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La petición de mano

en Hetero: General

LA PETICIÓN DE MANO

Adolfito Pim es un buen muchacho – un poco corto, eso sí – pero con muy buen corazón. Sus amigotes le dan consejos para que sea más lanzado, sobre todo con las chicas, y le ponen al corriente de cómo se tiene que comportar con ellas ( si tiene la ocasión alguna vez en su vida ). Ya casi tiene treinta años y nunca tuvo novia antes. Es un chico algo enclenque, aunque no le falta buena presencia. El pelo le comienza a clarear en el occipital ( eso es corriente entre los varones de su familia ), sus profundas ojeras lo delatan como ferviente onanista, y un ridículo bigotito con cuatro pelillos trashumantes le dan a su rostro, ligeramente pálido, un aspecto un tanto patético. Es de buena familia. No tienen muchos posibles, pero un buen pasar. Y está locamente enamorado de Fifita, la hija mayor de Don Nicomedes Gargantúa, más conocido en el pueblo como Don Bigotón.

Don Nicomedes – o Don Bigotón, como prefieran Vds. – tiene muy malas pulgas. Es rico, muy rico; pero su riqueza se la ha ganado a pulso, trabajando de sol a sol en su almacén de coloniales que heredó de su difunto padre. Allí puedes encontrar cualquier cosa que necesites de allende los mares. Sus empleados lo temen como al mismo demonio, aunque – en el fondo – no es excesivamente mala persona . Sus cejas negrísimas forman una gruesa línea recta de un lado a otro de su rostro, y enmarcan unos ojos feroces y taimados, que descubren que su poseedor es capaz de cualquier cosa, repito : de cualquier cosa, por conseguir su propósito. El que fuere. Su sobrenombre le viene de un lujuriante matorral de pelos que le crece sobre el labio superior, apenas dominado por la tijerita incansable de Doña Lola, su esposa.

Esta tarde hay una frenética actividad en casa de los Señores de Gargantúa : hoy vienen a pedir la mano de Fifita, la hija mayor de Don Nicomedes . La noticia revolucionó la casa hace apenas una semana : "Fifita tiene novio ". Todos contuvieron la respiración en la vetusta casa, pues ya daban por imposible "colocar " a la poco agraciada hija mayor de Don Bigotón. La pobre nena había sacado la peor herencia genética de cada parte, y así conjugaba la debilidad capilar de Doña Lola ( que hacía varios años que ya gastaba peluca ) con un incipiente bozo ( bueno, seamos sinceros : poblado bigote ) herencia directa de su padre. Tras varios años de probar cremas y potingues, masajes, aguas benditas y vísceras machacadas de peces exóticos … se llegó a la triste conclusión de que solamente una solución drástica pondría remedio a tan peludo asunto: Desde las últimas navidades, Fifita se afeita el bigote todas las mañanas, dándose cuatro pasadas ( dos con una hoja simple y otras dos con una doble ). Muchas veces no le hace falta remojar la brocha para extender el jabón : son suficientes los gruesos lagrimones que anegan mejillas y bigote de la desdichada.

Resignada a vestir santos, Fifita se sienta cada domingo por la tarde junto al gramófono –da lo mismo en qué casa se celebre el guateque – encargándose ella de cambiar cada placa cada vez que se termina. Su mirada lánguida flota sobre las parejas que se hacen arrumacos en el centro de la "pista" ( vigiladas , eso sí , por los ojos incansables de la típica tía solterona que hay en cada hogar ). Fifita piensa – muy triste – que pronto será una de ellas. Ya se ha descubierto a sí misma varias veces, tomando las medidas ( mentalmente ) al San Antonio que hay en la parroquia, para hacerle un nuevo hábito.

De hecho, ya se le consideraría incluida en el selecto grupo de Vírgenes para la Eternidad, sino fuese por el testamento de su abuelo. Sí, su abuelo Aniceto, padre de Don Nicomedes y propietario del establecimiento de Coloniales , que dejó indicado textualmente en sus últimas voluntades ( seguramente ya se olía la tostada al ver las pocas gracias de su nieta preferida ) que :" toda mi herencia pasará a manos de la Iglesia si no se casa antes mi nieta mayor Fifita , que mi nieta pequeña Vaginela ". Parece ser que, el abuelo listillo, se imaginaba que Fifita ( callo mayor del reino ) no podría casarse salvo que la familia pusiese mucho empeño en ello. Caso contrario que Vaginela, la cual, desde su más tierna infancia – en la que fue elegida "Bebé más hermoso de todo el Condado " ya no había parado de ganar premios de belleza. Y , en paralelo a los premios ganados, crecía su fama de putón verbenero, que traía en vilo a sus padres. Estaban locos por casarla. Y pronto.

Por eso pusieron TODO de su parte para allanar el camino de Adolfito desde aquella tarde, en una casa anónima, junto al indispensable gramófono , en que se conocieron – previa colaboración indispensable de las solteronas de turno- poniendo placas ellas y él dándoselas mientras la miraba con ojos de batracio. Muy tímidos los dos, apenas se hablaron. Ninguno quería sonreir mucho, para que no se le escapase por entre los dientes la dichosa halitosis. El le miró fugazmente los senos ( tapados púdicamente con una rebequita rosa ) y ella se sonrojó, muy sofocada, al rozarle fortuitamente la bragueta. Tal atrevimiento por parte de ambos les llevó a lo siguiente : Adolfito almidonó una noche más el delantero de su pijama y Fifita silbó el Sitio de Zaragoza mientras se afeitaba al día siguiente.

La relación estaba en marcha. Se intercambiaron ñoñas notitas de amor. Se cogieron de las manos ( fugazmente ) en la rosaleda del jardín de la iglesia. Se besaron ( con los labios muy apretados, por lo de la mutua halitosis ) en el portal de casa de Fifita…Hasta semanas después, Adolfito no se atrevió a mostrarle su "cosita" a la sombra de un jazminero. A ella se le desorbitaron los ojos … y extendió la mano, ansiosa de sentir en su palma , por fín, el objeto de sus ruegos diarios a San Antonio ( Santo Patrón, por si no lo saben Vds., de las jovencitas casaderas que anhelan novio ).

Los padres de Fifita hacían planes de futuro acostados en su lecho matrimonial. ¡ Sus dos hijas casadas, por fín ¡. Nietos, honorabilidad mantenida, herencia asegurada … Hicieron un pacto de sangre para hacer TODO , ABSOLUTAMENTE TODO, lo que estuviese en las manos de ellos, para conseguir que cuajase el noviazgo de Fifita. La orden era : no auyentar al pardillo. Retenerle COMO FUESE.

Y así están los ánimos. Hoy es el día "P" ( pedida ). Desde que alboreara la madrugada todo el servicio de la casa ha estado fregoteando, limpiando el polvo, restregando, sacando el brillo a platas y bronces… Las mujeres de la casa habían partido en tropel para ponerse guapas.( Bueno, Doña Lola se quedó lavándose la cabeza en casa mientras la peinaban en la peluquería.). Los de la confitería del pueblo habían trabajado a destajo, preparando canapés dulces y salados, frivolidades, pequeñas pizzas ( con o sin aceituna : a Don Nicomedes le daban un asco horroroso las olivas, enfermedad bastante extendida que todavía no se ha tomado muy enserio la O.M.S.). También habían llevado grandes bandejas con merengues ( alguien había dicho que a Adolfito le chiflaban ), palos catalanes, pequeños pastelitos con cabello de angel y un sinfín de lionesas de nata, crema, trufa y chocolate. Los turrones y mazapanes – sobrantes de la última navidad – se colocaron artísticamente en una bandeja de plata. Para beber prepararon una batería de teteras llenas a rebosar de café, té, chocolate caliente, y horchata de chufa de Valencia, amén de licores de todos los colores y graduaciones alcohólicas : desde el suave moscatel a la áspera cazalla; desde la exquista crema de café al afrodisíaco licor de menta. Como colofón, habían puesto , en el sitio de honor, una gran tetera con mate – buscado desesperadamente por todos los herbolarios de la capital - pues, se sospechaba, que a Adolfito le encantaban las cosas procedentes de la bella Argentina ( lo habían oido cantar a grito pelado un tango mientras se duchaba ). A última hora se acordaron de los helados, pero no quedaba tiempo…

Puntual como un reloj suizo, Adolfito toca con dedo tembloroso el timbre del portal de la finca. Le abre, al instante, un servicial portero ( alertado por la familia y pagado generosamente ). Sube al renqueante ascensor, que chirría recordando tiempos mejores. El joven tiembla en su fuero interno, recordando lo que le han dicho de su futuro suegro : que es un ogro, que tiene muy malas pulgas … Adolfito no sabe en qué va a quedar aquella aventura. Ha llegado al 3er. Piso. La encofiada criadita lo espera con la risita tonta. Lo hace pasar entre reverencias, dejándolo unos instantes solo en el hall mientras va a comunicárselo a sus señores. El enclenque pisaverde no tiene los nervios para esperar sentado, así que se pone a curiosear por el pomposo recibidor : unas sillas acolchadas con motivos florales, un gran espejo de marco dorado con angelotes bizcos lanzándose besos, una mesita de palo de rosa cubierta con un tapete de ganchillo… En un extremo del pequeño vestíbulo, surge un largo pasillo que lleva, con toda seguridad, a la zona privada de la familia. Adolfito oye abrirse una puerta y mira con el corazón galopando. Esa ha sido su ruina : quien asoma- procedente sin duda de un cuarto de baño-, es Vaginela, que surge – como Venus de las aguas – entre densas vaharadas de vapor, prácticamente como su madre la trajo al mundo. El batín de seda china con que se cubre los hombros , le cubre solamente eso : los hombros. Los pechos danzan alegremente al ritmo de su paso elástico, perlados de gotitas de sudor, mientras su pubis – tan conocido para muchos – es un imán en el que quedan pegados los ojos desorbitados de su futuro cuñado. La aparición ha durado unas décimas de segundo, suficiente tiempo para que la "cosita" de Adolfito emule al obelisco de la Plaza de San Pedro. El joven cree morir. Sabe que "esa" parte de su cuerpo tiene voluntad propia. Que no bajará de su pedestal por muchos ruegos mentales que le haga su legítimo dueño. ¡ Precisamente en estos momentos ¡.

Aparece Doña Lola por una de las puertas. Su futuro yerno tiene los reflejos suficientes para conjugar cortesía con necesidad y , como un rayo, baja su sombrero hasta la altura de su bragueta. Y allí lo mantiene durante toda la tarde, hasta que – entre sonrisas melosas – se sientan todos ante la bien provista mesa. Don Nicomedes, serio como un botito. Doña Lola , con la peluca un poco ladeada por culpa de los nervios, intenta enderezarla con disimulo con sus enjoyadas manos. Fifita, virginal y ruborosa, rogando a San Antonio que su Adolfito no se percate del diminuto corte que lleva sobre el labio superior ( ¡ tiene que cambiar de marca de cuchillas ¡) . Y lo peor : Vaginela, con un descotadísimo vestido, mirando entre descarada y guasona a su previsible cuñadito .

Don Nicomedes – naturalmente – preside un extremo de la mesa. A su derecha, en el sitio de honor, un sudoroso Adolfito que da gracias al cielo por poder taparse con los largos manteles, de cintura para abajo. Frente a él , Doña Lola haciendo gestos con cejas, ojos y labios, para que su esposo sea más amable y dulcifique la horripilante rectitud de sus cejas. A la derecha de Adolfito, su bienamada Fifita, su tesoro. Frente a ella , marcando busto, la despampanante Vaginela , que no pierde ocasión de enardecer la ya de por sí enardecida ( y erecta ) " personalidad " del invitado.

Transcurre la merienda entre las melifluas conversaciones que se dan en estos casos. Adolfito nota como su moral sube más y más, sobre todo gracias al licor de menta que le escancía sin cesar la alborozada Fifita. Se relaja tanto que, en un momento de locura, busca bajo el mantel la mano de su adorada. No tiene suerte en su empeño. Lo intenta otra vez y otra. Al final, consigue cazar al vuelo una mano, y la lleva presto sobre su abultada bragueta. La mano intenta escabullirse, pero él , férreamente, la mantiene pegada a su tienda de campaña. Al final, claudican los cinco dedos y consienten en posarse sobre su bulto como una paloma temblorosa. Pero , el vencedor Adolfito, se engalla con su victoria y quiere más , mucho más. Mientras intenta seguir la conversación- que su suegra lucha desesperadamente que sea amena- bajo el subsuelo del mantel se libra la segunda e incruenta batalla. Ha conseguido que la mano desabroche su comprimida portañuela y saque, disimuladamente, su faro de Alejandría. Nota el viciosillo las cosquillas que le producen las puntillas del mantel en la punta de su calvo amigo. Aprieta la mano ajena sobre el contorno de su hombría, marcándole el ritmo que ha de seguir. Porfín, se pone en marcha el énvolo y Adolfito se dedica a disfrutar abriendo las piernas como un compás. Oye carraspear a Don Nicomedes y lo mira de refilón, constatando con pánico la mirada fija que tiene posada sobre él. ¡ Si hasta parece que tiene un tic sobre el ojo izquierdo!. Tiembla de pensar que se haya percatado de las maniobras orquestales en la oscuridad. Pero no. La terrible fiera corrupia mira hacia otro lado, aunque el tic le sigue in-crescendo. Fifita lo mira embobada. ( Debe estar maravillada por su calor, dureza, grosor y textura ). Pues , la verdad – piensa machito-man - es muy sabia en estos menesteres mi amorcito. Una sombra de duda cruza como un relámpago la mente machista del masturbado. Pero no tiene tiempo en seguir el hilo del pensamiento porque… ahí viene, ya está aquí… ¡ ya me he venido ¡. El geiser silencioso ha barnizado – a buen seguro – toda la superficie inferior de la mesa. Vaginela lo sigue mirando con su semisonrisa cachonda. Fifita palmotea feliz cuando Doña Lola sugiere una próxima fecha para las amonestaciones. Don Nicomedes barbotea unas palabras ininteligibles mientras toma su café que se le quedó frio. ..

Acabado el ágape, Adolfito busca con la mirada su sombrero . Quiere despedirse, pero no puede levantarse sin ocultar la mancha húmeda de su pantalón. Se lo entrega en mano el propio Don Nicomedes, que lo sigue mirando con ojos como puñales.

Cuando Adolfito enfila hacia la salida, la voz bronca de su suegro le hiela la sangre :

Adolfo, haga el favor de venir un momento a mi despacho.

Si señor ( susurra Adolfito con un hilo de voz ).

Entran en el despacho , todo forrado de maderas nobles y presidido por un busto del abuelo. El joven se encomienda a todos los santos. Seguro que Don Nicomedes ha notado los trabajos manuales de Fifita y quiere lavar su honor con sangre… El bigote de Don Bigotón está erizado como pelaje de gato de pajar. Cierra tras de sí de un portazo y, sin mirarle a los ojos ( más bien mira para el busto del abuelo, como dándose ánimos ) le dice con voz que tiembla por la furia contenida :

Mire usted, Adolfo. Hoy he consentido en hacerle lo que quería , porque era la primera vez y tengo mis motivos para llevarle la corriente. Es un pacto entre mi esposa y yo. Pero no se crea que esos alivios serán cotidianos, porque tendré que darle calabazas. Venga usted arreglado de casa.

 

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