LA VERGÜENZA
La muchacha está caliente. Nota los pezones erectos, rozando su corto vestido veraniego. El pelo, largo, lacio, de un rubio blanquecino debido a las muchas horas de sol, le cubre los desnudos hombros, azotado por el viento, como una bandera de sensualidad, como un canto a la juventud. Su sexo rezuma los jugos salados de su útero, mezclado con el agua marina. Lleva el bikini, mojado, colgando del manillar de la bicicleta. Bajo la breve faldita, gime su vagina pidiendo su ración diaria, lanzando grititos de placer cuando la muchacha frota sus labios contra el húmedo sillín.
El , está jugando con otros amigos. La chica frena junto a ellos, apoyando un pie en el suelo y dejando el otro sobre el pedal. Los saluda, dirigiendo una mirada procaz al grupito de adolescentes. Están muy buenos todos ; pero él, es especial.
El chaval la mira desde el suelo, entrecerrando los ojos, atisbando por entre sus tupidas pestañas, deslumbrado por el sol y la sensual figura de la hembra tentadora. Ella lo mira directamene, comiéndoselo con los ojos. Recorriendo la figura, ligeramente musculosa , del joven futbolista. Su mirada, inquisitiva, descubre inmediatamente un moreno testículo asomando por la pernera del corto pantalón de deporte. La muchacha pasa la puntita de su lengua sonrosada por sus labios, resecos ya por el deseo. Mira la cara del chavalín, que baja la cabeza avergonzado, notando como su miembro se yergue al ver el sexo de la chica, tan rubio, destacando sobre el negro sillín. Ella enciende un cigarro, voluptuosa, exhalando el humo por la nariz, pasando su lúbrica mirada de uno a otro, y a otro, para volver al que más le ha gustado.
***
El chico se peina en el baño de su casa, mirando su cara, recién afeitada, en el espejo iluminado por la luz fluorescente. Se peina una y mil veces. Con raya. Sin raya. Con el pelo húmedo. Con el pelo seco. Al final, mira el reloj y pega un respingo. ¡ Ya casi es la hora ¡ ¡ Ella lo estará esperando ¡. Corre en calzoncillos hacia su habitación. Sobre la cama, un revoltijo con la ropa que sacó del armario y que estuvo probándose horas y horas. Elige , por fín, la camisa blanca, muy ceñida , con los vaqueros lavados a la piedra. Esos que le marcan el paquete. ¿ Será demasiado provocativo ¿ ¿ Le gustará a ella ¿ .
Baja los escalones de cuatro en cuatro. Frente a su casa, con una flor en la mano, espera la chica, fumando, como siempre. Cruza la calle el chico, mirando de refilón hacia arriba, rogando que su padre no lo haya visto por la ventana. ¡ Está tan quisquilloso últimamente ¡. ¡ Que no vuelvas tarde ¡ ¿ Que a ver con quién vas ¡. ¡ Que si todas quieren lo mismo ¡
El corazón del chico golpea , dentro de su pecho , como un tambor. Caminan hacia las afueras, por donde solo van las parejas. El tiene miedo. Miedo y ansia. Quiere saber, quiere sentir. ¡ Le gusta tanto ella ¡. ¡ Tiene tanta labia ¡. ¡ Le promete tantas cosas y le asegura que su cariño será eterno ¡. El dejó que lo besara , contra una tapia, notando las manos de ella escarbando por su cuerpo, sintiendo la caliente raja de la muchacha frotándose contra su muslo. Ella se atrevió a desabrocharle la camisa, a lamerle los pezones, jugueteando con los pelitos que los rodean. El le permitió todo eso. Eso que nunca le permitió a ninguna
Ya salen varias semanas. Ella lo ha tocado por todo el cuerpo. El, por fin, se decidió a tocarla bajo las bragas, acariciando su clítoris, metiendo dos dedos por la sudorosa vagina, tal y como ella le ha enseñado. También le lamió los pechos. Sonrojado la primera vez, pero con un placer que lo derrite, que hace que su miembro lata casi hasta la eyaculación. Un día, en la oscuridad del cine, en la fila de los mancos, permitió que lo masturbara, que le manoseara el pene hasta que él se corrió en la experta mano de la muchacha. Para ahogar sus gemidos, la chica lo besó, metiendo la lengua hasta las amígdalas de él.
La cosa ya es irreversible. Hoy , el muchacho está con los diez minutos tontos. Le ha dicho a ella que sí, que lo van a hacer. A ella se le han dilatado las pupilas, y se ha arreglado los labios de la vagina bajo las bragas, impaciente por llegar hasta el final.
No hay nadie en la casa. Su padre y su abuelo marcharon a la ciudad. El muchacho conduce a la chica a su habitación. El, corre al baño, a lavarse en el bidet. Cuando vuelve, ella se ha desnudado, y lo espera , desnuda, sobre la cama, con un brazo detrás de la cabeza, fumando su eterno cigarrillo. Orgullosa, entreabre sus muslos, para que él advierta, en todo su esplendor, su hermosa femineidad. El entra, tapando su sexo con una pequeña toalla de bidet. Salta ella de la cama, le da una pequeña nalgada y sale diciendo que va a echar una meadita. El se sienta en la cama, ligeramente tembloroso. Busca en un rincón secreto, y saca un preservativo, que le dio entre risitas un amigo, el más lanzado. Ese del que ya se comienza a murmurar en el pueblo, por casquivano.
Ella lo hace tumbarse, y se pone a su lado, recorriendo suavemente toda su epidermis. El muchacho nota sus pezones erguirse. Su miembro cabecea allá abajo. El, tiene mucha vergüenza. Pero el deseo lo recorre de arriba abajo, de abajo a arriba. Además, tiene miedo de que ella lo deje, de que cumpla su velada amenaza de buscar a otro que le dé lo que quiere. Ella lo monta. El muchacho nota la licuada vagina dejando su babilla por los velludos muslos de él. Sube un poco más. Le coge el miembro erecto totalmente- y comienza a restregárselo por el clítoris, luego un poco más abajo, buscando la entrada entre los entreabiertos labios. Cuando nota el chico que el glande ya entró, le ruega que pare, poniendo él mismo su mano entre el pene y la vagina. Coge el preservativo , y se lo da a ella para que se lo ponga. La muchacha lo coge con mano experta, y lo desenrolla enfundando en plástico el viril ariete. Más tranquilo, el chico se deja caer de espaldas, dejando que ella haga con su cuerpo lo que quiera
Ella babea de gusto al autopenetrarse , al desvirgar al muchacho que, con los ojos cerrados, apenas se atreve a tocarle el cuerpo a ella. Ella sube y baja, cabalga como Miguel Strogof llevándole el correo al Zar de todas las Rusias. Eyaculan ambos, jadeando como galgos tras una carrera. Ella se tumba junto a él, mientras fuma su cigarrillo, acariciándole el musculoso torso, enrollando sus dedos en el ensortijado pubis del muchacho, rascándole los testículos hasta que él vuelve a tener una erección.
Duda el chico entre el placer y la prudencia. Ella, ladinamente, lo está mamando, haciendo que caiga la última barrera que lo sujeta al raciocinio. Se deja cabalgar el muchacho nuevamente, esta vez , a pelo. Y siguen toda la tarde. Mientras el cuerpo aguante. Mientras quede semen y flujos que expeler
***
Llora el muchacho en el baño. Lava su cara, sin afeitar, con agua fría. Las ojeras le llegan hasta los pómulos. Se limpia , en la comisura de los labios, un rastro de vómito. Oye a su padre golpeando la puerta. Los ojos del chico se abren de terror
Papá, tengo que decirte algo.
Dime ( la voz del padre suena fria, con un asomo de angustia, con una premonición de futuras vergüenzas que, sin embargo, le resultan familiares ).
Estoy ¡ Estoy embarazado ¡.
El abuelo se arrellana en el sillón, leyendo el periódico. Se enjuaga una furtiva lágrima.
El padre se queda estático, con la mirada perdida en el vacío. No sabe qué decirle. No sabe que argumento esgrimir para recriminar a su hijo. ¡¡ Ya es la tercera generación de padres solteros ¡!.
Carletto.