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El Balneario

en Hetero: General

EL BALNEARIO

Gritaba la sirena de la ambulancia en su loco recorrido hacia el hospital. El Profesor Seisdedos confundía en su mente medio adormilada por los barbitúricos su sonido con el del patio del Instituto donde lo había llevado su alucinación. Se veía él, varios años antes, ejeciciendo sus tareas de tutoría, vigilando los juegos de aquellos cafres adolescentes. Su mirada, como siempre desde hacía unos meses, no se apartaba de una pareja de hermanos, chico y chica, gemelos perfectos a los que en plena adolescencia nadie era capaz de distinguir. Su mirada arrobada recorría sus rostros perfectos en busca de algún detalle que los diferenciase. Pero era en vano. Ambos llevaban cortas melenas doradas, con rizos indomables que caian sobre sus frentes y sus ojos de un verde-azulado protegidos de tupidas pestañas. Ambos eran bellos, muy bellos. Sus cuerpos, vestidos con la ropa informal que llevan ahora los jóvenes, tampoco se diferenciaban en lo más mínimo. El Profesor Seisdedos , sospechaba que ella sujetaba más de la cuenta sus incipientes senos para parecer más viril y que su hermano hacía gestos y posturas ligeramente feminoides para potenciar la ambigüedad , intentando, en fín, mantener al espectador en la duda contínua.

Hasta aquí puede considerarse todo más o menos normal. Lo que no sabía nadie era la obsesión que atenazaba el alma, el corazón y los testículos del maduro profesor. Se había enamorado hasta las trancas … de los dos. No podía distinguirlos de ninguna manera, por lo tanto su amor los englobaba y el deseo físico que le incitaban lo volvía loco al no poder decantarse libremente por una forma heterosexual. Ellos eran ambiguos y el amor por ellos tenía que ser, a la fuerza, ambiguo.

Por otra parte, el hecho de que fuesen alumnos suyos le cortaba de cuajo cualquier mal pensamiento que se le pudiese pasar por la cabeza : eran intocables. Ellos, malévolos, se habían dado cuenta del interés que habían despertado en aquél profesor, atractivo pero taciturno. Su mirada de fuego la notaban por doquier, estuviesen donde estuviesen. Y ellos se reían de él a sus espaldas, hasta que, conforme fue pasando el tiempo y sus hormonas se revolucionaron, comenzaron a mirarlo con más detenimiento y desde otro punto de vista.

Era el último curso de la enseñanza secundaria. Los alumnos estudiaban como fieras para su examen de acceso a la universidad. Los últimos días, tras finalizar las pruebas académicas, mientras se esperaban los resultados, tanto los profesores como los alumnos tuvieron un tiempo para la expansión, la confraternización, la despedida. Muchos de ellos ya no volverían más por el instituto, entre ellos los gemelos. El Profesor notaba un dolor en la boca del estómago cada vez que se cruzaba con ellos. Casi ni los miraba. Pero ellos sí : sus miradas lo recorrían de arriba abajo , calibrando sus discretos bíceps bajo las cortas mangas de su impóluta camisa blanca, volviéndose a mirarle descaradamente el culo marcado por sus desgastados jeans, el indómito flequillo que caia sobre la frente entrelazado ya con algunas hebras de plata.

Y el Profesor, sin poder apartarse de la cabeza que nunca más los iba a ver, se sumió en la depresión más abyecta. Tan patente era que, un amigo lo forzó a salir de copas para que se relajase y se le despejase la cabeza por lo menos una noche.

Perdido en aquellos ambientes, el Profesor apagó su pena bebiendo sin tasa. Al final, su amigo lo tuvo que arrastrar fuera del local de strip-tease , pues se había empeñado en bailar también él en el escenario agarrado a los bamboleantes senos de la bailarina, ansioso de tocar un cuerpo que no fuese el suyo. Luego lo llevo a un prostíbulo, pues la erección que se le notaba al profesor era más que sospechosa. Pero allí se mascó la tragedia : empelotado sobre una puta, ya jamona, no pudo llegar a introducirle el pene pues, el desgraciado, justo en el momento de ir a empalarla, se acordó de los rostros de sus dos gemelos … y se vino abajo. Se removió la buscona bajo el cuerpo inerte del profesor y , al intentar animarlo con un gran beso de lengua con regusto a ajo y semen del cliente anterior, consiguió que le viniesen al pobre hombre tales arcadas, que se dio la vuelta como un calcetín arrojando sobre la cara de la meretriz hasta la última papilla.

Descargado sobre su cama por su buen samaritano amigo, el Profesor estuvo varias horas aún en los brazos de Baco, sin poder llegar a los de Morfeo. Al final, se despejó un poco y un terrible dolor de cabeza se juntó al del estómago cuando se volvió acordar de los gemelos que nunca más vería. Casi sin saber lo que hacía, cogió un puñado de pastillas de dormir y se las tragó bebiendo a gollete de una botella de coñac que tenía para el dolor de muelas.

Despertó en la cama del hospital. No sabía como había llegado. Junto a él , su amigo le recitaba un rosario de reconvenciones. Al final , decidieron entre ambos que, lo mejor para el profesor era irse una temporada de vacaciones, cambiar de aires y que fuese a un sitio tranquilo y sano. En el mostrador de recepción del hospital, alguien había dejado unos folletos de propaganda de un balneario de aguas termales a unos kilómetros de la ciudad, en plena Sierra. El precio era bastante asequible para su sueldo de profesor y se anunciaban variados servicios como masajes, hidroterapia, cura de sueño, etc. etc.

Le encantó la ubicación del Balneario, en un lugar recoleto entre las montañas, rodeado totalmente de pinos y con múltiples arroyos que brincaban por las laderas. Al ser principio de temporada todavía estaba medio vacío. Le comunicaron que las personas de servicio irían incorporándose en breve; pero que lo tres primeros días sería atendido personalmente por la Dueña y sus hijos. Por cierto, que lo esperaban a almorzar en su mesa del comedor a las 13 horas. El vestuario, dentro del Balneario , debía ser para todos los clientes sin excepción pijama con bata de baño o batín.

Recién duchado y afeitado bajó el Profesor al comedor. Lo esperaba una señora de muy bien ver, de mediana edad, rubia de ojos verdi-azules ( el Profesor notó un amago de dolorcillo en el estómago ). Muy simpática, debía estar orgullosa de su hermosa pechuga pues la mostraba casi totalmente sin ningún pudor. Lo hizo sentarse y comenzaron a charlar bebiendo una fresquísima agua mineral con gas. El Profesor no podía apartar su mirada de los ojos de su interlocutora… ni de sus senos. Otra vez la erección pugnaba por salir. Avergonzado por el mástil que casi asomaba bajo el batín, no oyó llegar a los dos comensales que faltaban. Cuando levantó la vista su corazón dio un vuelco y tuvo un desfallecimiento. Abrió los ojos tendido sobre su cama. A Ambos lados de la misma estaban los gemelos. Algo había cambiado en ellos, pero eran los mismos. Ella había dejado por fín libres sus senos de adolescente, y la liviana camiseta del uniforme del Balneario no podía contener la hermosura de los dos globos con sus pujantes pezones forzando la tela. Su cintura se veía estrechísima y sus caderas anchas y redondeadas, vestidas con una minifalda blanca, también componente del uniforme. El hermano también había tenido un cambio sustancioso. Se había dejado crecer una incipiente barba de dos días, que hacía resaltar su mentón cuadrado. Su torax quedaba aprisionado por una camiseta igual a la de su hermana, aunque bajo ella el panorama se entreveía distinto : pectorales muy trabajados, bíceps de levantador de pesas. Sus cortos pantalones blancos mostraban un paquete de dimensiones más que aceptables. Sus ojos seguían siendo igual en ambos. La misma mirada pícara con destellos de ligero deseo.

Durante la cena, más relajado, el Profesor disfrutó con la conversación amena de sus anfitriones. Los gemelos ayudaban a su madre durante las vacaciones para llevar adelante el negocio familiar. Estaban muy unidos los tres. Para celebrar la casualidad del encuentro con el Profesor, los chicos insistieron en que se bebiese vino durante la cena. Al final la madre consintió … y ahora estaban los cuatro un poco achispados. El Profesor notó de pronto un pié desnudo que subía por su pantorrilla . El guiño que le hizo la Dueña, que estaba frente a él, no le hizo albergar ninguna duda. Se dejó querer y entreabrió ligeramente los muslos para que ella llegase a su destino. Se dejó amasar los testículos por el pie femenino hasta que su polla alcanzó una gloriosa erección. De repente, desaparecieron de su vista los dos gemelos. Pero su mirada estaba absorta en los pechos de la madre que se había sacado ambos globos por el escote y se los ofrecía al profesor sacando, juguetona, la punta de la lengua. El pie arreció en su masaje. Pero , de pronto, algo más entró en escena : dos pares de labios se turnaron en recorrer la turgencia de su miembro y, ora una , ora otra, dos bocas engulleron su falo sin darle tiempo a pensar. Corrióse entre espasmos el aturdido Profesor, repasando mentalmente a qué servicio del Balneario correspondería lo que acababan de ofrecerle.

Durante la madrugada, ensartando contra el colchón a la Dueña , que gritaba como una posesa, el Profesor convino consigo mismo que había sido muy acertada la elección de aquél Balneario.

Cuando , por la mañana, les llevaron a la cama el desayuno los hijos de la Dueña, el Profesor ya pensó que aquello se pasaba de lo corriente, para entrar de lleno en lo excitante. Hay que tener en cuenta que los gemelos iban prácticamente en pelotas, pues solo unas livianas camisetas cubrían sus cuerpos. Cuando terminaron el desayuno, retiraron el servicio y se tumbaron junto a ellos. El Profesor pasó su mano por la barba rasposa del chaval, mientras el chico acariciaba la polla flaccida de su maestro. Mamaba el chaval buscando ser tan sabio como el Profesor, a la vez que éste prefería beber de la fuente de la juventud de la gemela, que abría sus blanquísimos muslos ante el examen oral de su maestro de lengua. La Dueña, como madre que era, les daba de todo un poco a cada uno, optando al final por introducirse en el coño el rabo de su gemelo favorito.

Acabaron las vacaciones. El Profesor fue convencido para que dejase la carrera y se quedase en el Balneario ayudando en la administración del mismo. Lo gemelos aprovechaban todos los fines de semana para encontrar en el Balneario el cariño y el sexo sin el que no podían vivir.

Fueron una familia feliz.

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