LOS CORTOS DE CARLETTO : VEN AQUÍ, MI AMOR.
Ven aquí, esposa mía. No te sonrojes al verme tan desnudo. No ocultes a mi mirada tu espléndido cuerpo, tan ruboroso, tan virginal. Levanta los brazos, que mis ojos admiren tus pesados senos, tan bellos, tan plenos. Deja que acaricie tu cadera. No tiembles ante mi mano, un poco dura, un poco áspera. Para ti se convertirá en seda, en nube, en suspiro que recorrerá tu piel tan erizada. No rehuyas los besos de mi boca. No cierres esos párpados dormilones, de pestañas temblando como juncos , junto al lago azul de tus ojos asustados. No, no , no cierres tus muslos a mi tacto. Deja que mis dedos se entretengan, que jueguen, por fín, al escondite. Que atraviesen el bosque de tu pubis. Que adoren al dios de tu entrepierna. Que hagan nacer las humedades, tanto tiempo por pudor nunca nombradas. No temas por sentir eso que sientes. No sientas aceptar lo prohibido. Abre tu boca, y alberga mi lengua, tan ansiosa. Abre tus muslos, a mis dedos suplicantes. No te pido que me toques : se que no puedes. Te coartaron demasiado, en el convento. Mucho tiempo renegando de la carne. Con las monjas insistiendo : tico-tico. "La Pureza, señoritas, la Pureza". Una y mil veces, cientos de miles. Y tu mente albergando los temores. Y tu cuerpo renegando los picores. Esas partes no se nombran ¡ qué vergüenza!. Niñas bien, con el alma tan enferma. Cuerpos sanos con las mentes asustadas. Hembras frígidas, en los lechos conyugales. Hombres locos, con el semen a raudales, obligados a intercambios con sus manos. Eso acabó. De hoy no pasa. Hemos de ser uno del otro. Caiga quien caiga. Llore quien llore. El futuro familiar , es esta cama. Si fracasamos, todo irá mal. No gozarás con mis caricias. Solo serás recipiente de mi esperma. Muñeca hinchable, que no goza, aunque sonríe. No lo consiento. Ven, ponte así. Que mi lengua circule por tu ombligo. Que te moje la saliva de mi boca. Que tu aroma dilate mis narices. Que mis dientes rezonguen por tu cosa. ¿ Sientes algo, mi vida, mi lucero ¿. ¿ Son cosquillas, o algo placentero ¿. ¿ Quieres que siga ¿ ¿ Quieres que pare ¿. Observo, gracias Dios mío, que tus muslos se entreabren. Que tus manos se posan en mi pelo. ¿ Quieres más, niña mía, corazón ¿. ¿ Te muerdo las aletas, boquita de piñón ¿. Brincan tus nalgas, ya, por fín, enardecidas. Tiemblan tus pechos, montes de gelatina.. Gime tu boca, hasta ahora silenciosa. Pides más, sin decirlo en voz más alta. Tu cuerpo me lo dice, me lo grita, lo proclama. Te monto, endurecido, buscando tu orificio. Lo encuentro, lo penetro, aguanto el alma en vilo- buscando en el gesto de tu rostro, indicios de rechazo. No lo hay. Sigo adelante. El himen lo perforo, con glande petulante. No notas nada. No te ha dolido. Estás enardecida, caliente como un ajo, esclava sometida. Meto más. Das un respingo. Algo más ¡ Dios, que dulzura ¡. Que placer más puro, que pija más dura. La noto frotando tus carnes internas. La meto, la saco, la vuelvo a meter. Tu gritas. Te corres. Y, es tal tu placer, que , apenas lo noto, me vengo también. Muerdes ya mi boca. Clavas, ya, tus uñas en mi espalda sudorosa. Enlazas tus piernas , sintiéndote esposa. Soy tuyo, mi vida, por siempre jamás. Vuélvete de espaldas. Quiero ver tu grupa. Te vuelves, procaz, mostrando tu sexo, tu ano, tu atrás. Mojo ya mis dedos en tu raja hendida. Trasvaso los jugos, mi semen , mi vida. Tu culo, tan lindo, boquea impaciente. Te meto mi dedo, mi alma, mi mente. Con la otra mano, abarco tu chocho. Lo noto tan dulce, tan blando un bizcocho. Dirijo mi falo a tu virgen ano. Lo apoyo, lo empujo. Agarras mi mano. Te duele. Despacio. Tú sigue, no pares ( me dices, gozosa ). Yo , te hago caso. Ya eres mi esposa. Te meto la polla, me chillas ¡ cabrón ¡ . Ya quiero sacarla. Me paras ¡ chitón ¡. Que no se te ocurra. Déjala bien dentro. Tócame la figa. ¿ Qué dices, mi niña ¿ ¿ Y esas palabrotas ¿. Tú, ni me haces caso. Tú , vas a lo tuyo. Quieres que te folle. Que no pare nunca. Niña de convento, tan dulce, tan pura. Ya clarea el alba. Siete hemos echado. Te fumas , dichosa, un negro Ducado. Me has dejado seco. Me tiemblan las piernas. Y tú tan lozana, tan fresca, tan tierna. Sobre colcha blanca, se seca el esperma. Mi pecho resuella. Mi miembro babea. Y tu coño aún arde, cual ardiente tea. Me miras, tranquila. Me admiras, serena. Te enseñé otro mundo y, casi , me pena, haber desvirgado, tu carne tan tierna. Pero , sin temor, tus ojos vigilan mi cuerpo y su ardor. Cuando consideras que la fuerza ha vuelto, me coges el pene, y tiras de él, rezando , riendo, sin ningún temor , y dices abriendo tus muslos en flor-: "Ven aquí, querido". "Ven aquí, mi amor".
Carletto.