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Los Cortos de Carletto: ¡Hambre!

en Textos de risa

LOS CORTOS DE CARLETTO : ¡ HAMBRE !

El vagabundo astroso bajaba por la pendiente con andares charlotescos. Menudo y desgreñado, daba la impresión de llevar encima toda la porquería de la ciudad. Las escuálidas mejillas, todavía parecían más hundidas en contraste con una gran narizota que hubiese hecho las delicias de Quevedo. De su , antaño, prominente dentadura, solamente quedaban algunas piezas medio carcomidas por el sarro. Dos tristes muelas, aburridas por las pocas visitas que recibían, haraganeaban en la inmensidad de las encías esperando la próxima pleamar de saliva. Carpanta ( así se llamaba el interfecto ) tenía – como siempre – mucha hambre.

Llególe un perfume nauseabundo ( que a él le pareció gloria bendita ) producido por un mísero fuego en el que se asaba ( o quemaba ) algo comestible. Redoblaron los tambores de sus tripas, avanzaron los tsunamis de saliva , babearon sus comisuras desdentadas … Allá abajo, protegido bajo el puente , su amigo Protasio, su colega, su hermano de desdichas , se preparaba para ¡¡ COMER !!.

El tal Protasio era grandullón y desgalichado, con una cabeza idéntica a un melón ( por dentro y por fuera ), y más feo que pegar a un padre con un calcetín sudado.

Entre cuatro cartones , el "cocinero" había prendido una pequeña hoguera y, sobre ella, utilizando un alambre oxidado como espetón, sujetaba – ensartado – a un minúsculo gorrión.

Carpanta vio el cielo abierto. ¡ Comida abundante !. ¡ Dios aprieta pero no ahoga !.Tras tantas semanas de ayuno, ahora, de repente, ese gran festín que – a buen seguro – su amigo compartiría con él.

¡ Protasio, amigo del alma !- graznó el iluso, con el garganchón reseco .

¡Hummmm! – contestó Protasio dándole la vuelta, con amor infinito, al pobre pajarillo que estaba chamuscando con plumas y todo.

Oye, Protasio , ¿ Qué comemos ? - babeó Carpantanta , ajustándose al refrán de "Más vale llegar a tiempo que ser convidado ".

¿Comemos?. ¿ Cómo que "comemos"?. ¡ Comeré yo, que el ave es mía!.

¡Roñoso, mal amigo! – vociferó Carpanta al sospechar que , ese día, tampoco iba a sacar su estómago de penas. ¡ Buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! – sollozó un poco mientras miraba por el rabillo del ojo al grandullón.

Oye, no llores – dudó el tontorrón, pues todo lo que tenía de grande lo tenía de buena persona. ¡ Vale, vale !, te invito a comer. ¡Pero me pido las pechugas!.

¡Lo que tú quieras !. – concedió , generosamente , el ladino convidado-¡Prepararé , mientras, la vajilla!

Sobre la marcha , el sagaz Carpanta estaba calculando – a ojo de buen cubero – la parte que le tocaría. Y , la verdad, pensándolo fríamente, no era mucha.

Iluminado , de repente, por su inteligencia preclara, díjole a su amigo :

¡Protasio, he tenido una idea !

¡He dicho que las pechugas para mí ! – se atrincheró en su feroz negativa , dominado por la gula.

¡No, no me refiero a la partición del manjar, sino a sacarle el provecho de ciento por uno !.

¿ El quéeeeeeee ?. – perplejóse el tontolhaba sin entender ni "mu".

¡ Qué podemos hacer un negocio que nos reportará bienes tangibles , los cuales podremos usar diariamente para aplacar nuestros alaridos estomacales !.

¡¡ Ah, bueno !! – se tranquilizó Protasio ( quedándose en Babia ).

 

Prepararon el "asado" sobre un plato de porcelana descascarillado , adornándolo con todo esmero. Con unos brotes de alfalfa rodeando el cuerpo y una ramita de perejil prendida en el pico , el pajarito chamuscado parecía la paloma de la Paz después de la "Cumbre de las Azores" . Luego, buscaron comprador.

Como siempre hay quienes están peor que nosotros, Protasio y Carpanta encontraron a otro desdichado con mucha más hambre que ellos. Y quiso la Buena Fortuna, que una vieja – y cegatona – beata , le acabase de dar un moneda de un valor bastante superior al que le hubiese dado la buena señora ( de haberse dado cuenta ). Total, que el ave suculenta pasó a manos del mendigo y su moneda – todavía caliente de la faltriquera hedionda de la viejarranga – pasó a propiedad de los negociantes.

Conseguido el segundo punto de su plan ( el primero era convencer a Protasio ), Carpanta corrió hacia una tienda de ultramarinos para mercar un delicioso y grueso salchichón. Protasio hacía palmas con las orejas, rechinando los dientes , para pulirlos bien, antes de atacar aquella maravilla. Pero no. No era , tampoco, el salchichón el ágape a digerir aquél día.

Torció el morro Protasio, mientras Carpanta le ponía la mano en la bocaza y escondía aquella suculencia perfumada , apartándola de la vista de su amigo.

¡Paciencia, Protasio! – dijo Carpanta usando su tono más melifluo - ¡ Pronto nos hincharemos de comer … y gratis !.

¡ Si no lo masco , no lo creo !- protestó , gemebundo, el pánfilo.

Llegaron , entre tanto , a un restaurante muy finolis. El encargado, naturalmente, no les quería dejar pasar. Ellos, erre que erre. Por fín ( y porque estaban esperando otros clientes ), los llevó a un rincón , tratando de ocultarlos – lo más posible – a la vista del resto de la clientela. Sin sentirse ofendidos en lo más mínimo, Carpanta y Protasio pidieron lo que querían ( que era mucho, para la mirada susceptible del camarero , y muy poco , para el hambre que traían ). Comieron , comieron y comieron.

Protasio, una vez aplacada el hambre, comenzó a temer por la forma de pago : no llevaban un ochavo, puesto que se lo habían gastado en el salchichón. Le comunicó a Carpanta su pesadumbre, y éste, ni corto ni perezoso, le hizo partícipe de su espléndido plan.

Tras terminar los postres , ambos amigos miraron el abarrotado comedor : señoritas solteras; viudas resecas de mirada lúgubre; alguna pareja que tomaba el té con el meñique extendido… ¡ Perfecto !.

Con gran parsimonia, Carpanta procedió a desabrochar su bragueta , haciendo que asomase por ella una buena parte del salchichón comprado hacía un rato.

Después emitió un horrísono regüeldo, haciendo que todos los presentes – incluidos los camareros – se volviesen , sobresaltados, hacia ellos. Aquella fue la señal para Protasio, que se arrodilló entre los muslos de su amigo , y – amorrando la cabeza – procedió a atrapar con los labios la punta del salchichón .

No tuvo tiempo Protasio de chupetear demasiado : los sacaron a empellones, entre gritos y desmayos de la concurrencia. Naturalmente, sin pagar.

***

Oye Carpanta – dijo Protasio semanas después .

Dime, Protasio – contestó el gordo vagabundo escarbando un trozo de jamón prendido de una muela.

Pues que , después de haber protagonizado dos "funciones" diarias, a lo largo y ancho de toda la ciudad, durante más de dos semanas… creo que debíamos comprar otro salchichón. El primero que compramos ya está muy desgastado.

¿Salchichón?. ¿Qué salchichón?. ¡ Si aquél me lo comí la primera noche !.

 

Carletto.

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