CUNNILINGUS
Doña Luisa no recordaba haber tenido un orgasmo en toda su vida. Casi hasta le daba vergüenza imaginar lo que era eso. Su santo esposo, Jenaro, había sido muy cortito, el pobre hombre ( y , muy egoísta, todo hay que decirlo ), y jamás se preocupó de si ella notaba "algo". De si disfrutaba, vaya. El era un corredor de los 100 metros lisos ( qué digo de los 100 , sino llegaba a los 50 ) . Nada de corredor de fondo. Rápido como una liebre : entré, corrí, salí. Luego, ella que venía de una familia de las de antes antes- no iba nada, pero lo que se dice nada, aleccionada. Por lo poco ( poquísimo ) que le contó ( entre rubores ) su santa madre, a ella le pasaba tres cuartos de lo mismo con su marido ( o sea : el padre de Doña Luisa ).
Doña Luisa, llegó con el alma en un hilo al lecho matrimonial. Se esperaba no sabía ni ella misma lo que se esperaba. Su Jenaro era un guapo mozo. Y había sido un niño muy precoz ( según le decía dia sí, día también la pesada de su suegra a Doña Luisa entonces Luisa , a secas cada vez que quería alabar a su retoño ). Pero la precocidad infantil muy graciosa se convirtió en una "eyaculatio precox", cosa ya no tan graciosa, ni muchísimo menos.
En cinco minutos la había dejado aviada. Bueno, se avió él ; porque ella quedó desparrancada sobre el sacratísimo lecho, con el pubis encharcado y unas discretas gotitas de sangre, signo evidente de su pureza inmaculada. Y nada más. Se cerró la sesión. Se acabó el carbón. Bajó el telón y el miembro de Jenaro.
Y así una noche, y otra y otra. Al final, ella se cansó de esperar. Y vinieron los embarazos ( por algunas gotitas que salpicaron " in portem"). Y los tres hermosos niños ( dos niños y una niña ). Y de sexo, nada de nada. Al final, su Jenaro, aburrido él mismo de su poca eficiencia , le quiso evitar por lo menos que tuviese que lavarse Luisa cada noche después de acabar, y decidió aliviarse él mismo, durante breves minutos, en el recogimiento del baño. Luisa esperaba paciente hasta que él se acostase y le diese un castísimo beso en la frente. Luego, a roncar.
Quedó viuda a los cincuenta años. Y su vida siguió igual de monótona que con su Jenaro. Los niños ya habían volado, y ella, tan sola en el viejo piso. Tan viejo, que se le inundó el baño y tuvo que llamar para que le enviasen un fontanero.
Sonó el timbre. Ella acudió con su batín de buatiné, acolchado, con sus rulos en el pelo canoso, con sus pantuflas comodísimas y, naturalmente, sin maquillaje en el rostro. Abrió la puerta y quedó petrificada, solidificada, amedrentada y todo lo que termina por "ada" . En el quicio, dos metros de carne humana de varón, jovencísimo ( no más de diecinueve años ), con unos pelos rarísimos ( luego supo que los llamaban "rastas"), una cara de angel con unos labios de demonio, un cuerpo tal que Doña Laura, jamás de los jamases , había visto uno semejante. Como llevaba la caja de herramientas en el hombro, se le levantaba la camiseta y mostraba un abdomen con unos músculos que estaba segura su Jenaro no tenía. Del ombligo, le salían unas mechitas de pelos hacia abajo, perdiéndose ¡ Ay, señor ¡, bajo unos jeans tan ajustados , que saltaba a la vista lo macho que era. Doña Luisa, barboteando, sin saber ni lo que decía, roja de vergüenza por el caldito que notaba bajar por su entrepierna, lo hizo pasar hasta el baño y lo dejó allí mientras ella, a trompicones, se iba a su dormitorio.
Lo oia trastear con sus herramientas, mientras ella amontonaba sobre la cama todo el contenido de su armario ropero. No encontró nada decente ( mejor dicho : indecente ) que ponerse. Quería estar guapa, atractiva, joven, deseable. Quería que no hubiesen transcurridos los años y estar casada con ese chico, casi un chaval, en lugar de haberlo estado con el muermo de su marido. Su reloj biológico, sin cuerda desde hacía tantos años, daba sonoras campanadas , justo , justo, en su pubis. Doña Luisa estaba desconcertada. Si a ella su sexo sólo le había servido para mear y parir. Pero ahora, descubría , de pronto, que también podía tener sensaciones en "esa" zona de su cuerpo. Y todo por el cuerpazo de ese macho que se le había metido en casa.
Se jugó el todo por el todo. Lo primero, la limpieza. Se sentó en el bidet y se lavó a conciencia. Sobre los labios de su vagina, se encendía una lucecita roja intermitente. Casi estaba tentada de pulsar la bombillita, cuando oyó que la llamaba el buen mozo. Salió corriendo, en combinación negra, sin acordarse de que no llevaba puestas las bragas.
El chico estaba tumbado en el suelo del baño, cuan largo era, bajo la cañería del lavabo. Trasteaba con una llave inglesa. Doña Luisa se quedó con la baba cayendo, viendo como los jeans se le habían deslizado un poco hacia abajo, y ahora ya se le veía el principio de una tupida mata negra de vello púbico. El, la miró con curiosidad al percatarse de su mirada. Seguramente se figuró de lo que iba el rollo y , buen samaritano, quiso hacer su buena acción del día. Le pidió a Doña Luisa que le alcanzase una tuerca que había sobre la repisa del lavabo. Para ello, la mujer, tuvo o quiso pasar sobre él, con un pie a cada lado del cuerpo extendido en el suelo, por lo que , desde su posición, el muchacho si miraba hacia arriba, que miró veia la selva negra, algo nevada, de la señora.
Luisa aprovechó para mirarse en el espejo. No se conoció. No quiso conocerse. Ella no era ese vejestorio, esa momia, ese cuerpo agostado, acabado, finito. Una lágrima por su perdida juventud, por todas las cosas perdidas sin haberlas llegado a encontrar, cayó lentamente por su marchita mejilla. De repente, una recia mano, una maravillosa mano, una viril mano, le acarició una pantorrilla. Y la otra. Y luego las corvas . Y los muslos desnudos. Además , iban las dos a la vez. Cuando aquellas dos palomas le revoloteraron en las ingles, Doña Laura no pudo más. Le flaquearon las piernas y cayó blandamente , sentada, sobre el pecho del muchacho.
El chico no hizo aspavientos. Ella tan poco. Se dejó llevar por la locura de la juventud. La de ella ( que la tenía intacta, sin estrenar ) y la de él. Las manos galantes le hicieron abrir un poco más los muslos, acercándola suavemente, con mimo desde las nalgas hacia la cara del jovencito. La vulva de Doña Luisa estaba azorada, sin saber lo que hacer. Ni qué decir con sus mudos labios vaginales. Pero él, pese a su juventud, tenía don de lenguas. Y comenzó a hablarle entre susurros, sin decirle nada, pero haciéndole mucho. Y, por primera vez en su puñetera vida, Doña Luisa, tuvo una lengua acariciando su sexo. Y unos labios pegados al vello de los suyos. Y una nariz respingona que frotaba su - ¿ se llama clítoris ¿ - botón de nácar, mientras la lengua áspera y suave, dulcísima y gorrina, le lamía hasta allá dentro, hasta los sitios inexplorados donde su Jenaro, el pobre, no había tenido tiempo de llegar con su pichulina. Y él le mordió con los labios, y le barrió con la lengua. Y fue mastodonte y alas de mariposa, según convenía. Y ella se corrió, se corrió , se corrió
El chico bebió sus jugos. Y volvió por más. Y Doña Luisa rió como nunca había reido. Y maldijo a su Jenaro, casi blasfemando, por haberle negado tanto en tan poco. Por su egoismo. Por su ineptitud . Por creerse hombre solo porque había engendrado. Por haberla condenado a una muerte en vida. Por no haber tenido cojones para darle siquiera UN orgasmo en toda su vida. Un mísero orgasmo, cuando aquél chico, que casi podía ser su nieto, le había concedido TRES en solo unos minutos. La vida no era justa. Pero aún había llegado a tiempo de engañarla. Si el muchacho estaba de acuerdo, no se iría de allí sin proporcionarle, por lo menos, otros tres. Como fuera.
Y el chico quiso, vaya si quiso. Y ella le musitó su agradecimiento con sus recién descubiertos labios. Y él le silbó "El puente sobre el Rio Kuwait" directamente en la vulva. Y la lengua del fontanero dibujó arabescos desde el ombligo hasta el ano de Doña Luisa. Y volvieron a aletear las mariposas sobre el clítoris. Y los lagartos su lengua deliciosamente gelatinosa hasta ensalivar sus ovarios.
Y , Doña Luisa, se corrió, se corrió, se corrió
Jenaro : vete a la mierda.
Carletto.