MIS RECUERDOS (3 )
(DÉCADA DE LOS SESENTA )
Los años sesenta nos llegaron de sopetón y trajeron muchos cambios. El primero de ellos fue el traslado de domicilio de mi amigo Manuel, que dejó de vivir en la calle que habíamos nacido ambos para trasladarse a la otra punta del pueblo, muy cerca de la estación del ferrocarril. En aquella época, nuestro Pueblo todavía no había comenzado con la expansión actual, y toda aquella zona, excepto una o dos calles, eran corrales de ganado, solares e incluso campos de sembradío. Una vecina nuestra, conocida y temida por su lengua viperina , le decía a la madre de Manuel que "Se iba a vivir al Barrio de la Puñalá ". A la madre de mi amigo, de genio y voz muy vivos aunque de gran corazón, se la llevaban los demonios, y no le decía cuatro frescas a la graciosa porque quería conservar las amistades. Los padres de Manuel, humildes pero trabajadores a muerte, estaban muy ilusionados con la nueva casa, más amplia y con mejores instalaciones que la anterior. Les iba a costar muchos sacrificios, pero valía la pena : todo por los hijos.
Una de las mejoras de la vivienda, consistía en que el río les caía más cerca que antes, por lo que , Manuel, acompañaba a su madre un par de veces por semana a una acequia que transcurría paralela al mismo, con una corriente abundante de agua cristalina y todas las "comodidades " para que las señoras lavasen allí la colada semanal . Mientras su madre lavaba, Manuel correteaba de piedra en piedra, por mitad del río ( casi siempre seco ) intentando atrapar ranas entre los juncos de los pocos charcos que quedaban. A la vuelta, la madre cargaba el lebrillo con la ropa limpia, en equilibrio sobre su cabeza, mientras Manuel portaba el cubo o pozal con el jabón fabricado en casa, el azulete y la lejía.
Mi amigo Manuel, descubrió el inefable placer de la lectura desde muy joven. En su casa no tenian muchos posibles para ninguna clase de lujos ( aunque, eso sí : la comida jamás faltó en la mesa ). El tenía su asignación semanal ( bastante breve ) que no le llegaba más que para cincuenta céntimos de altramuces y pare usted de contar. Por eso, cuando iba a casa de algún amigo ligeramente más pudiente- a preguntar si salía a jugar, la mirada se le iba al montón de tebeos ( o comics ) y, sin llegar a oir la contestación a su pregunta, se sumergía en el mundo maravilloso de El Capitán Trueno, o de El Jabato, o el TBO o de lo que fuese. Si eran letras, y en castellano, todo servía. Como en casa de un amigo eran bastante beatos, cuando iba allí se leía la vida de todos los Santos habidos y por haber: Santa Rosa de Lima, Fray Martín de Porres , y la Biblia en pasta si era preciso. Naturalmente, cuando levantaba la mirada de lo que leía horas después era cuando volvía su amigo de haber estado jugando en la calle durante toda la mañana.
Esta afición desmedida por la lectura, se fue incrementando con los años. Su padre, gran lector también, tenía un gran cajón en la buhardilla, lleno a rebosar de novelas y libros de todas clases. Allí , Manuel, entró en contacto con Salgari, con Julio Verne . Cada vez le gustaban los libros más gordos. Encontró en un rincón una novela-río titulada GORRIONES SIN NIDO ( folletón que se había publicado por entregas medio siglo antes, y que su abuela materna había coleccionado con fundas de chocolate. Su mente se llenó de Carabonita, de Perragorda, de Doña Mugre, el Marqués de Molares... Lo que disfrutó él con aquél inmenso folletón, no lo disfrutarán sus hijos ,con sus videojuegos, jamás de los jamases.
Mi amigo descubrió los pequeños placeres del sexo bastante joven. Un día, yendo corriendo a recoger su merienda, notó un inmenso gustirrinín en su pirindola. ¿ Sería al cruzarse los muslos al correr ¿. Probó otra vez , y otra. Se estuvo toda la tarde echando carreras. En su triste mundo se había abierto una ventana a unas sensaciones nuevas y maravillosas.
Por aquellos tiempos, dentro del cajón de los libros, entreverado entre ellos, oculto como la serpiente agazapada que espera inocular su ponzoña, encontró un día una novelita ( que le había pasado desapercibida por lo exiguo de su tamaño ), y que resultó ser de la pornografía escrita más abyecta y maravillosa que imaginarse pueda. Eso le faltaba. Ya no necesitó correr para que se le pusiera duro el pito.
Aquél año ibamos a hacer los amigos la Primera Comunión. Manuel era muy fervoroso , y se tomaba esas cosas muy a pecho. Incluso llegaba a decir Misas en la intimidad de su alcoba. Como el confesor le dijo que, lo de leer cochinadas y hacer cosas feas no estaba bien visto en las alturas, Manuel aparcó ,durante un tiempo, sus actividades de orgasmos secos.
Tuvo la mala suerte mi amigo, de que , justo en aquel mismo año, se iba a casar un primo hermano suyo. La madre de Manuel le dio a elegir entre comprarle un traje de Primera Comunión, o un traje para la boda. Mi amigo, algo pánfilo, le dijo eso tan bonito de : "Lo que usted quiera, madre ". Naturalmente, lo que su madre quería era comprarle el traje para la boda. Pero no acabaron ahí las desdichas de Manuel. Sus padres ( y eso lo llevó Manuel toda su vida clavado en el corazón ), no solo no le compraron el traje de marinerito, sino que , además, aprovecharon para no hacer ninguna clase de fiesta en su honor. Así que, el día de su Primera Comunión, mi amigo, con su traje de los domingos ( eso sí, muy limpio y requeteplanchado ), partió para la Iglesia EL SÓLO, sin padre, ni madre ni perrito que le ladrase ( en este caso, acompañase ) a recibir al Señor. Como no iba de blanco, a él le dieron la comunión en una capillita anexa, y no en el Altar Mayor, con todos los demás.
El padre de Manuel jamás le tocó un pelo. Solo una vez, que el recuerde, le pegó varios correazos. Eso fue al verano siguiente de la Primera Comunión. En su casa , las horas de las siestas eran sagradas. Si era hora de dormir, había que dormir. Manuel lo intentaba, pero tenía mucho calor. Y el pito le recordaba cierta novelita que tenía oculta en la buhardilla. Subió sigilosamente las escaleras. Allá arriba hacía un calor infernal, con el sol dando de plano sobre el tejado. Chorreaba el sudor por todo su cuerpo. Sus manos temblaban al reencontrarse con el pecado. Abrió la novelita y la dejó apoyada sobre un mueble viejo. Sus manos infantiles desabrocharon el pantalón corto, que cayó a sus pies silenciosamente. La pilila abultaba en sus calzoncillos. Sus ojos se sumergieron en la lectura, su mano en la ropa interior. Bebía las letras, imaginando , viendo, el desarrollo de la verde trama. Llegó el orgasmo en forma de espasmos sin acompañamiento de fluidos. La novela cayó al suelo. El, jadeaba de calor y de placer insuficiente. En aquél momento, como un Júpiter Capitolino, apareció su padre con la correa en la mano. Manuel quedó helado, con su pito en la mano y los pantalones en los tobillos. La correa rasgó el aire y cayó inclemente sobre sus desnudas nalgas. Una y otra vez. Manuel lloró de dolor, y de rabia, y de impotencia. Y porque era la primera y última vez en su vida, que su padre le pegaba.
Meses después, una de las veces que iba Manuel con su padre a la huerta, a recoger las hortalizas del tiempo, el adulto quiso retomar el asunto de la paja interrumpida. El no le había pegado por masturbarse, sino por desobedecer. Manuel, todavía herido en su dignidad, no quiso hablar en aquel momento. Ya nunca tuvo la segunda oportunidad.
En el año 1964, los padres de Manuel, para celebrar que habían terminado de pagar el préstamo para la compra de la casa ( préstamo que les había concedido una persona particular, porque el Banco no se quiso arriesgar ), organizaron un viaje a Zaragoza. Era por el Corpus. Como el padre de Manuel trabajaba en la RENFE ( Red Nacional de Ferrocarriles Españoles ), tenían los billetes de tren más económicos que otras personas. Manuel no quería pensar en el viaje, por si no llegaba a llevarse a cabo. Ahora ya no tenía anginas ( se las habían extirpado hacía tres años ). Pero nunca se sabe.
Todo salió bien, y Manuel disfrutó como nunca en su vida antes ( y , seguramente, después ). Aquél mismo año, un mes antes de la Navidad, atropellaron en la carretera a su padre, cuando iba a incorporarse al trabajo, muy de mañana. Era una madrugada fría y brumosa, con poca visibilidad. Nunca se supo quién le pegó con su vehículo a la liviana bicicleta, por detrás. Lo dejaron en el arcén, desangrándose. Tuvo la suerte de que, horas después, pasaron unos trabajadores y lo atendieron. Pararon al primer vehículo que pasaba, precisamente un vecino del mismo Pueblo ; pero se excusó y no quiso llevarlo al hospital. Algo referente a que si ya estaba muerto, o que le iba a manchar la tapicería El padre de Manuel estuvo un mes en coma, en el Hospital General de Valencia, acompañado durante todo el día por su mujer desesperada y, por las noches , por su hermano y un cuñado. El hermano se había aplastado un dedo en el taller mecánico donde trabajaba, para que le dieran la baja " y poder estar con su hermanico ".
La víspera de Nochebuena de 1964, falleció el padre de Manuel. El pasó esa Noche tan Buena, en casa de un primo hermano, más que hermano, recién casado con una mujer admirable.
Y la vida siguió. Y la madre de Manuel vistió luto riguroso durante meses y meses, con la cabeza cubierta con espeso velo ,por fuera , y terribles pensamientos, por dentro.
Manuel, a sus once años, no llegó a asimilar lo que ocurría en toda su atrocidad.
En el patio de la Escuela, se formaba en los recreos un corro para escuchar a Tarsicio, que era un narrador nato. Era un poco mayor que nosotros, pero tenía una labia de adulto. Cuando te contaba la última película que había visto, tú la veias también. Y , además, si era de miedo , te hacía la música para ponerte en situación. Pero, lo que más nos gustaba, era cuando se iba por derroteros eróticos. En nuestro Pueblo, como en todos, siempre hay una hembra que se sale de los cánones establecidos. Allí teníamos a Camila. Era alta y agraciada. Se pintaba los ojos como una egipcia y el pelo, como ala de cuervo, se lo peinaba cardado, muy levantado. Nuestras madres, envidiosas, decían que llevaba " una cresta muy kikiriñesca ". El caso es que, Camila, era un bombón con un par de melones de infarto. Tarsicio, en un recreo, nos puso a todos al palo contándonos que , el día anterior, al ir corriendo y doblar una esquina, se encontró de manos a boca ( es decir : de manos a tetas ) con la Camila, y que , al tacto, "sus tetas eran aguanosas". Nunca he sabido lo que quería decir aguanosas, pero siempre que me acuerdo, se me pone dura.
Carletto.