LA FINCA IDILICA : (2.-EL CUÑADO VIRGINAL )
Rosita estaba que partía piedras. No tenía el "chichi " para ruidos, desde que los llamó su suegra para decirles que , Albertín, el hermano pequeño de Felipe, los iba a visitar durante una semana. El tiempo en que ellos, los suegros de Rosita, se marchaban a un viaje por Italia, organizado por el Inserso.
Felipe, el marido de Rosita, estaba muy contento . ¡ Claro, como no era él quién tendría que bregar con el mocoso!. A ella la partía por la mitad. Sus cafelitos de por la mañana ¡ a la mierda ¡. Sus sesiones de "baile" con Azucena ¡ idem de idem ¡. ¡ Aún recordaba la cara de tontoelpijo que tenía su "cuñadito" el día que se casaron ellos ¡. Un mocoso de trece años, que, por no tener, no tenía ni granos en la cara ¡. Más pavo , que los de Navidad. Con aquellas extremidades tan flacas, manos enormes, pelo muy a lo "niño bueno", con su raya al lado y flequillo sujeto con fijador. ¡ Cómo se notaba que sus suegros vivían aún en el siglo pasado ¡. Y, lo malo, era que, al niño , lo estaban criando como si fuese tonto del haba. Ella, no lo había visto desde el día de la boda. No eran una familia muy dada a los arrumacos. Cuando tuvo a Felipín, vino su suegra a verlos unos días ¡ y gracias ¡. Aunque, bien pensado, así era mejor.
Habían preparado la cama de Albertín, junto a la cuna del hijito de Rosita. La habitación de invitados, Rosita, la quería conservar impecable, a punto de "revista" por si alguna amiga quería ver su piso. Si le parecía bien al "niño" , pues bien. Si no por la puerta se va a la calle.
La discusión con Felipe, sobre el tema de la habitación, había sido de no te menees. Desde el día de la llamada de teléfono, casi no se hablaban. Y de lo "otro", nada de nada. ¡ Que sufriese, el muy mamón!. Lo malo es que , su amiga Azucena, estaba unos días indispuesta con la "regla" y Rosita ya comenzaba a tener picores en salva sea la parte.
Sonó el timbre de la puerta. Rosita, con desgana, fue a abrir. En la puerta, un hermoso adolescente, con los pelos por los hombros y unas gafitas redondas, lo miraba tímido sin atreverse a sonreirle. La muchacha, se quedó un poco indecisa, sin querer mirar el abultado paquete del muchacho. Pero la vista le resbalaba hacia abajo. Cuando iba a abrir la boca, para preguntarle qué deseaba, Felipe apareció por el ascensor, arrastrando una maleta , de esas con ruedas. Rosita quedó estupefacta. Entonces ¿ ese bombón de dieciséis años era Albertín ¿.
Rosita tragaba la cena a pequeños bocados, embobada, sin apartar la mirada del rostro de arcángel de su cuñadito. ¡ Era una pasada , el crío aquél ¡. Era muy simpático. Pero tímido como una doncellita. Virginal como una novicia. Pero ¡ cómo podía mantenerse, así de puro, con el cuerpazo que tenía ¡. Su Felipe, que era bastante guapetón, era una cascarria a su lado. Cuando se levantó el muchachito un momento, para ir al baño, Rosita lo siguió con la mirada, admirando aquél culo tan apretadito , aquellos muslos que casi reventaban los pantalones vaqueros La cuñada se notó húmeda la entrepierna. Los pezones le rozaban el sujetador, como dos carbones encendidos. Felipe le hablaba. Ella no le atendía, esperando que Albertín saliese del baño. Agonizando por verle de frente. Saborear , con la mirada , el inmenso paquete prohibido.
Aquella noche, Rosita, dio muchas, muchas vueltas en la cama. Mil veces estuvo apunto de despertar a Felipe, de olvidar su orgullo, de rogarle un buen revolcón. Pero aguantó. Su honrilla quedó intacta.
Por la mañana, al despertar, Felipe ya había marchado al trabajo. Rosita se lanzó hacia la ducha, enjabonándose con mucho, mucho gel. Amasó sus pechos. Espumeó su entrepierna, dejándola perfumada como su nombre. En la mente, tenía solo una imagen, un pensamiento : Albertín, su cuerpo en flor. Su virginidad tan a flor de piel. Luego pensaba en Azucena, en su amor. ¡ No había nada que hacer ¡. Ahora , en aquel preciso momento, solo quería una cosa : cuñadito, cuñadito, cuñadito
Cubrío su cuerpo con un picardías, que no llegó a estrenar en su noche de bodas. Secó su negro pelo, cepillándolo hasta sacarle brillo. Se maquilló ligeramente y al ataque.
Preparó un biberón para Felipín ( hacía más de seis meses que ya no tomaba ninguno ), para tener una excusa de entrar a aquéllas horas al pequeño dormitorio. Abrió la puerta suavemente, rogando que Albertín no usase pijaba. ¡¡ Bingo ¡!. Allí estaba, patiabierto sobre la cama, con las sábanas enrolladas en un pie. Solo llevaba puesto un pequeño short, con muchos Bart Simpson dibujados sobre la tela. Se acercó, con los latidos del corazón haciéndole vibrar la campanilla. Se sentó en la cama, junto a él, comiéndoselo con la mirada. ¡ Qué pestañas se gastaba el muchacho ¡ Y la sombra de la barba, con aquél bigotito incipiente Los labios, sensuales, tan gordezuelos, como si le acabasen de quitar el chupete. Los hombros se ensanchaban para dar cabida a unos pectorales bastante desarrollados ( les había dicho, entre rubores, que practicaba algo de pesas en casa ). Los pezones del chico eran como dos pequeñas montañas, emergiendo de un bosquecillo de suave vello. Rosita levantó una mano, sin poder dominarse, y la posó sobre el estómago de su cuñado, cubriendo el valle del ombligo. El, se estremeció un instante, para seguir luego con sus suaves ronquidos. Bajo las decenas de Barts Simpson, algo comenzó a moverse. Rosita , acercó su rostro hasta unos centímetros del short. Un ligerísimo aroma a orín y sudor impregnó sus fosas nasales. Mantuvo una mano sobre el estómago de Albertín, a la vez que , con la otra, comenzaba a hurgar por la ingle del chico. Sus dedos, tan sabios, encontraron pronto lo que buscaba. Sacó por el lateral del pantalón la polla del muchachito, totalmente cubierta con el prepucio. El, levantó un instante una nalga y se tiró un pequeño pedo, que a Rosita le sonó a música celestial. Descapulló a su cuñado, acercando su boca al descubierto glande, húmedo y enrojecido. Lo lamió unos instantes, acariciando la suavísima piel. Su mano buscó un poco más dentro, y salió portando los gruesos testículos del machito en ciernes. Eran un encanto, con poco vello, pero calientes y delicados. La hembra, no pudo resistir más. Acarició un poco más el miembro del muchacho, que pronto adquirió las dimensiones y dureza apropiadas . Rosita, montando a horcajadas sobre la pelvis del chico, dirigió con la mano el miembro virginal hasta sus labios pecadores. Entró la punta sin decir ni pio. Albertín , entre sueños, abrió los ojos, encontrándose a aquella real hembra empalada en su falo, como si estuviese, él, inmerso en un maravilloso sueño húmedo. Cerró los ojos, para no despertar todavía. Ella se clavó hasta las pelotas, procurando no moverse demasiado, para no asustarle. ¡ Asustarle ¡ . ¡ Pero si el chico estaba en la gloria ¡. Rosita cogió las manos del chico y se las puso sobre los senos amelonados. El , los agarró, como quién se coge a los flotadores que le salvarán en un mar embravecido. Sus grandes manos, casi cubrían la mitad de los pechos de su cuñada. Ella, radiante, subió y bajó , una y mil veces ( ¡¡ tron, tocotrón, Bonanza ¡! ), como si cabalgase un fogoso alazán. Albertín ya no estaba quieto : cuando ella bajaba, él subía la pelvis, entrechocándola contra las incestuosas y magníficas nalgas de su cuñada, llenando con su carne , dura, babeante, los inmensos y recónditos lugares internos de Rosita.
Se atrevió, al cabo de un buen rato, el chico a abrir los ojos. Sus miradas se cruzaron. Ella, como una gata, como una perra, como una yegua en celo. El, asombrado, excitado, maravillado de aquel nuevo placer, jamás sentido. A Rosita, aquella mirada del muchacho, tan limpia, tan placentera, tan agradecida, le dio tal subidón de adrenalina, que se corrió como un torrente, haciendo que sus jugos cayesen como chorrillos por el nabo de él. A la par, su vagina, con los aleteos prensiles ( en los que Rosita era expertísima) hicieron que el semen de Albertín saliese como un surtidor, mezclándose con los jugos de su cuñada . Tras pocos minutos de receso, el chico volvió a enderezar su orgullo. Queriendo mostrarle toda la casa, Rosita, le hizo entrar, esta vez, por su puerta trasera. Entró sin dificultad ( la chica era muy aseada y, siempre, tenía muy pulcras todas sus habitaciones ) analizando juntos la situación, hasta que volvieron a correrse sin mucha demora.
Rosita, mientras mamaba un poco el falo de su cuñadito, recordaba la promesa que había hecho de que , nunca, le pondría los cuernos a su marido con otro hombre. Pero, bien pensado, la familia no contaba.
Carletto