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Un buen fín de semana

en Confesiones

Un buen fin de semana

En casa tuve que mentir como un bellaco. Mea culpa. No era cuestión de decir : " Este fin de semana me han invitado a un chalet de la sierra. A mí solo. No, no conozco a la chica que me ha invitado. He intercambiado correos con ella y poco más. Es andaluza, de veintipoquísimos años , morena , ojos negros , estudiante de psicología … y se llama Nieves. "

Si yo fuese veinteañero, o treintañero , o … Bueno, estaría dentro de lo admisible. Sin embargo : cincuentón , casado , con hijos y en puertas de ser abuelo, pues … como que no.

La cosa había comenzado meses antes : " que si me gustan mucho tus relatos eróticos; que si los tuyos no son moco de pavo ; que qué simpático eres ; pues anda que tú ; que porqué no quedamos y nos conocemos ; que yo soy muy viejo ; que no me importa ; que estoy flojito ; que me da igual ; pues cuando quieras ; que ya te aviso, etc., etc."

El chalet estaba donde Cristo perdió el gorro. Unas vistas preciosas, eso sí . No pude ver mucho porque me lié con el plano ; pero al final llegué.

Iba nervioso. Muy nervioso. Extremadamente nervioso. Acicalado como un novio . La barbita – casi blanca – dándome aspecto de chivo rijoso . En el equipaje, mil y un fármacos para mis múltiples dolencias.

Al oír el coche salió como un vendaval. Una sonrisa enorme , simpática a más no poder, con ojos negros como ala de cuervo, chispeantes e inquisitivos. Un enorme jersey ocultaba las formas de su cuerpo. Apenas dejaba al descubierto una escueta minifalda negra que, al menor movimiento, mostraba unas bragas, blancas , de algodón .

Nos besamos en las mejillas. Me subió el ego , varios puntos , al decirme que era un exagerado , que no estaba tan viejo y que le gustaba mucho mi cara. Pensé : "Primera prueba superada . Veremos la segunda ".

Nieves charlaba por los codos. Encendimos la chimenea y nos sentamos al amor de la lumbre. Trasegamos un par de cubatas de Bacardi. Ella encendió un canuto y me lo pasaba de vez en cuando. Hablamos de nuestras vidas, de nuestras aficiones. Pusimos verde al TOP 100 y a medio TR . Estábamos encantados , como si nos conociésemos de toda la vida. Entre orgullosa y avergonzada me mostró una novelita que le habían premiado en su Ciudad. Mientras yo la leía, ella me devoraba con los ojos, ansiosa de saber mi opinión.

Dejé la lectura para más tarde : debíamos de cenar. Entre los dos preparamos una ensalada y algo para picar. En el intervalo, más cubatas y más porretes. Retirados los platos, seguí con la lectura. Estaba muy bien la novelita. Muy bien escrita … y caliente. Tenía un erotismo fino. De cuando en cuando metía un párrafo morboso, de viciosa consumada. Entre mis piernas "algo" estaba cobrando vida. En una nube, llenando el techo , maría proclamaba ya la fumata blanca. Mi cardenal empurpurado se removía en su asiento. ¡ Milagro !. Nieves me miraba de perfil, repantigada con una copa en una mano y un canuto en la otra. Debía estar recordando lo que ella misma había escrito, porque su pecho subía y bajaba con una rara agitación. Necesitaba pasar la hoja. Inconscientemente , metí mi mano derecha por la cinturilla del pantalón de mi chándal – tratando de arreglar mi erección – y aproveché para mojar el dedo. Pasé la página con la yema húmeda. Por el rabillo del ojo miraba a Nieves , derrumbada en el sofá . Gracias a la holgura de las bragas, eran visibles unos mechones de vello bajo su minifalda. No pude más. Aparté la novela y , en un alarde de macho orgulloso, sin encomendarme a Dios ni al Diablo, le mostré – entre los cortinajes de mi bragueta – al nuevo Pontífice.

Al oír el " Habemus Papam ", Nieves despertó de su letargo. Cayó de rodillas ante mí – imagino que llevada por su religiosidad – y comenzó a orar en la lengua internacional de las mamadas.

En mi vida he tenido una satisfacción semejante. Aparentemente , Nieves, estaba disfrutando como una cosaca reverenciando mis genitales. Apenas pude conseguir que dejara de amorrarse, unos instantes , para que se quitase el enorme jersey. Y entonces comencé a sufrir. Me faltaban manos para acariciar, manosear, disfrutar de aquellos generosos y bien puestos pechos, y marcarle - con presiones sobre su cabeza – el ritmo que debía impartir a sus impecables movimientos de succión. Tuve que indicarle que parase. No quería que el tren llegase a la estación antes de tiempo.

Tras otro cubata y otra Maruja, me tumbé en el sofá. Nieves iba a mil por hora. Yo no cabía en mí de gozo. Le sugerí que me acariciase los pezones … y me los chupó como una mamoncilla. Siguió lamiéndome por la - ¡ ay ! – excesiva "curva de la felicidad ", y se perdió entre el ralo vello ( convenientemente rasurado para el evento ) . Experimenté la inefable ( y extraña ) sensación de que te chupen un testículo hasta metérselo entero en su boca. Incluso llegó a juguetear con un dedito en la entrada de mi pórtico posterior . Ahí le dije que nones. Eran demasiadas emociones fuertes para un solo día. La hice tumbarse sobre mí , con mi Benedictus hasta la campanilla, mientras yo escarbaba por la albura de sus bragas. Con el pulgar aparté la goma dada de sí, mostrando – a pocos centímetros de mis ojos – un esplendoroso coño veinteañero. Ya casi no me acordaba de la textura y jugosidad que los caracteriza. Cumplí lo mejor que pude , lamiendo, mordiendo y acariciando. Aquello era la pera limonera. Y Nieves , dale que te pego , meneándome la maza del mortero como si estuviese haciendo ajo aceite. Dándole un último mordisquito a su conejo juguetón, le dije que parase, que mañana sería otro día.

Casi sin darme tiempo a responderle, se abalanzó sobre mi boca mezclando mi sabor con el suyo. Quedé anonadado. No estoy acostumbrado a que me besen, y menos por propia voluntad.

***

 

No podía dormir. Extrañaba la cama. Los pensamientos me iban y me venían . La verga bien, gracias.

Desperté a la mañana siguiente con la cabeza ligeramente embotada. ¿ Serían los cubatas, la maría , el sexo ?.

Noté un hormigueo en la entrepierna. En casa hubiesen sido ganas de orinar. Aquí era … Nieves. Nieves que había venido desde su habitación – apenas rompió el día – con el chochete echando fuego y la garganta ansiosa por lamer a Benedicto. Estaba en cuclillas, junto a mi cama, con la mano escarbando bajo la brazada de ropa. No encontró al Papa, sino a un humilde monaguillo. Tiré la ropa hacia atrás. Bajé el pantalón de mi pijama y Nieves se abalanzó ( si señores, he dicho : SE ABALANZÓ ) hacia mi verga como una persona famélica ante un plato de comida. Y me la comió, ¡ vaya si me la comió!. Y el monaguillo ascendió a cura, y el cura a obispo. Al tercer chupetón ya asomó la cabeza el cardenal. Y cuando se tragó la verga entera, enterita, lo que asomó después – cabeceante y casi hablando alemán – era un Sumo Pontífice.

¡ Qué bien estaba yo aquella mañanita de Abril !. Despatarrado en cama ajena, con una chiquilla felándome a más y mejor … Gloria bendita. A duras penas pude meter mi mano derecha entre sus rodillas. Al estar en cuclillas, la almejita la tenía ofrecida, goteante. La abarqué con toda la palma. Noté su calor animal. Mis dedos encontraron prestamente la ranura de la alcancía , y allí los metí. Nieves redobló sus embates linguales y chupópteros. Le metí dos dedos , luego tres. Abrió un poco las piernas y le metí el cuarto dedo. Con sus compañeros ya colocados en su posición descansen, el pulgar pasó a presionar el botón de llamada. Y pulsé, pulsé y pulsé. Y los dedos – suavemente – salían sin salir, y volvían a entrar hasta donde podían. Y el pulgar giraba y apretaba, apretaba y giraba. Y Nieves gemía. Y yo gemía y suspiraba…

¿Fueron minutos ?. ¿ Fueron horas .?. No importa. La boca de Nieves me tragaba por entero. Su lengua era un látigo de seda que azotaba mi verga purpurada. Sus labios sorbían y sorbían . Su melenita corta caía sobre mi estómago. Sus largas uñas acariciaban sutilmente mi pubis , arañando la piel hasta enervarme.

No sé cual de los dos llegó primero. Puede que fuese ella, y – al notarme la mano chorreante de sus flujos – me viniese yo llenándole la boca. No lo sé, ni me importa.

Más tarde oímos música clásica. Hablamos de esto y de aquello. Ambos lo habíamos pasado muy bien.

La despedida fue alegre : " El lunes nos " vemos " en TR ".

En el último abrazo deslicé en su bolsillo la cantidad acordada. Y me pareció muy barato el fin de semana, la verdad.

 

Carletto.

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