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La Víctima

en No Consentido

LA VÍCTIMA

La pelota de papel higiénico casi me impide respirar. Noto el cabello empapado con el orín que inunda el suelo. La mano – enorme – que sujeta mis muñecas aprieta como una tenaza. El rostro del jugador de baloncesto – normalmente agradable – se ha transformado en un globo que pende sobre mis ojos, haciendo muecas, acercándose y alejándose de mí siguiendo el ritmo de sus envites contra mi pelvis.

¡ Va , tío – resuena una voz chillona , retumbante entre la blancura alicatada del baño de los chicos – córrete ya que nos toca a nosotros!.

¡¡ Espera, coño, esperaaaaaa!!- resuella el grandullón mientras siento el latir de su polla en mis entrañas.

El peso del siguiente es más llevadero; pero éste no se conforma con follarme. Su boca es una ventosa que sorbe mis pezones. Chupa y chupa. Muerde hasta hacerme chillar de dolor. Despierto de mi letargo . Uso mis manos – liberadas momentáneamente – para agarrarle de largo pelo que orna su nuca con una cresta multicolor. El puñetazo me llega de inmediato, seco y terrible, despellejándome un pómulo. La sangre se diluye con las lágrimas , deslizándose con rapidez hasta llenar el hueco de mi clavícula. Casi no siento las manos que me abren los muslos salvajemente, inmovilizándome para que la verga del mamón derrame su carga.

Solo queda uno – pienso casi con alegría – un poco más y todo habrá acabado.

Pero el que queda es el peor. Es el más retorcido. El más vicioso.

Me dan la vuelta en el mismo suelo, dejando mi nariz rozando las baldosas nauseabundas. El grandullón se sienta sobre mi espalda, aplastándome las costillas y los senos contra la frialdad pestilente. Unos dedos escarban en mi ano y, sin misericordia, me penetra en seco la enorme polla del "Pililón", el más famoso del Instituto por su gran instrumento y sus bajos instintos. Chillo como una rata, con la voz ahogada por el bolo de papel. El dolor insoportable es un reguero de fuego que va y viene de mi ano a mi cerebro. La sangre brota a borbotones entre mis nalgas. Todo está oscuro, muy oscuro…

¡ Lola, Lola!

 

***

¡ Lola, Lola!

¡ Coño, Lola, que llegamos tarde!.

Pero ¿ Qué le pasa a ésta, que está llorando?.

¡No lloro! – protesto – Bueno, sí : es que estaba soñando con mi abuela.

¿ La que murió hace dos meses?.

Sí. Esa.

¡ Venga, venga, daros prisa!- nos empuja con premura Marga- ¡ Que la cena es a las ocho y ya son menos veinte!.

Aprovecho el agua de la ducha para quitarme todo rastro de lágrimas. Quiero olvidar. Quiero olvidar. Esta noche la tengo que pasar de puta madre. Ya hace diez años de aquello y todavía lo revivo cada vez que cierro los ojos. Debía haber ido a un psicólogo; pero mamá no quiso. Todo quedó en casa, de puertas para dentro. Y todo quedó así : de puertas para dentro de mí, sin poder olvidar el más mínimo detalle.

Son las ocho y diez. Entramos como una tromba en el restaurante. Somos las Tres Mosqueteras, y nos espera D´Artagnan.

¡ Zorronas,- finge escandalizarse Gema con los brazos en jarras - que guapísimas os habéis puesto!.

¡Mujer – la besuquea Carla – no podía ser menos en tu despedida de soltera!.

La verdad es que componemos un cuarteto bastante molón. Gema, la anfitriona, también va hecha un brazo de mar, con la cara resplandeciente y un poquito de susto en sus inmensos ojos azules. Carla, la mayor de las cuatro, frisa ya la treintena y es un bombón escultural que le gusta provocar a cualquier cosa con pene que se le cruce en el camino. Las dos son farmacéuticas. Marga es la más deslenguada. Pelirroja y de carnes blanquísimas - guapa de cara y de culo pero pocas tetas , según dice ella misma – es un remolino que se autodenomina ninfómana. Dice que se doctoró en Medicina para poder palpar pollas a gusto. Yo me río mucho con ellas. Soy la menos deseable de las cuatro – lo sé - y no es que no tenga suficiente potencial como para ser la mejor. De cara soy monilla. Según Marga tengo ancas de caballo percherón y una delantera espectacular. Pero todas mis gracias las disimulo cuanto puedo. Quisiera pasar desapercibida. Que nadie me mirase. Siempre con miedo . Miedo ¿ de qué?.

Salimos del restaurante cantando a voz en cuello. Sobre la mesa han quedado varias botellas que dan fe de nuestra gana de divertirnos. Marga , nada más salir, nos endosa sobre la cabeza un gorrito que imita una polla con sus consiguientes. Reimos con sus salvajadas, felices de estar juntas. Tenemos la obligación de pasarlo bien , y lo pasaremos.

El espectáculo de los strip-boys está comenzando . Nos acomodamos en primera línea, casi encima del escenario. Los chicos se desnudan danzando ante nosotras. Tomamos una copa detrás de otra, sedientas como camellos. Marga está desatada. Parece que quiere resarcirse – en unas horas – del aburrimiento que vive con su pareja. ¡ Ella, que se tiró a todo macho potable que se le puso a tiro en la Universidad!. Hoy es un pulpo que soba las carnes brillantes de los bailarines, que les mete puñados de euros en sus minúsculos taparrabos.

Sin saber como, me encuentro subida al escenario. Sentada en una silla intento recordar como he llegado hasta allí. A mi alrededor, insinuante, un musculitos se exhibe haciendo posturas. Las chicas braman desde abajo. Yo sonrío con cara de gilipollas, con unas ganas enormes de estar a cientos de kilómetros de allí.

El chaval – seguramente un estudiante – es alto y bien plantado. Su paquete se vislumbra generoso, agitándose bajo el mínimo pantaloncito de deporte. De vez en cuando le asoma un trozo de verga casi dura. No soy capaz de mirarle la cara . Mi mirada está prendida de sus manos, enormes, que pasa una y otra vez simulando acariciarme por todo el cuerpo.

Siguiendo el ritmo de la música se desprende de la poca ropa que le queda. Ahora está de espaldas a mí, mostrándome su espléndido y musculado trasero. El sudor corre por su amplia espalda y se pierde entre los globos carnosos. De repente se da la vuelta, casi pegándome en el rostro con su verga pendulona. Las risotadas, los chillidos, los aullidos de loba , retumban en la sala. Para la música en seco y, con ella, se evapora el escándalo vociferante. Silencio sepulcral. Las luces han quedado reducidas a un solo foco que me ilumina directamente. El resto es todo oscuridad. Me atrevo a mirar a la cara al boy : ¡ me recuerda tanto a …!. Con una sola mano agarra mis muñecas, levantando mis brazos por encima de la cabeza. Con la otra sujeta su pene, mientras se lo acaricia con lascivia, adelantándolo hasta mi boca.

Noto un gran peso sobre el pecho. El miembro del chico roza mi mejilla. Siento una gran rabia mezclada con un miedo poderoso y ancestral. El orín gotea desde mi silla al suelo del escenario. Un vapor rojo me cubre por completo y, un instante después, salto por encima del cuerpo del boy que se enrolla como un feto mientras se sujeta los genitales aullando como un poseso.

***

¡ Menudo rodillazo le has arreado al pobre chico!.- me sermonea Marga , intentando contener la risa.

Lo siento, lo siento, lo siento . ¡ No sé lo que me ha pasado!.

Hemos dejado a Gema en su casa : mañana tiene que estar muy guapa para la ceremonia. Nosotras tres vamos de regreso al Hotel. Todavía no es muy tarde. Conduzco yo . Carla y Marga están muy excitadas. "Calentorras" – dice Marga con su habitual finura. Repite – una y otra vez - que necesita un macho. Que quiere recordar viejos tiempos. Y, en esta ciudad no la conoce nadie.

Ni a nosotras tampoco – apostilla Carla mientras se toma una pastilla y le pasa otra a Marga- ¿Quieres una? – me ofrece junto con una botella pequeña de Coca-Cola.

No gracias. Tengo el estómago revuelto.

Tú siempre tan puritana. Como en la Universidad. ¡ Seguro que aún eres virgen!

Puedo jurarte que no – intento sonreir mientras ahuyento mis demonios.

¡¡ Para, para!! – chilla Marga con voz de beoda. ¡¡ Menudo ejemplar está haciendo auto-stop!!.

Chirrían los frenos . Retrocedo unos metros el vehículo. Marga y Carla hablan con el joven. Yo ni me vuelvo. Tengo la mente en otro sitio. Por la forma de hablar del hombre, no va mucho más sereno que mis dos amigas. Por la voz parece un buen chico, más o menos de nuestra edad. Oigo como Marga le ofrece Coca-Cola. A los pocos minutos Marga se ríe muy satisfecha :

¡ Este ya está listo!. ¡ Para, Lola, que nos lo vamos a tirar!.

Pero ¿ Qué dices, loca?.

Lo que oyes encanto. Este bombón ya está grogui, y con la mezcla de pastillas que he metido en la botella se le van a poner duras hasta las orejas. Nos lo follaremos bien follado . ¡ No se quejará con lo buenas que estamos!.

¡ Qué animal eres! – ríe Carla. Pero en su voz no noto que opine en contra.

Aparco en un camino vecinal, junto a un grupo de árboles. Entre las dos arrastran como pueden al joven drogado que canturrea sin parar.

Salgo del coche y me acerco donde están. Le han quitado la correa del pantalón, usándola para sujetar los brazos del hombre a un pequeño árbol. Está tumbado, ofrecido sobre el césped bajo la luz de la luna. Carla intenta desabrocharle la camisa, pero tiene las manos torponas por el alcohol. Al final pega un tirón arrancando tres o cuatro botones. Los pezones del joven resaltan oscuros sobre la pálida piel. Marga lo ha descalzado y está intentando quitarle los pantalones. Al no tener ayuda del interesado , y con el deseo ardiendo en su entrepierna, se limita a bajarle lo imprescindible el slip, para sacarle el rígido miembro que cabecea libre al aire de la noche.

¡ No, no! – protesta el hombre entre sueños. ¡ No puedo!.

¿ Cómo que no puedes, machito mío?– se cachondea Marga empalándose en el grueso pene.- ¿ Y esto qué es?. ¡ Mi marido es el que no puede!.

El chico ya no protesta. Carla se ha encaramado sobre su pecho y le arrima el sexo a la boca, casi ahogándolo con su poblada mata de vello.

Me voy de allí. Las dejo violando al pobre chaval y me pongo a dormitar en el asiento del coche. Me despiertan – al rato – las portezuelas al cerrarse. Marga y Carla vienen relamiéndose, aunque me miran con algo parecido a la vergüenza.

***

La boda se ha suspendido. Nos llama al Hotel la madre de Gema. Ha habido un accidente, un terrible accidente. Gema está en el Hospital.

Acudimos volando. Gema – cuando nos ve – se descuajeringa a llorar. Su novio ha muerto. Alguien lo mató cuando intentaba volver a casa, tras la despedida de soltero.

Entre hipidos nos cuenta algunos detalles muy escabrosos. Lo encontraron semidesnudo y amarrado a un árbol, violado y mutilado salvajemente. Se cree que ha sido una mujer. Nos enseña una foto de él, la que no nos quiso enseñar la víspera para que nos sorprendiésemos más – al ver lo guapo que era – el día de la boda.

Las tres simulamos mirar, aunque no nos hace falta.

***

Carla y Marga se han derrumbado dentro del auto. Roncan como leñadores antes siquiera de que arranque el coche. Pienso en el joven , amarrado y expuesto al frío de la noche. No habrán pensando siquiera en soltarle la correa.

Me dirijo hacia él. Lo miro desde arriba , recreándome en su cuerpo inerme. Alrededor de la boca le brilla, reseco, un resto de los flujos de Carla. Abre los ojos y me mira con esperanza. Su miembro, todavía bajo los efectos del potente afrodisíaco, emerge duro como una piedra sobre el lodazal que es su pubis encharcado de semen y otros fluidos. La sangre retumba en mis oídos. Me levanto la falda y comienzo a bajarme las bragas, el tanga rojo que me regaló Marga un día antes. La luna ilumina mi coño reseco.

¡ No, no, no!- suplica él cuando me ve desnuda. Eleva la voz conforme se le pasa el efecto del somnífero.

Hago una pelota con mi tanga. Le abro la boca a la fuerza y le meto el gurruño de tela lo más que puedo, casi ahogándole.

Mis pechos, libres de ropa, son acariciados por el aire nocturno. Imito a Carla y monto sobre el pecho de él. Sus ojos me miran suplicantes. Me inclino sobre su rostro, dejando que mis pezones aplasten sus párpados. Repto hacia abajo, deteniéndome en su ombligo. Juego con mi saliva llenando la cavidad, esperando que rebose y caiga hacia el pubis. Miro la verga desde poquísima distancia. El glande casi amoratado , la venas prominentes , la piel sucia de semen y excrementos. Por lo que se ve, mis amigas no se han conformado con un coito vulgar.

Esto me da una idea. Me levanto y corro hacia el coche. Meto la mano por la ventanilla y agarro la botella de cristal – vacía – de Coca Cola. Vuelvo junto al hombre. Me arrodillo entre sus piernas. Con la mano derecha aprieto su pene por la base, subiendo y bajando la piel, masturbándolo en seco. Al frotar rápidamente sin ninguna lubricación, los restos resecos repartidos por el miembro hieren la piel delicadísima del glande, formando pequeñas úlceras. Agita sus piernas intentando zafarse de mí. Mi mano se cierra como una tenaza alrededor de sus testículos. Aprieto y aprieto, intentando imaginarme el alarido de dolor que muere en su garganta. Noto una oleada de flujo mojarme la entrepierna. El cuello de la botella desaparece en mi interior. Me masturbo por primera vez en diez años. El placer me ahoga. Siento que ese placer irá en aumento contra más daño le haga a él . El chico se ha desmayado. Hurgo bajo sus testículos, hasta que encuentro lo que quiero. Saco la botella de mi vagina y , de inmediato, la hundo en su ano, rompiendo, rajando, violando la sensible carne de su intestino. Estoy loca. Fuera de mí empujo y empujo sin hacer caso de la sangre que moja mi mano. Cada vez desaparece más cristal en el interior del hombre. El esfínter llega a dilatarse a tal extremo que la parte gruesa de la botella queda aprisionada por el músculo anal.

Para entonces yo ya no soy yo. Soy una bacante. Soy un monstruo que necesita hacer daño para tener placer, para olvidar el terrible daño que me hicieron. Me ensaño con su piel. Dejo diez surcos sangrantes desde su cuello hasta las ingles. Voy pegando dentelladas a sus muslos , a su vientre, a sus pezones – uno de los cuales arranco de un mordisco – y a su cara. Finalmente me esparranco sobre su rostro, metiendo su nariz entre los labios de mi vagina. Y me acaricio el clítoris con los dedos, notando dilatarse las aletas de su nariz en mi interior, buscando el aire que no llega. Me licuo en un orgasmo brutal, sabiendo que mis jugos inundarán sus fosas nasales.

En el coche siguen roncando las malas pécoras. Arranco dejando atrás al desconocido. Por una vez, no me siento yo la víctima. Mañana estaré resplandeciente como dama de honor. Esta noche no lloraré en sueños.

 

Carletto.

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