CABLES CRUZADOS
Nunca podemos saber el punto exacto , la línea divisoria que marca el : " Hasta aquí hemos llegado ", del aguante de una persona. Desconocemos cual será esa "gota final" que desbordará el vaso, puesto que no sabemos la capacidad del recipiente en cuestión.
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Antonia era ( es ) una mujer de bandera. Desde que la conozco y de eso hace varios años- su cuerpo apenas ha acusado el paso del tiempo . Simplemente cuando se ríe son más visibles las imperceptibles patas de gallo, o sus caderas lucen unos mínimos centímetros más de carne. Por lo demás, todo lo mantiene en su sitio. Su largo cabello, castaño claro, cae sobre su espalda con la misma gracia de siempre. Su rostro ovalado y ligeramente pecoso, mantiene la tersura sin abusar de los potingues. Su figura se mantiene dentro de los cánones de una belleza adolescente, de ese tipo de cuerpos privilegiados que vistos por detrás podrían confundirse, perfectamente, con el de una colegiala. Así era Antonia cuando la conocí hace quince años entonces ella tenía los treinta recién cumplidos , y así seguía siendo hace unos meses, cuando la vi por última vez.
Ella y su marido, León, formaban aparentemente una familia normal. El, en sus tiempos, había sido un guaperas sabelotodo. Un enteradillo de los que tienen siempre en la boca la última palabra a todo lo que se dice en su entorno. Además sabía razonar las cosas y te daba argumentos irrebatibles, irrefutables , por lo que tenías que envainártela aunque no estuvieses convencido del todo. Con el tiempo, su guapeza quedó algo deteriorada con una gran barriga cervecera, kilos de más y una salud ligeramente quebrantada. En lo que siguió igual, sino más, fue en su sabiduría perenne, en su pontificación ante cualquier tema que se tratase en su presencia.
Antonia no era tonta. Simplemente era una chica tranquila, hogareña, buenísima cocinera y con un gusto extraordinario para saber vestirse con el mínimo presupuesto. Su voz dulce, sin estridencias, con tendencia a reír alegremente a todas horas, hacía que sintieses simpatía por ella. Naturalmente, la mujer se permitía reír siempre y cuando no estuviese su marido cerca. Porque , a la más mínima explosión de jolgorio de su cónyuge, León no se privaba en expresar lindezas del estilo de :
¡ Esta mujer es idiota !.
O
¿ De qué te ríes tú ahora, gilipollas ?.
O
¡ La boba ésta, no se entera de la Misa la mitad !.
Con lo que, los amigos que estuviésemos presentes , sentíamos ruborizarnos por causa de la vergüenza ajena, ya que la pobre muchacha cortaba la risa en seco, agachaba la cabeza y parpadeaba rápidamente para ahuyentar de sus ojos las inevitables lágrimas.
De nada servían los comentarios que pudiésemos hacerle a León. Le rogábamos que, por lo menos, no la zahiriese en nuestra presencia ( ya que, en la intimidad de su hogar, imaginábamos que soltaría el Séptimo de Caballería contra ella ). Él, naturalmente, no nos daba la razón, puesto que no se daba por enterado de que hubiese algo vejatorio en el trato público y privado que le daba a "su Antonia ". No valoraba en absoluto el tesoro que tenía en casa.
Y Antonia seguía aguantando mecha, tragando bilis y pasando sofocones, hasta que
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El viejo Juan no daba crédito a sus ojos. No podía creer lo que estaba viendo. Allí , a escasos metros de la puerta de su casa, en mitad de un descampado, una pareja estaba ¿ qué cojones hacían aquéllos dos ?. ¡ Se la estaba mamando !. ¿ Cómo era posible que estuviesen "haciéndolo" a plena luz del día ( o de la tarde, que es lo mismo ), expuestos a que los viese cualquier vecino ?. ¡ Y no se andaba con chiquitas la caballera, que le pegaba cada chupetón que se jodía el As de Bastos !.
Y el viejo Juan no pudo menos que notar un cosquilleo entre las ingles ( después de tanto tiempo ) y, sin lugar a dudas, esta vez no era la hernia .
Dicen que las voces y la pólvora corren por el estilo. Como el espectáculo era diario, pronto se supo en medio pueblo ( el otro medio se enteró en cuanto volvió de vacaciones ). Curiosamente , muchas de las personas que solían salir de paseo a aquellas horas de la tarde, cambiaron el itinerario seguido hasta entonces para pasar "por casualidad" por la inmediaciones del lugar. Así como los fieles seguidores de una Virgen acuden en tropel si la venerada imagen " se aparece" sobre un olivo, o sobre un peñasco, o en alguna cueva, así mismo se organizaron peregrinajes al descampado para ver, "in situ", el " modus operandi" de la felatriz . Con lo cual , muy pronto se murmuró sobre la identidad de la pareja en cuestión. La verdad es que a ella si que la identificaron : " es Antonia, la mujer de León ". Pero ¿ y el hombre quién es ?. Nadie lo supo decir . Desde luego no era alguien del pueblo. Si acaso ¿ no es ese extranjero, más feo que pegarle a un padre con un calcetín sudado, que vive en una furgoneta con otros dos moros en las afueras del pueblo ?.
Parece que sí lo era. Incomprensiblemente, pero lo era.
¡ Con lo mona que es ella !- se lamentaban las comadres y los compadres.
Pero ¿ es que ya no había OTRO en todo el pueblo ?.- clamaban más allá.
¡Y en un sitio tan transitado! .¿Tanto les costaba esconderse algo más ?.
¿Lo sabrá el marido ?.- pregunta clave, no exenta de morbo.
¡Claro que lo sabía el marido!. ¿ Acaso no se habían percatado de que últimamente- no se dejaba ver por bares ni mentideros ?.
Aquella situación duró un tiempo. Ni poco ni mucho : el suficiente. El suficiente para que nadie se quedase sin saber que al listillo de León le habían puesto una cornamenta digna del padre de Bambi.
Y Antonia se solazó con sus amores adulterinos, con sus sesiones de sexo escandaloso ante las miradas de quienes quisiera ver, o a quienes quisieran escuchar sus gemidos de hembra masacrada , de cristiana ensartada por el gran alfanje del moro feo.
Aquellos amores acabaron igual que habían empezado. Logrado su propósito, la dulce Antonia mandó al de la cimitarra a tomar viento. Luego, con gran parsimonia, empacó sus cosas y partió con rumbo desconocido.
Durante varias días , tras de su marcha, el tema de conversación era obligatorio :
Y si el tio ese le importaba una mierda ¿ Porqué se lío con él ?.
Pues parece que tenía la verga grande, pero no tanto como para todo eso.
¡ Si jamás se había hablado nada de ella !.
A mí lo que me escama es que lo hiciesen a la vista de todos.
¡ Y a mí !. ¡ Parece como si lo tuviese planeado para quedar en evidencia !.
¡No, si el que ha quedado en "evidencia" ha sido el marido !.
Claro. ¿ Os habéis fijado la cara de gilipollas que se le ha quedado ?.
¡Calla, que viene por ahí !.
¡¡ Muuuuuuuuuuuuuuuuy buenas tardes, León !!.
***
Antonia se había desbordado. Se le habían cruzado los cables un día cualquiera, decidiendo dejar todo tras ella, y darse una oportunidad a sí misma para ser una persona respetada como tal.
Podía haberse marchado sin armar tanto alboroto. Podía, pero no lo hizo. Quizá quiso dar una lección a León, recortándole las uñas de su vanidad y egocentrismo y dejándolo por una buena temporada- como un gatito desvalido expuesto a las burlas crueles de los que no eran tan sabios como él.
Esté donde esté, ella sabrá los motivos.
Carletto.