HISTORIAS DE UNA ALDEA VII (CAPÍTULO FINAL)
Marina extiende la mano y recoge las dos últimas hojas, amarillentas y carcomidas, que le revelarán el final de la historia de Gorka. El tiempo se ha detenido para ella. Nada hay que le importe más, en esos momentos, que seguir leyendo.
" En las profundidades del bosque han dejado de oírse los gritos de agonía. Sobre la cabaña ha descendido un silencio sepulcral. De cuando en cuando, un copo de nieve rebasa con su peso el límite soportable para una hoja, y ésta se troncha dejando caer su carga congelada.
Irka escupe , furiosa, sobre el fuego. En su mano todavía humea el tizón que metió en la vagina de la segunda vieja, con el que finalizó su tortura. La otra anciana cuelga del gancho . Ya no patea. La sangre ya está cuajando y su rostro es una máscara lívida.
Aúlla la bruja. Ninguna de las dos viejas ha hablado, pese a las torturas, pese a los dolores inhumanos que han tenido que soportar. Golpea la mesa con los puños, clava las uñas en su propio rostro, lanza espumarajos por la boca. De repente queda en silencio. Algo detectó su oído prodigioso. Es una llantina de bebé. Loca de alegría se lanza hacia la puerta. Una figura , tan horrenda como ella, avanza en la noche pesadamente. Arrastra algo por el suelo, bien agarrado con su mano izquierda de una mata de blanco cabello. En la mano derecha, dando inútiles pataditas, pende un bebé.
Irka lanza una mirada despectiva al bulto que arrastra su hijo. Es la tercera de las ancianas, la que huyó con la hija de pocos meses, de Godiva , hace unas horas. Pero el terrible cazador, el perro de presa, las encontró a ambas. La inmunda vieja sabrá lo que sufrió antes de morir. Porque está muerta , claro. Irka piensa que su hijo podría haberse evitado el arrastrar el cadáver hasta allí. Pero Coffi tiene muy pocas luces y muchísima fuerza. Ha arrastrado el cuerpo, bien sujeto por el cabello, desde kilómetros y kilómetros. ¡ Con lo fácil que hubiese sido cortar la cabeza de un tajo !. Ahora ya da lo mismo.
Coffi extiende el brazo con su carga sollozante. Irka adelanta las manos, las garras amarillentas, para sujetar el trofeo, el triunfo que podrán llevar ante Gayo y Messina. Pero no llega ni a rozar la piel de zorro en el que está envuelto el bebé, puesto que éste cae al suelo, junto con el brazo, cercenado , de Coffi.
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Godiva y Anel duermen sobre el amplio lecho. Serena, la sacerdotisa que les guió desde el templo, la compañera en su huída incesante del acoso de Irka y Coffi, tañe el arpa junto a ellos.
Al moverse entre sueños, un gesto de dolor tensa las hermosas facciones de Anel. El bruto de Gorka, dejándose llevar por su lujuria, lo tomó salvajemente por el trasero, confundiéndolo con una doncella. Y, la verdad, es que lo parece, con la peluca rubia , tan larga, sus afeites y su belleza natural. Lo más triste de todo es el sexo inexistente. Esos atributos viriles que ya no están, puesto que los arrancó Gorka hace dos años. Esos testículos con los que desapareció la hombría del muchacho, pero cuya pérdida le otorgó ese don maravilloso de una voz prodigiosa, sin mácula.
Godiva piensa en su niñita. Su alma, su corazón , su vida. La que dio a luz meses después de todos los avatares con Gorka en aquella maldita cueva ( o ¿ debería decir : "bendita cueva", puesto que , allí , concibió a su hijita ?). Hija de Gorka y de ella. Heredera, por ley natural, del Trono de Piedra, ahora vacío tras la muerte de Gayo y Messina a manos de Taurus.
Taurus, el jovencito que se incorporó a su "trouppe" de artistas sin decir quién era. Ese muchachito que se parecía, como una gota de agua a otra, a Gorka. El que se apuntó , inmediatamente, al plan de asesinar a los reyes, sin explicar sus razones. El efebo, prominscuo y descarado, cínico y lujurioso, triste y amargado, rabioso y con corazón de oro. El mismo que se comió los corazones de Gayo y Messina, allí mismo, ante ellos, en aquella terrible noche, con Gorka desmayado y Anel chorreando semen por sus muslos ensangrentados.
Godiva siente un profundo agradecimiento por el muchacho. Por la revelación que pudo arrancar de los labios de los reyes asesinos, antes de darles muerte. Porque, entre otras cosas, ellos le dijeron a Taurus el paradero de Irka y Coffi, y que no era otro que el de la cabaña de las tres ancianas del bosque, las que estaban ejerciendo de ayas de la hijita de Godiva y Gorka.
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Metidos en el agujero, Irka sufre , una vez más, los embates de la verga de su hijo. No puede hacer nada, con los brazos y las piernas quebrados. La bruja se atraganta con su propia sangre, que todavía mana de su lengua cortada de un tajo. Solo puede contrarrestar los ataques de su hijo a base de dentelladas. Una mejilla cuelga pendiente de un hilo de piel de la cara del monstruo. Con la mano que le queda, Coffi, tras encarar la apestosa verga entre los muslos maternos, aplasta los dedos contra las órbitas de los ojos de Irka, teniendo buen cuidado en no acercarse a los dientes rechinantes de su madre. Ambos saben cual será el final : comerse uno al otro . El que a hierro mata
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Al amor de la lumbre, Gorka estrecha entre sus brazos el cuerpo tibio de la pequeña Lea. Curiosamente , la niña es de una blancura estremecedora. Sus ojos azules, idénticos a los de su padre, están enmarcados por unos rizos rubios por los que nadie diría que su padre es el hermoso mulato. Misterios de la vida. Y, sin embargo, Tarus , siendo hijo suyo también
Porque ya acabó la incógnita. El muchacho que lo acompaña, el que bailó junto con Godiva en la famosa fiesta, el que apareció como un fantasma con los corazones sangrantes de Gayo y Messina es hijo suyo. Y, aunque al principio se quedó estupefacto, sin saber reaccionar, cuando el muchacho contó su historia lo comprendió todo.
Taurus era el hijo no deseado de una mujer que tuvo la infausta ocurrencia de ofrecerse como "vaca" secreta en la fiesta de la fecundidad de hacía diecisiete años. Metida dentro del armazón de madera, poco pudo hacer cuando un muchachito que hacía su baile iniciático Gorka la penetró vaginalmente en lugar de cómo estaba estipulado ( o sea : por el ano ). Aquello no hubiese tenido la más mínima trascendencia ( puesto que solo lo sabían la mujer y el muchacho ) si no hubiese sido porque ella quedó embarazada y dio a luz un niño mulato. Taurus, le puso por nombre la madre, puesto que había quedado embarazada cuando ejercía de Diosa Vaca. Su marido la repudió, al enterarse del color del niño, y los reyes Gayo y Messina la denigraron al grado de prostituta en las puertas de la ciudad. Luego, una bruja Irka- compró a la mujer para que sirviese de entretenimiento de su idiotizado hijo Coffi. El pobre niño, tuvo que asistir a la degradación de su madre , que lo aguantaba todo menos que tocasen a su hijo. Cuando , finalmente, la mujer murió a manos de Irka y Coffi, Taurus huyó clamando venganza.
Años más tarde, conoció a Godiva , Serena y Anel, que le contaron su historia, aunque él no quiso hablarles sobre sí mismo.
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La carreta de bueyes trastabillea por el camino embarrado. En su interior, cubiertos por tibias pieles, Gorka y Godiva hacen el amor. La rubia bailarina tiene el rostro desencajado por el placer. El guerrero moreno, el que quiso su muerte sin conocerla, la tiene ensartada con su espada de carne. La verga de Gorka late en un gozo supremo. De cuando en cuando, el hombre abre los ojos y mira el rostro extasiado de su esposa, queriendo asegurarse de que esta vez no es a Anel al que está penetrando. Gorka ríe por lo bajini, mientras piensa ( y eso no se lo arrancaran ni bajo la más cruel de las torturas ) que el trasero de su cuñadito tampoco estaba nada mal.
Cada vez más lejos. Dentro de muchas jornadas llegarán a la Aldea. Allí comenzarán una nueva vida, reconstruyéndola y plantando las semillas para las nuevas generaciones. Esa misma semilla que ya lleva Godiva en el vientre. Un pequeño Gorka que correterará por la herrería que tiene su padre la intención de abrir. Otro pequeño mulato, que crecerá muy lejos de su hermanita Lea, que quedó como heredera del Trono de Piedra- al cuidado de Taurus, Serena y Anel."
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La luz de una antorcha brilla en el camino. Luego otra, y otra, y otra . Una fila de luces parpadeantes, similares a luciérnagas bajo la noche estrellada.
El calvero, en el centro del bosque, ya está repleto de gente. La aldea , en pleno , se ha citado allí. Tiene que cumplirse el rito ancestral de la fecundidad.
Sobre la rústica piedra , bastamente tallada , que conforma el altar, ya está preparada la mujer. Su cuerpo desnudo está erizado de frío, de nervios, de esperanza
Encaramado sobre un mojón de granito, un adolescente desnudo hace llorar una gaita entre sus brazos. Su pelo rojo brilla a la luz de las antorchas. Su joven pene, eternamente erecto, huele a vagina de vaca.
Se interrumpe bruscamente la música , y unas viejas desdentadas rodean la piedra del sacrificio. Invocan a las meigas y a los dioses del bosque. Con unas ramas de tomillo aspergian agua de unos cuencos de madera. La mujer , sin poder remediarlo, castañetea los dientes. Los latidos de su corazón emiten un ruido tan fuerte, que en sus oídos retumban como tambores. Pero no. Realmente son tambores lo que se oyen. Se acercan por los cuatro puntos cardinales. Y, precediéndolos, danzando como ninfas, unas niñas cuya única vestimenta son las flores prendidas en sus cabellos.
Las muchachitas se contorsionan alrededor de la mujer. Aumenta el ruido de los tambores, a los que se les han unido los panderos de piel tensa, adornados con pequeños platillos de metal que tintinean escandalosamente. Las púberes cubren con sus cuerpos el de la mujer despatarrada, restregando sus sexos casi lampiños por toda su piel desnuda. Cara, senos, brazos, piernas. Finalmente, abriendo los labios de sus sexos con sus pequeñas manos, las chiquitas se restriegan de una en una contra los abultados labios vaginales de la mujer, hasta que consiguen que unas gotas de sus primeros flujos menstruales caigan en la vulva de la adulta. Cuando se retiran, la mujer queda cubierta de pies a cabeza por la primera sangre de las niñas ya fecundas.
Silencio otra vez. Una flauta, imitando el trino de un pájaro, se oye en la noche. Es la señal para que se acerquen una decena de hombres totalmente desnudos. Sobre cada una de sus cabezas, sujetas con tiras de cuero, se bambolean calaveras de machos cabríos. Danzan siguiendo unos intrincados pasos. A pesar del frío nocturno, sus cuerpos están cubiertos de sudor. Sus vergas , erectas hasta límites pétreos, son como lanzas de carne que les preceden. Allí están casi todos: Ramiro y su Padre, el Indiano y su sobrino Pedro, Gañán el jardinero, Tarsicio y Ruanillo Y con una cornamenta más aparatosa, con la cabeza de macho cabrío más grande que se pudo encontrar, danza el esposo de la mujer que está sobre la piedra.
Los primeros en penetrar a la mujer son los más jóvenes. Pedro , el primo de Elvira, introduce su verga en la vulva infecunda. Cierra los ojos mientras copula, agarrado a los senos temblorosos de la mujer. Piensa que es a Elvira a quien está penetrando Deja su simiente y se aparta. Ruanillo está esperando, Pedro roza sin querer la verga del mudito. Se miran a los ojos, se sonríen Ruanillo fornica con la hembra. Es la segunda mujer que penetra en su vida. Marina lo mira , orgullosa, desde un rincón. Queda el semen del aprendiz y pronto la vulva es visitada por otra verga, y otra , y otra. Cuando la penetra Gañán, el jardinero del Pazo, la mujer tiene su primer orgasmo. Ha notado los chorros de esperma hasta lo más profundo de su útero. Siguen pasando sobre ella, dejando la ofrenda de su simiente. El penúltimo es su marido. Hoy se tiene que conformar con poseerla, sin morderla, sin pellizcarla, sin azotarla. Sin hacerle esas cosas que le gustan tanto a ella y a su vecina, Maruxa la lavandera. Los ritos de hoy eran imprescindibles, tras tres años de casados sin haber podido tener descendencia
Finalmente, con su cuerpo magnífico brillando bajo la luna, se acerca Tarsicio. Los músculos del mulato parecen embadurnados de aceite. Marina lo mira y rememora a Gorka y su primera danza de la fecundidad, la que conllevó tantos cambios a la vida del joven guerrero. Cruza la mirada con su marido. El herrero le sonríe y hace un gesto de asentimiento. El falo de Tarsicio roza el clítoris de la mujer pasada por la piedra. Los labios vaginales regurgitan una espesa bocanada de espermas mezclados. El príapo enorme se desliza por la raja . La mujer espera, encantada, que la penetre el semental más guapo de la aldea. Se prepara mentalmente para recibir en su vulva la ofrenda de tal envergadura. Pero no. Lo que hace Tarsicio es levantarle un poco los muslos, dejando expedita la entrada trasera e hincando su lanza hasta lo más profundo de los intestinos. Chilla la mujer enculada. Culea para liberar su ano de la verga no deseada. Más el macho insiste en penetrarla, y bombea en un meti-saca que pronto lo lleva a eyacular en el recto femenino
Marina respira aliviada. Teóricamente , si la mujer fuese fecundada, el niño sería de su marido. La misión de los otros machos es de pura rutina, una forma de participar en el ritual. Pero si el hijo engendrado fuese mulato Mejor no tentar al diablo.
La orgía estalla alrededor de la piedra del "sacrificio". Los cuerpos se enroscan como serpientes. Allí no hay distinción de sexos ni parentescos. Rosalía, la de los pechos ubérrimos , es empalada doblemente por Gañán y por el Indiano. Las vergas del señor y el criado se hermanan dentro del cuerpo del ama de cría. Elvira, la bonita niña, acaricia puesta de rodillas las vergas de su primo Pedro y de Ruanillo, el jovencito ayudante del herrero. Los muchachos, locos de deseo, acercan sus virilidades a los labios sonrosados de la jovencita, mientras ellos se enlazan en un beso fraterno con tintes incestuosos. El Padre de Ramiro desvirga a su cuñada Casta ( que ya no lo es ) , mientras mira por el rabillo del ojo a su hijo dando de mamar a Susana, su propia madre. Maruxa lame la costra de sangre del cuerpo de su vecina y presenta la grupa al cornudo esposo. Marina le susurra a Tarsicio la historia de su antepasado Gorka, haciendo hincapié en los detalles más escabrosos, con lo que el herrero relincha de pasión mientras clava su ariete en la concha de la buhonera .
Y junto al cruceiro del camino, como todas las noches desde hace varias semanas, Narciso , travestido en Ayelén, mama las vergas de dos bigotudos de la benemérita, mientras en pueblo natal de los guardias, dos novias mosqueadísimas esperan las cartas que dejaron de llegar.
Su historia es, simplemente, una más de las que se cuentan en la Aldea.
Carletto.