LOS CORTOS DE CARLETTO : " EL CUADRO "
Hace algún tiempo, en la Casa de Cultura de mi Pueblo hicieron una exposición pictórica de artistas aficionados. Una tarde, me acerqué a echar una ojeada, sin demasiadas ilusiones de encontrar nada que me agradase ( no soy muy aficionado al Arte Moderno ). Iba recorriendo las obras, disfrutando de su colorido, en algunos casos, en otros padeciéndolo. No se trataba de una exposición de un estilo concreto, por lo que allí te podías encontrar desde un ojo único en un blanco lienzo, una abigarrada muestra de la paleta de colores, o la suculencia cromática de un bodegón, pasablemente ejecutado. Naturalmente, allí había de todo, como en botica : desde las obras más originales a las más burdas copias de maestros consagrados.
De repente, en un rincón, casi aislado, descubrí un cuadro que en un principio y , desde lejos no me pareció ninguna cosa del otro mundo. Se veía agua y una figura central. Como no desciendo , precisamente , de linces, saqué mis gafas de "cerca" , las que había llevado, por si acaso . Me las calé y visualicé , otra vez, el cuadro. Ahora sí que lo veía con nitidez, ahora si que me agarrotó el corazón.
Nunca supe si el cuadro era un original, o se trataba meramente de una copia más o menos fidedigna. En aquél momento no me importaba. Me quedé absorto, limpiándome los cristales de los lentes una y otra vez, para no perderme ni un ápice de lo que el cuadro me mostraba.
El cuadro, se titulaba "La Riada" ( o algo parecido ). En él, unas aguas turbulentas, en las que flotaban ramas arrancadas de cuajo, algún mueble viejo e incluso humildes enseres, cruzaban el cuadro de parte a parte, apareciendo desde detrás de una casucha casi cubierta ya por la avenida de las aguas. En el centro del cuadro, una figura bellísima , destilando ternura y terror, era la que me había atenazado el corazón desde el momento en que posé mi mirada en ella. Se trataba de una mujer, de una joven madre, cuyos largos cabellos flotaban tras ella, enrollados como serpientes, como algas marinas , en un tronco carcomido, que tiraba de ella hacia atrás. De la figura materna, cubierta casi por las aguas, solamente sobresalía ya a la superficie, un poco de su busto, un cuello largo y elegante, un rostro blanquísimo, cerúleo, donde los ojos espantados se levantaban al cielo, impotentes, implorantes, agónicos. Con los dos brazos extendidos ante ella, sujetaba, a duras penas, pon encima de la superficie, un pequeño bebé de cara sonrosada, gorjeante, chapoteando la manita en las marrones aguas, totalmente ajeno al terror animal de su madre, cuyos cansados brazos se negaban a dejar caer su preciosa carga, aunque las empapadas toquillas lo hiciesen más y más difícil
Allí los dejé, tras largo rato de mirarlos, de admirarlos. No me dí cuenta si el cuadro estaba bien realizado, si se ajustaba a los cánones preestablecidos de las obras de arte. Mi corazón no estaba para esas disertaciones.
Me deslicé fuera de la sala, aguantando el tipo, con un único deseo : que la furtiva lágrima que empañaba mis ojos, siguiese siendo eso , furtiva.
Últimamente estaba bastante bajo de hierro, y la anemia me volvía muy, muy sentimental.
Carletto