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Historias de una aldea (6)

en Grandes Relatos

HISTORIAS DE UNA ALDEA – VI –

Rosario, ayudada por Carmiña , carga los últimos enseres en la carreta tirada por bueyes. Apenas sujetan los humildes bártulos , comienza el avance cansino de las bestias. Rosario tararea una canción alegremente y arrea a los animales para que les cunda más el paso : quiere alejarse lo antes posible de la Casa Parroquial , ahora que no está sujeta a la férrea voluntad de su hermano Pascual. Además la espera Ramona, su Ramona, la de los pies callosos, hediondos … deliciosos.

Carmiña , balanceando sus pantorrillas como una niña, aguanta el traqueteo del carro con el bebé bien sujeto contra sus pechos. ¡ Este no se lo arrebatarán !. A su lado, la pequeña hermanilla del bebé mira a Carmiña con cara embobada, sujetándose a la corta falda de su nueva madre. Tras la carreta, al trote boñiguero , corre el otro hijo de la mujer que murió en el parto. El muchacho, casi adolescente, siente el corazón oprimido cada vez que recuerda a su madre. Luego piensa en su padre , desaparecido en la noche tras la muerte de la parturienta , y siente una rabia inmensa, teñida de alegría porque jamás lo volverá a ver. De vuelta de sus pensamientos, el mocito – posando la mirada entre las piernas casi abiertas de Carmiña – advierte una oscuridad velluda negreando entre los blanquísimos muslos de la muchacha. Aprieta el paso el chavalín para poder ver el espectáculo más de cerca, y , en ese momento, un placer extremo le revuelve las tripas, quedando – boqueante y perplejo – parado en mitad del embarrado camino : no sabe que acaba de tener el primer orgasmo de su vida.

Marina disfruta de un baño de asiento. Su irritado ano le pasa factura de las locuras nocturnas. Se empecinó en dormir con la verga de su marido a buen recaudo en su trasero … y lo está pagando caro. Tiene el culo abierto como una flor.

La mujer, sin levantarse de la palangana rebosante de agua tibia, se seca las manos para no empapar los papeles amarillentos. El quinto legajo – muy deteriorado – no tiene tantas hojas como los anteriores. Leyendo las primeras líneas ya detecta que – una parte de la historia – se ha perdido para siempre. No importa. Un rayo de sol entra por el ventanuco , dando de pleno donde está Marina. Los hombres marcharon durante todo el día al pueblo vecino, por lo que no tiene que guisar. Tiene casi todo el día para ella. Encantada con este pensamiento, comienza a leer.

***

" Messina, la reina consorte, hace un gesto imperceptible. Una nube de criados retira, con discreción, los cuerpos derrumbados por doquier. El olor agrio de las vomitonas es disimulado con perfumes de aroma intenso , mientras se despeja un gran círculo en el centro de la sala. Unas espléndidas alfombras ( producto de mil rapiñas ) son enrolladas con presteza, dejando ver – bajo ellas – una plataforma de madera pulida. Se acallan las voces y se avivan las antorchas. El silencio cae como gotas de plomo fundido. El rey Gayo se agita bajo un sopor etílico. Gorka , varios peldaños más abajo, observa a su medio hermano y a su cuñada Messina con el desprecio asomando en sus fríos ojos azules. Piensa en todos los muertos, en todo el horror del que han sido causantes por miedo a perder sus privilegios. La destrucción de la familia de Casia, la masacre de las Sacerdotisas, la persecución a los dos hijos sobrevivientes…

Gorka quiere olvidar. Pasa una mano ante su rostro, apretando con los dedos sus ojos cansados. Con el movimiento , la luz de una antorcha hace brillar un reflejo en el brazalete que adorna su muñeca. Las miradas de Goyo y Messina, como dos cobras prestas a atacar, se dirigen hacia él. Sonrisas idénticas suavizan los gestos duros de ambos tiranos : esta noche lo poseerán.

Con un suave crujido , la plataforma comienza a deslizarse bajo el suelo de grandes baldosas de piedra, a la vez que emerge , lentamente, una segunda plataforma. Los asistentes están maravillados al ver tamaño artilugio. Con alturas diferentes , colocados de forma que puedan ser vistos desde todos los ángulos, tres enormes objetos – similares a capullos de flores – quedan expuestos a las miradas.

Con un suave siseo, el capullo que está a ras de tierra comienza a abrirse. Grandes pétalos , forrados de seda roja , caen escalonadamente dejando visible su contenido : una figura femenina – totalmente desnuda – cuya piel destella íntegramente cubierta con polvo de oro. El cabello , liso , cae como una cascada dorada hasta el comienzo de sus nalgas. La mujer está abrazada a un arpa tan alta como ella, por lo que da la impresión de que forma un todo con el instrumento.

Como si despertasen de un letargo, las ágiles manos de la muchacha comienzan a deslizarse por las cuerdas arrancando sutiles arpegios. Al sonar las primeras notas, el segundo capullo florece ante las miradas atónitas de los espectadores. En su mismo centro, con los brazos en alto y el cabello formando un halo hasta su cintura, otra estatua de oro cobra vida bajo la luz de las antorchas. Sin llegar a abrir los ojos , su garganta comienza a modular un canto tan hermoso , tan melancólico , que se humedecen las miradas de quienes lo escuchan.

Las manos de la arpista ejecutan intrincados movimientos, como si estuviese tejiendo un encaje invisible. La voz de la cantante se enlaza con las notas del arpa, se envuelve con los hilos y se deja llevar desde los tonos más bajos a los timbres más altos. El tercer capullo ya ha mostrado su carga de belleza : otra hermosísima joven que comienza a girar sobre sí misma , ejecutando una danza de movimientos tan precisos que no parecen humanos.

Las tres muchachas son casi idénticas. Sus pechos , casi inexistentes , les hacen parecer seres andróginos, irreales. Entre las ingles de cada una, un pequeño triangulo de vello púbico, adornado con diminutos rubíes , refulge como cubierto por gotas de sangre. La raya del sexo, con sus labios sonrosados , aparece totalmente afeitada.

Gorka está alucinado. La belleza de las tres muchachas es inconmensurable. Forman un conjunto estético muy alejado de lo que él – pobre guerrero – jamás pudo presenciar. Sus ojos pasan de una a otra , y otra , mientras – su mano – acaricia su propio falo sin darse cuenta apenas.

Gayo, despabilado por fín de su sueño, musita unas palabras en el oído de un sirviente. Su mirada , de animal obsceno, recorre libidinosa la musculosa figura de su hermano, dirigiéndose – de vez en cuando – a las tres bellas artistas. Duda en la elección de compañeros de lecho para esa noche. Seguramente serán … todos.

Paran la música y los cánticos. Una fina lluvia de polvo de oro y pétalos de rosa caen desde el techo. Se elevan las miradas y un grito admirativo sale de todas las gargantas : desde las alturas, con las amplias alas multicolores extendidas , una bellísima mariposa evoluciona con lánguidos aleteos colgada de hilos invisibles. Se desliza hacia abajo, pasando rasante entre las flores abiertas y casi rozando los cuerpos de las muchachas, como si libase de ellas .

Cuando llega al suelo, con dos rápidos tirones se desprende del armazón de las alas y de los hilos que lo sujetan. Es un muchacho jovencísimo, poco más que un niño. El cuerpo, totalmente desnudo, lo lleva teñido en varias franjas que imitan los colores de la mariposa. Suena otra vez la música. La voz cristalina se eleva en un canto lúbrico. La danzarina abandona la flor y salta al suelo , hasta los brazos recios del adolescente.

Los siguientes minutos son de una plasticidad enervante. La lujuria más insoportable se palpa en el ambiente, calentando los ánimos, elevando las vergas , humedeciendo los sexos. Las dos figuras saltan por los aires, se enroscan, se penetran. Ahora , con el sudor chorreando por sus cuerpos, han entremezclado sus afeites y la danzarina ostenta sobre su epidermis los colores del arco iris, mientras que – el muchacho – refulge cubierto con el polvo de oro. Estallan las copas con los trinos finales de la cantante. La arpista acaricia, por última vez, las cuerdas de su arpa.

El muchacho, en representación de los cuatro, corre a presentar sus respetos a los reyes. Se postra ante ellos esperando el permiso para mirarlos a la cara. Cuando lo hace, la pareja real queda confundida, admirada, ante lo que ve : el sudor ha eliminado el maquillaje del rostro , y , ahora, le pueden ver los rasgos perfectamente. Lo miran con lubricidad no disimulada, y le hacen saber – de inmediato – sus deseos. El muchacho, acostumbrado a ceder ante quienes pagan, asiente entre reverencias. Sus ojos, fríos y azules, relampaguean unos instantes con brillo triunfal.

 

Gorka despierta sin saber donde está. Recuerda la fiesta, las bellas artistas y una lluvia de pétalos que caían desde el techo. No recuerda más. El vino pudo con él, y – quizás – algo que le habían puesto mezclado. No le extrañaría que le hubiesen drogado, que lo hubiesen "preparado" para hacerlo sucumbir. Su vista es todavía turbia. Reconoce la estancia en la que está : la antecámara de la alcoba real. Tres cuerpos yacen muy cerca, seguramente tan drogados como él. Son las tres jóvenes, las hermosas rubias que tanto lo excitaron. Al recordar el espectáculo, el hermoso mulato es consciente de la dureza de su entrepierna. Piensa en lo que le espera en la alcoba real. Sabe que no podrá negarse a los deseos incestuosos de los reyes, en caso de seguir tan excitado. Los cuerpos espléndidos están allí, a su merced. No se lo piensa dos veces y repta hacia la que tiene más cerca. La muchacha duerme con las piernas entreabiertas, mostrando la belleza virginal de su sexo. Gorka acerca su rostro a la entrepierna femenina, inhalando el perfume que emana de la grieta. Su lengua busca el diminuto clítoris, semioculto por los rubíes trenzados entre el vello, y se apodera de él, sorbiendo el lindísimo botón y lamiendo , seguidamente, la rajita encantadora. Gime , entre sueños, la doncella. Sus doloridos dedos, como si todavía estuviesen tocando el arpa , se apoyan en los pezones rotando las yemas sobre ellos. El guerrero deja a la muchacha dándose placer a sí misma, pasando él hacia el siguiente objetivo. Los pechos de la danzarina son más plenos de lo que le parecieron mientras danzaba. Gorka los amasa mientras besa la boca de labios gordezuelos. Su miembro se apoya sobre la vagina, presionando suavemente hasta que logra introducirse. El treintañero flexiona sus brazos para no aplastar a la muchacha. La verga entra sin impedimentos, acogida por los pliegues de carne femeninos, tan cómoda como si estuviese en su propia casa. Gorka siente un dejà-vu, una sensación placenteramente extraña. Introduce la lengua en la boca de la muchacha, notando su sabor fresco, su aliento de jovencita que comienza a excitarse.

Abandona a la muchacha . Ella llena el vacío , dejado por él, con sus propios dedos. La tercera, la cantante , duerme boca abajo. Las nalgas suculentas son un reclamo indiscutible para los ojos de Gorka. El guerrero acaricia el suavísimo cabello, la piel satinada… Se tumba sobre la espalda de la muchacha. Sus manos recorren el cuerpo con lujuria desenfrenada. Acaricia los pechos apenas insinuados, pellizca el vientre , busca en la entrepierna , palpando el vello adornado con piedras preciosas y llegando a la lisura del sexo.

 

En la alcoba real, Gayo y Messina gimen como bacantes. El muchachito ha resultado excepcionalmente bien entrenado para hacer gozar. Y lo están gozando. Lo han bañado entre los dos, maravillados de lo que sus ojos han ido descubriendo conforme desaparecía la pintura. El efebo los ha hecho reír con sus ocurrencias. Los ha hecho hablar y que le contasen cosas que solo ellos saben . Los ha hecho chillar roncamente de placer inaudito. Los ha manejado como peleles. Los ha ensartado por todos y cada uno de sus agujeros, llegando a orinarse en sus bocas y en sus cuerpos. Los ha hecho derramarse en orgasmos encadenados, hasta dejarlos extenuados.

Luego, ha sacado la daga.

 

Gorka tapa la boca de la muchacha. Ella se revuelve, inquieta, bajo de él. El dedo exploratorio ha descubierto que la joven es virgen. Por lo menos es virgen por atrás. La parte de delante la probará luego. Ahora la sujeta con sus hercúleos brazos, mientras clava su ingle exultante contra las mullidas nalgas. Entra la cabeza de la verga , mientras Gorka nota los dientes desesperados queriendo morderle la mano. Sabe que le está haciendo daño, mucho daño. Pero no puede aguantarse. De otro salvaje empellón mete el tronco del falo hasta sentir su pubis aplastado contra ella. La garganta de la chica emite un gorgoteo lastimoso. El guerrero bombea dentro del ano violado, y aprovecha la laxitud del cuerpo de la hembra para acariciarlo en su totalidad. La mujer, medio desmayada, apoya su nuca en el hombro de Gorka, buscando tras ella las caderas de él. Sintiéndose – por fín – aceptado, el joven sigue más tranquilo sus embates e intenta ir preparando la cópula por vía tradicional. Su manaza abarca la vulva , buscando con el dedo el orificio de entrada. El ano de la chica está ahora totalmente receptivo, y aprisiona la verga de Gorka con unos latidos espasmódicos que precipitan al guerrero a una eyaculación anticipada.

Sin poder remediarlo, el primer chorro inunda el interior de la cantante. El guerrero sigue buscando – infructuosamente – la entrada del sexo femenino. El segundo, el tercero , el cuarto chorro de semen , desbordan el orificio anal. Gorka saca la verga embarrada, todavía arrojando las últimas gotas. Suelta el cuerpo de la chica para que caiga sobre la alfombra, y le abre los muslos para descubrir el misterio que lo vuelve loco.

 

Con dos tajos certeros, el bailarín ha cercenado los cuellos de los reyes. Rápidamente clava el puñal sobre el seno izquierdo de Messina, rajando la carne hasta dejar al descubierto la caja torácica . Hunde su pequeña mano en el agujero y arranca el corazón , todavía palpitante. Acto seguido, hace lo mismo con el rey Gayo.

 

Gorka no da crédito a lo que ve. Entre los muslos de la cantante, donde debía estar la vagina … no hay nada. Simplemente una lisura de carne, una imitación de raja maquillada sobre la piel, aprovechando un costurón dejado por un vieja y terrible herida.

Sin saber que hacer ni que decir, totalmente desquiciado, Gorka levanta la mirada. Y allí, plantado ante él, con un corazón sangrante en cada mano , se ve a SÍ MISMO."

 

Marina interrumpe la lectura. En el silencio de medio día ha oído un grito. Parece que sonó dos casas más abajo, justo donde vive Maruxa , la lavandera. Siente curiosidad; pero el papel amarillento y medio roto la atrae irremediablemente. Cuando inclina la cabeza hacia su halda , ya no recuerda el grito ni nada que no sea la historia de Gorka. Con avidez , casi enfermiza, se sumerge en las líneas borrosas que la llevan al pasado.

 

Carletto.

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