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Moteros

en Amor filial

MOTEROS

La inmensa cama de matrimonio crujía peligrosamente. Desde el umbral de la puerta, la mujer miraba con ojos desorbitados los dos cuerpos , enroscados como ofidios, que seguían con su cópula sin haberse percatado de su presencia. Ora un falo, ora otro, brillaban al aire , durante unos segundos, antes de enterrarse – otra vez – en las entrañas o en la garganta que los recibían con un chapoteo, con un gorgoteo que hacían experimentar a Catalina un repeluzno en su bajo vientre…

Catalina despertó , anegada en sudor. Una vez más, en el duermevela que seguía a sus sueños, tan repetidos, se sintió excitada. Bajó su mano a lo largo del cuerpo, aún tembloroso, siguiendo el trazado de los hilillos de sudor, y hundiendo sus dedos índice y corazón en su interior, mitigó su desespero a fuerza de frotarse. Sobre la mesita de noche, la foto de su difunto esposo le sonreía.

***

El pequeño pueblo estaba patas arriba. Se iba a celebrar, por primera vez, el Mundial de Motociclismo en el circuito de la Comunidad Valenciana, muy próximo a la localidad. Todo estaba preparado, en el medio de una gran expectación.

Las oleadas de moteros habían inundado el pueblo. Catalina preparó la habitación de invitados, avisada por sus sobrinos de su pronta visita. La mujer estaba algo preocupada : tanto tiempo sola, tanto tiempo sin recibir a nadie y , ahora, de improviso, tres jóvenes en su casa. ¡ Y con motos!.

Salió a la calle para efectuar las últimas compras. Todos los habitantes de la pequeña localidad, estaban revolucionados. De repente, de ocho mil personas, iban a pasar a cientos de miles. En casi todas las casas se iban a instalar moteros. Ella, no sabía ni lo que eran. Había accedido porque eran los hijos de su hermano, que vivían en Sevilla y no los veía desde mucho tiempo antes. Desde antes de quedarse viuda, hacía ahora seis años.

Compró lo que pudo, pues los moteros ya estaban arrasando todos los víveres disponibles, como la marabunta de la película. Al volver a su casa, en un callejón, su corazón se aceleró al ver a dos moteros, con las vergas al aire, meando tranquilamente la cerveza ingerida. Apretó el paso, sintiendo que le flaqueaban las piernas. Todavía no tenía los cincuenta cumplidos. Su carne había estado fría durante estos años ; pero aquellas vergas …

A lo lejos, junto a la puerta de su casa, había dos enormes motos aparcadas. Acababan de llegar, pues , todavía, llevaban los cascos puestos. Los monos de cuero se adaptaban a los juveniles cuerpos. Una de las figuras – de espaldas a ella – se quitó el casco. Una bellísima mata de pelo rubio cubrió la espalda de su sobrina . Porque – seguro – que era su sobrina. Las otras dos figuras, con el pelo muy corto los dos, serían su sobrino y el amigo de ambos, otro chico sevillano. Los llamó por su nombre. Catalina quedó confusa cuando se volvió la figura de pelo rubio : no era su sobrina, ni tampoco era una chica. Era el chaval más guapo que jamás había conocido.

Sus sobrinos, entre risas, la abrazaron, llamándola Tita. Los miró, casi sin reconocerlos. Ella era rubia, con el pelo muy corto y rasgos virginales. El era más moreno, casi agitanado , aunque muy guapo también.

El acomodo se hizo rápido : los dos chicos. Al ser más corpulentos, dormirían en la gran cama de matrimonio. La sobrina, con la tía, en la habitación de invitados. Picotearon un poco de la comida preparada por Catalina y, cogiendo una copia de la llave de casa, marcharon a la fiesta.

La viuda, tras fregotear los restos de la cena, se acostó, aún a sabiendas que le costaría mucho conciliar el sueño . El ruido de las motos, en el exterior, es insoportable.

" Néstor. Néstor. ¡ Qué sola me dejaste!. Te quería con locura, sin importarme tus traiciones, con unas y con otras. Incluso llegué a perdonarte que te follaras al hijo de los vecinos en nuestra misma cama, en nuestro sagrado lecho matrimonial. Lo nuestro era especial. Estaba por encima de tus pequeños vicios, de tus " transtornos pasajeros" como tú decías. Y yo te lo admitía. Incluso me llegó a parecer natural. Porque después, el resto del año, solo eras para mí. Con todo tu amor, con toda tu dulzura, con todos tus detalles que hacían que me sintiese la reina del mundo. Y, hasta llegué a desear, mientras te espiaba , a ser una más , a intercalarme entre ti y el cuerpo que estuvieses poseyendo. Fuese hombre o mujer. Pero eso , no llegué a confesártelo nunca. Me dejaste sola demasiado pronto. Con tu recuerdo, con mis sueños, con mis deseos insatisfechos. ".

Marisa, la motera, entra sigilosamente en la pequeña habitación. Llega algo bebida. El siseo de la cremallera al bajarse, suena en la noche – ya calmada- como la llamada de una serpiente. Emerge del cuero la carne deslumbrante de la muchacha sevillana. Frota sus pezones, ateridos de frío, antes de deslizarse bajo las sábanas, junto a su tía. A la mujer, se le ha subido el camisón hasta las caderas, y muestra unas blanquísimas y rotundas ancas de cuarentona. La sobrina se inclina hacía ella, aspirando profundamente el aroma tibio que se desprende de sus amplios pechos. La tía, entre sueños, musita algo, y se vuelve de cara a Marisa. Una de sus manos está engarfiada en su propio sexo, como si hubiese escarbado buscando afanosamente algo, en su grieta, antes de sucumbir al sueño.

Una súbita ternura recorre las venas de la muchachita. Amor por su tía, tan sola desde su viudez. Pero también deseo por la hembra madura y suculenta, cuyo cuerpo ofrecido tiene junto al suyo. Marisa aventura una caricia sobre el diminuto pezón de su tía, casi tan pequeño como los suyos. Vigilando el sueño de la durmiente, chupa la tela del liviano camisón, hasta que se transparenta, pegándose a la carne. Baja hasta los pies de la cama y, con infinito cuidado, aparta la mano de su tía que le impide el acceso hasta su sexo. La mujer, vuelve a mascullar unas palabras. Sin despertarse, coloca ambos brazos bajo su nuca y abre los muslos incoscientemente, ofreciéndole a su sobrina el espectáculo de su húmeda vulva. La chica inclina la cabeza, hociqueando con su naricilla respingona, inhalando los efluvios íntimos de la durmiente. Su lengüetita de gato, comienza el paladeo de tamaño manjar. Alterna sus lamidas entre el prominente clítoris y la profunda vagina, como solo sabe hacer una mujer a otra. De repente, siente unas manos apoyadas en su nuca, presionando su cara hacia abajo. Ya despertó la tía. El placer ha sido demasiado real, para ser confundido con un sueño. Las mujeres ruedan sobre la cama, en silencio. La boca de Marisa mama los yermos pezones de su tía, que experimenta – por fín – los placeres de amamantar a un niño. Las manos de ambas suben y bajan, bajan y suben. De los rostros a los coños, de los coños a los rostros. Chupándose mutuamente los dedos, ensalivándolos para volver a hundirlos en las rajas ajenas, para proseguir con el delicioso tanteo de los titilantes clítoris…

Están haciendo un receso. Catalina mesa amorosamente el cabello de su sobrina, cuya cabeza sostiene entre sus muslos. La chica se ha dormido. Al fondo del pasillo, hace rato que la mujer oye ruidos. Unos ruidos que le recuerdan otros muy parecidos, hace varios años, en el mismo lugar.

Sus pies descalzos se deslizan por las baldosas del pasillo. No nota su frialdad. Desde su vagina, una gota de flujo y saliva de su sobrina, baja brillante por la cara interior de su muslo.

Entreabre la puerta. Desde el quicio , otra vez queda absorta ante lo que ven sus ojos. Su corazón deja un latido en suspenso, mientras sus labios musitan un nombre : " Néstor, Néstor ".

Pero, esta vez, no es su marido quien acaricia, despatarrado en el lecho conyugal, la verga de un jovencito. Ahora son su sobrino, junto con su amigo, los que exhiben sus enhiestas virilidades ante los ojos de la viuda. Junto a la cama, en un montón, los monos de motoristas brillan apagadamente como las pieles de un saurio. Catalina avanza unos pasos hacia el lecho, casi sonámbula. Está dispuesta a hacer lo que no hizo, lo que no se atrevió a hacer, entonces.

La verga del chico moreno se hunde, una y otra vez, en el interior de su amigo. Sus nalgas, tensas y musculosas, se elevan unos instantes antes de dar la estocada, deliciosamente mortal. Catalina posa su mano blanca, con ligeras venas azuladas, sobre el muslo de su sobrino. Juguetea con el oscuro vello, ascendiendo en su caricia hasta que encuentra los testículos. Los rodea, los acoge, acomodándose a los envites que un muchacho da al otro. Los cuerpos, hermosos y juveniles, son un festín para sus ojos. Nota una mano cálida sospesándole un seno. Se sobresalta. Es el rubio, que la mira desde la almohada, con el dorado cabello nimbándole el rostro de angel. Su sobrino interrumpe la cópula, percatándose, pon fín, de su presencia. En unos instantes, la viuda se ve emparedada entre aquellos cuerpos de fábula. Cuatro manos la palpan por todos sus recovecos, prendiéndole fuegos extinguidos desde antaño. Las bocas de los chicos se encuentran con la suya, alternando, entre ellos mismos, besos apasionados. El rubio, hace que lo cabalgue Catalina, insertándole un miembro prodigioso en su vagina licuada. El sobrino, amasa las blancas , carnosas, amplias, suaves y frías nalgas de su tía, antes de apoyar la punta de su balano en el fruncido ojete. La viuda, rememora antiguas cópulas anales ( a las que su difunto era tan aficionado ) y relaja sus músculos para dejar pasar a su sobrino por la puerta de atrás. El monstruo de tres cabezas se pone en marcha. Los chavales se complementan a la perfección. Las bellotas de sus miembros, se rozan en el interior de Catalina, apenas separados por una tenue telilla. El rubio trabaja los senos de la viuda, tan blanca, lanzándole – de vez en cuando – dentelladas labiales a los pezones sonrosados.

Un estornudo , como de gatito, les hace mirar hacia la puerta. Es Marisa , que les observa , desnuda, desde el umbral. Los tres extienden las manos hacia ella, acogiéndola en el grupo, incluyéndola en el montón de carne palpitante. La chica se encarama sobre el rostro del rubio, frente a frente a su tía. Las mujeres se abrazan, continuando el beso interrumpido un rato antes. El rubio, ligeramente sofocado, atiende con la lengua los bajos de la muchachita, a la vez que penetra a la tía y es penetrado por su amigo.

En la calle, pasa una moto haciendo escape libre. El montón de carne chorrea sudor. Catalina muerde los labios de su sobrina, traga su saliva con avidez sedienta. Su sobrino le palmea las nalgas, antes frías y ahora hirvientes, a la vez que masajea con dos dedos el interior de su ano. La prodigiosa verga del rubio sigue con su labor de conseguir un orgasmo para la viuda . Se lo ofrece en el mismo momento en que su amigo se derrama en él. Catalina nota el potente surtidor, y sus manos rotan como exprimidores sobre los senos anaranjados de su sobrina. El lecho cruje amenazadoramente. Los orgasmos surgen, uno tras otro, como palomitas de maiz estallando en una sartén . Los embates se hacen más furiosos, los brincos más rítmicos…

El somier se desploma, finalmente, con su carga de colchones, sábanas y carne. Sobre el suelo, entre carcajadas, aún siguen retozando, combinando las figuras más inverosímiles.

El Mundial de Motociclismo fue todo un triunfo. Y si no, que se lo pregunten a Catalina.

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