MADAME ZELLE
Resumen de lo acontencido : Tras ser asaltadas por los piratas, la prostituta Li-an, su hija recién nacida Flor de Cerezo , y la Dueña del Burdel Flotante, pasan a ser botín de la Capitana Ching. Mientras esperan ser rescatadas, Li-an se somete voluntariamene a los deseos amorosos de la capitana pirata, aceptando - además - criar como aya y madre de leche a una niña de ascendencia europea llamada Camila Zelle. Pasan los años de viaje en viaje, creciendo las niñas y transformándose en unas bellísimas adolescentes de trece años. Instaladas durante una larga temporada en la isla de Bali, las muchachitas son admitidas en una escuela de la ciudad, debutando como danzarinas en un espectáculo público. Observadas por dos muchachos adolescentes ( Daniel Rebull y el joven maharajá hindú Sandok ), las dos jovencitas pronto se percatan de la presencia de los bellos efebos y en sus tiernos corazones prende rápidamente la llama del amor.
CAPITULO V - La Fuente de Jade
"Mariona Pujol tenía un carácter arisco, excesivamente duro, afecto en exceso a las rígidas normas que imponía la sociedad española. Casada por conveniencia con Ignacio Rebull, juntos habían conseguido unir, en una sola, dos de las más considerables fortunas de la burguesía catalana de su época, con negocios prósperos en las colonias de Filipinas, amén de varias fábricas de hilaturas y tejidos en la zona industrial de Barcelona. Solamente tenían un hijo : Daniel, recién salido de la adolescencia y de un internado en Suiza, y al cual ya le esperaba a su vuelta una plaza en una selecta universidad londinense.
Pero eso quedaba muy lejos todavía. Ahora el muchacho estaba disfrutando plenamente de sus vacaciones en un año sabático ( gracias a una promesa arrancada a sus padres hacía largo tiempo) y que había consistido en una estancia de varias semanas en sus posesiones de Manila, una escapada a Delhi ( con la excusa de visitar a Sandok, su íntimo amigo del internado de Suiza) , y la asistencia a las fiestas de la isla de Bali. El muchacho hindú, hijo menor de un pequeño maharajá afecto a la "supervisión" inglesa, les acompañaría a su vuelta a Europa, pues el debía ingresar en la misma universidad que Daniel. En una de las fiestas a las que asistieron en Singaraja, los dos hombrecitos quedaron enamorados como tórtolos de las dos danzarinas, casi niñas, que habían bailado desnudas, dejando atrás los escarceos lúbricos que mantenían entrambos desde su despertar sexual en el internado suizo.
Si Mariona era arisca, su esposo era un hombre pétreo. Ambos esposos se trataban de usted, y milagro era que hubiesen encontrado en su día- suficiente intimidad como para llegar a engendrar al bello Daniel. El muchacho, de carácter abierto y cosmopolita, iba de sofoco en sofoco con los desbarres paternos y maternos. Los adultos, unido a su provincialismo pacato, ostentaban un orgullo exagerado, un ansia casi ostentosa de querer dejar continuamente bien remarcadas las distancias con las personas con las que trataban y que no fuesen de raza blanca. Ese racismo se había acentuado todavía más desde su estancia en Manila, donde los colonos españoles miraban por encima del hombro a los tagalos, inclusive a los que disfrutaban de un cierto estatus económico y social, condenando a un salvaje ostracismo a aquellos "traidores" que tuviesen la desgracia de mezclar su sangre con algún integrante de la "raza inferior" aborigen del país.
Gracias a la intermediación constante de su hijo, los Rebull trataban con una cierta condescendencia a Sandok, haciendo esfuerzos ante Daniel por no dejar muy a las claras lo que pensaban sobre la piel oscura del hindú.
En lo que había un constante enfrentamiento entre el padre y el hijo, era en lo concerniente a la longitud del cabello de este último. El casto varón español repudiaba todo lo que consideraba signo de feminidad en un hombre, y rabiaba al ver la espléndida mata de cabello rubio que adornaba el rostro del efebo. Ambos amigos, sabedores de la ancestral homofobia de Don Ignacio, lo sacaban de sus casillas simulando en su presencia juegos y coqueteos de carácter ambiguo, e incluso habían llegado a burlarse de él fingiendo voces y gemidos de tono inequívocamente sexual tras la puerta de la alcoba que compartían, sabiendo que el furibundo padre estaba en un tris de armar una escandalera aunque nunca se atreviese a demostrar lo que pensaba.
***
Camila y Flor de Cerezo aparecieron ante los jóvenes con la mirada baja, aunque con la sonrisa temblando en la comisura de sus labios. Ambas iban vestidas y enjoyadas a la manera hindú, con unos espléndidos saris obsequio de la Capitana Ching, las cabezas cubiertas con velos diáfanos que dejaban al descubierto las tersas frentes, en el centro de las cuales una vieja criada había marcado un estratégico lunar. Se sabían hermosas y disfrutaban con ello. Sin embargo, sus corazones dejaron de latir unos instantes ante la deslumbrante hermosura de los dos muchachos, vestidos al igual que ellas con trajes típicos hindúes. Las sedas, las perlas, los turbantes de de vivos colores enmarcando las cabezas y dejando sueltos tras la espalda los largos cabellos ( dorados como el trigo los del español, negros como la noche los del joven maharajá ), los rostros embriagados por el placer de ver a las chiquitas Entre risas subieron al carro adornado con flores, cintas y papel de seda multicolor, y tirado por bueyes , que les esperaba desde hacía rato. En otro carro, a una prudente distancia, les seguía la Dueña con una de las criadas. La pobre mujer había aceptado- a regañadientes- los ruegos de las niñas para que sirviese de "carabina", puesto que sin ella no había permiso para asistir a las fiestas de la cercana Sawan. Sin embargo, nada más apoltronarse en el asiento, la mujer inválida aceptó encantada la pipa de opio que le ofreció uno de los muchachos entre sonrisas cómplices.
La función de títeres transcurría plácidamente. El títere maestro, llamado Dalang, era una figura casi mística y narraba la historia basada en grandiosos poemas hindúes, como el Mahabharata y el Ramayana que duraban casi seis horas. Los títeres de sombras estaban hechos de cuero de búfalo y representaban legendarios personajes. La música acompañaba las entradas y salidas de los personajes, así como los momentos álgidos de la trama. Los espectadores se tomaban muy a pecho seguir la historia como si fuesen ellos mismos los que experimentasen las vicisitudes de los héroes, por lo que los ojos no se despegaban del escenario. Nadie se percató de las cuatro figuras que se deslizaron sigilosamente por una de las calles, pasando ante las mismas narices de la Dueña que, completamente drogada por el opio consumido, roncaba en un sillón convenientemente abrigada de pies a cabeza.
Alejadas de miradas indiscretas, ocultas en la cabaña de un pescador previamente sobornado, las dos parejas dieron el último paso para acceder a la mayoría de edad en cuanto a relaciones sexuales se refería. Camila , que durante las noches previas no había podido dormir pensando en aquel momento, temblaba ahora como una hoja. Sus ojos azules no se atrevían a mirar de frente a su adorado Sandok, al que en esos instantes su amigo Daniel estaba ayudando a desnudarse, de la misma forma que Flor de Cerezo sacaba, uno a uno, todos los alfileres que sujetaban el vaporoso sari que cubría el espléndido cuerpo de Camila. Pronto quedaron desnudos, espléndidos bajo la luz que entraba a raudales por una pequeña ventana que daba al mar. La verga del muchacho hindú fue enderezándose como la cabeza de una cobra ante la visión de la tierna carne de Camila. Los ojos de Sandok, brasas que quemaban la piel impoluta de la muchacha europea, brillaban embriagados de amor, de deseo, de pasión arrolladora. Por su mente enfebrecida pasaban las imágenes , las historias leídas y escuchadas, de Kamasutras aprendidos desde la más tierna infancia , y que como mucho- había puesto en práctica a escondidas- con su mejor amigo Daniel en las largas noches invernales del internado suizo.
Pero lo que tenía allí, ante él, temblando casi con el mismo deseo que él sentía, no era un cuerpo de hombre, sino el de una maravillosa muchacha que pareció derretirse cuando él la abrazó y depositó en sus labios un tierno beso.
A la vez, sin perder ni un minuto, Flor de Cerezo y Daniel ya estaban dispuestos también. Prendidos de las puntas de los dedos se acercaron los cuatro a un lecho improvisado que la mujer del pescador había preparado con lo mejor de su ajuar. Desparramados sobre una colcha azul cobalto, docenas de pétalos de flores exóticas conformaban dos dibujos fácilmente identificables: un grueso y erecto lingam junto a un yoni de aspecto sensual. Las dos parejas se abrazaron durante varios minutos arrodillados sobre el lecho. Las palmas de las manos recorriendo las tersas pieles, las zonas húmedas y secas, los valles y los montículos, los testículos velludos y las vaginas rasuradas. El perfumado sudor de los cuatro se mezcló con el de los pétalos de las flores, junto con el olor salobre del mar cercano. Los dos muchachos tendieron a sus compañeras sobre la colcha sin dejar de besarlas, bajando con sus labios por los infantiles senos , los sedosos vientres y las jugosas vulvas. Lenguas de saliva y fuego quemaron las entrepiernas femeninas, arrancándoles los pálpitos, los zumos primerizos, las perlas líquidas de precio incalculable que se deslizaron por las grietas virginales, humedeciendo los labios de los amantes que, muy bien adiestrados en teoría, se dispusieron a recoger con las puntas de sus lenguas el licor sabroso, el agua cristalina, el manantial puro e irrepetible del primer orgasmo femenino, llamado también La Fuente de Jade.
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Los padres de Daniel, aprovechándose de la nueva amistad entablada con las dos señoras "viudas" (Li-an y la Capitana Ching ), habían realizado una escapada de varios días a la capital de la isla, con el fin de presenciar una función única y exclusiva que iba a dar la Opera de Pekín en el Gran Teatro de la ciudad. Don Ignacio no tenía mucho entusiasmo al respecto, pero su señora esposa lo había puesto firmes y le había recordado-con palabras secas, precisas y sin ningún resquicio para la negativa-que esa era una ocasión excepcional para poder alardear ante sus amistades catalanas (propietarias, como ellos, de un palco en el Liceu Barcelonés), sobre algo que "los de allí" jamás estarían en disposición de disfrutar. Ese simple argumento había bastado para derribar cualquier intento de oposición por parte del marido.
Por su parte, Li-an y la Capitana Ching estaban gozando de una segunda "luna de miel" visitando unas islas cercanas, y confiaron plenamente en dejar como Cancerbero de la honra de las muchachas a la pobre Dueña, cuya afición por las pipas de opio se había disparado últimamente con la excusa de mitigar el dolor insoportable que tenía continuamente en los pies. Se adormecían sus dolores y se adormecía ella, empalmando la noche con el día en un sopor intenso que la tenía con la cabeza vencida y un hilillo de baba resbalando por la comisura de la boca.
Con el campo libre por completo, los jóvenes se dedicaron a jugar a todas horas con el mejor juguete que disponían : sus propios cuerpos.
***
Los ojos almendrados de Flor de Cerezo admiraban la belleza serena de Daniel. El muchacho, con el rubio cabello desparramado sobre la almohada, dormitaba vencido por el cansancio. Una sonrisa satisfecha, como de bebé recién mamado, rondaba por su rostro. La jovencita se levantó del lecho y comenzó a cepillarse el largo cabello negro. Su mirada vagó tras las cristaleras, perdiéndose en la hermosura del jardín florido. En sus pensamientos trenzaba ideas de distinta índole: alegres y satisfechas por el amor y el sexo compartido con su hombre, tristes y de mal augurio al pensar en el futuro imperfecto que les esperaba. Ella no era nada tonta, y se había percatado enseguida de la animosidad de sus "suegros" por las personas de raza "inferior" ¡ y eso que no sabían de la relación que unía a su hijo, su único heredero, con una pobre huérfana de "piel amarilla", como se les había escapado decir creyendo no ser escuchados por nadie !. No, Flor de Cerezo no se hacía ninguna ilusión al respecto.
En la alcoba contigua, la puerta entreabierta dejaba paso a los sonidos inequívocos que hacían Sandok y Camelia. Con una chispa de lujuria latiéndole en el sexo, la muchacha-sin dejar de cepillarse el cabello-dio unos pasos y se detuvo junto al umbral, atisbando lo que ocurría entre su amiga y su amante.
Un rayo de sol penetraba por la abierta ventana, iluminando la estancia y cayendo de pleno sobre los cuerpos desnudos que estaban enroscados sobre el lecho. Desde donde se encontraba Flor de Cerezo, podía ver con toda nitidez el musculoso trasero del muchacho hindú, con los gruesos testículos colgando pletóricos, agitándose con cada embate al introducir su miembro oscuro en el interior del vientre receptivo de Camila. Movía las caderas la muchacha, aupaba las nalgas para salir al encuentro del juvenil falo, acogiéndolo amorosamente en el reducto ungido de jugos sexuales. Sandok salía por completo durante unos segundos, dejando visibles los pétalos brillantes de la rosa vaginal. Boqueaba la flor, transmutada en planta carnívora que ansiaba su ración de carne dura, carne ardiente, carne viril sobre la que cerrarse hasta deglutirla por completo, exprimiéndola, absorbiéndola hasta que dejase su carga de polen, de miel , de maná hirviente burbujeante de vida.
Flor de Cerezo se estremeció. Nuevamente el cuerpo le pedía amar y ser amada. Sobre la cama, todavía en duermevela, Daniel estaba cubierto hasta la cintura con la sábana de satén rojo. Unos mechones rubios de vello púbico asomaban entre los pliegues de tela, conformando un conjunto muy patriótico : sangre y oro, rojo y gualda, los colores de la bandera española. Pero a la muchacha no le interesaba el símbolo, sino el mástil. Buscando bajo la tela, acurrucado bajo los rizos dorados, el grueso pene -lacio y enrojecido- dormitaba al mismo compás que su dueño. No tuvo misericordia la bella niña, y despertó mediante sabias caricias el asta de la bandera, que se irguió ante ella presta a ondear lo que fuese menester. Sinuosa como una gata, Flor de Cerezo se esparrancó sobre el viril vientre, y manejando el ariete de carne a su entera voluntad, lo incrustó en su interior sin demora alguna. Daniel, despertado de tan dulce manera, elevó los brazos para prender con sus manos los pechos temblorosos de la adolescente. Los cadenciosos movimientos evolucionaron hasta convertirse en furioso galopar, terminando en una coyunda espectacular que los dejó a ambos con los corazones resonando como tambores.
Todavía guardando a Daniel en su interior, Flor de Cerezo se recostó sobre el pecho de su amado, acompasadas sus respiraciones, trémulas las pestañas casi infantiles. Durante un instante, apenas una milésima de segundo, algo extraño, placentero, distinto, vibró en las entrañas de la muchacha. Y ella, entre sueños, supo que estaba embarazada."