LOS CORTOS DE CARLETTO : MUÑEQUITA NEGRA
Sí, así, mi pequeñita. Mi bomboncito. Mi muñequita. Quédate ahí, quietecita, junto a ese jarrón. Quédate sentada, con ese vestido blanco, tan almidonado y crujiente. Quédate con esa sonrisa que tú sabes, con esos hoyuelos marcados en las mejillas tan regordetas tan lustrosas y brillantes. Quédate ahí, tan compuesta, como una figurilla de porcelana. Quédate, tal como nos ha dicho el Ama, hasta que lleguen las visitas. Que te admiren, que te sonrían. Que te acaricien la cabecita peinada con esos moñitos tan rizosos, tan graciosos con esos enormes lazos blancos. Tan blancos como el blanco de tus ojos, de tus dientecitos de ratón. Disfruta de tener la suerte de ser bonita, de caerle bien al Ama. Ya sabes que, ella, no puede tener hijos. El Amo sí. Y los tiene, vaya si los tiene. Y de todos los colores. Pero eso, a ella, no le sirve. Ella tiene el vientre seco, y , a veces, el alma también. Nunca quiso saber nada de nadie. A tus hermanas, ni las miró, aún a sabiendas de que eran hijas de su marido. Pero ellas, pobrecitas mías, son feas. Solo sirven para trabajar en el campo. Luego, ya veremos. Si son fértiles, parirán más esclavos para la plantación. Si no , serán vendidas al mejor postor. Para trabajar como animales, hasta que mueran. Tú, no eres hija de su marido. Para cuando quedé embarazada de ti, el Amo ya ni me miraba. Prefería la carne fresca. Tu padre, que no llegaste a conocer, fue un mandingo, un semental, de paso por la finca. Nos cubrió a diez hembras en tres días. No sé cuanto le cobraría su Amo, al nuestro, por alquilarlo. Lo llevaba de plantación en plantación, con su carga de semen comprometida para varios meses. Yo, fui la primera del día. Me llevé la flor de su esperma. Así saliste tú, tan requetebonita. Tan guapa como él. Y, además, procedemos de la misma tribu, de allá, allende los mares. El, era el hijo pequeño de nuestro Jefe, de nuestro Rey. Me lo contó aquél día, después de copular en el pajar, mientras las otras esperaban su turno, bajo la higuera. Me habló de sus recuerdos, ya muy borrosos. De un barco enorme. De su miedo, en los brazos de su madre. De la oscuridad terrible en la bodega. De los vómitos, de la mierda, de la sangre. Del terror. Luego, en tierra, vendidos en un precario lote : su madre y él. Había dejado de mamar hacía ya tiempo. Pero su madre, para conseguir que siguiesen juntos, volvió a darle el pecho, siguiendo los consejos de otra esclava que ya estaba muchos años en esta tierra. Pero les duró poco la alegría. Su madre era hermosa. La vendieron a un lupanar, y ya nunca supo nada de ella. El fue de mano en mano. De vieja en vieja. Aún no se había aprendido el nombre de una madre adoptiva, y ya tenía otra nueva. Hasta que se hizo hombre. Y, entonces, se fijaron en él por su galanura. Por su estampa. Por su virilidad. Y comenzó su vida como montador de hembras. Un sin cesar de cópulas vertiginosas, hasta que se quedaba seco. Nunca más supe de él. Tuviste nueve hermanos, todos de la misma edad, con dias de diferencia. Sobrevivisteis tres o cuatro. Los otros , fueron enfermando, demasiado débiles , ellos, o demasiado cansadas sus madres, para atenderlos. Yo te defendí con uñas y dientes. Y, luego, el Ama se fijó en ti. Su marchito corazón se ilusionó con tu cuerpecito de ébano. Y te bañaba, te vestía, te mimaba, como a una muñequita. Y, mientras tus hermanas son azotadas en los campos, tú floreces entre puntillas y almidones, entre lazos y zapatitos de charol. Hasta que se aburra de ti. Hasta que te deseche, como a un juguete roto. Pero, entonces, te encontrará el Amo. Y su lujuria podrá más que su edad. Y sus zarpas blancas desparramarán su sudor por tu cuerpecito negro. Y te hará suya. Y, si sales tan fecunda como yo, tendrás a sus bastardos, que esconderemos como a hijos de tus hermanas, para que el Ama no se entere. Como yo hice. Como siempre se ha hecho. Y, si alguna de tus hijitas, sale tan hermosa como tú, será la muñequita negra de la nueva Ama. Como lo has sido tú. Como lo fui yo.
Carletto