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La Finca Idílica (8: Carmen, la Cortesana)

en Interracial

LA FINCA IDÍLICA : ( 8.- CARMEN, LA CORTESANA )

En pelota picada, Carmen anduvo por el largo pasillo, hasta la lejana cocina. En una cazuelita de barro, se freía, a fuego muy lento, un muslo de pollo, ya salpimentado. Estaba ya dorado. Le añadió una cebollita, picada muy fina . En el mortero, machacó dos ajos con una ramita de perejil y cuatro almendras sin piel, echando todo el majado en la cazuela de barro.

Lo revolvió a conciencia , añadiendo una hojita de laurel. Cuando le echó un vasito de vino blanco, el guiso exhaló unos vahos que le hicieron gruñir el estómago. Cinco minutos después, casi consumido el vino, volcó encima del muslo de pollo un vaso de agua. Cuando comenzó a borbotear , picó un huevo duro y , tapando la cazuelita, lo dejó todo cociéndose a fuego muy, muy lento. Una barra de pan de Kg. , recién hecho, esperaba sobre la mesa de madera, para mojárselo – trozo a trozo – en la exquisita salsa resultante. Se relamió los labios, mientras se dirigía a la ducha.

Una voz finísima emergió del cuarto de baño de la hetaira. Parecía como si doña Concha Piquer se estuviese duchando con ella. Sus cuerdas vocales eran un prodigio de la naturaleza : igual te emulaba a la divina española, como se arrancaba con unas rancheras de Jorge Negrete. Y , eso, solo era una mínima parte de sus habilidades.

Volcó medio litro de gel sobre su cuerpo. Cogió un seno con las dos manos, masajeándoselo, hasta que el pezón le gritó que no podía más. Repitió la misma operación con el otro. La alcachofa de la ducha la nimbaba con una nube de agua tibia. La espuma brotaba de su cuerpo, vistiéndola con un largo traje blanco. Dio más fuerza al agua. Ahora caía un fuerte chorro, como el de un semental orinando. Agarró con mano fuerte la ardiente manguera, y dirigió el líquido contra su cuerpo, limpiando todo el jabón. Repiqueteaba el agua en sus duras carnes, restallando como minúsculos latigazos. Con su mano izquierda abrió las valvas de su almeja, para que el agua llegase hasta sus profundidades submarinas. Quedó limpia como una patena.

Carmen, peinaba, morosamente, los pelos de su pubis. Utilizaba, como siempre, una peineta de plata ( perteneciente a la primera Fallera Mayor Infantil de Valencia ) que le había costado un ovario. Pero eso, a ella, no le importaba. Siempre, quería lo mejor de lo mejor. Y , esa pequeña peineta, con sus púas que le araban el Monte de Venus, que le dejaban su ¡ ay ¡ - antaño frondosa – cabellera pubiana, como si acabase de salir del "coiffeur pour dames ", eso … no tenía precio.

Terminada la sesión de peluquería, dio –también – por terminada la lavativa que, con agua de azahar, se daba todas las mañanas. Para tan recomendable acto de higiene personal, Carmen se había hecho fabricar una réplica , en látex , de la verga del ex-famoso porno-star Jhon Holmes, a tamaño natural. El agua de azahar, mezclada con unas gotas de un suavísimo jabón para la higiene íntima, le llenaban los intestinos como si fuese una lavadora. Tras vaciarse – a golpe de pedorretas – quedaba lo más placentero : el centrifugado. El famoso miembro , conectado a un émbolo que imitaba a los de las antiguas máquinas de vapor, la tenía sus diez buenos minutos, con los ojos en blanco. Ya estaba preparada para ejercitar, un día más, su profesión : el oficio más antiguo del mundo.

En el dormitorio que usaba con la clientela ( distinto del suyo propio ), Carmen tenía un vestidor enorme, con cientos de disfraces, según los requerimientos de cada cliente. Miró en su lista, para ver el que debía ponerse : dentro de media hora, llegaría el primero. Hoy le tocaba, a ver, a ver … de sevillana. Buscó en el armario de "trajes folklóricos". Sacó uno blanco, precioso, cuajado de volantes y flecos. Se lo puso en un santiamén, con los aderezos necesarios : collares, pulseras, unas enormes flores blancas para el pelo… Sentada ante el espejo de múltiples bombillitas, se echó una mirada apreciativa. Era hermosa, muy hermosa. Sus ojos – lo mejor de su rostro – podían cambiar, a voluntad de su dueña, desde la candidez de una colegiala virginal … a la dureza de una puta cazallera. También podía tener la expresión de : ama de casa agobiada, de mujer de negocios ( fría y cerebral ), de gilipollas ligerita de cascos, de viciosa ( sensual y caliente )… Últimamente estaba ensayando la de madre incestuosa, y , tenía, a punto de caramelo, la de vecina sorprendida de ver el rabo de su vecino adolescente .

Los labios de Carmen eran gruesos, jugosos, carnosos, chupadores. De negra, vamos. Porque ( no sé si ya lo habíamos dicho ) : Carmen era negra. Pero no de un color negro desvaido, tipo café con leche. No. Negra como el carbón. Negro brillante, hermoso, sensual. Y , claro, sus movimientos estaban acordes con su color. Cada movimiento suyo era un canto a lo exótico, como si su sangre fluyese por sus venas al son de una melodía caribeña, que hacía que sus 150 kgs. de peso pasasen a un segundo término. Ella tenía un ligero sobrepeso. Pero sus kilos de más, los tenía tan bien repartidos, que casi no se notaban. Su trasero era ENORME.

Deliciosamente grande. Pero ella le imprimía un bamboleo tan rico, tan gracioso, tan sexual, que ningún varón – hetero – sobre la tierra, se fijaba en su gordura. Simplemente, cuando lo observabas, te entraban unas ENORMES ganas de penetrarlo, de ocuparlo con tu cosita, con tu dedito, tu manecita… Y se adivinaba tan LIMPIO, con ese aroma a azahar, como si tuviese un ramo de novia permanentemente colgado de su esfínter. Luego estaban sus TETAS. Si, con mayúsculas. Con mayúsculas muy GRANDES. Los pezones eran dulces, como si fuesen la sede de un panal de abejas.

Y, seguidamente, estaba la concha, la almendra, la figa, el chocho, el coño, la albacora, la almeja, la patata, el chichi, el parrús… La vagina, vamos. Aquello era harina de otro costal. Los labios los tenía depilados a la cera. Aquello era … una cordillera de carne oscura, un precipicio de carne rosada, un volcán que emanaba efluvios de canela y pimienta, de hierbabuena, limón y menta. Quién acercaba su nariz por los alrededores, caía en un éxtasis trempante – si era hombre -, y si era mujer, moría de envidia cochina. Y , esa parte, también la tenía de tamaño superlativo, tanto que, si ella quería, podías meter ambas manos y dar tres palmadas, como si llamases al sereno. Sin embargo, tenía tal dominio de su cuerpo, que, de la misma forma que podía relajar los músculos vaginales, podía comprimirlos de tal forma, que te verías en cuentos para meter la punta de un lápiz. Era un caso la tal Carmen. Por eso tenía un "cachet" tan elevado. Era una de las putas más cotizadas de la ciudad.

Sonó el timbre de la puerta. Aquél día libraba la doncella. La cortesana, repiqueteando las castañuelas, abrió con una sonrisa de bienvenida. En el quicio, con una tacita en la mano, un ángel albino le pidió- ruboroso- un poquito de sal. Ella, disimuló su desconcierto. Se había equivocado de disfraz. Hoy tocaba el de ama- de -casa-que-da-sal-al-vecino. Lo hizo pasar a la cocina, diciéndole que esperase un instante. Corrió al dormitorio, quitándose por el camino la parafernalia de gitana. Puso cuatro rulos en su pelo y , desnuda totalmente, se puso un salto de cama, medio transparente, que le llegaba hasta los pies. Enfundó los pinreles en unas zapatillas con pompones rosas, y se presentó en la cocina con la lengua fuera. Observó al cliente que, muy en su papel, olisqueaba por la cocina.

El chico estaba de toma pan y moja. No se explicaba ella como, un espécimen como él, necesitaba los servicios de una profesional. El muchacho llevaba una melenita lisa, muy rubia, casi blanca. El color de su piel era tan blanco, que la luz reverberaba sobre ella. No era muy musculoso, pero se notaba ágil y fuerte. Era tan alto como ella, casi un poco más. Rondaría el 1,90 . Se volvió en ese instante, cruzando su mirada con la de ella. Carmen se estremeció al ver los ojos rojizos del albino. A él , le tembló un poco la tacita en la mano, cuando sus ojos rojos miraron la negra piel de ella. Le volvió a pedir la sal, tendiéndole el pequeño recipiente. Ella, le siguió el juego, tomándoselo y dejándolo sobre la mesa. Luego, dio un paso hacia él, hasta que sus enormes senos rozaron su entreabierta camisa. El, ligeramente ruborizado, dio un paso hacia atrás. Quedó aprisionado entre la mesa de la cocina y Carmen.

Luego, solo vió los suculentos labios de la negra avanzando hacia su rostro. Una lengua carnívora se introdujo en la boca del muchacho, llenándola por completo. Los pechos, como dos almohadones rellenos de plumas, lo empujaban más y más, haciéndolo que cayese de espaldas sobre la superficie de madera.. Las caderas del joven quedaron adelantadas. Obscenamente ofrecidas ante la vista de la "pudorosa ama de casa ". Ella, dejó de comerle la boca , para bajar – dejando un rastro de saliva – por la barbilla, el cuello, las clavículas…Arrancó la camisa , dejando al descubierto el albo pecho, los pezones sonrosados. Siguió con su descenso la morenaza. En cada pezón, le levantó un sarpullido con sus succiones. El estómago del cliente, ligeramente musculado – no mucho – tembló con la lamida. Metió Carmen su lengua en el viril ombligo, quitándole una indiscreta pelusilla .. Ya las manos trasteaban por el cinturón del pantalón vaquero. Bajó ambas perneras de un tirón, quedando admirada por el enorme bulto que formaba la tela del slip. Metió ambas manos por las ingles, palpando la mercancía oculta. Acercó la boca a la liviana tela, mordisqueando a la cobra que dormitaba en su canasto. Cerró los ojos, inhaló profundamente y, a tientas, con los sensibles labios como único guía, atrapó al áspid que rebulló antes de ser engullido.

La boca de Carmen era muy sabia. Su lengua sirvió de lecho a la serpiente que cobraba vida a marchas forzadas. Siguiendo con los ojos cerrados, sus manos siguieron tanteando las bolsas testiculares, encontrándolas inusitadamente grandes. A la par, se encontró con la sorpresa de que, la pequeña vívora, se había transmutado en cobra, para luego pasar a boa constrictor. ¡ Ya no le cabía en la boca, a ella, a Carmen la Cortesana ¡ ¡ No lo podía creer ¡. Abrió los ojos, queriendo ver, además de sentir. Del blanquísimo vientre del muchacho, se erguía ahora una columna de mármol, veteada de azul cobalto. Ella tenía muchas tragaderas ; pero aquello, aquello era de revista porno. Destiló sobre el enorme pollón su saliva super-deslizante. Se amorró a la punta del glande con un deseo tan sincero, que in-mente pensó que aquello no era correcto. No para una puta, que solo debe transmitir sensaciones, sin llegar a sentirlas. Pero, no podía. Era superior a sus fuerzas. Aquel cliente iba a acabar con su carrera. Miraba el falo, entrando y saliendo de su boca, y un murmullo de manantial fluia de su entrepierna. Se dio por vencida. Levantándose , lo cogió del rabo y lo llevó a la carrera al dormitorio. Se tiró sobre la cama, ofrecida, patiabierta, con todas sus carnes desparramadas alrededor.

El, se tiró en plancha sobre ella, rebotando como en un colchón de agua. Luego, se sentó a horcajadas sobre su estómago y , cogiéndole – a duras penas – ambos senos, formó el receptáculo para deleitarse con una sabrosa "cubana". El duro, achampiñonado, sonrosado, babeante glande, comenzó a horadar la montaña. Ella, puso sus manos sobre las de él, para darles la cadencia precisa a sus senos. Entró toda la lanza. Carmen notaba , apoyadas sobre su estómago, las pelotas velludas del cliente. La punta de la lanza, apareció al otro lado, casi tocando la barbilla de la hetaira. Lo nunca visto. La repera. Sacando un poco la lengua, la cortesana lamía a intervalos toda la circunferencia bellotera. Aquello la estaba poniendo a cien. Ya las aguas de su pozo vaginal anegaban las sábanas.

El, despreciando su propio placer, sacó su falo de tan fantástico cobijo y , arrastrándolo negra abajo, se la metió hasta la empuñadura, justo en el centro de la vagina. Cantó Carmen una canción cualquiera de la Piquer. Aquello la desbordaba. La verga del blanquito le llegaba – por dentro – hasta la boca del estómago. Pero, lo bueno, todavía no había llegado. Haciendo no se qué, el albino consiguió engrosar la anchura de su miembro, como hacen las cobras cuando despliegan su caperuza ante el peligro. Sin embargo, ahora no había peligro, a excepción de las uñas de Carmen, que estaban rasgando la delicada piel de las nalgas del cliente. Bufaba la negra . El blanco la atosigaba con golpes de cadera. Sus cojones – pesados como sacos de harina – se balanceaban ante cada envite, consiguiendo un sonido sordo, rítmico, carnoso. Se rompió la voz de Carmen, al sentir el mejor orgasmo de su puta vida. La enorme chorra había conseguido acabar con el tabú de no correrse , jamás, con un cliente.

Tan absorta quedó en sus pensamientos. Tan afectada por este hecho insólito, que casi no se dio cuenta cuando se marchó él, con una tacita de sal.

Sonó el timbre. Acudió ella , derrengada pero feliz, creyendo que era él, que volvía. En la puerta, esperaba un hombrecillo, diciendo no se qué de tardanza. Iba vestido de gitano, con sombrero cordobés y un clavel en la boca.

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