SOLTERONA
Doña Purificación Mazcuñán de los Pinos Talados, Doña Pura para la plebe, Purín para los íntimos. Cuarenta y tres años muy bien llevados. Cabello rubio, inmensos ojos azules, boca sensual a la que un perenne rictus amargo le quita algo de belleza. Su cutis es blanco, casi nacarado. Jamás un rayo de sol osó traspasar las enormes alas de su anticuada pamela y ella alardea de tener la tez más blanca que ninguna otra mujer del pueblo. Aún conserva la esbeltez de sus mejores años. Es coqueta pero tímida. Esa timidez desesperada de las mujeres que ven pasar ante ellas el tren de la vida sin saber con qué vagón quedarse. En su juventud tuvo varios admiradores. Era bonita, y rica. Pero entonces tenía las dos Cancerberas que auyentaban a cualquier pantalón que osara
pulular por los alrededores. A su altura ( soltero ) sólo estaba el hijo del Farmacéutico. Y era sarasa. Nada que hacer.
Y Purín se acostumbró a mirar siempre hacia el suelo cuando se cruzaba con un hombre. Durante unos meses, su corazón latía con fuerza al atravesar el camino que la conducía hasta su chalet. Era cuando los picapedreros estaban arreglando los baches de la vieja carretera. Eran forasteros y no la conocían claro por eso se permitían aquellos silbidos, aquellas frases soeces que le hacían vibrar la entrepierna y acudir sofocada al confesionario de D. Anselmo, el viejo Párroco. Una mañana se sorprendió así misma arreglándose con más esmero, eligiendo más coqueta la ropa que debía llevar a Misa de ocho . Esperaba ver a los picapedreros y , en concreto, a su capataz Matías, el hombre más guapo que jamás había visto Purín en carne y hueso ( porque los del cine no contaban ). Era un hombretón de pies a la cabeza, que manejaba a su cuadrilla con voz firme pero sin gritar. Jamás le oyó levantar la voz. Nada más que aquella tarde, aquella terrible tarde en que se enfrentó con Doña Juana ( la madre de Purín ) y con Doña Josefa ( la terrible tía solterona, medio virago, que no quería consentir que su sobrina tuviese en la vida más suerte que ella ). Apenas habían intercambiado unas frases, pero con sus miradas lo decían todo. El la respetaba ( aunque la deseaba, saltaba a la vista ) y la saludaba con voz ronca, profunda, que hacía humedecerse la braguita de Purín con solo oirla. Los encuentros se hicieron cotidianos. Hasta la acompañó una vez a la puerta de la Iglesia. Pero, al final, habían tomado cartas en el asunto las Cancerberas. Sibilinamente permitieron a Purín que lo invitase a merendar " para conocerlo mejor". Una vez en el terreno de ellas, sentado muy rígido dentro de su traje endomingado, con la tacita de té perdida dentro de su enorme mano, Matías tuvo que escuchar los alagos primero, después las salidas de tono y finalmente los insultos que le lanzaron como locas las dos viejas. El respondío como el hombre que era, pausado y cortés. Hasta que Doña Josefa le mentó la familia y él se revolvió como si le hubiese picado un alacrán y , por no alzarle la mano, le alzó la voz de tal forma que tintinearon en el aparador las cristalerías de Murano.
Dos días después se marcharon los picapedreros, y con ellos Matías. Su Matías. Que le imploró por activa y por pasiva que se marchase con él. Que le importaba un pimiento si la desheredaban. Que él era muy hombre para ganar el sustento de su familia Pero ella, entre sollozos, vió alejarse el camión , mientras atendía a su madre que había sufrido un amago de infarto. Aquella noche deshizo la maleta , poniendo otra vez su ajuar en los cajones de las cómodas, del que no volvió a salir jamás.
Con el tiempo , las Cancerberas la fueron dejando sola. Ley de vida. No las lloró.
Doña Pura canta en el coro de la Iglesia. Tiene una voz fina, muy educada. Sobresale sobre todas las demás el día del Santo Patrón, cuando viene un músico organista para acompañar al coro y un Orador Sagrado lanza pestes sobre la vida actual desde el púlpito de mármol negro. Doña Pura también dirige el Santo Rosario todas las tardes, y es Presidenta de la Adoración Nocturna. Preside también la mesa petitoria contra el cáncer o cualquier cosa sobre la que haya que pedir. Pero su día preferido es el de la Inmaculada. Su onomástica. Ella en el centro de las dos filas de fieles que chorrean cera con sus velones, toda de negro con su peineta y su mantilla de encaje. Las medias negras, los pequeños guantes de hilo, negros. Solamente lleva sobre el pecho el escapulario blanco y azul distintivo de las Hijas de María. Sobre su rostro, sin asomo de colorete, destacan los labios con un discreto toque de carmín. La banda de música desgrana piezas religiosas al final de la procesión. En su boca se dibuja una semisonrisa enigmática. Nadie sabe porqué. Ella sí.
Ocurrió en los ensayos del coro. Ella, naturalmente, estaba en la primera fila, como solista que es. Detrás las voces profundas de los barítonos. En un momento determinado, Doña Pura, debido al calor, al perfume del incienso o lo que fuere, sufre un vahido que la hace dar un paso hacia atrás, tocando accidentalmente con su trasero el bajo vientre del joven Notario, recién llegado al pueblo y muy aficionado al canto sacro. El la ayudó rápidamente, pero no pudieron evitar unos segundos de contacto entre las nalgas de ella y un durísimo "objeto " que tenía el joven aproximadamente en la ingle. Ella se sofocó aún más. Tanto que tuvieron que dejar el ensayo para otro día.
Pero , desde entonces, tras muchas noches de insomnio en las que ella estaba excitada y no sabía porqué, buscó el contacto ella misma. Y nunca se sintió defraudada. Allí estaba él con su bulto, pareciendo que se alegraba mucho de tenerla delante. Y ella quería imaginarse como sería "aquello". Pero no podía. ¡ Nunca había visto una ¡. Porque lo que había visto aquella tarde, al salir del Rosario, cuando el pastor orinaba junto al bebedero del ganado realmente no había visto nada. Solamente un gran chorro de orina saliendo bajo una mano que se tapaba pudorosamente. Y aquella otra vez, en las afueras del pueblo, cuando creyó ver que la criada de los López aquella chica tan descarada empuñaba no se qué por la bragueta de su novio Nada de nada.
Como él no se decidía a dar el paso ( si, si, ya sabía Purín que él era casado y que pronto vendría su mujer al pueblo ), ella comenzó a acorralarlo, loca , sin pensar en lo que hacía. Le había entrado tal hambre de macho que no le importaba que hablaran de ella, ni hacer el ridículo, ni nada de nada. Comenzó a maquillarse más exageradamente. Las barras de carmín le duraban una semana, de las veces que se las pasaba por los labios. Comenzó a usar tacones más altos, que hacían cimbrearse llamativamente sus todavía prietas nalgas. Desechó los vestidos monjiles que llevaba desde los tiempos de las Cancerberas y visitó la "tienda de modas " del pueblo, exigiéndoles que le sirvieran la ropa que ella misma había seleccionado mirando revistas. Sus escotes comenzaron a llamar la atención. Y las ojeras de insomnio le llegaban hasta el suelo. El Notario no picaba, o no cedía. ¡ Pero si siempre la llevaba dura cuando estaba cerca ella!.
Decidida a arriesgar el todo por el todo, habló en privado con el director del coro. El hombre cedió a sus pretensiones de que formaran un duo ella y el Notario. Así tendrían que ensayar más veces y ellos solos. Aquí ya se desmadró la cosa. Las noches que tenían ensayo de duo, Doña Pura llegaba a la Iglesia vestida poco menos que una prostituta. La cara le brillaba, más pintada que una puerta. El corazón le salía por la boca cuando él se ponía a su lado. Ella miraba por el rabillo del ojo a su entrepierna.:¡ Ya estaba otra vez ¡ ¡ Duro como una piedra ¡. Lo cogía de la mano , simulando que era imprescindible el contacto para ensayar correctamente. El, intuyendo algo, intentaba apartar su mano sudorosa. Y así, noche tras noche.
Quiso el destino que cierta noche , a mitad del ensayo, tuvo que marchar el director por una necesidad imperiosa. El que tocaba el órgano, aprovechó para salir a fumar un pitillo. Quedaron los dos . El sin saber que decir. Ella resoplando como una locomotora, notando sus jugos que mojaban ya las ligas. Comenzó una conversación banal, no sabía ni de qué. Y comenzó a acorralarlo entre el órgano y el púlpito. El Notario no entraba al trapo. Y sin embargo el miembro le iba a reventar el pantalón. Doña Pura, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, queriendo terminar aquella agonía, le echó mano a la entrepierna, abarcándole todo el bulto con su crispada mano. El quedó mudo, sin saber como reaccionar. Incapaz de decirle a aquella señora mayor, a Doña Pura, a la persona señera del Pueblo, a la crem de la crem que no le desabrochase los pantalones. Cayó ella de rodillas ante él. Sus manos le bajaron bruscamente los pantalones hasta las corvas, casi arañándole, y su mejilla maquillada dejó un rastro de color en la albura del calzoncillo del joven Notario. Ella apretaba su cara contra el bulto enorme, lo seguía con los labios, le echaba el aliento perfumado por el anís que se había tomado antes de ir al ensayo. Por último, dispuesta ya a llevarse a la boca cualquier maravilla que tuviese el macho para ella, bajó también los calzoncillos encontrándose con una prótesis para la hernia inguinal que padecía el Notario desde hacía varios años.
Gritó como una loca Doña Pura, muerta de vergüenza, corriendo desesperada , a tropezones por las baldosas desiguales del templo.
Carletto