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Los Cortos de Carletto: Disciplina fallida

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LOS CORTOS DE CARLETTO : "DISCIPLINA FALLIDA"

Las horas se derraman sobre los alumnos como olas en un mar de bostezos. Nadie atiende a la estúpida e insignificante Señorita Hyde, profesora de inglés y tutora de los alumnos de ese curso de instituto, tan díscolo, tan falto de atención e interés, tan …

La mujer es mucho más joven de los cuarenta y tantos que aparenta. Con una evaluación rápida hacia su persona, el espectador solo se queda con su pelo poco agraciado, sujeto en un moño, de cualquier forma, el rostro no tiene facciones desagradables ; pero , al ir sin gota de maquillaje, sus labios finos quedan reducidos a una línea difusa, permanentemente apretada, como reprimiendo alguna palabra que no quiere decir. Los ojos se adivinan grandes, aunque las gafas de varias dioptrías los deforman un poco, dando la impresión de estar siempre asustada. Su cuerpo apenas se vislumbra bajo unos vestidos anchos y deformes, sin pizca de gracia ( no digamos elegancia ), de colores tristones y casi monacales. Los suele complementar con unas rebequitas ( de fina lana , en verano, de lana más gruesa , en invierno ) que se las debió tejer su abuela. Las piernas, cubiertas hasta media pantorrilla por el vestido, las cubre – en invierno y en verano – con medias negras. Los zapatos, de tacón bajo, no ayudan – para nada – a incrementar su inexistente glamour.

Los estudiantes la tienen como objetivo para sus bromas : bolitas de papel que nadie ha tirado, dibujos en la pizarra de monigotes con un raro parecido con la "profe", patas de silla medio aserradas, rotas al sentarse ella… Todo con el fín de la risotada fácil, para llevar a la pobre profesora a la indignación, teñida con llanto interior.

Pero, en este día, próximas ya las vacaciones, se palpa algo extraño en el ambiente. La Profesora llegó , como todos los días, con su vestimenta habitual. Les dirigió las mínimas palabras posibles, repartiéndoles ejercicios de traducción , que sacó de su cartera. Pidió silencio. En su tono se notaba algo raro, pero ¿ el qué ¿.

Pocos minutos antes de terminar la clase, ya tenía anotados los nombres de seis de los alumnos. Eran tres chicos y tres chicas. Los de siempre. Los más alborotadores y guasones. Los " guapitos" del curso. Los que arrastraban a los demás a la anarquía disciplinaria más absoluta.

Sonó el timbre. Todos saltaron de los pupitres, vociferando. Los seis anotados, también. Ella los dejó acercarse hasta la puerta de salida. Luego, los fue llamando uno a uno. Quedó el aula vacía, excepto los seis alumnos castigados y la Profesora.

La siguiente clase que tendrían los alumnos, sería la de deporte. Ya iban vestidos para ello : las chicas con tops muy ajustados, mostrando el ombligo ; los chicos , en pantalón de deporte y camiseta de tirantes. La profesora, con una voz que no admitía réplicas, les hizo arrodillarse a cada uno junto a su pupitre, con la orden tajante de no apoyarse en nada, excepto en las rodillas. Así lo hicieron los alumnos, entre risitas nerviosas, pensando cual sería el siguiente paso de aquella chalada.

La profesora, con parsimonia, se subió a la tarima del encerado y , como una experta en strip-tease, comenzó a cambiar su aspecto ante sus alucinados alumnos. Levantó sensualmente sus manos hasta el horrible moño, se masajeó voluptuosamente el cuero cabelludo, quitando uno a uno los ganchos que sujetaban el pelo. Cayó éste sobre sus hombros , y , ella, lo revolvió y agitó en el aire hasta convertirlo en una auténtica melena de leona. Luego, guardó las gafas en un estuche que dejó sobre la mesa. Con un neceser que sacó de un cajón, se maquilló en un instante, perfilando sus ojos verdes e inmensos, dando volumen a sus finos labios, pintándolos de un color rojo sangre que, en contraste con la blancura del rostro, semejaba haber abierto una herida en mitad del rostro. Desabrochó, uno a uno, la larguísima tira de botones del hábito que llevaba por vestido, apareciendo bajo él un corsé que comprimía sus senos, elevándolos a la superficie del escote y mostrando las naricitas curiosas de dos bellos pezones. Bajó de la tarima y se puso junto al pupitre de uno de los más revoltosos. Se sentó sobre la mesa, frente a él, flexionando una pierna y apoyando el pie en el hombro del muchacho. Al estar de rodillas, el chico tenía a dos palmos de su cara la entrepierna desnuda de la Profesora. Ella, extendió los brazos para acariciarse la pierna, arreglándose la media por pantorrilla y muslo, hasta llegar a la blanquísima carne. Se abrochó el liguero. A la nariz del muchacho llegaban los efluvios calientes del sexo de la Profe. Notaba su glande cabeceando por la pernera del pantalón. Miró a los ojos de la Profesora , encontrándose con los de una gata en celo. No se entretuvo más, levantó una mano y la lanzó hacia el objeto de su deseo. Un terrible reglazo en el dorso de su mano, hizo que la retirara, dando un aullido de protesta. La Profesora lo miró sonriente, diciéndole que no con el dedo índice. Pasó a otro pupitre, donde una rubia con cara de ángel y ojos de demonio, se cachondeaba de su compañero. Al ponerse la Profe junto a ella, la muchacha la miró, por primera vez, con admiración. ¡ Era una real hembra ¡. Los pechos casi desnudos de la adulta se acercaron peligrosamente a la boca de la alumna. Un pezón se salió totalmente del escote, a unos milímetros de la lengua de la chica. Esta, casi sin pensarlo, como el que intenta lamer la sabrosa guinda antes de comerse el helado, sacó la lengua… y se encontró una vieja zapatilla a la que lamió la suela. Se oyó la risa gutural de la maestra. Luego, llegó hasta el rincón, donde esperaban los gemelos. ¡ Cuántas bromas le habían gastado a ella, haciéndose pasar uno por el otro, constantemente ¡. Habían sido muy crueles con ella. Ahora, se volverían las tornas. Los hizo desnudarse totalmente y que se mantuviesen abrazados, con los cuerpos muy juntos. Los hizo subir a la tarima, ante la vista de todos. Con una vara flexible, comenzó a flagelarles los tobillos, las pantorrillas, los velludos muslos, las elásticas nalgas, las fuertes espaldas. Dando vuelta alrededor de ellos, sin discriminar. Como si formasen parte de un mismo cuerpo. A cada golpe que les daba, ellos se hundían más y más en los brazos del otro, terminando por buscarse sus bocas hasta fundirse en un beso sin fin. Cuando acabó la tortura y se separaron, los erectos miembros habían dejado su chorreón de semen en el abdomen de su hermano. En algunos puntos, la piel de su cuerpo amenazaba abrirse.

Las dos chicas que faltaban, miraban entre excitadas y miedosas lo ocurrido a sus compañeros. Una era una chica mulata, bellísima, aunque de muy mala leche. Demasiado mimada en casa. La otra, una pelirroja de gesto adusto y cuerpo deslumbrante. La Profesora las hizo tumbarse sobre la mesa junto al encerado. Arrancó ella misma las ropas de las chicas, y luego las obligó a que formasen la postura del 69 . Comenzó la flagelación. Al principio ellas gritaban, sobre todo si la punta de la vara llegaba a darles en la cara interna de los muslos, rozándoles los labios vaginales. Luego, intentaron ocultar sus rostros lo más posible y se hundieron mutuamente en el sexo de su compañera. Los silbidos de la vara rasgaban el aire. Las pieles se estremecían. Las lenguas intentaban calmar el dolor ajeno , transmutándolo en gusto.

Acabada la flagelación al tercer orgasmo de las alumnas, la Profesora llamó junto a sí a los dos primeros, a los que había dejado con dos palmos de narices. El chico estaba furioso. La chica parecía un basilisco. Los calmó agarrándoles los sexos con mano sabia, manipulándolos a su antojo, hasta que estuvieron a las puertas del orgasmo. Hizo ponerse a la chica a cuatro patas, y ella se sentó sobre sus riñones, mirando hacia la grupa. Atrajo al muchacho hacia las ancas de la alumna y , como si guiase a un semental, llevó el joven falo hasta la grieta femenina. Cuando había entrado todo, hizo al chico inclinarse para que le comiese su ofrecido sexo. Uno de los gemelos, acercó su aparato a la boca de la yegua, mientras , el otro, hacia lo propio con el trasero del que la poseía. La mulata y la pelirroja, sin nada que hacer, se colocaron tras los gemelos y , abriéndoles los cachetes de las nalgas, probaron el sabor del sudor anal de un chico de 18 años. Para comparar gustos, cambiaron de ano. Pero el sabor era el mismo : ¡como eran gemelos! …

Desmadejado el montón de cuerpos desnudos, goteando hilillos de sangre, goterones de semen y chorreones de flujo, se abrió la puerta de la clase. Entró la Profesora. La Antigüa. La de siempre. ¿ Cómo podía ser eso ¿. Si estaba allí, con ellos, bajo ellos, sobre ellos. Se rieron las profesoras, las dos. La titular … y la sustituta. Dos hermanas gemelas, que se querían mucho, pero con oficios muy diferentes. La una, modosa y patética, Profesora por vocación. La otra, vividora, exuberante, dueña de un discreto salón de "sado". Con aquello, querían meter miedo a los alumnos, que se comportaran correctamente, de una vez, en las clases de inglés.

Días después, las clases continuaban. La maestra, vestida como siempre, con sus ojos asustados. En la mano una lista de los futuros castigados. Aunque, podía haberse evitado escribir : era toda la clase.

 

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