BOCETOS
Los últimos peldaños, crujen bajo las zancadas, atolondradas , de los dos adolescentes. Antes de abrir la puerta, abrazan nerviosamente, sobre sus pechos, los patines que se descalzaron hace unos instantes. Sus carcajadas han quedado atragantadas , cuajadas en sonrisas que no quieren traslucir el temor. Con un ligero empujón, la puerta chirría sobre sus goznes, abriéndose de par en par.
Una luz intensa , un calor sofocante, les recuerda que, una buhardilla, no es el sitio más idóneo para pasar una tarde de verano; pero han dado su palabra a la Extranjera, y , además, la pandilla los espera junto al río, para que cuenten su "experiencia" con la "Locatis", la mujer más extravagante del pequeño pueblo.
Con su extraño acento, la mujer madura les indica que pasen, que se pongan frente a ella. El chico, sin poder evitarlo, hunde sus ojos en los espléndidos senos que transparenta la larga camisola blanca. Traga saliva, sin despegar la mirada del cuerpo semidesnudo, intuyendo las curvas apenas cubiertas. La chica, menos atrevida, admira los enormes ojos de la artista, de un color muy extraño, tanto que, ella, no sabría definir.
La mujer, muy suavemente, les recuerda el trato que han hecho, y el importe con el que serán remunerados en caso de que interese a ambas partes. Asienten los dos. Las palabras de la mujer , al sonar en la buhardilla, parece que han roto un hechizo y, los dos adolescentes, ya no se sienten tan envarados. Solicitan, y obtienen, permiso para curiosear. La Extranjera , con un gesto de la mano, se los concede; pero, advierte que, mientras tanto, deben ir desnudándose.
Los muchachos trastean por el polvoriento recinto, toqueteándolo todo, paladeando a su antojo lo que se ofrece ante sus ojos. Lo que menos les importa, es ir mostrando sus cuerpos a la mujer. Ambos pertenecen a un campamento nudista y, la desnudez, no es problema para ninguno de los dos.
Pronto, ambos adolescentes, son atraidos por un gran palomar que ocupa el fondo de la buhardilla. Arrojan sus ropas en un rincón y , con ojos muy abiertos, contemplan las palomas y pichones, cucurruqueándose sus amores.
La pintora, mientras tanto, prepara una gran hoja de papel blanca. De cuando en cuando, atisba los cuerpos adolescentes, con la premonición de que algo ocurrirá muy pronto.
Sin levantarse de su sillón de inválida, la mujer les da instrucciones para que completen su indumentaria. De un viejo armario, sacan unas largas alas, que deben colocarse uno a otro- con un ligero armazón, casi invisible. Ciñendo sus frentes, unas estrechas cintas. Casi sin mirarles, les indica donde deben colocarse uno frente a otro con un telón de fondo imitando unas nubes algodonosas.
Armada de una larga pértiga, la Pintora cierra las hojas de un ventanuco, para que la luz se refleje en los cuerpos de los muchachos, dejando el resto en semipenumbra. Se cala unas gafas y , entonces, mira por primera vez el cuadro compuesto por sus modelos
Y una garra de fuego prende en su entrepierna. Y un sofoco imprevisto nubla sus ojos.
Los dos adolescentes han desaparecido. En su lugar, casi etéreos, dos ángeles se miran cara a cara. La muchacha, ruborosa, apenas sostiene la mirada del varoncito. Con una mano , casi temblorosa, intenta cubrir un seno, dejando el otro a la vista, como una pequeña paloma, como un pichón acurrucado contra su pecho. Su otra mano, tapa su divino pubis adolescente, mientras, a su espalda, las albas y largas plumas de las alas vibran con cada latido de su corazón.
El chaval, admirado, alucinado por la visión de su amiga, imita su gesto de cubrirse un pezón, mientras su otra mano, a duras penas, puede ocultar la salvaje erección de su miembro viril. Por más que intenta tapar, más deja al descubierto. Ora un testículo, redondo y suave. Ora un trozo de verga que no quiere ocultarse a las miradas ajenas Avergonzado, casi pidiendo auxilio, levanta la mirada hacia la Pintora, sabiendo que "eso" no era lo solicitado por la artista.
Y prende su mirada en los ojos extraviados de la mujer. En sus labios , que se muerden uno al otro. Y en su mano, embadurnada de óleos, de aceites, de pringues de colores, desparramándose sobre sus bamboleantes pechos desnudos, embadurnando su cuerpo de arriba abajo . Y, el muchacho, el ángel, se siente inmerso en la tentación de la carne . Mira la mano engarfiada de la mujer, rotando sobre su clítoris, dejando regueros de pintura sobre sus labios vaginales. Escarbando en su interior de hembra inflamada.
Y la mano del muchacho imita las caricias. Un hilo de saliva pende, unos instantes, desde su boca hasta su glande. La caricia lo recorre como un relámpago, levantando chispas por su columna, hasta estallar en sus ojos.
La muchachita, envuelta en la tormenta de deseos, ensaliva sus dedos antes de adorar su propio sexo. Su mirada torna y gira, de la bacante , goteante de sudor, pintura y flujos, al angelical efebo casi una réplica suya transmutado en autocomplaciente Príapo. El, Narciso irredento, contempla su propia imagen en los dilatados ojos de la niñita, y, así como él aprieta, agita y casi besa su durísima verga, ella pellizca sus rosados pezones, visita una y mil veces los interiores misteriosos de su vagina y hace manar las fuentes cristalinas de su orgasmo, salpicando de virginal flujo la maravilla ardiente de su entrepierna.
Las blanquísimas alas de ambos, se mecen al compás de sus movimientos masturbatorios. Las palomas, en silencio, observan a tan extraños congéneres, quedando, de repente, deslumbradas por una luz relampagueante.
Un aterrador trueno resquebraja el silencio. Los huéspedes del palomar, despavoridos, levantan el vuelo, aleteando furiosamente en su corto recorrido. Unas ínfimas plumillas nievan en la buhardilla, juntándose con el polvo dorado de carcoma, que cae de las añosas vigas.
Los ángeles miran miedosos- al exterior oscuro, arrepentidos de su pecado. La Artista , desmadejada sobre su sillón de inválida, agoniza entre estertores. En su mano, chorreante de pintura y otros mejunjes , arruga el boceto, que no llegó a comenzar.
Carletto