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Ejercicio 2 - Las apariencias engañan: Juan &In;és

en Grandes Series

Segundo ejercicio literario acometido por un grupo de autores de TR. Si en el anterior el argumento principal fue un naufragio, en este lo son las falsas apariencias de recato y castidad de mujeres y hombres antes de casados.

 

Las apariencias engañan: Juan & Inés.

Juan e Inés. Una pareja "de las de antes". Él, vicioso y mujeriego. Con una avidez sexual típica del macho urbanita. Con la inmensa labor por delante de educar a su futura esposa, tímida, casta, ñoña. En fin, una chica de pueblo, con pocas luces, apegada a las costumbres de antaño.

Una pareja, en la que, ella, lleva todas las de perder.

Leamos sus Diarios.

 

 

DIARIO DE JUAN.

Faltan trece días para la boda. Todos estamos muy nerviosos y no sé si estaremos cometiendo una tontería, con tantas prisas.

Inés, sigue tan bobita como siempre. Parece que solo le interesan las gasas y los tules, los ramos, las tartas y los banquetes. Siempre va como loca, de un lado para otro, casi sin acordarse de que tiene novio. De que, lo que estamos preparando – mejor dicho: lo que está preparando ella – es nuestra boda, nuestro enlace, nuestro matrimonio.

Inés es muy hacendosa, lo sé. Una muchachita muy de su casa. Como su madre, como la mía. Desde siempre, mamá, me la ha estado metiendo por los ojos: que si Inesita esto, que si Inesita lo otro. Cosa que no me extraña, porque es la hija de su mejor amiga.

Lo que no tengo yo tan claro, es el asunto de la cama. Esta chica es de las de antes. Mírame y no me toques. Bonita si que lo es- no lo voy a negar- y mucho más que alguna de las pedorras que me tiro de vez en cuando. De figura no está mal, aunque, con la clase de vestidos que se pone – del año del vals- aparenta mucha más edad de la que tiene. Se viste, casi casi, como su madre. Para mí, que se dejan la ropa una a la otra. En eso se nota que vinieron del pueblo no hace mucho. Que aún llevan el estiércol de la dehesa en las uñas de los pies. Con ese aspecto de institutriz inglesa, la verdad, es que me deja la líbido por los suelos.

Y, luego, esa gazmoñería: no me toques ahí, no me toques acá. En tres años de noviazgo, solamente la he podido acariciar muy de vez en cuando, y, siempre por encima de la ropa. Lo más atrevido que he podido hacerle, es agarrar su sexo a mano llena, a través de la fina tela de un pantalón que le dejó su prima. Y, el no va más de la intimidad, fue ponerle mi pollón en la mano, la Nochevieja pasada, cuando todos estaban viendo en la tele lo de las doce campanadas. Aproveché que estaba un poco piripi (ella) y, detrás de las cortinas del salón, abrí mi bragueta y le enseñé la verga. Inés, que estaba mirando por entre las cortinas – por si llegaba alguien – casi ni se dio cuenta cuando le cogí la mano y se la puse alrededor de mi ciruelo. Durante unos instantes, me pareció que lo palpaba con ansia, que lo recorría con placer. Casi me llegué a hacer la ilusión de que me haría – allí mismo- una paja. Pero, de eso nada de nada. Bajó la vista, miró lo que tenía en la mano… y la soltó dando un gritito. En aquel momento llegó un vecinito (coñazo de niño) y tuvimos que volver con los demás. Desde entonces, parece que me evita. Y la he visto varias veces mirándome el paquete como con pavor, con miedo a lo que le espera con tamaña herramienta.

Demasiada diferencia con lo que estoy acostumbrado. Me he tirado a casi todas la putillas del cabaret de la esquina. ¡Arman cada alboroto cuando me ven!.. Casi me hacen subir los colores, disputándoseme entre todas. Riéndose, de alegría, como si estuviesen locas. Debe ser por el placer que les doy.

Tengo miedo de lo que pasará la noche de bodas con esa ursulina.

 

DIARIO DE INÉS.

Ya solo quedan trece días. Está pasando el tiempo en un suspiro, con eso de que todo lo tengo que preparar yo. Juan, como siempre, aparenta que la cosa no va con él… y se escaquea de todo. Mamá me dice que eso pasa siempre: a los hombres hay que dárselo todo hecho, que son inútiles, que si patatín, que si patatán. Ella es que tiene un poco vicio de marimandona. Y, como papá siempre se ha dejado llevar, a ella le ha venido de categoría. Ahora que, Juan, parece de la misma pasta: no ha sido capaz ni de encargar las flores para la iglesia. Suerte que, por lo menos, no es roñoso, y las facturas las paga sin rechistar. Además, como a mi futura suegra le caigo tan bien, no pone ninguna objeción a los caprichos que tengo.

Tengo muchas ganas de casarme, y de sacar el vientre de penas. Esto de intentar aparentar lo que no se tiene, es muy duro. En cuanto me case, voy a entrar a saco en todas las tiendas de moda de la ciudad. Ya verá entonces Juan, si tengo gusto o no. Estoy hasta las mismísimas narices de aparentar modestia y recato. Siempre llevando ropa de mamá, que me sienta como a un santo dos pistolas. Todo por culpa de la dichosa economía. Yo, no es que sea un hembrón; pero, monilla, cuando me arreglo con ropa moderna, si que soy. Resultona, me dijo me prima cuando estuvo de vacaciones. Me dejó ropa de ella y me quedaba de maravilla. Sobre todo unos pantalones muy ceñidos, que encalabrinaron al memo de Juan – que es más soso y tiene menos sangre que una lechuga – haciendo que me echase la manaza al coño. Casi tuve un orgasmo, al notar el calor de su palma, abarcándome los labios vaginales. Pero lo aparté rápido, pues no quería que se diera cuenta de mi calentura.

Que los hombres, en cuanto les das un dedo, se cogen hasta el hombro.

Otro momento álgido y peligroso fue en la última Nochevieja. Bebí un pocodemasiado y se me revolvieron las hormonas. Juan también estaba algo salido (cosa rara, pues yo creo que aún es puro y casto, quitando las inevitables pajas que – me imagino- se hará de tarde en tarde). Aprovechando lo de las doce uvas, se atrevió a ponerme su pollita en la mano. Casi ni me creí que aquello era su pene. Primero lo recorrí de arriba abajo, tomando las medidas digitalmente. Al final, tuve que mirarlo y, me dio tanta lástima, que tuve que soltar un gritito de pena. Suerte que me salvó mi vecinito, porque estuve apunto de decirle a Juan que dónde iba con semejante porquería.

Las semanas siguientes, no podía apartar los ojos de su paquetito. Y me daba grima recordar que su virilidad, la tiene en forma directamente proporcional a su pusilánime carácter.

Ya veremos lo que pasa en la Noche de Bodas. Tendré que idear algo.

 

 

DIARIO DE JUAN.

Ya han pasado trece días desde la boda. Todo ha resultado una pesadilla, como yo esperaba. En la ceremonia, entre Inés, su madre y la mía, me han llevado como a un pelele. Que si Juan ponte aquí, que si Juan vete allá. La madre de Inés, o sea, mi suegra, es una fiera currupia. A su marido lo lleva por la calle de la amargura, y, creo que Inés está tomando clases aceleradas para hacer lo mismo conmigo.

Tanto me amargaron el día, que – de parte mañana- pillé un pítima que casi ni veía las paredes. Claro que, aún me duraba la borrachera de la noche anterior, con mis amigotes y aquella putilla que sacaron de no sé donde. Tanto bebí, que me desternillaba de risa cuando Álvaro y Enrique, tan "graciosillos" ellos, aprovechando el nombre de Inés y el mío, me cantaban a voz en cuello, haciendo voces, aquello tan manido de:

POR FAVOR, DON JUAN, LA PUNTITA NADA MÁS… QUE SOY DONCELLA…

NADA, NADA, TODA ELLA… Y LOS HUEVOS, ADEMÁS.

 

El caso es que, al final del banquete, casi ni me tenía en pie. Me desperté en la cama del Hotel. Inés, estaba en pelotas (lo noté porque al echarle mano, le toqué – por fin – las tetas al desnudo.

Todo me daba vueltas si abría los ojos. Me volví de lado, cara a ella, pidiéndole que apagase la luz .Lo hizo con una extraña celeridad, como si lo estuviese deseando. Aún con la luz apagada, noté como apartaba la cara de mi aliento, ligeramente aguardentoso. Intentando no quedarme dormido otra vez, la palpé de arriba abajo, casi con saña, queriendo vengarme de su pudibundez durante el noviazgo. Abarqué su concha con mano plena, como a mí me gusta, como siempre hago con mis conquistas. Ella me sorprendió con un chasquido de su carne, cuando cerró los muslos herméticamente, como si su clítoris estuviese conectado con una muelle salvaguarda de la castidad. Mi mano quedó aprisionada de tal forma, que se me cortó el riego sanguíneo durante unos segundos. Saqué la mano como pude de aquel cepo, agitándola en el aire para que me volviese la circulación. ¡Eso me faltaba! ¡Con las ganas que tenía de dormir, y tenía que lidiar con aquella virgen amazónica!

Haciendo de tripas corazón, me masturbé un ratito, hasta que el miembro llegó a tener la consistencia mínima necesaria, para el ímprobo trabajo que le aguardaba. Trepé sobre ella, que me esperaba panza arriba, con un almohadón bajo los riñones (seguramente su mamá la había aleccionado para que cumpliese con el débito conyugal). Al cambiar de posición, mi estómago – rebosante de alcohol – se rebeló, dándome una arcada que, a duras penas pude reprimir. Solo llegó a caer un hilillo de baba (me imagino que sobre su estómago). La oí resoplar – me imagino que de asco, porque de excitación no creo – mientras, ¡milagro!, me agarraba ella misma la polla dirigiéndosela hacia su abertura. Recé mentalmente por no fallar en aquel momento: ¡una virgen para mí solo, justo cuando yo estaba en aquel lamentable estado! Apreté las nalgas inconscientemente, reuniendo fuerzas para la penetración. Inés me seguía guiando, muy amablemente, hacia su resbaladizo sexo. En cuanto note la entrada, apreté con la punta del glande, rogando a todos los santos para que no se me doblase el miembro. Parece que había entrado algo. Seguí presionando. Inés me jaleaba, me azuzaba, me canturreaba por lo bajo. Hasta me pareció que gritaba ¡¡ bingo!! , cuando le entró la polla hasta la mitad. Hice el signo de la victoria… y me quedé dormido. Cuando desperté, varias horas después, Inés me miraba muy cariñosa, como satisfecha. Estaba limpiando un manchón de sangre, que gritaba a los cuatro vientos mi hombría y su honra desde la impoluta sábana.

 

DIARIO DE INÉS.

Bueno, ya han pasado trece días desde la dichosa Boda. Juan, entre nervioso que estaba, la juerga de putero que se pegó la víspera, y la borrachera que pilló, no se enteró de la Misa la media. Suerte que aguantó durante la ceremonia, bien tiesecito entre su madre y yo. En el banquete, lo dejé que se explayase… y vaya que se explayó. Debió quedar con el hígado hecho polvo. En cuanto cayó sobre la mesa, me retiré unos minutos con la excusa de subirme las ligas y hacer unos pipís. Naturalmente que me subí las ligas; pero fue después de echar un polvo de fábula con mi primo Lorenzo, el del Pueblo, al que no veía desde que éramos jovencitos. El fue el que me desvirgó en un pajar, rondando los 16 años cada uno. Recuerdo que, ya entonces, tenía una tranca de las que hacen bizquear los ojos. Y no nos privábamos de nada, allá en Rusticolandia. Cada vez que nos enrollábamos (y era casi todos los días) me metía su vergota por todos y cada uno de mis orificios (excepto los nasales, y eso porque no cabía). Me dejaba el cuerpo más alegre que unas castañuelas. El me decía (con mucha sorna):" con la excusa de primo… me arrimo ". Y me arrimaba una clase de polvos que ríete tú de los que levanta el Simún. Me dejó los agujeros un poco dados de sí; pero valía la pena. Aquella verga gruesa, tiesa, de esperma espesa… ¡Cuánto añoro aquellos años! Por eso, la pollita de Juan, aún me parecía más ridícula.

Aprovechando la siestecita, sobre la mesa, de mi reciente esposo, me encontré con mi primo en la suite nupcial. Sin quitarme el traje, con las gasas enrolladas en la cintura, me cabalgó como a un potro desbocado. ¡Ya veríamos cuando me veía en otra igual! Aunque parezca mentira, aún tenía la polla más grande que la vez anterior. Me deleité con su entrada, con su salida, con su en, con su sal, con su haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!. Después, por atrás. Esa parte tenía su estrategia: como tenía la concha tan dada de sí, Juan, que me tenía por virgen, podía sospechar de la amplitud de las puertas de mi templo. Por lo tanto, le dije a Lorenzo que me preparase la retaguardia para que aparentase ser el frente de batalla. Tras hacerme caso, y – de paso – dejármelo todo bien regado – mi primo se marchó. Yo me subí las ligas y, entonces sí, hice mi pipí. Al llegar a la mesa, di un codazo a Juan, para que despertase con el tiempo justo para despedir a la familia .Luego, se durmió otra vez. Rogué a Lorenzo que me ayudase a trasportarlo a la suite. Lo tiramos sobre la cama y, como la ocasión la pintan calva, echamos otro polvete, esta vez junto a Juan. Como tanto velo y tanto tul era muy engorrosos, me los quité mientras mi primo echaba una meadita. Al verme en pelotas, se encalabrinó otra vez y me convenció – sin que tuviese que rogar mucho – para que hiciésemos un sesenta y nueve. Luego, se marchó, y yo quedé dormida.

Cuando despertó Juan, a las tantas de la madrugada, comenzó a toquetearme. Quiso meterme mano al higo; pero un sexto sentido me despertó, justo cuando llegaba con sus dedos al clítoris. Le hice mi cepo especial (pues no era cosa de que me palpase la cosa totalmente empapada por los fluidos filiales), dirigiendo – sabiamente – sus imprescindibles avances conyugales, hacia la zona previamente planificada por mí. Elevé mis nalgas con un mullido almohadón, de tal forma que mi entrada trasera quedase expuesta en un primer plano. Juan, borracho perdido, ni se enteró de que – donde lo dirigía – no era hacia el Monte de Venus, sino hacia la Sima de Plutón. Porqué?. Pues por que – a aquellas alturas de la noche – mi receptáculo floral delantero era, talmente, un bebedor de patos. Aproveché la ligera dilatación de mi traste (aproximadamente del tamaño de una vulva virginal) para darle gato por liebre. Cuando pudo meterme la mitad de su pilililla, lo arengué como si hubiese ganado el Tour de Francia. Y, entre vítores y signos de la victoria, se durmió otra vez sobre mi tripa.

Llamé a mi prima que hacia guardia en el bar del Hotel. Subió corriendo y, tras cambiarse en el baño, me dio su compresa chorreante. Solo tuve que hacerla gotear sobre la sábana, para dejar mi honra fuera de toda sospecha.

 

DIARIO DE JUAN.

Ya han pasado trece meses, y un día, desde que nos casamos. Suerte que nos decidimos a casarnos pronto, pues mamá, falleció de repente. Ahora, por lo menos, tengo a Inés, aunque no esté mi madre.

Parece ser que, por la calidad tan fecunda de mi semen, dejé embarazada a Inés la misma noche de bodas, así que , como yo quedé un poco resentido por mis excesos etílicos, y tardé unas semanas en recuperarme del todo, no la toqué en todo el viaje de luna de miel. Viaje que, dicho sea de paso, comenzó y terminó en el famoso pueblo de Inés. Sus tíos se habían empeñado en que pasáramos allí las fiestas. Como viven en un gran caserón, ellos solos con el primo de Inés – Lorenzo- que es un zagalón medio tonto, nos dejaron dos habitaciones para nosotros. A Inés le entró una pasión por las gallinas que era demasiado (seguramente porque el embarazo le dio por ahí), y se pasaba las horas muertas en los pajares, jugando con el tonto, yo no se a qué. Creo que se escupían uno al otro. Cosas de la gente de pueblo. Mi mujer pegaba unos chillidos como de marrana en la matanza, y el tonto de Lorenzo mugía como un toro. Total, que cuando acabé yo con mis vómitos, empezó ella con los suyos. ¡Y le duraron los nueve meses!

Luego vino la cuarentena y la aplicación de una costumbre ancestral, de esos pueblos abandonados de la mano de Dios, que consiste en que no se puede tocar a ninguna madre mientras esté amamantando a un lactante. Su primo, que se vino con nosotros para empezar no se qué carrera aquí en la Ciudad (cosa que me extrañó muchísimo, porque es medio tonto), ha vivido en nuestro piso varios meses. Así le hacía compañía a Inés- cuando no tenía clases- y, luego, jugaba una partidita a las cartas conmigo. No es mal chico, aunque tiene pocas luces. Al niño lo quiere mucho, casi como si fuese de él. Me entristece saber que no podrá saborear las mieles de la paternidad.

La prima de Inés, también ha estado unos días con nosotros, mientras Lorenzo iba al pueblo para recuperarse de un fuerte constipado. Como irradio esta sensualidad varonil, la chica – aún sin yo proponérmelo- cayó rendida a mis encantos. Me ofreció su cuerpo una mañana, mientras Inés iba a la compra. La tuve que complacer. Incluso insistió en que nos grabara una cámara de video puesta sobre el armario ropero. Dijo que era para masturbarse en el pueblo, mientras oía gruñir a los gorrinos.

Inés está vomitando otra vez por las mañanas. ¡No me tenía que haber hecho aquella paja en la bañera, antes de bañarse ella! ¡Cómo soy tan fecundo…!.

 

DIARIO DE INÉS.

Ya han pasado trece meses, y un día, desde nuestra boda, y he llegado a la irrevocable opinión de que mi marido es gilipollas. Además de que lleva unos cuernos (que ríete tú de los renos de Santa Claus), se traga todas y cada una de las excusas que le pongo para que no me toque. El viaje de novios fue un delirio de follar… con mi primo. Juan quedó hecho unos zorros de tanto darle al alpiste en los días previos a la boda, durante la boda, y después de la boda. Cuando casi echó el higadillo por la boca, frenó un poco. Pero el mal ya estaba hecho. Encima de pelele, pichicorto y tontolhaba, le hiede el aliento que es demasié. Solo se salva porque es rico. Sino, ya hubiese cogido yo el portante y, agarrando a mi primo por el parentesco que nos une (que es muy grande) nos hubiésemos pirado con el niño. Porque tuve un niño. Cosa muy normal, después de tanto folleteo en el pajar, sintiéndome una gallina más. Y Lorenzo mugiendo como un descosido, metiéndome el parentesco hasta las pelotas. Aunque, el que tenía que haber mugido – por lo de toro – era Juan. Si será crédulo el tío que, cuando un día – bajando del pajar – me vio un chorreón blancuzco bajándome por la entrepierna, y le dije que habíamos jugado a escupirnos Lorenzo y yo ¡¡ se lo creyó!!

Ahora estoy en un dilema. Como estoy embarazada, otra vez, no se si pasar por el trago de ofrecerle mi flor, o decirle que me cubrió un cisne en el zoológico, o cualquier "perla" por el estilo. Como es tan forofo de la Mitología, y tan rematadamente idiota, igual se lo cree. Antes, por lo menos, su madre le aclaraba alguna cosa; pero como murió nada más casarnos…

 

DIARIO DE JUAN.

Todo acabó. Las personas somos muy malas. Cuando quiere alguien arruinarte la vida, te la arruinan.

Los tíos de Inés, que simulaban que la querían tanto, han resultado ser unos horripilantes y vengativos sádicos. Tantos arrumacos a su sobrinita, y detrás, no han parado de presionarme para que la abandone. La odian a muerte, y no podían soportar vernos tan felices.

Me mandaron un mensaje para acudir a un reservado de un restaurante. Allí me apabullaron con las pruebas del delito: una cinta de video, follando yo con su hija menor. No me pidieron dinero. Solo ¡venganza! Una venganza que venía de muy atrás, cosas de familia. El precio de su silencio era mi divorcio con Inés. Única y exclusivamente eso. No les interesaba como quedaría Inés económicamente ¡bastardo! Pero yo, muy ladino, lo arreglé todo para que – por lo menos – se llevase la mitad de todos mis bienes. ¡Pobrecita!. Sin comerlo ni beberlo, verse en mitad de la calle. Bueno, el que me quedé fui yo, porque ella se quedó con el piso, con el coche y con la cuenta corriente. A mí me dejó la manutención del niño hasta que tuviese 35 años. Insistí en incluir también al pobre niño todavía por nacer. A escondidas de los tíos de Inés, puse una cláusula para que Inés heredase todos los bienes que me quedasen cuando yo muriera. ¡Y, como son de pueblo, ni se dieron cuenta!

Y mi casta esposa, ajena a todo vicio carnal, con el exclusivo recuerdo de nuestra noche de bodas, tiene que soportar la vida, lejos de mí, aguantando al tonto de su primo. Jugando a escupirse eternamente. ¡Qué asco!

 

 

DIARIO DE INÉS.

¿Para qué añadir algo más, cuando Juan lo ha dicho todo?

Mas de Carletto

El Gaiterillo

Gioconda

Crónicas desesperadas.- Tres colillas de cigarro

Pum, pum, pum

La virgen

Tras los visillos

Nicolasa

Gitanillas

Madame Zelle (09: Pupila de la Aurora - Final)

Madame Zelle (08: La Furia de los Dioses)

Bananas

Madame Zelle (07: El licor de la vida)

Madame Zelle (06: Adios a la Concubina)

Madame Zelle (05: La Fuente de Jade)

Tres cuentos crueles

Madame Zelle (04: El Largo Viaje)

Madame Zelle (02: El Burdel Flotante)

Madame Zelle (03: Bajo los cerezos en flor)

Madame Zelle (01: La aldea de yunnan)

La Piedad

Don Juan, Don Juan...

Mirándote

Aventuras de Macarena

Cositas... y cosotas

La turista

La Sed

La Casa de la Seda

Cloe en menfis

La Despedida

Gatos de callejón

Cables Cruzados

Obsesión

Carne de Puerto

Tomatina

Regina

Quizá...

Hombre maduro, busca ...

¡No me hagas callar !

Cloe la Egipcia

Se rompió el cántaro

La gula

Ojos negros

La finca idílica (recopilación del autor)

Misterioso asesinato en Chueca (10 - Final)

Misterioso asesinato en Chueca (09)

Misterioso asesinato en Chueca (8)

Misterioso asesinato en Chueca (7)

Misterioso asesinato en Chueca (6)

Misterioso asesinato en Chueca (3)

Misterioso asesinato en Chueca (4)

Misterioso asesinato en Chueca (2)

Misterioso asesinato en Chueca (1)

Diente por Diente

Tus pelotas

Mi pequeña Lily

Doña Rosita sigue entera

Escalando las alturas

El Cantar de la Afrenta de Corpes

Dos

Mente prodigiosa

Historias de una aldea (7: Capítulo Final)

Profumo di Donna

Historias de una aldea (6)

Los Cortos de Carletto: ¡Hambre!

Historias de una aldea (5)

Historias de una aldea (3)

Un buen fín de semana

Historias de una aldea (2)

Historias de una aldea (1)

¡ Vivan L@s Novi@s !

Bocas

Machos

No es lo mismo ...

Moderneces

Rosa, Verde y Amarillo

La Tía

Iniciación

Pegado a tí

Los Cortos de Carletto: Principios Inamovibles

Reflejos

La Víctima

Goloso

Los cortos de Carletto: Anticonceptivos Vaticanos

Memorias de una putilla arrastrada (Final)

Dos rombos

Memorias de una putilla arrastrada (10)

Ahora

Cloe (12: La venganza - 4) Final

Café, té y polvorones

Los Cortos de Carletto: Tus Tetas

Cloe (10: La venganza - 2)

Los Cortos de Carletto: Amiga

Cloe (11: La venganza - 3)

Memorias de una putilla arrastrada (9)

Los Cortos de Carletto: Carta desde mi cama.

Memorias de una putilla arrastrada (8)

Memorias de una putilla arrastrada (7)

Cloe (9: La venganza - 1)

Memorias de una putilla arrastrada (5)

Memorias de una putilla arrastrada (4)

Los Cortos de Carletto: Confesión

Memorias de una putilla arrastrada (6)

Memorias de una putilla arrastrada (1)

Memorias de una putilla arrastrada (3)

Memorias de una putilla arrastrada (2)

Los Cortos de Carletto: Blanco Satén

Frígida

Bocetos

Los Cortos de Carletto: Loca

Niña buena, pero buena, buena de verdad

Ocultas

Niña Buena

Los Cortos de Carletto: Roces

Moteros

Los Cortos de Carletto: Sospecha

Entre naranjos

La Finca Idílica (13: Noche de San Silvestre)

Los Cortos de Carletto: Sabores

Los Cortos de Carletto: Globos

Los Cortos de Carletto: Amantes

Los Cortos de Carletto: El Sesenta y nueve

La Mansión de Sodoma (2: Balanceos y otros Meneos)

Los Cortos de Carletto: Extraños en un tren

Los Cortos de Carletto: Sí, quiero

Los Cortos de Carletto: Falos

Caperucita moja

Los Cortos de Carletto: El caco silencioso

La Mansión de Sodoma (1: Bestias, gerontes y...)

Cien Relatos en busca de Lector

Cloe (8: Los Trabajos de Cloe)

La Finca Idílica (12: Sorpresa, Sorpresa)

Mascaras

Los Cortos de Carletto: Siluetas

Cloe (7: Las Gemelas de Menfis) (2)

Cloe (6: Las Gemelas de Menfis) (1)

Los Cortos de Carletto : Maternidad dudosa

Los Cortos de Carletto: Acoso

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Los Cortos de Carletto: Luna de Pasión

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La Finca Idílica (10: La mujer perfecta)

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La Finca Idílica (9: Pajas)

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Los Cortos de Carletto: Hija de Puta

La Finca Idílica (8: Carmen, la Cortesana)

La Finca Idílica (6: Clop, Clop, Clop)

La Finca Idílica (7: Senos y Cosenos)

La Finca Idílica (5: Quesos y Besos)

La Finca Idílica (4: La Odalisca Desdentada)

La Finca Idílica: (3: Misi, misi, misi)

La Finca Idílica (2: El cuñado virginal)

Cloe (5: La Dueña del Lupanar)

Los Cortos de Carletto: Sóplame, mi amor

La Finca Idílica (1: Las Amigas)

Los Cortos de Carletto: Gemidos

Los Cortos de Carletto: La Insistencia

El hetero incorruptible o El perro del Hortelano

Morbo (3: Otoño I)

Los Cortos de Carletto: Disciplina fallida

Los Cortos de Carletto: Diagnóstico Precoz

Los Cortos de Carletto: Amantes en Jerusalem

Los Cortos de Carletto: Genética

Morbo (2: Verano)

Los Cortos de Carletto: La flema inglesa

Morbo (1: Primavera)

Los Cortos de Carletto: Cuarentena

Los Cortos de Carletto: Paquita

Los Cortos de Carletto: El Cuadro

Don de Lenguas

Los cortos de Carletto: El extraño pájaro

Los cortos de Carletto: El baile

Locura (9 - Capítulo Final)

La Vergüenza

Locura (8)

Locura (7)

Locura (5)

El ascensor

Locura (6)

Vegetales

Costras

Locura (4)

Locura (3)

Locura (2)

Negocios

Locura (1)

Sensualidad

Bromuro

Adúltera

Segadores

Madre

Cunnilingus

La Promesa

Cloe (4: La bacanal romana)

Sexo barato

Nadie

Bus-Stop

Mis Recuerdos (3)

Ritos de Iniciación

La amazona

Mis Recuerdos (2)

Caricias

La petición de mano

Mis Recuerdos (1)

Diario de un semental

Carmencita de Viaje

Solterona

Macarena (4: Noche de Mayo)

El secreto de Carmencita

La Pícara Carmencita

La Puta

Macarena (3: El tributo de los donceles)

Costumbres Ancestrales

Cloe (3: El eunuco del Harén)

Macarena (2: Derecho de Pernada)

Cloe (2: La Prostituta Sagrada)

La Muñeca

Soledad

Cloe (1: Danzarina de Isis)

El Balneario

Escrúpulos

Macarena

La tomatina

Dialogo entre lesbos y priapo

Novici@ (2)

Catador de almejas

Antagonistas

Fiestas de Verano

Huerto bien regado

El chaval del armario: Sorpresa, sorpresa

Guardando el luto

Transformación

El tanga negro

Diario de una ninfómana

Descubriendo a papá

La visita (4)

La visita (2)

La visita (1)