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Doña Rosita sigue entera

en Textos de risa

Doña Rosita sigue entera

Doña Rosita no es soltera. No. Ni tampoco viuda. Ni separada : Doña Rosita es malcasada.

Doña Rosita tiene el cutis de porcelana, el cabello gris, los ojos más azules que imaginarse pueda, y el arma blanca.

No. No me he equivocado. He dicho "el arma blanca". Y el alma también, pero menos. Menos que cuando se casó , quiero decir.

Entonces sí que tenía el alma blanca. Como el negro de la película. Como un niño recién nacido. Como los angelitos de los cuadros de Murillo.

Ahora, sin embargo, la tiene grisácea, haciendo juego con el pelo del moño. Y todo por culpa de estar malcasada.

¡ Ay, Rosita, Rosita !. – le gemía su tía solterona - ¡ No te cases con ese badulaque, que solo viene a lo que viene !.

Pero Rosita , que lo que no quería, por nada del mundo, era quedarse soltera, no le hizo puñetero caso. Y siguió mirando las pestañas – tan tupidas – del badulaque. Y su boquita de piñón. Y su barbita de chivo.

Pasaron las semanas , y los meses , y los años. Y Rosita espera que te esperarás. Quemándose las pestañas de mirar las idem de su prometido. Hasta que un día, cuando ya tenían mucha, mucha confianza, el badulaque, se lió la manta a la cabeza y le dijo ( con su vocecilla ceceante ) :

Rozita, Rozita … ¿ Te quierez cazar conmigo ?.

Ji, ji, ji…. Y ¿ qué me harás por las noches?-preguntó Rosita , vergonzosa.

Puez … ¡ Dormir y callar!.

¡ Tontín !- contestó Rosita ( sin creerse una palabra ).

Se casaron. Y Rosita esperó en su noche de bodas, toda galana y perfumada, envuelta en una espuma de sedas y cintajos, con el corazón en la boca y la patatita ardiéndole en la entrepierna.

Porque, según le había enseñado su tía, Rosita no tenía coño, ni papaya, ni almeja, ni higo, ni concha, ni clóchina, ni choto, ni chocho, ni conejo……. ¡ No!. Las mujeres de su familia tenían "patatita". Y, como mucho, como mucho, "almendrita".

Sigamos con la noche de bodas.

Al badulaque ( cuyo nombre real era Aniceto) , parece que le importó un carajillo lo que tuviese su reciente esposa " inter pernorum", puesto que se acostó en la cama endoselada, le dio un beso en la frente a la ruborosa Rosita … y apagó la luz.

Lo de que apagase la luz, Rosita lo hubiese entendido y soportado, como buena chica que era, aunque tenía la ilusión de verle a su esposo algo más que las canillas ( que era lo único que le había visto – de cintura para abajo – en los diez años de festejo). Lo malo fue que, tras apagar la luz, Aniceto levantó una pierna, se tiró una larguísima pedorreta … y comenzó a roncar.

¡Triste sino el de la virgen que el cipote espera ! . Rosita lloró aquella noche las lágrimas amargas de la decepción. Y a la noche siguiente, más de lo mismo. Y a la otra, y a la otra…

Rosita lloraba por las noches, y durante el día sudaba. Sí, sudaba tinta china , para conseguir que no se notase su desdicha.

Hasta que no pudo más. Hasta que reventó y se lo contó todo a Robustiana, su doncella – que ya no era doncella – de toda la vida. Y aquella, más ancha que larga, le espetó :

¡ Dígale usté al barbichoto que le dé un tiento con lo de mear!.

¿ Con lo de mear, Robustiana?- musitó, esperanzada , Doña Rosita.

Sí, sí. Con lo de mear. Dígaselo así , que él, si no es tonto del culo, lo entenderá.

Por desgracia para Rosita, su acarajotado esposo debía ser tonto por los cuatro costados, puesto que, a la mañana siguiente, la "virgo intacta" seguía igual de virgo, aunque no del todo intacta : amaneció con una brecha desde el cogote hasta la frente, que talmente parecía una sandía demasiado madura.

Pero… ¿ qué le ha pasado, señorita ? – horrorizóse la fámula al ver tamaña raja en el coco de su doñita.

Pues nada, que te hice caso y le pedí – muy mimosa – que me diese con lo de mear.

¿ Y …?

¡Que me atizó con el orinal de tiesto que tenemos bajo la cama!.

Marchóse la Robustiana haciéndose cruces por el grado de suma gilipollez del esposo de su ama. Estuvo todo el día dándole vueltas al asunto, puesto que ella apreciaba muchísimo a Rosita y sospechaba que, de seguir así, su amita estaría entera y verdadera por los siglos de los siglos. Por la noche, mientras su novio le pegaba unos cuantos meneos en su lecho de exdoncella, le vino a la mente una idea salvadora. Tenían que someter a una prueba de fuego al barbichoto.

La pareja estuvo cuchicheando hasta bien entrada la madrugada. Una vez estuvo todo atado y bien atado, el novio de Robustiana se marchó para preparar todo lo necesario para llevar a cabo el plan urdido.

Al día siguiente, Doña Rosita volvió de misa pálida como una muerta, nerviosa como una epiléptica, asustada como una niña. Despavorida urgió a Robustiana para que llamase a la policía, puesto que – un embozado – acaba de raptar a su Aniceto. La criada, más fresca que una lechuga, le dijo que no se preocupase, y que todo formaba parte del plan que ella había preparado con su novio, para asegurar el futuro de su ama. Rosita, sin entender mucho la cosa – no destacaba, precisamente, por tener muchas luces – aceptó como buena la idea de su criada ( aún sin saber exactamente en qué consistía el invento ).

Pasaron las horas y, a la madrugada siguiente, llegó el pobre Aniceto ojeroso y ceceante

¡ Zeñor, Zeñor, que zuzto que he pazado !. – decía solamente, sin que nadie le sacase ni una palabra más de su pequeño cuerpo.

Se acostó de inmediato, entre tiritones de frío, no sin antes cambiarse de ropa interior , puesto que la que llevaba la había traido adornada de " reliquias " marrones.

En la cocina, Doña Rosita y Robustiana esperaron al novio de esta última, que no tardó en llegar.

Señora – dijo el mozo en cuanto entró – Creo que cuando casó con Don Aniceto, le salió el tiro por la culata.

¿Y eso?.- contestó, muy compungida , la pobre Rosita.

 

Pues mire, yo le diré los hechos, y usted saca sus propias conclusiones. Como ya sabrá, yo era el embozado que rapté a su esposo. Rápidamente lo trasladé a una casita cercana, donde vive una hermana mía, viuda y con cuatro hijos adolescentes. Nada más llegar lo metí en el dormitorio y lo desnudé totalmente ( sin que él me viese la cara, por supuesto ). Allí lo dejé, temblando de miedo y en pelota picada. Entró mi hermana, y sin decir ni una sola palabra, le dio a beber una infusión tranquilizante, con unas gotitas de una pócima que levanta la libido. Antes de salir, mi hermana le colgó de su miembro viril una campanita de plata, y le hizo unos cuantos arrumacos. Según me dijo después, hasta llegó a ponerle las tetazas contra la cara; pero Don Aniceto ni se inmutó. Luego, mientras ella y yo espiábamos por el ojo de la cerradura, fueron entrando mis sobrinas , de una en una , y lo toquetearon por todos los sitios, haciéndole procacidades que no quiero describir para no herir sus virginales oidos. Todo aquello no sirvió para nada. Don Aniceto era un Santo de altar. Por fín, decidimos darnos por vencidos, y le dijimos a mi sobrino Pedro ( que acababa de volver de su trabajo en la obra ) que le diese la ropa a Don Aniceto, puesto que lo tendríamos que devolver a su casa. Entró el mozo y , a los pocos segundos, oimos un campanilleo de tal calibre que parecía que estábamos en misa .

¿ Y … qué más ?- preguntó Rosita sin volver de Babia.

 

¡¡ Mujer… ¿ de verdad no lo ha captado? !!-dijo Robustiana ahogándose de la risa.

Pues … no.- musitó la doña , por lo que la criada le agarró la oreja y le soltó un par de parrafadas. El blanco rostro de doña Rosita , se tiñó de rosa, luego de bermellón y terminó con un verde bilis que no le sentaba nada bien.

Una vez despejadas todas las dudas, Rosita agarró una navaja de dos palmos ( herencia de cierto antepasado bandolero) y, sacando coraje de su burlada entrepierna, se abalanzó como una tromba hacia la alcoba conyugal. Gritos no se oyeron ( porque Rosita no era gritona ), pero media hora después el badulaque ya estaba camino de la estación , con la orden inapelable de que jamás volviese a poner la sombra de sus pestañas a menos de 500 kms. de donde estuviese su intocada esposa.

Aquella misma noche, en la alcoba de Rosita se oyó un campanilleo. Y no era el fantasma de Aniceto, sino el cuerpo espeluznantemente hermoso del albañil , sobrino de Robustiana, que acudió solicitado por la "abandonada" Rosita.

A muchos kilómetros de allí, en el cambio del tercer tren, el moreno revisor se dirigió, muy solícito, al barbichoto de pestañas tupidas que lo estaba abrasando con la mirada :

¿Billete, señor?.

¡ TILÍN, TILÍN, TILÍN!

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