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Madame Zelle (02: El Burdel Flotante)

en Grandes Series

MADAME ZELLE

Resumen de lo acontecido : Tras ser desflorada la jovencita Li-an por la lesbiana Señora Wang durante los ritos ancestrales de la aldea , tiene relaciones sexuales con su enamorado Symen-Ting. El muchacho le comunica su decisión de abandonar la aldea de Yunnan, puesto que no puede seguir viviendo ahogado por las leyes del matriarcado que imperan allí. Por amor a él, Li-an opta por seguirle y abandonar todos los privilegios de los que disfruta por ser mujer, lanzándose al mundo exterior y las consiguientes aventuras y desventuras que le esperan allí.

 

CAPÍTULO-II- El burdel flotante

"Li-an comía en silencio. Alrededor, los cocineros gritaban, daban órdenes, soltaban imprecaciones, insultos e incluso algún que otro golpe a algún pinche despistado. En el patio, un marrano chillaba mientras lo degollaban un par de matarifes. Las gallinas cacareaban antes de que les retorciesen el pescuezo. Patos y ocas colgaban – desplumados ya – goteando sangre por sus cuellos decapitados. Sobre una gran mesa de madera, los pescaderos limpiaban cangrejos, congrios, anguilas y una gran variedad de pescados. Unas grandes fuentes de loza rebosaban de gambas, calamares, vieiras y ostras. Los woks se calentaban sobre los fogones, emitiendo grandes columnas de humo al emulsionar el aceite, la escalonia, el jengibre y el ajo con siseos perfumados. Las tiras de carne en maceración esperaban su turno para ser cocinadas. De cuando en cuando, un aprendiz era reprendido si se pasaba de la cantidad exacta de vino de arroz.

En las cocinas de aquella casa no eran apreciados los sabores excesivamente "exóticos" de la caza, y jamás se habían estofado- en aquellas ollas antiquísimas- carnes procedentes de gatos, armadillos, serpientes, murciélagos o perros. Sin embargo, la Dueña era muy aficionada a comer aves salvajes en otoño, o una reconfortante sopa de tortuga en invierno y pichones y cochinillo durante todo el año.

El olfato de Li-an apenas si apreciaba las suculencias que la rodeaban. Incluso ni notaba el sabor del arroz que picoteaba con sus palillos. Arroz exquisito, procedente de la segunda cosecha en aquel año tan pródigo en lluvias. No. Li-an no estaba para arroces, ni para nada que no fuese pensar en Symen-Ting. Su dulce esposo, su amor, su frágil y bello muchacho.

Lágrimas amargas goteaban sobre la comida. En su vientre rebulló la vida y Li-an tuvo sudores de muerte al recordar su estado… y el de su marido. Cinco años en Cantón habían bastado para que sus planes de eterna felicidad se evaporasen en el aire. Atrás quedaron los buenos propósitos de él, su búsqueda de trabajos en los que no duraba más allá de dos días debido a su falta de costumbre, de vigor y de entereza. La necesidad de ponerse a trabajar ella como sirvienta pronto fue apremiante, y según iba llevando la mujer el dinero a casa… más y más huraño se volvía el hombre. Avergonzado por su inutilidad, celoso hasta de las cosas más nimias. La modesta casa que habían alquilado le agobiaba más y más, por lo que comenzó a recorrer las calles de la ciudad e, inexorablemente, sin apenas darse cuenta, se hizo asiduo de los fumaderos de opio. Comenzaron a no tener suficiente para tanto gasto, y Li-an – en secreto – tuvo que redondear sus magros ingresos ejerciendo de prostituta en el Burdel Flotante.

Una mano se posó sobre el hombro de la muchacha .Volvió el rostro dando un respingo y se encontró con la arrugada cara de Dying, el viejo criado del fumadero. El vejestorio la saludó y musitó unas palabras hablándole de Symen-Ting. Casi sin escucharle, la muchacha se levantó de un salto y salió a la carrera tropezando con unos y con otros.

La taberna estaba en un muelle cercano. Tenía un aspecto muy atractivo, con pintura fresca en la fachada y adornos dorados que indicaban el sitio de que se trataba. En el interior había un amplio salón en cuyo fondo, sobre una gran tarima forrada de vistosas telas y apoyados en mullidos almohadones, dormitaban un par de docenas de clientes. En mesitas individuales, los que habían llegado más tarde consumían bebidas alcohólicas, gin o brandy, a la par que fumaban en unas hermosas pipas llenas de bolitas de opio.

Todos estaban como alelados, enflaquecidos y medio idiotas. Los ojos de Li-an se llenaron de lágrimas al ver – vencido sobre una de las mesitas – a su adorado Symen-Ting. Con los ojos nublados, el muchacho la miró sin verla. Li-an recordó la infinidad de veces que su marido le había prometido intentar dejar el opio… y otras tantas que ella misma lo había acompañado hasta allí, incapaz de aguantar los alaridos de dolor que experimentaba él debido a las horribles contracciones en el estómago. Symen-Ting había llegado a aspirar ocho pipas al día, pero su muerte era ya inminente.

***

Los senos de Li-an, debido a su avanzado grado de gestación, estaban tan hinchados como pequeños melones. El joven agricultor jadeaba al introducir su enrojecida verga en la vulva de la prostituta, mientras amasaba los pechos- opulentos y doloridos - hasta hacerle daño a la muchacha. Pero Li-an apretaba los dientes y seguía subiendo y bajando su cuerpo ensartado en la verga del rústico. Por suerte no era muy larga, gracias a los dioses. La barriga de la mujer casi rozaba el abdomen del hombre, y la calidez y humedad de su vagina pronto hizo eyacular al primerizo. Con el rostro sudoroso, el muchacho hizo una proposición a la cortesana, que lo miró fijamente mientras hacía fríos cálculos tras sus ojos entornados. Asintió la muchacha y se sentó en una butaquita forrada de seda amarilla, mientras atraía hacia sí al jovencito y comenzaba a lamerle el falo endurecido nuevamente. La segunda eyaculación fue menos abundante, pero el trallazo de semen embadurnó el rostro de Li-an como si la espuma de una ola hubiese dado contra los arrecifes de sus pómulos.

***

El corazón, asustado, le dolía en el pecho. Con pasos cortos y silenciosos recorrió las dependencias del burdel flotante, aspirando el olor salino cada vez que pasaba ante un ventanuco. En una gran bandeja llevaba el servicio de té, por lo que debía ir con mucho cuidado para no tropezar. Tras recorrer un dédalo de pasillos alfombrados, llegó ante una puerta lacada en verde. Una flor de loto resaltaba en tonos dorados, formando un relieve exquisito.

Golpeó suavemente la puerta, y volvió a levantar la pesada bandeja que había dejado en el borde de una frágil mesita con patas de dragón. Una voz enérgica dio el oportuno permiso y Li-an entró silenciosa, haciendo reverencias a cada paso. Tras unas cortinas apareció una mujer delgada, de pelo muy negro y rostro delicado. Su andar era torpe y zigzagueante, dando cada vez un minúsculo y tembloroso paso. Con un gesto indicó a Li-an que quedase esperando en un rincón, muy cerca del lecho cubierto con un dosel de gasa blanca. Tiró del cordón de una campanilla y se abrió de inmediato una puerta oculta tras un biombo iluminado con pinturas eróticas. Apareció un hombre sexagenario, vestido elegantemente y con el cabello plateado peinado de forma escrupulosa. La mujer respondió a la inclinación del caballero con un gesto apenas perceptible. Luego, abriendo un hermosísimo abanico de largas varillas de plata labrada, comenzó a abanicarse con la misma gracia engreída con la que abre su cola un pavo real.

El hombre se postró ante los pies de la Dueña. Descalzó los pequeños botines de seda bordados con pequeñas florecillas y bodoques, y retiró poco a poco las vendas en las que estaban envueltos. Los pies aparecieron en todo su horror: tenían forma de flor de loto, y eran rechonchos, suaves y refinados. El hombre los besaba loco de lujuria, los acariciaba y deslizaba sus manos por la curvatura del abultado empeine y por los dedos quebrados, aspirando el olor que emanaba de ellos y llegando a un estado de frenesí erótico que derivó en una somnolencia post-orgásmica.

La mujer miraba fríamente al hombre postrado ante ella. Desde su más tierna infancia, apenas cumplidos los seis años de edad, su madre había iniciado el vendado de sus pies, imponiéndoles a la fuerza la forma de media luna. No podían superar los siete centímetros para ser considerados como "muy apetecibles". Ella sola sabía el sufrimiento indescriptible que había tenido que aguantar desde entonces, que todavía tenía que soportar diariamente, minuto a minuto, segundo a segundo. Cuando tenía que andar sobre sus pies arqueados, con cuatro dedos quebrados adheridos a la planta, siendo las únicas partes posibles para apoyar en el suelo el calloso talón y el dedo gordo, que emanaban un fétido perfume mezcla de pus y sangre. Ese era su "oculto tesoro", el que la había hecho tan popular – a ella y a su burdel – en toda la provincia de Cantón. ¡Cuántos comerciantes habían perdido sus fortunas por permitirse el capricho carísimo de que le sirvieran la comida sobre los pies desnudos de la Dueña !.

Li-an no osaba moverse del sitio. Cuando el cliente comenzó a roncar, la Dueña la hizo acercarse con la bandeja de té. Durante unos instantes, mientras bebía la infusión, la mujer apaciguó el gesto, suavizando las facciones e incluso mirando con benevolencia el enorme vientre de su criada.

¿Cúanto te falta? – preguntó a Li-an mientras le señalaba la barriga con el dedo meñique extendido.

Una luna, Señora.

Imagino que es un niño, ¿verdad?

No lo sé, Señora.

Pero … habrás ido al Templo de Linshui, por lo menos ¿ no es así ?.

No he podido, Señora. Mi marido falleció hace poco , y …

¡Pobrecilla! – susurró la mujer en un arranque poco corriente en ella. ¡Pues ve!

¿Cómo dice, Señora ?.

¡Que debes ir al templo para pedir un cambio de barriga en caso de que te haga falta !. ¡ Te arriesgas a tener una niña !.

Ya lo sé, Señora. Pero… yo no puedo, no tengo …

¡Habla con el Mayordomo!. Yo tengo proyectado ir a Taiwán dentro de dos días, pues quiero visitar el Templo de Tungyu . Vendrás conmigo y así podremos pedirles a los dioses lo que queremos ambas.

Si, Señora. Gracias, Señora. Mil gracias…

Vale, vale. Vete ya.

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