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Gatos de callejón

en No Consentido

GATOS DE CALLEJÓN

Olga, la puta, masturba eficiente a un vejete pensionista. El hombre jadea apoyado en un báculo de madera pulida, regalo de su nieta. Las múltiples pulseras de Olga tintinean alegres con el ritmo calculado de la pajillera. Tiemblan las piernas del anciano cuando su corto y grueso pene expulsa tres salivazos de semen. La mujer suelta una imprecación y da un paso hacia atrás. Luego saca un pañuelo de papel y se agacha para limpiarse una gota espesa que ha caído en la punta de uno de sus zapatos de charol rojo.

¡ Co…ñio Don Fermín, que los acabo de comprar en el mercadillo!.

¡Perdona, hija, ha sido sin querer !. – pide disculpas el viejo con voz temblona.

Tras abrocharse la olorosa bragueta, renqueante, dice adiós con un gesto a la puta y sale del oscuro callejón hacia el parque de las palomas.

La puta lava sus manos con un botellín de agua mineral. No quiere gastarla toda, puesto que dentro de nada aparecerá el cliente de los viernes, ese que trae a su joven y estirada esposa a la peluquería de la esquina , el que se pirra por una buena mamada por el módico precio de diez euros. Olga nunca comprenderá a los hombres : ¡ con lo maja que es su mujer… y gastarse el dinero con otra !. Cada pareja es un mundo, piensa mientras se lima una uña . En el botellín queda agua suficiente para hacer unas gárgaras.

De vez en cuando lanza miradas satisfechas a sus pies . ¡ Le quedan divinos estos zapatos de pseudo marca !.

***

¡Os digo que sí que quiere! – gallea el granujiento Kevin ante su panda en pleno.

¡No jodas, tío!. Pero … ¿ cuánto pide ?.- pregunta el más práctico.

Cien euros.

¡ Anda, la hostia !. ¡ Eso es mucha pasta !.

¡Hombre, ten en cuenta que somos muchos !.

Ya, ya.. ¡ Pues me parece que va a ser que no!.

¿ Y no nos lo puede dejar más barato ?- pregunta uno al que le va el regateo.

Si es follar, no baja un euro del precio. Otra cosa serían pajas o mamadas. Además, ya nos hace un precio especial por ser grupo.

¡No, no !- protesta uno de los más mayores-¡ Que una paja me la hago yo solo !.

¿ Y las mamadas también te las haces tú ?.- pregunta uno conteniendo la risa.

¡ Tengo mis apaños !- contesta ,misterioso, mientras pide silencio con la mirada a Renato , el más fino del grupo.

¡Queremos meterla en caliente! – vocean los dos gemelos pelirrojos.

¡Eso, eso ! –cabecea el más bestia del grupo ¡¡ Quiero FOLLAR !!.

Todos sin excepción ostentan abultamientos significativos bajo los jeans ceñidos. Quizá Renato, está al palo por contemplar los empalmes ajenos. El se lo sabrá.

Deliberan largo rato. Hacen cuentas y no les llega – con lo que tienen- ni para una tercera parte de lo que pide la puta. Quedan mohinos, porque – quien más quien menos- se habían hecho la ilusión de catar a una hembra de verdad.

Jaime, uno de los gemelos pelirrojos – el más listo sin duda – lanza una exclamación y pide a los demás que se acerquen. Juntan las cabezas en un corro sudoroso. La testosterona habla por la garganta del muchacho. Silencio sepulcral acoge sus palabras. Dudan unos, asienten otros, miran por encima de sus hombros los más temerosos. Pero no hay otra solución. Además …les saldrá totalmente gratis.

***

La hora elegida es perfecta: las tres de la tarde. El sol licua el asfalto. Todo el vecindario está en sus casas durmiendo la siesta. Por las esquinas van apareciendo los componentes de la panda. Gestos ansiosos, sonrisas nerviosas. Casi todos se han duchado. Algunos, incluso, llevan la ropa de los domingos.

Los pelirrojos avanzan a grandes zancadas. El que tuvo la idea se vanagloria ante su hermano: hoy mojarán y , además, han podido utilizar el dinero ahorrado para el regalo de cumpleaños. Como quien dice : han matado dos pájaros de un tiro.

En total son diez. Diez vergas que cabecean bajo los húmedos calzoncillos. Van calientes, muy calientes : parecen gatos de callejón.

¿ Y la manta ? – pregunta el encargado de logística.

¡Está aquí!- contesta Kevin, un tanto tristón por haber perdido protagonismo.

El callejón es largo y angosto. A los cinco o seis metros forma un recodo que es en el que se oculta la puta para ejercer su negocio. Además, en la esquina hay un contenedor de basura que – colocado estratégicamente – impide la visibilidad a los que transitan por la calle. Pronto llegará la puta. Saben que come de dos a tres en una cantina cercana, y que luego dormita un rato en un catre plegable que tiene escondido entre cajas de cartón. Hoy no dormitará, ya se encargarán ellos.

Los dos más grandullones, los más brutos y – casualmente- los que tienen menos luces, esperan – tensos – en la esquina. Uno de ellos sujeta con mano nerviosa una manta de tejido áspero, no muy grande y llena de pelos de perro. Pegados a la pared, como lagartijas que quisieran trepar por ella, aguardan otros tres: son los refuerzos. Al fondo, dos tienen la misión de trasladar el contenedor y colocarlo como compuerta inexpugnable. Los gemelos, junto con Renato, organizan en el rincón un lecho improvisado con cartones y los cojines hediondos de un viejo sofá. A Renato se le escapa un mohín de disgusto al ver el rabo – largo, grueso y peludo – de una gran rata que husmea por allí. Jaime, que fue muy cazador en los lejanos tiempos de su infancia, intenta pegarle un puntapié, pero el bicho – viejo y resabiado – escapa fácilmente.

Pronto, unas exclamaciones les hacen olvidar la rata. Un tropel de adolescentes trae a rastras a una mujer cubierta con una astrosa manta. Los chillidos de la mujer están sofocados por la gruesa tela. Avanzan a trompicones y la derriban sobre los cartones, dejándola despatarrada y bien sujeta por cuatro pares de manos. Alguien sujeta los bordes de su falda vuelosa y le levanta toda la ropa hacia arriba, arrebujándosela en un montón informe – manta y ropa – sobre la cabeza.

Durante unos segundos se hace un silencio expectante. La mujer ha dejado de gritar, ocupada – simplemente – en intentar respirar bajo la tela que la sofoca.

Senos blancos, opulentos, surcados de venillas azules, presionan un sujetador de blonda negra y barata. Las bragas, a juego, no son nada sexys. El abdomen, también muy blanco, ligeramente fláccido, habla de edad madura y alguna maternidad. Los muslos son espléndidos: lo mejor del cuerpo, junto con unas piernas finas y esbeltas, embutidas en medias de seda negra que sujetan dos ligas casi a la altura de las ingles. Los zapatos, de charol rojo, brillan – nuevos e impecables – bajo la luz caliente de la tarde de verano.

¿ Quién empieza ?.- susurra uno que ya no puede aguantar más.

Se oyen varios ¡ Yo !, ¡ Yo!, pero es Jaime, el que tuvo la idea, el agraciado con la primicia.

Recordando algo visto en algún sitio, arranca de un tirón las bragas negras y deja expuesto, ante los ojos desorbitados de sus amigos, la vulva blanca y rubia, ligeramente sonrosada en los labios, de la mujer. Desabrocha la bragueta de sus vaqueros y enarbola su pene enrojecido, duro como una piedra. Sus amigos lo miran con envidia. La verga desaparece en la carne abierta. El chico cierra los ojos y queda unos instantes estático, sin moverse para nada, simplemente gozando de su primera introducción. Pero pronto es achuchado por los demás, que ya esperan – en fila – con los falos babosos brillando en las braguetas desabrochadas.

Gozan uno tras otro, turnándose para sujetar a la mujer que mueve la cabeza, intenta cerrar los muslos, quiere clavar las uñas en los brazos que la sujetan… Charcos de semen se acumulan sobre el blanco vientre, anegan el pubis de vello claro, gotean entre los muslos formando pequeñas balsas sobre el improvisado lecho de cartón.

Ya han pasado los diez. Mejor dicho: los nueve, porque Renato se masturba silenciosamente medio oculto tras el contenedor, sin perderse detalle de la violación.

La segunda ronda es más tranquila. Ya no tienen la premura del principio. Ahora se refocilan amasando los senos, mordiéndolos inclusive. El más grandullón, medio tonto y vicioso, quiere probar cosas nuevas. Pide la ayuda de los otros para que le pongan a la puta a punto de caramelo, que levanten sus muslos y sus nalgas para poder permitirse ese capricho que lo subleva. Se extrañan del chillido que suelta la puta. ¡ Con el oficio que tiene debería estar acostumbrada a tamaños instrumentos, incluso por la puerta de atrás ! Pero, la verdad, es que el muchacho tiene una polla de escándalo.

Solamente cuatro se apuntan a una tercera ronda. Los hermanos pelirrojos quieren aprovechar la dilatación anal para probar esa delicia turca. Lo hace uno tras el otro, disfrutando en culo ajeno lo que nunca se decidieron a probar entre ellos.

La puta solloza mansamente. Ahora, con las baterías descargadas, todos están avergonzados. Incluso arrepentidos. Arreglan las ropas sobre el cuerpo de la mujer. Alguien sugiere darle – por lo menos – algo. Escarban todos los bolsillos, unos y otros con mayor o menor agrado. No llegan ni a diez euros, pero menos da una piedra. Renato – que es el que está menos avergonzado – tiene la presencia de ánimo para abrir el bolso de la mujer y echarle la catarata de monedas. Al ir a cerrarlo cae una foto al suelo. Se inclina el muchacho y la mira. Se sorprende y dice en voz alta : ¡ Sois vosotros !. Los pelirrojos fruncen el ceño y le arrebatan la foto de un tirón. Son ellos, sin lugar a duda. Vestidos de marinero, con sus remolinos hirsutos y sus miradas desbordantes de picardía.

Pero … ¿ Qué cojones hace esta puta con una foto nuestra en el bolso?.-balbucean simultáneamente.

 

No les contesta nadie. Todos están pendientes del taconeo que se acerca por el callejón, que llega junto a ellos y lanza una exclamación :

¡ La hostia !. ¿ Qué le habéis hecho a esta pobre mujer, cabronazos ?.

Y, dando media vuelta, hecha a correr hacia la calle, encaramada sobre sus zapatos de charol rojo, tan nuevos y tan idénticos a los que se compró la madre de los gemelos con el dinero que le regalaron sus hijos por su último cumpleaños.

 

Carletto.

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