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Los Cortos de Carletto: La Insistencia

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LOS CORTOS DE CARLETTO : " LA INSISTENCIA"

Conducía meditabundo el sacerdote hacia su nuevo destino. Nada sabía de aquel pequeño pueblo donde lo había destinado el Obispo. Oficialmente, no era un castigo ; pero , realmente, él sabía que sí. Lo tachaban de duro. De inflexible. De no dar el brazo a torcer jamás. Esa era su cruz. Por mucho que lo intentaba, siempre caía en el mismo pecado. Ahora, lo habían tirado a cajas destempladas de aquélla Parroquia tan próspera, donde no le faltaba de nada. Con una feligresía abundante y muy generosa. Los cepillos de la iglesia estaban a rebosar. La colecta, cada domingo, era una maravilla. Todo marchaba sobre ruedas. Hasta que se topó con Doña Filo, la Gran Beata, la Beata Suprema. Con ella, el dicho tan castizo de "Con la iglesia hemos topado" se convertía en "Con la Filo hemos topado". Tuvo la mala, malísima suerte, de llevarle la contraria , en cierto tema relacionado con el Culto, a Doña Filo. Y, allí ardió Roma : Doña Filo, que no. Y él, que sí. Se movieron las fuerzas vivas y muertas del pueblo, para convencer al Párroco. Pero él, como buen aragonés, no dio su brazo a torcer : cuando creia que la razón estaba de su parte ( y lo creia casi siempre ), ya podía venir el Papa en persona, que, él , erre que erre.

No fue el Papa, sino una carta del Obispo. Pero él, siguió en sus trece. ¡ Era cuestión de honrilla! .

Ahora, allí estaba, con su honrilla incólume , y con un nuevo destino, en un poblacho perdido de la mano de Dios.

Pensando en ésta y otras cosas por el estilo, vió en el arcén de la carretera, a un muchacho, vestido de militar, que le hacía señas de que parase. Paró el cura, cejijunto, y le preguntó lo que quería. Contestó el muchacho que se dirigía a Villamulos y , como el coche iba en la dirección apropiada, le pedía que si podía acercarlo, lo más posible, al pueblo.

El cura , que no era malo en el fondo, le dijo que subiese con él, pues, precisamente iba hasta el mismo pueblo, ya que era el nuevo Párroco. Subió el zagalón muy contento, y le dijo que él era muy conocido en el pueblo. Se llamaba Manolico. A continuación comenzó a parlotear sobre el servicio militar y sus aventuras en él. De repente, fijándose en un reloj de cadena que llevaba el cura, colgando como si fuese un escapulario, comenzó a alabárselo, diciéndole lo bonito que era.

Sí – asintió el cura, halagado- era de mi padre. Y antes , de mi abuelo y de mi bisabuelo.

Mira que bien – dijo el chico con entusiasmo – pues… podía usted regalármelo.

Se crispó el rostro del sacerdote ( ¿ sería tonto aquel mozo ¿).

Te acabo de decir – dijo el cura intentando no perder la sonrisa – que es un recuerdo de familia.

¡ Sí ¡ ¡ Si ya lo he oido ¡. Pero … ¡como usted es cura, no le hace falta ¡ Me lo podría regalar!.

¡Oye, muchacho ¡ ¿ Acaso estás zurritonto ¿ ¡¡ Que es un recuerdo de familia, y no se lo doy a nadie ¡!

Ya, ya. Si lo entiendo. ¡ Pero como se dice por ahí que los curas hacen votos de pobreza ¡ Me lo podría usted regalar, y así sería pobre de verdad.

Mira bobocoria ( aquí se mordió la lengua el cura, cuyo rostro tenía ya un color violeta muy vistoso ) ¡¡¡ Que no te lo doy, cojones ¡!!. Que los que hacen votos de pobreza son los frailes ¡!!

¡ Ahhh ¡. Dijo el mozo – quedando pensativo unos momentos – De todas formas, como usted tiene cara de bueno y es nuevo en el pueblo… podría regalármelo y yo le diría a todos lo excelente persona que es …

… Y así estuvieron, Kilómetros y Kilómetros. Para postre, pincharon, y , mientras el cura sudaba la gota gorda cambiando la rueda, tuvo que escuchar la monótona letanía de Manolico que, incansable insistía una y otra vez. Y el cura que no. Y él que sí.

Subieron al coche otra vez ( el cura estuvo en un tris de dejarlo en tierra ). Y siguió la tabarra del mozo pidiendo el reloj. Al final, casi sollozando, el cura se arrancó el reloj y se lo dio al otro. Justo en ese momento, tras una curva, apareció el campanario del pueblo. Casi llorando a lágrima viva, roto en sus convicciones aragonesas, el cura entró en la iglesia, echándose de bruces ante el Altar Mayor, pidiendo perdón a Dios por las blasfemias que "in mente" le había dedicado al tal Manolico.

Por la tarde, ya más tranquilo, el cura ocupó su lugar en el confesionario, para recibir a su primera feligresa. Resultó ser una guapa chica, con cara de buena. Comenzó la confesión :

Ave María Purísima.

Sin Pecado Concebida.

Padre, me acuso de reñirme con mi hermana. De hablar mal de mis amigas. De desobedecer a mi madre. De besar a mi novio.

¿ Tienes novio, hija mía ¿

Sí , Padre. Y, tengo mucha vergüenza de decir esto, pero …

Dime, dime , hija mía. Yo te aconsejaré con la ayuda de Dios. Te ayudaré a que seas fuerte, por encima de lo que sea. A que hagas frente al pecado…

¡ Ay, que peso me quita de encima , Padre, al saber que puedo contárselo todo y que usted me apoyará para que no caiga en el pecado ¡. Bueno , pues, mi novio, quiere que le demuestre todo lo que lo quiero, y … quiere que lo hagamos.

¿ Hacer … qué ¿

Pues … el amor.

¡¡¡ Cómo ¡!! – se engalló el cura, pudiendo desquitarse de la espina que tenía clavada desde lo del reloj - ¿ Tu novio quiere acostarse contigo ¿. ¡¡ Dime , ahora mismo, su nombre, porque mañana, en Misa, lo vocearé a los cuatro vientos , para su vergüenza ¡! ¡¡ Jamás conseguirá lo que se propone, el muy pecador ¡! ¡¡ Debes resistir, como un torreón inexpugnable ¡!. ¡¡ No debes ceder a las pretensiones de un mozalbete si escrúpulos ¡!.

Con lágrimas en los ojos, la muchacha musitó un nombre :

Manolico

¿ Manolico ¿- gimió el cura, estremeciéndose – Pues … ¡¡ Date por jodida, hija mía ¡!.

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