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Locura (7)

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LOCURA ( 7 )

Tiemblan las cristaleras de la capilla , con las prístinas voces monjiles entonando el Ave María. En un rincón, tapados sus rostros con negros velos – al igual que el resto de monjas – tres figuras retroceden , disimuladamente, hasta la entornada puerta. Salen silenciosamente, caminando con gesto fervoroso, las manos plegadas sobre el pecho, el grueso rosario de madera golpeando el áspero hábito marrón. Se detienen un instante, el justo para dejar caer hacia atrás los velos, descubriendo sus entocadas cabezas. Una de las monjas es extremadamente hermosa, de rasgos finos, ligerísimamente eslavos. La más alta aparenta más edad, de ojos bellos y cutis muy maquillado. La tercera, más joven, es de raza negra. Sus gruesos labios, pugnan por no reir cuando mira las trazas de su Jefe.

Señor – dice sin poder contenerse – parece usted Sor Citroen.

Calla Pedrito – dice el Inspector Ramírez muy ofendido – que tú pareces la Woopi Goldberg en "Sister Act ". ( Realmente, al Inspector le hubiese gustado mucho que le comparasen con Ingrid Bergman en "Las Campanas de Santa María ".)

La Rusa simula toser , intentando no estallar en carcajadas.

Las tres figuras se internan por los largos y húmedos pasillos del Convento de las Tocadas . Buscan el Archivo General, donde encontrarán, sin duda, los datos que les faltan para perfilar el caso que les ocupa. Datos que, las monjas, no les han querido proporcionar ni a la mismísima Policía. Como no querían esperar a los trámites legales de pasar por una orden judicial, etc., el Inspector Ramírez y sus acólitos, han optado por disfrazarse. La Rusa, íntimamente, sospecha que su Jefe no quería dejar pasar la oportunidad de travestirse un poco. Últimamente, parece que pierde un poco más aceite que de costumbre.

Llegan por fín al Archivo. El designado para la búsqueda es Pedrito, que es el que tiene mejor vista. Los otros dos esperan fuera, para dar la voz de alarma si viene alguna monja. Esperan y esperan. El Inspector, taconea impaciente. Se rasca un huevo, palpando sobre el hábito. Luego el otro. Al final, se empalma. Le hace un gesto a la Rusa, que acude presta a su afición favorita. Se arrodilla ante su Jefe y le levanta el hábito. Se asombra cuando le ve calzados unos zapatos de charol rojo, de alto tacón. Unas medias de seda negra. Unos ligueros que son una divinidad y , en el medio, su grueso cipote, meciéndose, como un cirio pascual. La Sargento ya no ve nada, pues el Inspector ha dejado caer su hábito tras las espaldas de su subordinada, por lo que de ésta solo se nota un bulto ( el de la cabeza ), a la altura del vientre del policía. Comienza el trasiego de la mamada. De repente, doblando un pasillo, una vieja monja acude a pasitos cortos en dirección a la Capilla. El Inspector no tiene tiempo de avisar a la Rusa, que sigue ensalivando la manguera de su Jefe. Ramírez , solo acierta a cruzar beatíficamente sus manos sobre el abultado vientre, intentando presionar la cabeza de la mamona para que pare. La otra intepreta todo lo contrario, y le dá con más ímpetu al examen oral. La viejuca, que en esos momentos llega a la altura del Inspector, se detiene unos segundos, sorprendidísima de la relajación de costumbres del Convento desde que ella no es Abadesa. ¡ Una monja embarazada ¡ ¡ Y, por si fuera poco, ya estaba de parto, a juzgar por los movimientos incontrolados de su vientre ¡. Sigue su camino, despotricando por lo bajini.

Apenas se aleja, cuando se abre la puerta del Archivo, y sale muy ufana la monja negra, o sea, Pedrito, que se sorprende de ver solo al Inspector, con los ojos en blanco.

¿ Y la Sargento Catalina? – pregunta entre susurros.

Aquí – contesta la Rusa, apareciendo bajo el hábito de su superior, mientras se relame unas gotitas sospechosas del delicioso bigotillo.

El Inspector, adecenta su aspecto y acomoda su cirio para posteriores rezos. Las piernas le tiemblan un poco ; pero el amor a su oficio le hacen rehacerse enseguida.

¿ Encontró algo ¿.

Mucho. Más de lo que imaginábamos.

 

***

 

Sobre la mesa del despacho de Ramírez, se desparraman varios legajos de documentos reconcomidos por la humedad. El Inspector coge uno de los documentos y lo agita ante las narices de sus colegas. Los pelos de los tres brillan, mojados tras la ducha rápida que se dieron nada más llegar. Visten sus trajes de faena. Impecables. Solamente el Inspector "olvidó", por un rato ,quitarse los zapatos de tacón. ¡ Se siente tan cómodo con ellos ¡.

Primer punto – dice con voz engolada – Tal y como sospechábamos, Dany, el hijo adoptivo del Diputado D. Daniel de la Osa y Puentecastro, era el hijo ilegítimo de Don Justo Requejo, ( que, posteriormente, llegaría a ser Canónigo de la Catedral de León ). El muchacho, parece ser que murió sin llegar a saber de su verdadera familia.

Segundo punto : la hermana gemela de Dany, , no fue adoptada por ningún matrimonio, como nos habían dicho anteriormente. Realmente, Justina – así le pusieron de nombre - se quedó en el Convento con las monjas, que la criaron entre todas, hasta que tuvo quince años. Parece ser, que a esa edad, se enteró – seguramente husmeando en los archivos – de qué familia procedía, por lo que escapó una noche saltando la tapia. Hasta aquí llega la información obtenida del archivo del Convento. La parte siguiente, la deducimos por pura lógica : Como su padre estaba en León, su madre fallecida, y su abuela en Madrid, eligió lo más fácil, y fue a casa de su abuela. Aquí , enlazamos con las declaraciones obtenidas del personal de servicio de la Condesa de Cabra, que dicen ( y leo textualmente ) :

" Una mañana vino pidiendo trabajo una muchachita, casi una niña. Dijo llamarse Justina, y que no le asustaba ninguna clase de trabajo ( se había criado con unas monjas al estilo de "Cenicienta" , y los callos de sus manos hablaban por sí solos ). Yo – contínua la sirvienta – no creí que la Condesa le daría trabajo, pues era muy suya, la vieja, y no le daba a nadie ni los buenos días. Pero, debió gustarle la muchachita ( era muy linda, y la vieja le tiraba al pelo y a la pluma ), y dejó que se quedara. Más tarde, cuando intimamos, me dijo Justina que – realmente – era la nieta de la Condesa ; pero, naturalmente, yo no me creí una palabra. Pero , ella sí que lo creia, pues llegó a decírselo a la mismísima vieja ( yo estaba por allí "casualmente "). La Condesa, le pegaba unos gritos que se oían en toda la manzana, y la echó a cajas destempladas. La muchacha salió despavorida, sollozando y sin ver a nadie. Semanas después, me enteré que había sido vista con gente poco recomendable, e , inclusive, que tonteaba con la prostitución. ".

Calla el Inspector. El silencio cae sobre el despacho como la roca fría del Calvario, que oculta negra nube, por un sendero solitario, la Virgen Madre, sube…

Bueno – rompe el silencio la Rusa – por lo menos ya tenemos una incógnita despejada.

¿ Cual, cual ¿ - dicen, como dos patos , al unísono, sus compañeros varones.

Pues, que todos los asesinados, son de la familia de la Condesa de Cabra.

Todos no – dice el Comisario dándoselas de listo - : Vladimir no era de la familia.

Si, si, yo ya me entiendo – contesta Catalina, erre que erre – Vladimir no era, pero a todos los efectos , como si lo fuese : amor imposible del Marqués de Valenzuela, padre de una hija junto con la mismísima Condesa. ¡¡ Qué más quiere, Baldomero!!

Un respeto, Sargento, que soy su superior.

Vale, Jefe.

Pero – se atreve a decir Pedrito, levantando un dedo como el carbón – hay otro muerto que no es de esa familia.

La Rusa se vuelve como una víbora, centelleantes los ojos, lanzándole mensajes de odio por haberle llevado la contraria :

¿ Sí, quién ¿.- barbotea despreciativa. (Pedrito sospecha que la mamada de esa noche se la tendrá que dar el Inspector, porque lo que es la Rusa … )

El Diputado – contesta compungido el muchacho – no era de la familia.

¡¡ Pero estaba vinculado a ella , al haber adoptado a Dany ¡! – vocifera la rubia, espléndida en su enfado.

 

***

 

La lluvia sigue chapoteando – como casi siempre – sobre la casona del Marqués de Valenzuela. En la Biblioteca, el aristócrata, ratonea abriendo un e-mail que acaba de recibir. Lo lee rápidamente, y queda absorto mirando la pantalla :

"Valentín, necesito hablar contigo. El asunto ya casi está terminado. Tenemos que decidir los últimos pasos. "

Catalina

 

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