano en tu rodilla, tan herida. Apreté tu muslo con deseo. Metí los dedos por tu ingle … Allí, bajo el short, doblada en un ángulo imposible, la verga te había crecido bastante más que la sesera. Era lista, muy lista, la muy puñetera. Me plantó cara enseguida. Abriste los ojos asombrado. Te miré muy de cerca … y te besé otra vez. Te hice el signo del silencio. Callaste y te dejaste hacer. Confiabas en mí en cuerpo y alma. En aquellos momentos no quería tu alma. Te bajé el short, liberando tu entrepierna. Poco vello y mucha verga. La cogí con mano temblorosa. Sonreíste , feliz, al masturbarte. Tus manos revolaron por mis senos. No había mucho, pero te lo ofrecí todo. Rodamos por la hierba casi en cueros. Y fuimos dichosos largo rato. Hasta que tu reloj nos pitó que ya era hora.

¡Qué dos años de amor y sobeteos!. Siempre de rincón en rincón. De oscuridad en oscuridad. De atrevimiento en atrevimiento.

Florecí como una rosa. Como un rosal entero. Tú, siempre tan callado, abrías la boca solo para decirme que me querías. Y yo te devolvía la gentileza musitándote en el oido palabras de fuego. Eras lo más hermoso del mundo. Vestido daban ganas de besarte. Desnudo … Aquello ya eran palabras mayores.

El día que decidimos ( decidí ) que nos ofrendaríamos nuestra virginidad, lo marcamos en un calendario de bolsillo que guardabas tú. Lo rodeamos con un sol fosforescente, con muchas flechas señalándolo. Yo me encargué de todo : del sitio, del material higiénico, de la merienda… El sitio sería mi casa, mi propia cama : sabía de antemano que – aquél día – estaría sola. La merienda la preparé con todas las cosas que te gustaban. Hasta busqué unos pañitos de algodón , para tenerlos a mano.

No viniste. Te vieron el calendario. Te preguntaron por ese día tan especial. Y tú, claro, contestaste. Porque un niño de siete años , siempre dice la verdad .

Y ya no nos vimos más. No sé como se las arreglaron, pero así fue. Estuve interna en un colegio lejano. Cuando volvía de vacaciones, tú estabas visitando a tu abuela, o a tu tía, o a tus hermanas que se fueron casando poco a poco.

Me olí la tostada. Y decidí un plan a seguir. Estudié y estudié. Volví con mi título bajo del brazo… pero tu familia ya no vivía allí. Imploré datos, direcciones … que me fueron negadas sistemáticamente. Encontré trabajo. Inicié una nueva vida lejos de mi familia, buscándote siempre. Sin encontrarte nunca. Siguieron pasando los años.

***

Hace una semana murió mi madre. En su lecho de muerte, como en las películas, me mostró una carta de la tuya. Arrugada, amarillenta, mojada. Preguntaba por mí y por mi vida. Fíjate tú ¡ mi vida!. Si me la había arrebatado ella, cuando yo tenía catorce años. ¡Sí mi vida eras tú!....

Al final de la carta, una dirección.

Acabo de llegar y te busco tranquilamente. Ahora se que serás mío para siempre. Recorro los pasillos y las salas. Salgo al jardín, tan enorme, del Sanatorio. Silbo, rompiendo el silencio, hasta que algo se agita tras las matas. Asomo la cabeza…

Ahora la plata es parte de tu pelo. Ahora tu piel está arrugada. Ahora , tus ojos, siguen siendo celestes, con ligeras dioptrías de tristeza.

Y nuestras miradas vuelven a enroscarse, como serpentinas de colores que tiran de los barcos que zarpan.

Aunque , ahora, nuestros barcos no zarpan, sino que anclan en el puerto. Para siempre.

Y, juntos de la mano, te llevo por el jardín.

Ahora.

Carletto.

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