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La Finca Idílica (4: La Odalisca Desdentada)

en Sexo Oral

LA FINCA IDÍLICA : ( 4.- LA ODALISCA DESDENTADA )

 

Lupita miraba los labios de su vagina con el espejo de depilarse las cejas. Le encantaba abrírselos, urgar en ellos, juguetear con los pétalos de su rosa. Esforzándose un poco más, llegó a verse el oscuro ojal posterior. ¡ Tan limpio ¡ ¡ Sin hemorroides que lo afeasen ¡. Envidiaba al afortunado que llegase a poseerlo, a penetrarlo… Delicadamente, comenzó a frotárselo, introduciendo la yema de un dedo, previamente ensalivado. Dejó el espejo , sobre la colcha, para tener más margen de maniobra. Se palpó el parrús con la otra mano, masajeando el clítoris, haciéndose maravillosas cochinadas con los dedos, trémulos.

Comenzaba a experimentar un terremoto, allá en el epicentro de su ser, cuando se abrió – sin avisar- la puerta de su habitación :

¡¡ Lupita ¡! ¡¡ Que se hace tarde, coño ¡!. ¡¡¡ Coño … qué coño ¡!!

El que lanzaba estas interjecciones era su hermano , Manuel, dos años más joven que ella, que no apartaba la mirada de la entrepierna de su diecinueveañera hermana. Ella, rápidamente, cerró el compás de sus muslos, mirando furiosa al nauseabundo adolescente que había osado interrumpirla en su acto de onanismo.

¡ Ya voy, joder ¡ - respondío, furiosa, la pelirroja - ¡ Y vete, ahora mismo, de mi cuarto ¡.

Cuando salió el muchacho – directo al baño – la hermosa muchacha se desperezó como un gato, y se levantó, de un salto, de la cama. Solo llevaba puesto un mínimo sujetador, por el que desbordaban sus bien provistos senos. Su piel era de una blancura satinada, con unas ligeras pecas, muy graciosas, repartidas por su nariz – respingona – y por los pómulos. Los ojos eran de un verde intenso, muy provocativos. Aunque lo más llamativo de su rostro eran – sin duda – sus dientes, perfectos tras varios años de llevar los hierros torturantes de un aparato corrector. En el ombligo – pese al cabreo de su padre – llevaba un piercing que, si lo mirabas bien – descubrías que era un diminuto falo. Su pubis , boscoso, lo llevaba ligeramente depilado en las ingles, para que no le saliesen mechones cuando iba a la piscina. Era alta, de muslos estilizados, prietos, como de mármol. Ella sabía que enardecía a los hombres. Todavía era virgen, ya que no había encontrado- todavía - al macho capaz de conseguir que se abriese de piernas. Ella se "arreglaba" bastante bien sola. De momento.

Su hermano la esperaba en el jardín, montado ya en su bicicleta. Ella, montó en la suya, mirando – de pasada – el bulto húmedo sobre la bragueta del short de Manuel.

Pedalearon bajo el sol estival, jugando a quién corría más. Excitados , riendo a mandíbula batiente. Lupita, que se jactaba de llevar la bicicleta mejor que su hermano, hacía virguerías, levantaba la rueda delantera, frenaba y daba brinquitos con la máquina… Queriendo dar un poco por culo al niño de los cojones, comenzó a ir – velozmente- con las manos en alto, mientras giraba unos segundos la cabeza , para gritar :

¡ Mira, Manuel, sin manos, sin manos ¡.

¡¡¡ Catacroccccc ¡!!

La bicicleta frenó en una piedra, Lupita salió por los aires, el bloque de granito la esperaba sonriente …

La odalisca emitió un sollozo ensangrentado.

¡¡ Manuel, Manuel, miz diendez, miz diendez ¡!.

Alrededor del mojón de granito, brillaban los piñonates de la desdentada.

 

***

 

Semanas después, la familia de Lupita y Manuel habían cambiado de domicilio. Ahora vivían en la Rue del Percebe , nº 13 . El padre de ellos, Don Zacarías, había aprovechado la ocasión al comprar un piso que vendía , a muy buen precio, una viuda reciente. Se rumoreaba que era ella la que le había dado el "pasaporte" a su esposo, un animal que la zurraba , día sí y día también, además de que se aprovechaba – sexualmente- de sus dos hijos de corta edad. Nadie lloró al hipócrita , pedófilo y maltratador. La viuda había malvendido el piso, con el afán de alejarse, lo antes posible, de aquél sitio que le traia tan malos recuerdos.

Juanjo, el marido de Azucena, era un espécimen de macho bastante potable. Había sido muy deportista en su , no muy lejana, juventud, y aún conservaba todos sus músculos en su sitio. De facciones no andaba mal. Ni feo ni guapo. Corrientita. Pero muy simpático : no se le caía la sonrisa de la boca. Aunque, aquél día, iba algo quemado. Azucena, cada vez le daba más largas a sus – lógicos – deseos de cópula marital. Siempre tenía alguna excusa. Y él, ¡ vamos ¡ ¡ todo hombre tiene sus necesidades ¡. Para no enzarzarse en una pelea, había salido a correr un rato. Volvía sudado, con la camiseta casi pegada al cuerpo. Los pezones le asomaban bajo los estrechos tirantes. Los shorts , habían salido de mala calidad, pues, al primer lavado, debían haber encogido – por lo menos – dos tallas. Se notaba el paquete abultado, oprimido, reventón. ¡ Solo le faltaba eso ¡. ¡ Con las ganas que tenía de follar ¡…

Dudó entre coger el ascensor o subir corriendo. Aquel ascensor estaba ya un poco cascajoso, y fallaba más que una escopeta de borracho. Optó por arriesgarse, y entró en la cabina. Cuando iba a cerrarse la puerta, una aparición en minifalda , puso la mano para impedir que se cerrase del todo. Juanjo quedó deslumbrado por el cuerpazo de la niña. ¡ Menuda hembra ¡. ¡ Y qué tetas ¡. Se hizo a un lado para que la chica pasase. Ella, saludó en voz baja, como avergonzada, casi sin abrir los labios .Comenzó el armatoste a subir. De repente, un chirrido, y se paró entre dos pisos. Ambos intentaron – a la vez – pulsar los botones. Juanjo sintió la opresión de los pezones de la chica , sobre sus propios pezones. Una ardiente vulva rozó su paquete. Se miraron intensamente a los ojos, unidos por una corriente de electricidad estática. La pelirroja, más rápida, se le tiró al cuello, chupando con ansia la nuez de Juanjo. Le subió la camiseta hasta dejársela por detrás del cuello y, bajando , bajando, se lió a sorberle las tetillas, mientras las manos le bailaban sobre el paquete del macho. Juanjo se dio por vencido. Ella llevaba la iniciativa. Se dejó hacer, recostándose sobre la pared metálica del cubículo. La chica, presa de una excitación poco corriente, le retorció los pezones, mientras se arrodillaba ante él. Buscó con sus labios, gruesos y sensuales, el abultamiento del falo bajo la liviana tela del short. Lo recorrió de cabo a rabo, calentándolo – aún más – con su aliento de perra salida. El joven, apunto de explotar, se bajó el mismo el pantaloncito hasta las corvas, liberando el trozo de carne dura , que rebotó – como un muelle – contra su ombligo. La hembra acuclillada, se lanzó contra la pieza, engulléndola de un bocado. Juanjo quedó anonadado por la sensación tan placentera que – de inmediato – le recorrió desde las cervicales hasta la rabadilla. Incluso se le dilató el esfínter, del gustazo que le dio. La muchacha tenía una cavidad enormemente suave, cálida, húmeda, grande… La punta del glande del joven – de proporciones bastante considerables – desaparecía entre aquellos labios gruesos, dulces, blandos, como higos maduros. La cabeza de la pelirroja comenzó un vaivén goloso, desde la punta a la base del miembro viril. Chupeteaba con tal maestría, que Juanjo pensó en que iba a correrse de un momento a otro. Pero no. Aún quedaba lo mejor. Abriendo un poco más la boca, la jovencita metió – también – un testículo… ¡ y luego el otro ¡. Aquello era inverosímil. Aquello era fantástico. Aquello era la repera . ¡ Cómo podía meterse, semejante banana , acompañada de los dos cocos ¡. Aquello era un cóctel de frutas. Y la boca de la niña, una coctelera que se agitaba, lo mordisqueaba sin hacerle ningún daño, lo succionaba, lamía, amaba y enamoraba. Semejante boca no era humana. Juanjo se imaginó un oso hormiguero haciéndole una fellatio. Aquello era irreal. Animalesco. Sensual. El colmo de la lujuria, de la lubricidad … Coincidió el ascensor poniéndose en marcha, con el brutal, inacabable, desbordante orgasmo de Juanjo. Los espasmos lo recorrían de arriba abajo. Ella, aguantaba la riada, sin sacar ni un centímetro del masculino rabo. Desfallecido, el hombre, rompió el silencio para preguntar el nombre de aquellos maravillosos labios, de aquella gloriosa boca, de aquella muchacha de belleza sin igual.

Lupita – dijo ella mirándolo a los ojos. Y, al abrir la boca para sonreirle, una ola de espumeante semen le cayó por las comisuras, mostrándole , de paso, sus desdentadas encías.

 

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