LOS CORTOS DE CARLETTO : "EL EXTRAÑO PÁJARO"
Bartolo era un zagalón de 19 años, jornalero de una de las casas más ricas de su pueblo, situado en el Levante español. Fuerte, membrudo y guapetón, tenía un humor socarrón y gracioso, heredado de un abuelo andaluz. Con el gracejo como única herencia, lo utilizaba para camelarse a más de una, ya que aprovechaba los golpes de risa producidos por sus hilarantes salidas, para palpar el papo de la interfecta, si se dejaba.
Aquella madrugada había salido con su vieja tartana , camino de la cercana Sierra, con la misión, encomendada por su amo, de recoger en una cercana aldea a cierta ama de cría, para que amamantase a su recién nacido vástago. Llegó casi a medio día. La lugareña lo esperaba con su hatillo, ya impaciente. Era una mujerona treintañera, de buenas carnes y ojos un tanto desvahidos. Su busto prominente delataba su oficio de amamantadora profesional. Iba vestida de luto riguroso, con unas largas faldas que casi arrastraba por el suelo. El pelo, rubianco, lo llevaba recogido en un austero moño. Se le notaba un aire algo raro, como se suele decir por mi tierra :"como si le faltase un agüita de Mayo ".
El zagalón, apremiado por la mujer, tuvo que deglutir de cualquier forma la parca comida que llevaba, ayudándose con cuatro tragos que dio en una cercana fuente. La niñera lo atosigaba con sus prisas, sin tener en cuanta que el muchacho llevaba de camino desde el amanecer, y hubiese querido descansar un poco. Por no seguir oyéndola, apartó la mula del abrevador y volvió a enjaezarle los arreos. Hizo subir a la mujer y, maldiciéndola por lo bajo, azuzó a la mula tomando el camino de vuelta.
Al rato de andar en silencio, pudo más la naturaleza guasona de Bartolo que su más que justo enfado, y comenzó a parlotear con la mujer. Esta, al principio, no le contestaba. Como el calor apretaba de firme, y el vestido le oprimía sus opulentas ubres, desabrochó algunos botones del escote para pasarse un pañuelo por los sudorosos senos. Entre palabra y palabra, Bartolo miraba las hinchadas tetas, que brincaban cada vez que las ruedas de la tartana pillaban un pedrusco del camino. El miembro del zagalón superó al instante la antipatía que le producía la arisca mujer y , sin pedir permiso a su dueño, comenzó a despertar de su letargo , poniéndose en posición de firmes.
Como allí no había nada que hacer, Bartolo optó por seguir conversando ( o monologando ) para quitar de su pensamiento cualquier lubricidad que no le llevaría a ningún sitio. Por lo tanto, y queriendo burlarse de su compañera de viaje, a la que había tachado de boba y con razón le contó la siguiente patraña :
Señora : como imagino que ésta es la primera vez que sale de su aldea ( se detuvo un instante y, cuando ella asintió, levemente interesada, continuó ), debo advertirle que no se deje engañar por la belleza de este paisaje ( ella lo miró, abriendo un poco más los ojos ), pues existen peligros que los viajeros inexpertos no saben, y pueden conducirlos a la muerte más horrorosa.
Respingó la mujer y lo miró atemorizada, olvidando abrocharse el abierto vestido con lo que Bartolo tuvo una visión placentera de un enorme pezón. Siguió el chico con su perorata, arreglando con su mano izquierda el gran vergajo que se le insinuaba en el muslo :
Debe saber usted, señora, que por los cielos de estos parajes, vuelan de cuando en cuando unos extraños pájaros, de largo y afilado pico. Cuando descubren a algún viajero, caen en picado sobre él y , si el infeliz no reacciona con rapidez, comienzan a picarle, con su fuerte pico, en la cabeza, abriéndosela como una sandía, y le comen los sesos sin hacer caso de los gritos del infeliz , que, al final, cae muerto totalmente descerebrado.
Gimió asustadísima la tetona, comenzando a mirar el límpido cielo azul. Su pecho subía y bajaba con su respiración entrecortada. Los pezones asomaba a intervalos. El zagalón reía interiormente , con la polla goteando bajo el pantalón de pana. Por casualidad, acertó a pasar en aquel instante, por encima de ellos, un triste cuervo, que graznó más por hambre que por cualquier otra cosa. Aprovechó la coyuntura el bromista y , haciendo un aspaviento, lo señaló a la mozarrona, diciendo :
¡¡ Allí, allí!! .¡¡ Cuidado, que viene uno ¡!.
Chilló como una condenada el ama de cría y , como una exhalación, se puso de pie en la tartana y , agarrando por los bordes su largo vestido, se cubrió con él la cabeza, inclinándose de espaldas al carretero, con lo que dejó al descubierto toda la parte inferior de su cuerpo. El zagalón, se encontró con un inmenso nalgatorio a la altura de su nariz. Las carnes blanquísimas, abundantes pero firmes, dejaban entreveer una raja poblada de rubios vellos, de tamaño más que discreto. Aprovechó el golpe de suerte y, levantándose a la altura de ella, sacó su bien lubricado príapo, endilgándoselo de una estocada hasta los colgantes contrapesos. Al segundo envite, chilló la mozarrona, muy satisfecha :
¡¡ Pica, pica, pajarraco inmundo ¡! ¡¡ Que hasta que llegues a la cabeza ¡!.
Carletto.