LA MANSION DE SODOMA : 2.- Balanceos y otros Meneos.
La Duquesa relamía sus gordezuelos labios, limpiándose la nata del dulcísimo pastel. Era una persona muy extremada : los dulces le gustaban muy dulces. Las vergas, muy grandes. Su marido, el Duque, a pesar de tener un buen armamento, no daba de sí todo lo que ella deseaba. Pero, como eran muy abiertos, suplían la falta de centímetros del esposo con un gran consolador ( de madera de pino ) que el aristócrata había aprendido a manejar fabulosamente a pesar de que, por su abolengo-no debía rebajarse a utilizar herramientas de uso manual.
Estaban, pues, ambos cónyuges terminando el frugal desayuno. Nada del otro mundo : unas docenas de ostras palpitantes, unas lenguas de colibrí poquito hechas, unos sesitos de canario y dos kilos de pasteles. Así estaban ellos, que casi no cabían en la cama conyugal. La Duquesa era inmensa. Toda ella . Desnuda, sobre la cama, parecía como si hubiesen echado , encima de la colcha, un quintal de harina. Porque era blanca, como la cal. En toda ella, solo se distinguían ( además del blanco ) el negro intenso del pubis, el rosado oscuro de sus pezones, el rojo sangre de sus labios y el azul cobalto de sus pupilas. Este último color apenas se veía, oculto por los pesados párpados, rodeados de profundas ojeras de fornicadora contumaz.
El Duque era todo lo contrario : pequeñito, culoncete, redondito. Cuando el pene lo tenía en erección, parecía en conjunto como un botijo de los de pitorro grande. A la Duquesa , cuando su aristocrático y botijil esposo estaba en plena coyunda, le encantaba cogerlo por debajo de las axilas y, levantándolo sobre su cabeza, enchufaba directamente sus labios contra el pitorro, para que no se perdiese ni una gota del conyugal semen. En otras palabras : tenía el vicio , pueblerino, de beber " a morro".
Unos golpes suaves en la puerta del dormitorio , les hicieron parar de deglutir merengues.
¿ Sí?.-
dijo la Duquesa, esperando que entrase la doncellita con el acompañante.Señora
- dijo la doncellita, sin ningún acompañante que la acompañase.¿ Qué pasa, coño?
gritó la Duquesa, tan fina como suelen ser los aristócratas en la intimidad .Pues
en su azoramiento, la muchacha no sabía si mirar el negro pelucón de la entrepierna de la Duquesa, o el gordo pitorro del mini-Duque- que venía con Rabudo, el de la cuadra, pero la Duquesita me vio con él en el pasillo y quiso que Rabudo la acompañase al jardín.¡ La cagaste, Burt Lancaster !
dijo para sí la Duquesona , sin saber que, por entonces, todavía no existía tal actor- la zorra de nuestra hija , ya le ha echado el ojo al cipote del criado. Tiene un sexto sentido, la muy bruja, para saber los centímetros de verga que esconde un tío bajo la bragueta.Lo que no sabía la Duquesa ( pero la doncellita sí ) es que, en aquel caso, el sexto sentido se había reducido al de la vista, pues la bella Duquesita había pillado "in fraganti" a ambos criados, copulando en pleno pasillo. El vergajo de Rabudo bien metido en las interioridades de la pizpireta . Al asomarse la jovencita al oir el estruendo que hicieron al romper un jarrón se le dilataron los ojos al ver a aquél mancebo, medio encuerado, con más de dos palmos de rabo saliendo, lentamente, de las profundidades abisales de la camararerita. El muchacho, al percatarse de la presencia de su amita, se le bajaron los humos. Pero , aún así, la humareda le llegaba hasta las rodillas. A la Duquesita se le cruzaron los ojos, se le cayeron las babas, le latieron todos los corazones de su cuerpo En menos que canta un gallo iba andando a paso vivo hacia el jardín, con Rabudo dando tropezones- intentado tras de ella abrocharse la abultadísima bragueta Eso es lo último que había visto la doncellita, antes de tras subirse las bragas, meterse las tetas en el escote y bajarse las faldas tocar en la puerta del dormitorio ducal, para avisar a los señores .
Acabado el desayuno, la Duquesa necesitaba un poco de marcha. Si le habían quitado la sesión con el nuevo mozo de cuadras, tendría que probar con otra cosa. Hizo acercarse a la pizpireta doncellita, la cual no le hizo ascos a un revolconcillo con sus amos. Amasó las delicadas carnes de su señora, a la par que agitó el pitorrillo de su señor. Sudaron como verracos e hicieron todas las cochinadas que suelen hacerse en los dormitorios ducales. Al final, como siempre, la estrella de la jornada fue el enorme consolador de madera de pino, que no dejó agujero sin visitar sin poner objeciones al sexo al que pertenecía- . Tanto disfrutaron los tres que, en un acceso de magnanimidad, la Duquesa regalo un vestido de los suyos viejo, naturalmente para la doncellita. La criadita se puso muy contenta : ya tenía edredón para su futura cama de matrimonio.
***
Los jardines de la Mansión Ducal estaban esplendorosos. Los pajarillos trinaban, las flores perfumaban, las avispas picaban En un recoleto rincón, bajo un frondoso árbol, colgaba un columpio por cuyas cuerdas bajaba un rosal trepador. El rosal no tenía ninguna espina, gracias a que el jardinero , entre blasfemias las había quitado , una a una, aquella misma mañana. La Duquesita estaba preciosa, balanceándose , cada vez más, gracias a los suaves empujones de Rabudo. Su pelo rubio, peinado en largos tirabuzones, volaba a sus espaldas, sujeto con un gran lazo de color carmesí. El vestido de la muchachita, adecuado a la hora tan temprana , a la edad y a la categoría social de la casi niña, era de un verde pistacho, con muchos frunces y bodoques. En el escote ( bastante amplio ) y las bocamangas, blanqueaban los encajes de Brujas. Unos exquisitos calzones, hasta los tobillos, dejaban a buen recaudo la castidad y buena crianza de la muchachita Todo era perfecto. Como en un cuadro de no se quién .
Rabudo, intentaba no pensar en la bella mocita que tenía ante él, para no ereccionar ante ella. De momento, la chiquilla se estaba comportando. Sus carcajadas cristalinas, alejaban de él cualquier pensamiento morboso. Todo iba bien. Has que ella, como quién no quiere la cosa, comenzó a rozar el cuerpo del muchacho, con los pies, cuando siguiendo el impulso del columpio llegaba hasta él. La primera vez, Rabudo creyó que había sido casualidad. La segunda, se mosqueó algo, cuando la chiquilla apoyó la delicada planta de su zapatilla , justo, en todo el paquete dormido del zagal. Al tercer tocamiento ya no era casualidad. Rabudo miró directamente la ruborosa cara de la Duquesita, la lenguecita lamiéndose los rojos labios, la mirada que no se apartaba de la entrepierna de él. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir : el miembro de Rabudo despertó, asomando por la abertura de la bragueta de su ceñido calzón. Y, justo en aquél momento, la Duquesita, sin dejar de balancearse, comenzó a abrir los muslos, dejando ver que , a la altura de su pubis, el calzón bordado con entredoses y bodoques, se abría como la gruta de unos ladrones, dejando entreveer allá en la oscuridad el brillo dorado de su más preciado tesoro.
Rabudo aguantó el tipo. Ya tenía suficiente experiencia para saber lo que se esperaba de él, además de seguir empujando el columpio. Se afianzó bien con sus dos pies en tierra, abrió ligeramente los muslos y , empuñando su nudoso garrote de carne, esperó a pie firme la llegada inminente de la columpiada. En el primer envite, apenas entró la punta, saliendo rápidamente al ir otra vez el columpio hacia atrás. Al segundo envite, entró como cosa de un palmo. Ya cambiaba la cara de la Duquesita. Su boquita formaba ahora como una " o ", a la vez que sus caderas se adelantaban, casi saliendo de la pequeña plataforma en la que estaban apoyadas, siguiendo a su dueña en el ansia por recibir más porción de lo mismo. A la tercera, todavía no fue la vencida, pues allí había mucho rabo todavía. En el silencio del jardín ( pues los pajarillos habían callado, y hasta las abejas y avispas habían atenuado su zumbido ) solo se oía el : ¡CHUP! - ¡ CHUP! , de la verga del zagalón , entrando por los entresijos vaginales de la putoncilla aristocrática. Y ya, con la cuarta, llegó el escándalo. Con toda aquella polla dentro, la muchachita ya no quiso ir hacia atrás. Se agarró con ambos pies por detrás del culo de Rabudo, y no dejó que se saliese ni un centímetro de la verga del arriero.
Toda la mañana estuvieron así. Solo, pararon lo imprescindible, para cambiar de posición. La Duquesita hizo equilibrios, poniéndose de espaldas en la plataforma, para ofrecer sus celestiales ancas al mozalbete tan bien equipado. Los ¡CHUP!-¡CHUP!, se convirtieron en ¡CHOP! - ¡ CHOP!, debido a que el conducto penetrado ahora tenía otro tamaño, otra textura, otro olor
Rabudo dio la talla en todo lo que se le pidió. Y esperaba seguir dándola, en los días venideros, en todo lo que se les fuese ocurriendo a los habitantes de la MANSION DE SODOMA.
Carletto.